sábado, 30 de mayo de 2015

Tiones y Maciellos...

Publiqué en Facebook unos apuntes que, humildemente, considero una aportación a la Antropología Altoaragonesa: una primera aproximación a la diferenciación entre Tiones y Maziellos, que, en mi opinión, no estaba sufuicientemente clara: como gozó de buena acogida -señal de que se trataba de un tema de interés general-, la reproduzco ahora aquí, añadiéndole, para aumentar su utilidad, una sección de FAQ, ya sabéis, preguntas más frecuentes, sobre el asunto en cuestión: estoy abierto a cualquier aportación de interés que podáis efectuar, eso si, sin dar nombres de maziellos y tiones...


La Cocina, hábitat favorito del Tión...

En un mensaje anterior he hecho referencia a "Tiones y maciellos": ahora me doy cuenta de que a muchos de mis amigos y amigas, adornados de todas las gracias, tan solo os falta el auténtico golpe de suerte -porque no hay mérito alguno en ello- de ser total o parcialmente altoaragoneses, y os habréis dicho... WTF? Paso, gustosamente, a informaros:
"Tión" es una categoría demográfica que deriva del peculiar sistema hereditario altoaragonés: al hijo no heredero de la Casa, sólo le quedaba la emigración -las salidas tradicionales: cura, militar, funcionario o, en casas de menos posibles, jornalero- o quedarse en casa, ayudando -"aduyando"- en todo lo que fuera preciso al Señor, su hermano. Ese era el Tión... dada su sumamente precaria situación económica, solía quedarse soltero, y fumaba, bebía e iba de güiskerías con lo que buenamente le daba su hermano.
"Maciello" (o, más correctamente, "Maziello") es uno de los estadios que atraviesa el varón: Si un "mozo", soltero, no se casa o se empareja, transcurrido un periodo prudencial accede a la categoría de Maziello, y ya puede mirar torvamente a las mozas, en los bailes de las fiestas o las barras de los bares, haciendo sonar los cubitos en el vaso del cubata... pasado el tiempo, se le empieza a considerar "Tornizo", cuando sus posibilidades de matrimonio, emparejamiento o cópula gratuita son sumamente escasas. En el momento en que su declive físico es evidente, ingresa en la última categoría: "Restallo". Para entendernos; yo, caso de no estar -como estoy- felizmente emparejado, me situaría en los estadios superiores del "Tornizo", luchando desesperadamente por evitar llegar a "Restallo".
Por lo tanto, si todo Tión pasará, inexorablemente, por las fases de Maziello, Tornizo y Restallo, no todos ellos, ni mucho menos, son Tiones; muchos son amos de casas, desempeñan profesiones bien remuneradas, y atraviesan esa progresión por motivos muy diversos; escasa fortuna en su búsqueda de compañera, orientación sexual oculta por temor al qué dirán, cuestiones de agenda -irlo dejando para más adelante- o, simplemente, desinterés por el asunto, en el convencimiento de que hay otras cosas igual o más gratificantes en la Vida... recuerdo la historia del caballero inglés que lo probó una vez, y comentó: "El placer, efímero; la posición, ridícula, y el esfuerzo, desproporcionado": tornizo de manual.
Con todo mi cariño hacia José Antonio Labordeta -ayer hubiese sido su santo, y se inauguró el Espacio Labordeta en Zaragoza que prometo visitar-, me parece que el "Tión" del que hablaba en su hermosa canción era un maziello o tornizo incipiente, que aún conservaba la esperanza de encontrar una moza que se quisiera casar con él, para formar una familia, y, en las tardadas de Otoño, bajar con ella a Boltaña, momento de la canción en que, casi siempre, se me escapaba una furtiva y varonil lagrimita...

FAQ:

1.- ¿Existen aún los Tiones?

Soy muy pesimista al respecto: íntimamente ligados al Antiguo Régimen de la explotación agropecuaria tradicional, sospecho que han desaparecido frente a las transformaciones socioeconómicas de los últimos años, la mecanización, la Política Agraria Común, la crisis de la ganadería trashumante... prueba de ello es que la mayoría de los pastores -empleo reservado con anterioridad casi en exclusiva a los tiones- son hoy, generalmente, emigrantes extranjeros: en cierta ocasión, vi un rebaño de ovejas conducido por un joven de color, en una imagen que me trasladaba directamente a Kenia: me faltó un pelo para saludarlo levantando mi mano y gritando "¡Yambo!"... posiblemente, el Tión se ha extinguido ante nuestros ojos en estos últimos años, al igual que el bucardo, con la diferencia de que, en este caso, no disponemos de material genético para intentar su clonación, si se considerase interesante hacerlo. Una pérdida irreparable para nuestro ecosistema, y aún hemos tenido suerte de que la Unión Europea no se haya enterado, porque seguramente nos hubiese sancionado por no tomar las medidas adecuadas para su protección.

2.- ¿Ha desaparecido también el Maziello?

En modo alguno: al contrario: el complejo MTR (Maziello, Tornizo, Restallo) es especie en franca expansión, como el chabalín o el corzo, ocupando hoy nichos ecológicos antes impensables. Curiosamente, el IAEST (Instituto Aragonés de Estadística), en su cuidada y amplia información sobre las características demográficas de nuestra tierra, no ofrece información desagregada sobre MTR, carencia aún menos explicable si se considera que ha sido dirigido durante muchos años por un conocido sobrarbense, pero la experiencia empírica nos indica que numerosos factores juegan hoy un papel determinante en su proliferación: citaría, entre otros, la existencia de poderosas alternativas a la relación de pareja -televisión de pago, redes sociales, juegos de ordenador...- que han venido a unirse a las tradicionales -caza y pesca, cartas, bares, fútbol...- y determinan que a muchos mozos no les quede ni tiempo ni ganas para abordar la ardua tarea de ligar. Únase también la actitud de las mozas, entre las cuales se ha difundido un claro escepticismo hacia las soluciones tradicionales, actitud que podría sintetizarse en el cruel, pero realista, comentario que escuché a una de ellas: "Por un señalé de longaniza, ¿vas a llevarte todo o tocino ta casa...?" Auguro un futuro esplendoroso al MTR que ahora, además, puede disfrazarse bajo la glamorosa expresión de "Single", que le quita todo tonillo peyorativo y viejuno; ser MTR es actual, moderno y avanzado...

3.- Si alguien se divorcia, ¿Vuelve a ser Maziello?

Rotundamente, no, aunque es cierto que, en un periodo inicial, maziellea en sus comportamientos, y se le ve por las barras de los bares moviendo los hielos en el tubo del cubata y mirando torvamente a las mozas... pero el caballo que ha conocido la silla y el bocado es mucho más fácil de montar que el potro silvestre: el divorciado ha sido antes un casado, ya ha sido domado, y su naturaleza le lleva, diga lo que diga, hacia la vida en pareja... es cuestión de tiempo y suerte que reincida.

