martes, 19 de mayo de 2015

Mil doscientos kilómetros en globo.

Un viaje interior, envuelto en un viaje exterior; cosas de los efectos secundarios de los antihistamínicos...

El lunes, a las 7 40', salgo de Barcelona, en dirección Madrid. A las 22 40' ya estoy de vuelta: mil doscientos kilómetros, envuelto en el suave y algodonoso globo en que me sumen, al alimón, una rinitis alérgica y el medicamento destinado a paliar sus síntomas, "sin provocar somnolencia" (a no ser que te encuentres en un selecto grupo de 1 entre 1.000) aunque, eso si, te aconsejan que "vigiles tus reacciones" antes de "conducir o manejar maquinaria pesada": ni un cortauñas hubiese sido  capaz de manejar yo ayer, pero... esas enfermedades no letales tienen siempre un componente liberador, abren un paréntesis en tus días, los hacen, de alguna manera, más tuyos... me recuerdan mis ya lejanos ataques de amígdalas, que me hacían abalanzarme, feliz, sobre el libro que iba a leer en la cama, en vez de ir al colegio... durante el breve periodo de tiempo que duran, te ves liberado de obligaciones y compromisos sociales, se abre ante ti un nuevo mundo, pequeñito pero propio, y llegas a entender los encontrados sentimientos de Hans Castorp cuando le diagnostican la tuberculosis que le permite ingresar, de pleno derecho, en el Universo enfermo, pero extrañamente libre, en que ya vegeta su primo.

El soporte físico de ese viaje interior es el AVE: viajar en un medio tan polémico no deja de sumirme siempre en reflexiones: sé perfectamente que una buena parte de las opiniones contrarias se deben a la insólita ocurrencia de Felipe González al construir la primera línea entre Madrid y Sevilla, dos alegres y despreocupados villorrios aldeanos, poblados por funcionarios y señoritos, donde lo suyo, lo racial, es moverse en calesas o carretas rocieras, en vez de empezar por otras zonas, no sé, así como más europeas... pero ahora que la Bestia llega ya casi a todos los lugares, no faltan quienes han hecho de ella ejemplo indiscutible del "vivir por encima de nuestras posibilidades", y se enzarzan en discusiones sobre qué tipos de líneas férreas, y diseñadas para qué velocidades máximas, hubiesen encajado mejor en nuestras posibilidades reales: 147 km/h? 183, 206, 227....? ¡Todo antes de los fatídicos, derrochadores, insostenibles 300 Km/h!. Un anciano servidor, que recuerda perfectamente los vagones de madera de Tercera, la carbonilla entrando por las ventanillas abiertas, o las interminables curvas y contracurvas del trayecto Barcelona-Madrid construido por la benemérita MZA en los años de Isabel Segunda, alucina en colores en los AVE, que comparo, directamente, con los trenes-bala, los Shinkasen, que tuve el placer de disfrutar en Japón,  y piensa, egoísta que es uno, que aunque nuestros nietos se pasen toda su vida pagándolos, tampoco es tan grave, y que ellos también disfrutarán de cosas nuevas -¿los Maglev, o, simplemente, el teletransporte...?- que a su vez, pagarán sus nietos...

Porque de nietos justamente va la cosa: el propósito de tan breve viaje no es otro que visitar a Pablo, mi nieto, y, por supuesto, su Equipo Materno, Badaín y Marta: está simpático y majísimo, prueba fehaciente de que los niños, como los huertos, agradecen los cuidados... en los breves momentos que me permite mi sopor de oso hibernante fuera de estación (en Madrid hace un calor mesetario...), disfruto de él, haciendo todas esas tonterías que suelen hacer los abuelos con sus nietos... te preguntas si la ternura no es también algo parecido a lo que antes decía de la enfermedad, algo que te libera, una pendiente por la que te dejas resbalar, y que tienes que cortar bruscamente, para evitar males mayores... por ejemplo, es muy efectivo pasárselo a alguien con responsabilidad directa diciendo: "¡Toma, que me parece que se ha meado...!" Los toboganes emocionales son siempre peligrosos...

Aprovecho la ocasión para hablar de política con Marta, mi nuera: Marta y yo pertenecemos a la misma secta que lleva, de derrota en derrota, tirando por lo bajo, desde la crucifixión de Espartaco, y aún así no hemos perdido el placer de discutir no ya sobre el sexo de los ángeles, sino sobre la conveniencia de que lo lleven rasurado o se hagan ingles brasileñas... se presenta a concejal en su ciudad, y le deseo toda la suerte del Mundo, en el convencimiento de que no hay suficiente con el trabajo serio y entregado de cada día, si falta esa puntita de suerte... Es un placer volver a hablar de Política, cosa que he dejado prácticamente de hacer porque, donde habito regularmente, la Política ha devenido Teología; más concretamente, Teología de la Liberación, como demuestra la profusión de signos salvíficos en ventanas, balcones y todo tipo de astas, y en materia teológica difícilmente cabe el razonamiento, si deseas -como es mi caso- no ofender a nadie... también en esos temas, como el oso, hiberno pese al calor, aunque no deje de echar algún que otro zarpazo, más por compromiso que por otra cosa...

Y así, medio dormitando, mecido por el dulce balanceo del AVE, recorro el camino de vuelta a mis -escasísimas- obligaciones barcelonesas, mirando de reojo la malísima película (¿de dónde las sacarán...?) que dan en la ridículamente pequeña pantallita, y deseando mentalmente que la tecnología a la que hemos confiado nuestro desplazamiento falle lo suficiente para que el tren entre con retraso y nos devuelvan el importe del billete, que es una de esas cosas que a ti no te ha pasado nunca, pero que conoces a alguien que conoce a alguien a quien si que le ha pasado...



2 comentarios:

  1. Gracias, pater. Por venir, en tu globo, y por glosarlo.Déjate llevar por la ternura con Pablo, ahora que puedes, que en dos días lo tenemos pidiéndote una paguita para irse de botellón. Y a mí el Ave también me hace meditar. Junto con la T4 lo veo muy "la España que no pido ser". Pero lo adoro por ponerme en 2'30 horas en Barcelona. Como si viviera en Manresa. Un abrazote!

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  2. No "pido", es " pudo". No releo y así me luce!

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