martes, 12 de mayo de 2015

¡Oh, si, soy un necroturista...!




Me despierto, como cada día, con la SER: comentan el hallazgo, ya casi definitivo, de los restos mortales de Cervantes, y preguntan a los oyentes: ¿Son Vdes. amigos de visitar cementerios y tumbas, es decir, son Necroturistas..?

Me incorporo, de repente, en la cama, sacudido por la revelación: ¡he visto la luz!: mi pasión por la Historia y las historias, y el hecho incontestable de que nueve de cada diez personajes históricos -tirando por lo bajo- estén muertos y más o menos enterrados, han hecho de mí un visitante compulsivo de tumbas,  panteones, cementerios, memoriales, cenotafios… ¡un Necroturista de libro, vamos…!

Empecé mi carrera por todo lo alto, acompañando a mi padre, falangista y excombatiente, en una fría mañana serrana, en su emocionada visita a la tumba de José Antonio -y de varios miles más- en el Valle de los Caídos, donde aún no se encontraba su más famoso y polémico inquilino, a la sazón vivito y coleando en el Pardo: y no tardé mucho en completar una temporada redonda con la tumba de Napoleón en los Inválidos de París: mantengo hacia el Gan Corso una actitud ambivalente; admiro al general revolucionario y al codificador, meneo la cabeza con desagrado ante el endiosado personaje, vestido de armiños varios, que se hace coronar emperador; vuelvo a inclinarme ante el estratega brillante, aunque al final la cagase, y me conmueve el solitario de Santa Elena; pero no dejo de agradecerle el detallazo de habernos reservado como Rey a su mejor hermano, el culto y discreto José, aunque -en una de las decisiones más inexplicables de nuestra Historia- una amplia mayoría prefiriese al cabronazo de Fernando Séptimo….  París me deparó, en mi última -por el momento, espero- visita, la ocasión de aisistir, en correcta posición de garde à vous, como corresponde a todo un caporal, a la ceremonia de avivar la llama en la Tumba del Soldado Desconocido, bajo el Arco del Triunfo. Ceremonia imposible en España porque, como me decía un coronel, mientras rajaba a gusto sobre un compañero de armas, “Aquí no tenemos Soldado Desconocido: ¡aquí nos conocemos todos!”

El efímero periodo de gobierno tripartito en la Generalitat de Catalunya, y mi adscripción al Departament responsable, entre otros temas, de la Memória Democrática, me permitiría también la oportunidad de visitar, profesionalmente, lugares como el Fossar de la Pedrera en Montjuic, último reposo de muchos fusilados por el Franquismo, el osario de Les Camposines, donde se van depositando los restos que aparecen, periódicamente, en las tierras donde se libro la Batalla del Ebro, o la fosa común de Camarasa, e incluso asistir a la sobria y emotiva ceremonia de despedida de un Cazador de Montaña, de orígen colombiano, muerto en Afganistán: pero ha sido en mis viajes particulares donde más he podido dar rienda suelta a mi particular afición por el recuerdo:

Berlín, una de mis ciudades favoritas, ofrece muchas oportunidades;  pese al empeño de los Aliados en evitar cualquier homenaje a los líderes nazis -incinerados y lanzados al Elba los hipotéticos restos de Hitler- puedes visitar el impresionante Memorial Soviético, o pasear -como hicimos, en una helada noche de nevada- entre los cubos de cemento del memorial Judío, tan distinto del caos romántico de lápidas coronadas por guijarros del Cementerio Judío de Praga, donde esperas, en cualquier momento, ver aparecer la figura del Golem… Tiene Berlín también uno de los más conmovedores lugares de recuerdo que conozco, el Monumento a las Víctimas del Fascismo y la Opresión, en la Neue Wache, obra maestra de Schinken, con una “Pietà” fea, gorda y proletaria, acunando a su hijo muerto, de Kate Kollwitz, bajo unos versos -creo que de Brecht-, incorporados al Himno de la República Democrática Alemana: “¡Que nunca más una madre tenga que llorar a su hijo!”.

Viena nos reserva uno de los platos fuertes europeos: la Cripta de los Capuchinos, -titulo, también, de la imprescindible novela de Joseph Roth- donde reposan los emperadores austríacos, y, muy especialmente, la tumba de Sissí -que ellos pronuncia “Síssi”-, siempre cubierta de flores de sus admiradores húngaros, que le agradecen eternamente que eligiese un conde magiar para ponerle los cuernos a su austríaco e imperial marido…

En Japón paseamos por recoletos cementerios budistas, lugares que rezuman una paz serena, pero también pudimos visitar el inquietante Yasukuni, donde viven los Kami, los espíritus, de dos millones y medio de japoneses muertos por su Emperador en guerras varias, incluyendo catorce ejecutados por los aliados como criminales de guerra; tampoco olvidamos la impresión que nos causó, en Nueva York, la Zona Cero…pero fue nuestra visita a Rusia la que nos deparó la posibilidad de visitar a nuestro Muerto Más Evidente -Lenín, embalsamado en su mausoleo, junto a las tumbas, mucho más discretas de, entre otros, Stalin- y a nuestro Muerto Más Huidizo, que no es otro que mi tío Antonio, el soldado de la División Azul cuyo nombre no figura entre el de sus compañeros, en las lápidas del Cementerio Militar Alemán de Pankowo, en Veliki Novgorod.

No me he tenido que mover de Aragón para visitar el panteón de sus reyes, en San Juan de la Peña, o para rendir un homenaje a “mi” rey, Gonzalo, primer y único rey de Sobrarbe, ante su vacío sarcófago de San Beturián: peró quizás  sean mis preferidos los anónimos cementerior de los pueblos abandonados y olvidados, con sus cruces caídas y sus lápidas rotas. Y Manzanera, el cementerio de Boltaña, donde me siento en casa, rodeado de familiares y amigos. Mis favoritos, junto a mi único -hasta ahora- doblete: la humilde tumba de Antonio Machado, en Colliure.

¿Con qué sentimientos me acerco a esos lugares? Ante los personajes históricos, por supuesto, tengo posiciones muy variadas; ante los seres humanos que fueron, sólo puedo hacer mías aquellas palabras de Castelar, recogidas después por don Manuel Azaña, cuya tumba en Montauban me tengo prometido visitar: paz, piedad, y perdón.

Soy, por lo tanto, y lo confieso, un Necroturista convencido: y solo me arrepiento de no haber insistido más antes mis guías kenyatas para que me enseñasen la tumba de Robert Redford, sobre la cual, segun dicen, algunos atardeceres se sienta un viejo león…

Pietà. Kate Kollwitz. Berlín

Memorial Holocausto: Berlín

Tumba Lenín

Memorial. Luchón

Cementerio. Muro de Bellos




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