4.- ¿Existen maziellas...?

Mire usted: aquí estamos para contestar preguntas, no chorradas... Tiones y MTR son categorías exclusivamente -preste atención, y tome apuntes, ¡exclusivamente!- masculinas: las mozas que ves por ahí solas, incluso a edades avanzadas, responden a decisiones libres y deliberadas, producto de un cuidadoso análisis coste-beneficio, entre las probables incomodidades que pueden derivarse de su situación, y las muchísimo mayores que se originarían si, en un rapto de compasión, cargasen con según quien. Prácticamente extinguida la vocación religiosa -por lo menos, entre las etnias dotadas de DNI-, tienen un amplio abanico de alternativas a su alcance: la maternidad monoparental, la  carrera profesional, las cenas con amigas y karaoke, los viajes al Caribe... todo un Mundo se abre ante ellas, enhorabuena, hermanas...dejáis atrás una vida de cenas recalentadas dos o tres veces esperando a un brutizo que llegaría con dos copas, eructaría, se rascaría, y se metería en la cama sin quitarse los calcetines... ¡y aún habrá a quien le extrañe!






viernes, 29 de mayo de 2015

Col de Boucharo

Aprendí el Francés en los primeros años del Bachilerato: ya se que las lenguas extranjeras, en nuestra tierra, se aprenden mal; pero tuve la suerte de topar con profesores extraordinarios: Maurice Montiàs, hermano -o primo- de un miembro de l'Academie, oficial de carros de combate mutilado en los primeros días de la ofensiva alemana -le faltaba el brazo que tenía fuera de la escotilla, qué cosas...- y una joven señorita parisina, de la cual -helàs!- he olvidado el nombre, pero jamás sus bellísimas piernas, ni su acento... a los doce o trece años, ya leía "Paris Match" y -lo confieso- "Salut les copains"... luego, en Boltaña, el contacto con mis amigos franceses o hispano-franceses -a muchos, afortunadamente, los conservo: otros ya nos han dejado...- lograron que, para mí, el Francés, aunque muy lejos de dominar toda su belleza- no volviese a ser una lengua extraña: si se crea alguna medalla para quienes hayan leído "À la Recherche du Temps Perdu" entera y verdadera, puedo aspirar a recibirla... mantengo el rito de, cada año, leer en Francés la novela que ha ganado el Goncourt: ya estoy esperando la de éste, que parece que es muy buena...

Uniendo mi cariño hacia el Francés, y el que siento hacia Lucien Briet, uno de los primeros descubridores de las bellezas de Sobrarbe, escribí hace años una cosa en que, como siempre suelo hacer, me reía un poco de los dos... ahí queda colgado..

Col de Boucharo

Quando  los primeros rayos del soleil ya pasan por encima de la Penna Montannesa, hace tiempo que soy llegado a la raya del col de Boucharo; me siento en una pierre, sudando, me desabrocho el chaleco, m’aflojo la corbatte, y espero los guías de Toglá que suben a buscarme con los machos, para ajudarme con los bagages, que porto tres baúles medianos y mi cammera fotografíca compacta de 18 kilós.

Dejo detrás la dulce France, y a mis pies se extienden las azules montannas del Sobrarbe. Ayer, cuando me despedía de los amis, se rigoleaban bien de mi: “Le Sobrarbé, le Sobrarbé, tiens!, que es que tu le encuentras a le Sobrarbé? Un pays de sauvages, de hommes que s’afeiten con la dalle, que sienten como les boucos… Has tu conocido alguna bella sennorita, hein?”  ¿Cómo les decir que amo bien esas tierras duras, esas gentes, que ahora que sé que he vuelto mi coeur batte como el de un garçon que sale con una fille por la primera vez ?

Ya siento las voces de los guías: pronto bajaremos por las rápidas pendientes, y entraremos una vez más en su village: todos nos estarán esperando en la plazá: los pequeños infantes roñosos y de pies nudos, las viellas de negro, con sus moustachos, los viellardos, de calzón corto, que siempre me dicen lo mismo… “¡Ah, cagüén, el francés, qué jodido…! ¿otra vez dando mal por aquí…? ¿Qué no tiéns casa…?” Si que en tiengo, si: aquí, entre vosotros…

Me llevarán a la mejor maisón, y me ofrecerán la alcoba de la vieja cama de colchones altos y mantas lourdas: cenaré farinetas de afrecho hechas con sebo y ajo, beberé vino aspro y piqué, y vendrán a me visitar el curé y los carabineros, tan gentiles, que ya no me demandan los papiers, y me saluden llevándose la mano al tricuerno. 

Mañana, cuando me leve, sortiré a los caminos y las routas del Sobrarbe, recorreré sus pueblos, faré des fotós de sus iglesias, sus casas, sus sennoras de vestidos almidonados, sus comerciantes hospitalarios que están inventando le tourisme rural… pasaré pour las gargantes, veré los fleuves cantando sobre sus pierres blancas, los árboles, los mallos y las cimas… grabaré todas esas cosas en mi coeur, porque sé que alguna vez será la dernière, que no volveré pas, que yo moriré lejos de aquí, en tierra llana, y que nádie se acordará de aquel franchute que los ha tanto amado bien.


Los guías son llegados: Sobrarbe me espera: allons-y, Lucién!!










miércoles, 27 de mayo de 2015

Berchstesgaden, luces y sombras...

En nuestro recorrido por Baviera, no podía faltar Berchstesgaden; su extraña combinación de bellezas naturales y recuerdos que te encogen el ombligo hacía de dicha hermosa población un  destino atractivo a más no poder para un viajero como yo, al que le gusta, al mismo tiempo, recorrer la Geografía y la Historia, sin hacerle ascos tampoco a la cerveza y los codillos de cerdo… os cuento cómo nos fue por aquellas tierras.


El Watzmann, desde nuestra ventana

Hace muchos, muchos años, un excombatiente alemán, aunque de nacionalidad austriaca, que había superado la Gran Guerra con una condecoración mediana y unas lesiones por gaseamiento más que regulares, empezaba a despuntar en política, en un partido que recibía subvenciones más o menos bajo mano de quienes, sobre todo en el campo de la gran industria, lo consideraban un freno eficaz ante el socialismo y el comunismo. Nuestro hombre era un ferviente nacionalista, y los fervientes nacionalistas sienten un afecto especial por las montañas, que consideran el refugio de las esencias del Pueblo, frente al sospechoso ambiente cosmopolita y la mezcla étnica de las ciudades… yo mismo he vivido una buena parte de mi vida bajo la hégira de un ferviente nacionalista -y deficiente contribuyente, todo se sabe al final- que igual subía al Tagamanent a recibir inspiración de la Patria Doliente que firmaba el decreto de disolución del Parlament y convocaba elecciones en la cima del Aneto, una cumbre del país vecino al suyo… no es de extrañar, por lo tanto, que nuestro austro-alemán, en cuanto tuviese algunos marcos en el bolsillo, buscase alguna casita de alquiler, asequible, en algún lugar especialmente adecuado a sus aficiones: y la encontró en el Salzberg, el monte que, trufado de antiguas minas de sal, de las que hicieron rica a su vecina más grande y famosa, Salzburg, domina el hermoso pueblo de Berchstesgaden.

