viernes, 29 de mayo de 2015

Col de Boucharo

Aprendí el Francés en los primeros años del Bachilerato: ya se que las lenguas extranjeras, en nuestra tierra, se aprenden mal; pero tuve la suerte de topar con profesores extraordinarios: Maurice Montiàs, hermano -o primo- de un miembro de l'Academie, oficial de carros de combate mutilado en los primeros días de la ofensiva alemana -le faltaba el brazo que tenía fuera de la escotilla, qué cosas...- y una joven señorita parisina, de la cual -helàs!- he olvidado el nombre, pero jamás sus bellísimas piernas, ni su acento... a los doce o trece años, ya leía "Paris Match" y -lo confieso- "Salut les copains"... luego, en Boltaña, el contacto con mis amigos franceses o hispano-franceses -a muchos, afortunadamente, los conservo: otros ya nos han dejado...- lograron que, para mí, el Francés, aunque muy lejos de dominar toda su belleza- no volviese a ser una lengua extraña: si se crea alguna medalla para quienes hayan leído "À la Recherche du Temps Perdu" entera y verdadera, puedo aspirar a recibirla... mantengo el rito de, cada año, leer en Francés la novela que ha ganado el Goncourt: ya estoy esperando la de éste, que parece que es muy buena...

Uniendo mi cariño hacia el Francés, y el que siento hacia Lucien Briet, uno de los primeros descubridores de las bellezas de Sobrarbe, escribí hace años una cosa en que, como siempre suelo hacer, me reía un poco de los dos... ahí queda colgado..

Col de Boucharo

Quando  los primeros rayos del soleil ya pasan por encima de la Penna Montannesa, hace tiempo que soy llegado a la raya del col de Boucharo; me siento en una pierre, sudando, me desabrocho el chaleco, m’aflojo la corbatte, y espero los guías de Toglá que suben a buscarme con los machos, para ajudarme con los bagages, que porto tres baúles medianos y mi cammera fotografíca compacta de 18 kilós.

Dejo detrás la dulce France, y a mis pies se extienden las azules montannas del Sobrarbe. Ayer, cuando me despedía de los amis, se rigoleaban bien de mi: “Le Sobrarbé, le Sobrarbé, tiens!, que es que tu le encuentras a le Sobrarbé? Un pays de sauvages, de hommes que s’afeiten con la dalle, que sienten como les boucos… Has tu conocido alguna bella sennorita, hein?”  ¿Cómo les decir que amo bien esas tierras duras, esas gentes, que ahora que sé que he vuelto mi coeur batte como el de un garçon que sale con una fille por la primera vez ?

Ya siento las voces de los guías: pronto bajaremos por las rápidas pendientes, y entraremos una vez más en su village: todos nos estarán esperando en la plazá: los pequeños infantes roñosos y de pies nudos, las viellas de negro, con sus moustachos, los viellardos, de calzón corto, que siempre me dicen lo mismo… “¡Ah, cagüén, el francés, qué jodido…! ¿otra vez dando mal por aquí…? ¿Qué no tiéns casa…?” Si que en tiengo, si: aquí, entre vosotros…

Me llevarán a la mejor maisón, y me ofrecerán la alcoba de la vieja cama de colchones altos y mantas lourdas: cenaré farinetas de afrecho hechas con sebo y ajo, beberé vino aspro y piqué, y vendrán a me visitar el curé y los carabineros, tan gentiles, que ya no me demandan los papiers, y me saluden llevándose la mano al tricuerno. 

Mañana, cuando me leve, sortiré a los caminos y las routas del Sobrarbe, recorreré sus pueblos, faré des fotós de sus iglesias, sus casas, sus sennoras de vestidos almidonados, sus comerciantes hospitalarios que están inventando le tourisme rural… pasaré pour las gargantes, veré los fleuves cantando sobre sus pierres blancas, los árboles, los mallos y las cimas… grabaré todas esas cosas en mi coeur, porque sé que alguna vez será la dernière, que no volveré pas, que yo moriré lejos de aquí, en tierra llana, y que nádie se acordará de aquel franchute que los ha tanto amado bien.


Los guías son llegados: Sobrarbe me espera: allons-y, Lucién!!










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