Nuestro personaje fue ascendiendo por la escala política -que no social-, aunque no sin altibajos, como un fracasado golpe de estado que dio con sus huesos, aunque por poco tiempo, en cómoda prisión. Allí, como los dioses de antaño, dictó un famoso libro a su fiel lugarteniente, obra que, si no alcanzó grandes logros literarios, fue uno de los primeros bestsellers del siglo; por ejemplo, cuando nuestro hombre ascendió a la Cancillería del Reich, mitad por su relativo éxito electoral, mitad por el desastroso cálculo de los políticos de la derechona tradicional, que confiaban en controlarlo después, el libro de marras se regalaba a toda pareja alemana que contraía matrimonio. Se me pone el vello de punta al pensar en la cantidad de innobles gatillazos que pudo provocar tener semejante obra en la mesilla de noche, pero sus derechos de autor le proporcionaron pingües beneficios, con los cuales compró la casita a su propietario y, una vez que tuvo acceso a los recursos del Estado, la transformó en su Palacio de Montaña, el Berghof, si bien es cierto que, pese al nombre, no dejaba de ser una casa grande y sólida, con unas vistas excepcionales, pero no especialmente lujosa o, como diría uno de nuestros famosos locales, “ostentórea”. En el campo de los Crímenes contra la Humanidad destacó poderosamente, pero en el de la Corrupción nunca pasó de ser un auténtico aprendiz.

Así, aquel 10 de junio de 2014, Blanca y yo, en nuestro Ibiza que tantos elementos germánicos incorpora, empezando por mi querido cambio triptonic, reseguíamos parte del  recorrido vital de Adolf Hitler, desde el pueblo que le vio nacer al pueblo que le vio triunfar, donde pasó sus mejores horas, y a donde no quiso retirarse a morir -pese a los consejos de sus seguidores, que soñaban fantasías de Reductos Alpinos- prefiriendo hacerlo en un Berlín que no le gustaba nada, por ciudad y por roja… y caían las últimas luces de la tarde, cuando vimos a lo lejos las azuladas cumbres del Watzmann -la tercera montaña de Alemania, unos 2.700 metros- y la luna alzándose por encima de la Kehlstein, detrás de la Gasthaus Pensión Salzberg, donde habíamos reservado habitación por dos noches.

La Luna, sobre la Kehlstein. Al fondo, Gasthaus Salzberg


La Gasthaus era bastante sencilla, pero reunía todas las comodidades necesarias, y dos auténticos lujos: un encantador Biergarten, bajo frondosos árboles, de bienvenida sombra en los días insólitamente cálidos que estábamos disfrutando, y un no menos encantador propietario, un bávaro orondo y risueño, que nos servía fresquísmas cervezas y buenísimas salchichas, empleando continuamente las pocas palabras españolas que conocía: “¡Amigos!”, “Bienvenidos!” y “¡Viva España!”…

Apenas había amanecido, cuando salimos hacia nuestro primer destino: el Königsee, el Lago del Rey.  Al pie mismo de la doble -o triple, según se mire- cumbre del Watzmann, es una de las postales más conocidas de Alemania, incluso desde antes de la Fotografía, no en vano se encuentra en sus orillas el Mahlerek, el Rincón de los Pintores: recorren sus bellísimas aguas barquitos eléctricos, para reducir al mínimo la contaminación, y, en un momento determinado, el piloto detiene el motor, saca una trompeta, y lanza un largo “solo”, que el eco devuelve desde las rocas vecinas… descendemos del barco en Sankt Bartholomä, una blanca iglesia -con recuerdos jacobeos, por cierto- en un lugar especialmente bonito. Un cartel  declara: “El Mundo es hermoso; sobre todo, Sankt Bartholomä”; no podemos negarlo, y punto. Sumergimos nuestros pies en el agua del lago, y la encontramos sorprendentemente tibia; claro que estamos en la orilla…

Sankt Bartholomä


Rincón de los Pintores


Cargadas ya las pilas de bucólica belleza, nos vemos con fuerza para encarar la parte oscura del día: ascendemos por las empinadísimas cuestas del Obersalzberg, hasta el Centro de Interpretación construido muy cerca del lugar donde se alzaba el Berghof, antes de ser destruido por la aviación inglesa, vengando así el papelón que en tal lugar tuvo que representar su Primer Ministro, Neville Chamberlain.

Ante todo, mi admiración hacia la política de Memoria Histórica que realizan los gobiernos alemanes: y empleo el plural, porque, en este caso, se trata del Gobierno del Freistaat Bayern, el gobierno del Land de Baviera: cogen el toro por los cuernos, no ahorran  un detalle ni un adjetivo, asumen el horror de lo que hicieron sus padres y abuelos… el Centro tiene un lema: “Una Utopía criminal”, y trata de explicar cómo convenció el Nacionalsocialismo a un pueblo como el alemán, para que lo siguiese -con ciertas dosis de entusiasmo- en su disparatada aventura asesina y, finalmente, suicida. Didácticamente, es impecable: me compro -a un precio subvencionado- un grueso volumen, en Alemán, que reune los textos que se exhiben en el centro: no tengo prisa, tengo toda la Jubilación por delante para tratar de descifrarlo…

Centro de Interpretación Obersalzberg

Unterberg, y Salzburg al fondo


Desde el amplio mirador del Centro, contemplo prácticamente el mismo paisaje que veía Hitler desde el ventanal abatible de su Berghof; al frente, la mole del Unterberg, el monte bajo el cual descansa el primer Rey alemán, fundador del Sacro Imperio, Enrique el Pajarero: dicen que saldrá de su sueño para salvar al Reich si se ve en un apuro, pero, al parecer, en 1945 no se le vio el menor detalle… A la derecha, en la lejanía, Salzburg: a la izquierda, el Watzmann… allí se reunía con los líderes mundiales, para acongojarlos con la exhibición de su poderío, allí torturaba a sus invitados con interminables monólogos hasta altas horas de la madrugada, tras sus frugales cenas vegetarianas, allá paseaba con su perra -pastor alemán, por supuesto-, Blondi… no está en modo alguno acreditado -como afirma algún cuentista indocumentado y cachondo- que tuviese también un oso, regalo de sus Juventudes Hitlerianas, pero si es histórico que le regalaron un Águila real, que el buen Führer, conmovido ante su desdicha, devolvió a la libertad de los aires… en materia de Derechos Humanos se le pueden formular serias objeciones, pero era un decidido defensor de los Derechos de los Animales, y aún me extraña que no inistiese ante su aliado Franco para prohibir las Corridas de Toros… ¡fíate de abstemios, vegetarianos y animalistas…!

Saliendo del Centro de Interpretación, nos dirigimos a la estación de autobuses. donde cogimos el que nos conduciría a la Kahlstein: ahora si que estábamos más o menos en el lugar exacto donde se alzaba el Berghof; tras su destrucción por la RAF, fue finalmente ocupado por las tropas francesas de Leclerc -que incluían un buen número de republicanos españoles- y por los paracaidistas norteamericanos, como todo amante de Band of Brothers tuvo ocasión de comprobar… los restos fueron cuidadosamente demolidos, para evitar -como, al parecer, aún sucede de vez en cuando- que algún nostálgico deje por allí algún ramito de flores… reflexionas y concluyes que, como muy bien dijo el torero, “¡Hay gente p’a tó…!”

Ahora montamos en un autocar que, a considerable velocidad, trepa por las empinadas cuestas que conducen, Kehlstein arriba, hasta una pequeña plaza circular; a través de un impresionante portón de estilo arquitectónico claramente antidemocrático, un largo y húmedo túnel nos conduce a un ascensor de granito rosado y bronce: unas buenas decenas de metros en vertical, y estamos en la Casa de Té de Hitler, el llamado “Nido de Águilas”.

Kehlstein: entrada al Túnel


Si algo nunca falta en torno al Poder, es el séquito de aduladores o, más simplemente, pelotas: la construcción del Berghof supuso una transformación urbanística sin precedentes en todo el Obersalzberg, hasta entonces un idílico paisaje de prados, abetos y vaquitas: hubo que construir viales, cuarteles para los SS de protección especial del Führer y, sobre todo, permitir que todo el facherío de alto standing construyese allí sus residencias veraniegas… vamos, que de poco les servía a las señoras de los jerarcas insinuar “…pues yo, casi preferiría la playa…” Todos rivalizaban en ver quién tenía la casa más cerca del Führer, y quién tenía más invitaciones a bostezar disimuladamente durante las simpáticas reuniones que organizaba. 

Todo eso generó una larga serie de expropiaciones de los anteriores propietarios y, pese a la proverbial eficacia de la administración alemana, parece ser que las indemnizaciones tardaban en ser pagadas. Una afectada aprovecho alguno de los baños de multitudes de Hitler para entregarle un escrito exponiéndole la situación, y éste, descuidadamente, se lo pasó a uno de sus acompañantes, diciéndole: “¡Arregla ésto enseguida…!”. Al día siguiente, el esposo y el hijo de la demandante daban con sus huesos en el campo de concentración de Dachau, y allí se pasaron un buen tiempo, hasta que se arregló el malentendido… y conste que no lo critico en absoluto; como funcionario, también he recibido a veces instrucciones imprecisas; intentas, con toda tu buena fe, cumplir con tu obligación, y, luego, la cagas… me quedé sin saber si, al final, cobraron…

La casa de Té es otra de esas obras de aduladores: la mandó construir Martin Bormann -el siniestro lugarteniente de Hitler, del que nunca se supo a ciencia cierta si había muerto en el túnel del Metro de Berlín, huyendo de las tropas soviéticas- como regalo de cumpleaños para su jefe, pero resultó que éste tenía vértigo, y muy pocas veces subió a lo alto de la Kehlstein… me hubiese gustado ver por un agujerito la cara del pelota cuando Hitler le dijese: “¿Yo, subir ahí arriba…? ¿Estás loco…?… y, además, te habrá costado un dineral… para otra vez, con una corbatita…”

De todas maneras, como seguramente tampoco había presupuesto para destruir la ciclópea instalación, ha acabado heredándola el Estado Libre de Baviera, que la ha transformado en restaurante, donde se come bastante bien, a un precio razonable, y con la enorme satisfacción de que los beneficios se destinan a finalidades sociales. Allí, disputando tu comida con las Chovas Piquigualdas, auténticos Osos Yoguis de la Alta Montaña, te tomas tu cervecita viendo casi a tu misma altura los nevados picos que te rodean… hasta Martin Borman pudo hacer algo bueno en su perra vida, lo que son las cosas…


Cima de Kehlstein

Watzmann desde Kehlstein


Con esa especial melancolía que te produce siempre abandonar los lugares elevados, bajamos de nuevo al llano, donde hace un calor denso y casi tangible, lo que menos esperábamos encontrar en los Alpes: rematamos el día, antes de despedirnos con una buena cena en el Biergarten, bañándonos en el rápido río que rodea el pueblo: las aguas bajan turbias por el deshielo, lo que en mi tierra llamamos “Maenco”, pero no están nada frías, por lo menos para gente acostumbrada a bañare en el Ara: así se lo digo, bromeando, a unos jóvenes alemanes que nos miran… “En mi pueblo, mucho más frío, ach so…!”




martes, 26 de mayo de 2015

Por el País Cátaro...



Un grupo de amigos -Marithé, Saúl, Inmaculada, Jesús, Nieves, y nosotros dos-, que empezamos nuestra amistad en las excursiones del Club de Montaña Nabaín, de Boltaña,  pasamos un fin de semana en el País Cátaro: aquí va una pequeña crónica…



Desde que la poderosa mente del Hombre concibió la idea de Dios  -es decir, en palabras de ayer mismo, en la Sexta, del policía ateo de True Detective, desde que “Un mono le dijo a otro, señalando al Sol: “Ese” me ha dicho que me des tu parte…”,  se suscitó un problema muy serio: ¿cómo a un Ser al que se supone Perfecto, Bondadoso, Omnipotente.. se le habría ocurrido crear, al tiempo que el Cielo y la Tierra, el Alba y el Ocaso, el Sol y la Luna… cosas tan insignificantes, innecesarias y potencialmente molestas, como los piojos y las garrapatas, e incluso, sin ir más lejos, las hemorroides? En las religiones politeístas se trataba de un problema menor, porque, en Panteones atiborrados, siempre podía encontrarse alguna personalidad con un sentido del humor un poco especial, pero en las religiones monoteístas el problema era grave, y la verdad es que las soluciones que históricamente se han dado -la existencia del Diablo, algo así como un tránsfuga o disidente del círculo más próximo de confianza de Dios- no dejan de ser parches, hasta el punto de que numerosos teólogos no acaban de verlo claro.

Allá por el Siglo XII de nuestra Era empezaron a aparecer por las tierras occitanas seguidores de una nueva religión, que resolvía el asunto un poco radicalmente: Dios había creado un mundo espiritual, puro y bueno: todo lo demás, lo tangible, lo real, lo corporal… era obra del Diablo, y, por lo tanto, malo e impuro: si querías evitar un tedioso y potencialmente peligroso ciclo de reencarnaciones -donde lo ibas a pasar fatal- debías renunciar a todo lo material, transformándote en un “Perfecto”… debías ser vegetariano, abstenerte del sexo reproductivo -porque, creando un nuevo ser, dabas continuidad a la obra del Diablo- y, en general, de todas las ceremonias propias de la Iglesia Católica, obra demoníaca también.

Difícil resulta entender como una religión así pudo tener un gran éxito de público -ignorando los sabios consejos de Woody Allen: “Se puede decir lo que se quiera de la Realidad, pero es el único lugar donde puedes encontrar un buen solomillo de ternera…”-, y, menos aún, cómo los nobles de la zona, de Carcassone y de Toulouse, todos ellos vasallos del Rey de Aragón, pudieron apoyarlos: El viejo rojo materialista que hay en mí no encuentra otro argumento que la liberación, para sus fieles -y para los nobles-, de las obligaciones hacia los religiosos propietarios de sus tierras, es decir, de mantener sobre sus costillas decenas y decenas de curas y frailes gordos y lucidos… Resulta, por el contrario, fácilmente comprensible que la jerarquía católica no viese el asunto con buenos ojos, y que los bravos barones del vecino Reino de Francia, que se morían de frío y veían como el moho cubría sus partes nobles en sus húmedas tierras más allá del Loira, viesen la ocasión de oro para conquistar las fértiles y soleadas tierras del Sur, anticipándose a lo que hacen todos los franceses del Norte a partir del 14 de julio: echarse a la autoroute y no parar, salvo para hacer pipí, hasta ver el primer olivo y la primera botella de Pernod.

El resultado, ya lo sabéis: el Papa declaró que zurrar la badana a los Cátaros, o Puros, como así se llamaban los pobres herejes vegetarianos y no reproductivos, era acto muy bien visto por Dios Nuestro Señor, una Cruzada, y las tropas francesas, con Simón de Montfort al frente, cayeron sobre las hermosas y confortables tierras del Midi como plaga de langosta: los pobres Cátaros, con el escaso aporte calórico que su dieta les proporcionaba, no fueron contrincantes a la altura de las circunstancias, y el buen rey Pedro el Católico de Aragón, que acudió en ayuda de sus vasallos, tuvo -según las malas lenguas- la poco afortunada idea de irse de juerga la noche anterior de la decisiva batalla de Muret, donde fue derrotado y muerto, y así perdió Aragón sus vasallos transpirenaicos, y varias decenas de miles de Cátaros lo poco que tenían; su pellejo…

Como os podéis imaginar, los Cátaros no tenían, entre sus principales centros de interés, la Arquitectura Militar. Fue el Rey de Francia quien, al conquistar aquellas nuevas tierras, decidió fortificarlas hasta los dientes, para evitar a los vecinos aragoneses cualquier tentación… así, transformó Carcassonne en la formidable plaza fuerte que ahora vemos, y construyó nuevos castillos protegiéndola, en un amplio semicírculo que recorre todo el antiguo y desdichado País Cátaro, en las tierras del Aude: esos son los castillos que la gente llama “Cátaros”, en realidad los Castillos Antiaragoneses del país Cátaro, que nos aprestábamos a visitar.

Delegamos en Marithé -boltañesa emigrada a Francia a la tierna edad de cinco años y, por lo tanto, ascendida a la condición de Guía Nativa- los aspectos materiales del breve viaje: todos reconocemos que lo hizo de maravilla, empezando por la selección de nuestra base: una casa de Turismo Rural en Saint-Hilaire, hermoso pueblo con una bella Abadía, a unos pocos kilómetros al Sur de Carcassone, tierra de viñedos y jabalíes, y cuna de la Blanquette de Limoux, el antepasado, cien años anterior, del Champagne… Allí, en “Aux deux colonnes” fuimos huéspedes de Pedro/Pierre Hoyos, un simpático emigrante español -¡De Arriate, al ladito mismo de Ronda, la cuna de mi madre!- que nos atendió con extrema amabilidad, y donde pudimos disfrutar de ese confort de casa burguesa francesa antigua, que siempre suscita la sana envidia de los que venimos de una Tierra de pobretones.



Aquella noche cenamos en Carcassonne, en el paseo que bordea la Bastide, la ciudad del Siglo XVIII; como en todas partes en Francia, se come bien: me decido a probar la “Daube”, un plato del Midi, un estofado de buey, denso y aromático, muy poco apropiado para una cena, todo hay que decirlo: debo recordar que aquí no se pronuncia exactamente igual que como me enseñaron  mis profesores parisinos: aquí las “es” finales suenan, y de qué manera; yo pido una “Dob”, y el camarero dice: “Ah, si, Dobá..” Claro que ve tú a saber de dónde es el camarero.

Por la mañana, emprendemos el camino hacia el primer castillo; el Donjon d’Arques:  viajamos en el coche de Jesús y Nieves, qué mejor compañía que dos médicos para un hipocondríaco como yo...llegamos allí tras atravesar un paisaje montañoso, verde, de carreteras estrechas, mucho ciclista, un balneario viejuno, y pueblos con aspecto cuidado: Arques es, como su nombre -Donjon- indica, una fortaleza basada en una gran torre central adecuada para la defensa, rodeada de un recinto fortificado: se encuentra en muy buen estado, y pueden visitarse sus distintos pisos, destinados a la residencia de sus defensores y, posiblemente, a acoger allí por poco tiempo a personajes de visita. El concepto de confort, por supuesto, absolutamente medieval; unos simpáticos carteles, muy didácticos, explican a niños y mayores cómo se vivía en aquellas fortalezas. De pena…





Desde Arques nos dirigimos a Peyrepertuse, o Pèira Pertusa, en occitano: “Pèira”, por supuesto, es Piedra: “Pertusa”, decimos, debe significar algo así como “situada en el quinto c…”: por un paisaje cada vez más montañoso -no estamos lejos del Canigó-, y entre formaciones calizas espectaculares, no muy distintas de las que vemos en Sobrarbe, la carretera, cada vez más estrecha, ya sin marcas viarias, sube y baja collados sin parar: el tráfico ha desaparecido por completo, casi no cruzamos pueblos, ni hay señales de gasolineras… la soledad, y la sensación de movernos por un territorio desierto, algo muy distinto de la “Dulce Francia” que conocemos, nos va a acompañar todo el día: una única señal de presencia humana y de actividad económica: un cartel indica “Se venden burros”…

De repente, al fondo, sobre una cresta rocosa que cierra un valle, distingo las ruinas de una enorme fortaleza: Peyrepertuse nos contempla, en lo alto del escarpe… paramos en el momento en que llega un grupo de excursionistas, que bajan del castillo; nos indican que, desde allí, hay una buena paliza, pero que es más fácil subir por el otro lado: afortunadamente, les hacemos caso, y seguimos camino hacia Duilhac-sous-Peyrepertuse.

Comemos magníficamente en un bello restaurante, construído en un antiguo molino olivarero: la presencia de olivos confirma, una vez más, que estamos muy cerca del mediterráneo, a menos de cincuenta kilómetros a vista de pájaro; Duilhac es ya la frontera entre tierras occitanas y la Cataluña transpirenáica, como nos confirma el dueño, catalán de Banyuls… por desgracia, esa cercanía al Mediterráneo se traduce en la superabundancia del tomate -mi kriptonita particular- en las cartas de los restaurantes… esquivando a mi archienemigo, vuelvo a comer no ya como un señor, sino como un Monsieur.

Para hacer bien la digestión, subimos en coche hasta el aparcamiento bajo el castillo, y, desde allí, por un sendero bien acondicionado, pero durillo, nos plantamos en unos veinte minutos en la fortaleza: aunque se encuentra totalmente en ruinas, los pasos y escaleras están bien acondicionados, y nos permiten, sin salir de nuestro asombro, recorrer el enorme recinto fortificado… toda la cresta rocosa es un conjunto de torres de defensa, unidas por lienzos de muralla, siguiendo los accidentes del terreno: debían necesitarse cientos de hombres de armas para defender aquello, en el supuesto de que alguien tuviese la peregrina idea de atacarlo; el tramo final es una increíble escalera de piedra, con un lado expuesto al vacío: sopla un auténtico vendaval, que acentúa el sentimiento de vértigo, ya que no faltan ocasiones en que el viento parece a punto de tirarte al suelo. Desde la cima se domina un paisaje extenso y vacío,  y hacia el Sudeste parece adivinarse el mar cercano.





Descendemos de Peyrepertuse, y apenas paramos un momento en la carretera para ver, a cierta distancia, el castillo hermano de Quèribus, no menos roquero, porque ya se va haciendo tarde, y queremos llegar con luz a Lagrasse, según nos han dicho, uno de los pueblos más bonitos de Francia.

Entre Peyrepertuse y Lagrasse debe haber apenas 40 km: echamos cerca de dos horas, feliz combinación de carreteras estrechas, tortuosas -aunque por paisajes bellísimos-, mal señalizadas, propicias a confundirte en los cruces, y un navegador gps con un peculiar sentido de la orientación. Nos resuelve el problema un ciudadano nativo, que se ofrece a enseñarnos el camino,  al grito de “¡Seguidme!”, y nos lleva durante un ratito a más de 90 por sitios por donde, por nuestro gusto, apenas si hubiésemos ido a 30… pero, al fin, cayendo ya la tarde, llegamos a Lagrasse.

Se trata, ciertamente, de un pueblo muy bello: no excesivamente restaurado, incluso con muchas casas en mal estado, tiene en su centro un mercado cubierto magnífico, y viejas calles empedradas con cantos rodados, encantadoras para los turistas, pero un coñazo para los residentes, y se de lo que hablo… nos llama la atención ver muchas fachadas reforzadas con hierros… no cimentaban bien, y luego pasa lo que pasa… En las afueras, hay una hermosa abadía, pero ya están cerrando cuando llegamos. Viven allí unos Canónigos Agustinos, de blancos hábitos.





Ya en pleno crepúsculo, volvemos a Saint-Hilaire… Saúl, que va delante, esquiva un jabalí en medio de la carretera. Cenamos en la casa, patés, quesos y rilettes, con vino tinto, que es negro en Cataluña y rojo en Francia, qué cosas… cuando vuelva a Barcelona, comprobaré que la famosa “Excepción Francesa” ha funcionado; pese a no comer prácticamente nada saludable en tres días, no he engordado un gramo, y supongo que mis niveles de colesterol se han mantenido satisfactoriamente bajos. Rematamos la noche en el bar local, confraternizando ibéricamente con un camarero portugués que estuvo en la Guerra del Golfo y afirma tener aún una bala debajo de la piel, y haberse tirado dos años en un Sanatorio Psiquiátrico -“maluco”, añade- y tomándome una copa de Armagnac, un placer que hacía mucho tiempo que no me concedía, desde mis ya lejanos viajes de trabajo a Burdeos.

Por la mañana, nos despedimos de nuestro amable patrón, y visitamos la Abadía de Saint-Hilare, donde admiramos su excelente sarcófago románico, donde está representado el Martirio de Saint Sernin, patrón de Toulouse, y el bello artesonado policromado renacentista, en las salas de uso profano, donde descubrimos un “calvo”, es decir, un señor enseñando el culo, curioso elemento decorativo, que se repite en en claustro, donde hay un culo no menos evidente, este en mármol…

















Nos quedan pocas horas ya de viaje, y rematamos visitando la ciudadela, es decir la Cité, de Carcassonne: ya se que fue rehabilitada por Violet le Duc, el arquitecto decimonónico padre de buena parte del Gótico francés, pero aún así no deja de impresionar, por la belleza del conjunto: por desgracia, somos muchos los impresionados, y sus calles y plazas son un hervidero de turistas: aún así, Inmaculada nos encuentra sitio en un muy buen restaurante, que le ha recomendado nuestro casero, y cumplo con el rito de comerme una riquísima Cassoulet, ese exquisito plato de alubias con pato, salchicha y tocino, que me proporciona un aporte calórico suficiente para tirar cuatro o cinco días en ayunas.






Descendemos hacia los coches, y llega el momento de despedirnos de los amigos, con quienes tan buenos ratos hemos compartido, prometiendo vernos de nuevo dentro de poco en Boltaña… regresamos a Barcelona por una autopista prácticamente vacía, pronto dan las ocho de la tarde, las emisoras retransmiten las primeras estimaciones de los resultados de las elecciones municipales -habíamos ya votado, por correo- y hacemos los últimos kilómetros con la estimulante sensación de volver a un sitio seguramente más complicado que el que dejamos, pero donde florecen nuevas esperanzas…

Kioto: de filósofos, ratones y tanukis...

Mi amiga Neus me da una buena noticia: se va este Verano al Japón: si de mi dependiese, os mandaría a todos, disfruté tanto... le prometo colgar más crónicas japonesas es este Blog...


El  Camino o Paseo del Filósofo -llamado así por el Profesor Nishida, que gustaba de pasear por él -nace a las puertas del Templo del Pabellón de Plata, el Ginkaju:  el Pabellón es un pequeño edificio bellísimo, armonioso, perfectamente integrado en su entorno… pero, desde luego, no es de plata: debía haber estado recubierto de plata pero, al parecer, se quedaron sin presupuesto; consuela ver que a los japoneses también les pasan esas cosas. Lo rodea uno de esos jardines japoneses, perfecta combinación de vegetación y roca, que nunca sabes si es Naturaleza o hábil recreación de la Naturaleza. En su casa de té probamos el Macha, un té verde en polvo que se disuelve en el tazón con una especie de brocha de afeitar, junto con unos riquísimos dulces, que recuerdan en algo a nuestros polvorones.




Discurre el camino junto a un canal, bajo una cúpula de árboles, casi todos cerezos: debe ser maravilloso recorrerlo  en Primavera, cuando estén todos en flor, o bien entrado el Otoño, con las hojas rojas y doradas… en éste Septiembre, cálido y lluvioso, también tiene su gracia, profundamente verde. Plenamente ambientados -segundo día en Japón, que ya es..- Blanca  adopta posturitas de “japo" cuando la fotografío.




Se abren al camino diversos templos sintoístas; se puede entrar a curiosear, y nos llama la atención uno donde la mayoría de los exvotos son ratones; incluso vemos un Mickey Mouse… el amable monje que nos vende los exvotos nos aclara el porqué, en un Inglés bastante comprensible: “Los ratones son el camino hacia Dios”… primera noticia, os lo juro: a partir de ahora, cuando encuentre cagaditas en nuestra casa de Boltaña, me lo tomaré de otra manera…





Pero no son sólo los ratones los bichos que nos acompañan: también están los tanukis. El “tanuki”, traducido como “perro mapache”, es, en realidad, un pariente próximo del zorro, que se está expandiendo por Asia continental y, al parecer, llega ya a la Europa oriental; pero es, además, un personaje importante del folklore japonés, donde el tanuki, glotón, perezoso y bromista, se aparece en los cuentos a los humanos para tomarles el pelo, gastándoles bromas pesadas. Destaca el tanuki por el descomunal tamaño de sus testículos, fenómeno que los japoneses asocian a la buena suerte y el éxito económico; se dice que tiene “Bolas de oro”, e incluso hay canciones infantiles sobre las pelotas del tanuky: ocupa el nicho ecológico de nuestros enanitos de jardín, y preside la entrada de muchas casa, así como de restaurantes y tiendas, porque favorece el negocio… se le representa con un sombrero de paja -tambien lo vi con una concha de tortuga- para protegerse del Sol y de la lluvia, dos elementos que odian los japoneses, y, a veces, lleva también una botella de sake y un libro de contabilidad, por el asunto de los negocios… si aquí tuviesemos tanukis, llevarían DOS libros de contabilidad…



Desde el Paseo, por estrechas calles empinadas, puedes bajar hacia Gion y Ponto-cho, otros de los lugares claves de Kioto: pero dajamos esa historia para otro día…

viernes, 22 de mayo de 2015

Budapest




Se opine lo que se opine del Imperio Austrohúngaro -“Cárcel de pueblos”, para unos, artefacto basado en el acuerdo, la “Ausgleich”, para otros- dos cosas son ciertas; fijó durante siglos las fronteras de la Europa Central allá donde las habían dejado las legiones romanas, y nos ha legado algunas de las ciudades más bellas y evocadoras de Europa; Praga, Viena, Bratislava, Budapest, Ljubliana y Trieste, de la que ya os hablé… hoy le toca el turno a Budapest, ya irán pasando las demás, amenazo…

Me habían precedido mis primas Dulce y Reyes, viajeras con aún más orientación hacia el mal rollito histórico que yo, que ya es decir, pero de las que siempre recibo informaciones sumamente precisas sobre dos elementos fundamentales; hoteles confortables y, como se dice ahora, “con encanto”, y buenos sitios para comer y tomarse tranquilamente unas cervecitas: en este viaje seguimos sus recomendaciones milimétricamente, y el resultado fue espectacular.

Budapest no es una ciudad: son dos, Buda y Pest, separadas por el río Danubio, allí llamado Duna (casi la única palabra magiar pronunciable), y unidas por los puentes que lo cruzan. Cualquier río aporta su carácter a las ciudades construídas en sus orillas, y eso es mucho más cierto si hablamos de un río largo, muy largo, caudaloso, muy caudaloso, cargado de fértiles lodos y no menos fértiles historias, columna vertebral de media Europa, como el Danubio… durante nuestra visita fue una presencia constante, el centro de gravedad de nuestra estancia allí. 

Nos alojamos en el hotel recomendado, en la misma orilla del Danubio, en Buda: ya en la reserva por internet hicimos constar nuestra preferencia por una habitación con vistas al río: esa fue la sorpresa afortunada que suele caracterizar cada viaje, en torno a la cual estructuras después tus recuerdos… imaginaos un amanecer, ya algo tardío, a primeros de Septiembre; las luces, que empiezan a llegar desde Oriente aportan al cielo tenues pinceladas de rosado; bajo tus pies discurre, inperceptible en su corriente, un río de plata, un espejo móvil… empiezan a circular los primeros tranvías, con un ruido metálico que, a cierta altura sobre la calle, no llega a ser desagradable. Abres las cortinas de los ventanales de tu habitación, y todo te invita a salir a descubrir aquella nueva ciudad, a intentar, por unos pocos días, sentirte parte de ella, compartir con sus habitantes algo más que unos espacios públicos y unas pocas palabras, a través de una barrera lingüística de las peores que has conocido… y sabes que, después de un día de intensos descubrimientos, volverás a esa acogedora habitación, y el río seguirá ahí, embellecido entonces por los reflejos de las luces de las riberas.




Delante tienes una auténtica mole, un edificio que no puede por menos que llamar tu atención: me caen fatal, no lo puedo evitar, los pastiches neogóticos, esas tropelías contra el bellísimo arte gótico cometidas por los arquitectos del Siglo XIX, y éste Parlamento Húngaro es un ejemplo de primera magnitud. Además, medio edificio es inútil, ya que se construyó un parlamento bicameral, adaptado a la Constitución de la época, mientras que la actual establece una cámara única… pero así, en la distancia, bajo las primeras luces del alba, o iluminado por la noche, admito que queda hasta bonito… adenás, hay en Budapest otro pastiche famoso, el Bastión de los Pescadores, éste neorománico, tócate las narices, y tampoco llega a ser ridículo… o me han pillado en buen día… ¿O me estaré ablandando, con la edad…?




Girando el cuello bastante hacia la derecha, ves también el Puente de Cadenas, el Lanschid, el más antiguo de los que cruzan el Danubio, obra, al mismo tiempo, de la mejor ingeniería de la época y de un sentido estético en el que aún nos podemos reconocer. Lo cruzaríamos una y otra vez, por encima, y por debajo -no pudimos evitar sucumbir a la tentación de volver a navegar por el Danubio: ya lo habíamos hecho entre Viena y Bratislava- empezábamos el día en Buda, pasábamos casi toda la jornada en Pest, y volvíamos otra vez a Buda, como al seno materno, para cenar en alguno de sus excelentes restaurantes y acogernos de nuevo a la intimidad de nuestra habitación, con el río más caudaloso de Europa y el Parlamento más desproporcionadamente enorme como únicas compañías…




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Una de mis visitas preferidas en una ciudad nueva es el mercado: el de Budapest es espectacular, una estructura de ladrillo y hierro que encierra decenas de puestos de venta cuidadísimos y a cual más bonito: tiene también una sección de artesanía -donde compré una navaja hecha a mano, con cachas de ciervo, que me costó un Congo- y varios pequeños restaurantes, muy baratos, de platos de plástico y manteles de papel, pero donde puedes comer cosas muy ricas y auténticas, junto a las gentes d’o lugar, y algún que otro turista avispado. Altamente recomendable.
Si algo llama la atención en el mercado de Budapest es la omnipresencia del rey de la cocina húngara: el pimiento. Considerando que fue traído de México, se pregunta uno qué comían aquí antes… hay pimientos de todos los colores, tamaños y texturas… y del pimiento, vía el pimentón -paprika-, embutidos que nos resultan absolutamente familiares…


Llamándome Revilla, no es de extrañar que haya dedicado al chorizo más atención que el común de los mortales: ese hermoso fruto del cerdo y del trabajo del hombre, señor de la chacina ibérica, que, curiosamente, empieza a flojear en Aragón, -donde la longaniza va ocupando su nicho ecológico-, desaparece en Cataluña, y ya no reaparece hasta Hungría, para, a través del los kolbachs, avanzar por la estepa sin fin hasta topar con las dos barreras más formidables que impiden su propagación; el Corán, al Sur, y el Cerdo Agridulce, al Este… los chorizos húngaros son perfectamente reconocibles y hogareños, hermanos de los choricitos de Benaoján, los chouriços lusos, los chorizos ibéricos extremeños y salmantinos, los ahumados gallegos, asturianos y leoneses, mi homónimo industrial soriano, las txistorras vascas, el Pamplonica de Pamplona ¡Gloria, gloria al chorizo, símbolo, por tantos conceptos, de la Patria!… los probamos en la tasca de los marineros del Danubio, bajo la mirada del imponente ejemplar humano de cartón piedra, con camiseta tipo Jean Paul Gaultier, que las damas manosean sin pudor alguno…




El otro hijo del paprika es el Gulash: recapitulemos; en Hungría, el Gulasch es una sopa, basada, fundamentalmente, en carne -cualquier carne- sazonada con paprika, patatas y verduras. La flexibilidad de su composición, su contundencia, y lo bien que entra calentito lo transformó en el plato fundamental de la intendencia militar austrohúngara y, de allí, pasó a la alemana, donde los soldados llamaban a las cocinas de campaña, con su enhiesta chimenea, “Gulaschkannone”, “cañones de Gulash”, y no es aventurado suponer que una muy buena parte de los caballos caídos en campaña durante dos guerras mundiales fueron, después, disparados hacia las barrigas de los soldados mediante dichos cañones… hay en los restaurantes platos de Gulash más refinados, seguramente recetas populares enriquecidas por la abundancia (y el precio más alto), como ese de la foto, acompañado de grumillos de trigo, servido en sartén turistera…


Para bajar los choricillos y el gulash, lo mejor es la cerveza… recordando que en Hungría NO se puede brindar con ella, porque así lo hicieron los militares austríacos después de derrotarlos en una batalla. Tienen también buenos -y muy caros- vinos, y -como véis en la foto del fulano de marras- cervezas de importación, pero los productos locales son sumamente decentes. Probad, eso sí, el Tokay, una experiencia…

Otra experiencia: los baños públicos: Budapest, curiosamente, es zona de afloramiento de aguas termales, en torno a las cuales se han creado balnearios: los hay más grandes, pero elegimos el Gellert, por ser el más tradicional, el que mejor conserva el aire "Belle Èpoque", por su piscina exterior ¡con olas!, gracias a un ingenioso mecanismo... y porque salían bañándose en él famosillos en un recordado anuncio de yogurts: no nos decepcionó aunque, la verdad, me sentí un poco ridículo bañándome con un gorrito de plástico rodeado de columnas neoclásicas...



Pest, la ciudad oriental, al otro lado del Danubio, es la más moderna, o, por decirlo así, la que antes se modernizó, abriendo elegantes avenidas que todos los budapestinos comparan,orgullosos, con las de París... no les falta motivo. Tiene también un gracioso Metro, uno de los primeros -si no el primero- en la Europa continental, y, en general, conserva un ambiente señorial y tranquilo...


También en Pest pueden encontrarse recuerdos de otra Hungría, integradora y multicultural, como su magnífica Sinagoga. La amplia comunidad judía húngara sobrevivió hasta los últimos meses de la Guerra, cuando un golpe de estado depuso al Regente, germanófilo pero con restricciones, y colocó en el poder a los Cruces Flechadas, la sección local del nazismo: entonces fueron deportados a los campos de exterminio o, en una extrema demostración de crueldad, arrojados al Danubio junto al Puente de cadenas. Bueno es recordar que algunos de ellos se salvaron gracias a diplomáticos extranjeros, entre ellos el Cónsul de España y un increíble ayudante suyo, de nacionalidad italiana... conforta pensar que, en medio de la brutalidad, algunas personas pueden reivindicar al Ser Humano, y encoge el ombligo ver, hoy, en muchas paredes de Budapest, pintadas con la Cruz Flechada, no muy lejanas al pensamiento político de quienes gobiernan hoy en Hungría, un Estado de la Unión Europea.

Pero hay un lugar en Pest que tiene para mí un significado muy especial: justo en la orilla oriental del Danubio, donde empieza la inmensa llanura que se extiende hasta los Urales, un monumento recuerda el sitio exacto donde se alzaba el destacamento más extremo del Imperio Romano: allí, frente a la estepa, un puñado de conciudadanos nuestros -somos ciudadanos provinciales de Roma, no lo olvidemos- se acogían bajo la sombra de sus águilas, temiendo en cualquier momento el ataque de las hordas nómadas, montadas en sus ágiles caballos y disparando sus mortíferos arcos de doble curvatura... allá donde aquellos valientes plantaron sus pilum y sus escudos, hasta allí llegó la Filosofía clásica, el Latín, el Derecho Civil, la Religión Cristiana -y la Pagana, por supuesto- el pan de trigo y las cloacas, no los olvidemos nunca...


Justo es reconocer que algo similar deben sentir los musulmanes en Buda, porque justamente allí, en la orilla occidental del Danubio, se situó durante un tiempo el límite de la máxima expansión del Imperio Otomano: se conserva aún el hermoso mausoleo de un poeta musulmán, y calles que parecen sacadas de algún lugar de Anatolia


Muchas más cosas os podría contar de Budapest... visitadla, si podéis, y guardad como nosotros el recuerdo de su belleza...