jueves, 19 de noviembre de 2015

Mi 20-N, hace ya 40 años...

Cuarenta años ya, cuantos recuerdos... mi 20-N, los días anteriores, y los posteriores...



"Ab Hispanorum Duce Restaurata"...


El 20 de Noviembre de 1975 moría Franco, si no en su cama, si en una cama de hospital, pero cama al fin y al cabo, siendo aún Jefe del Estado... escapaba así al destino de sus colegas, dictadores fascistas o populistas de derechas de los tumultuosos años Treinta del Siglo pasado, que acabaron todos mal, francamente mal, con la posible excepción de su más cercano amigo, Salazar, que aunque murió depuesto ya del cargo, al parecer no llegó a enterarse... cuántas veces se habrá repetido aquello de que "el Dictador murió en la cama", para explicar las peculiaridades de nuestra Transición, y es bien cierto que el Invicto Caudillo murió así, invicto, si nos olvidamos de la última jugada que, ya en su lecho de muerte, le hizo Hassan Segundo; pero no es menos cierto que, al contrario que El Cid, después de muerto ya no volvió a ganar ninguna batalla, y a los que afirmen que Franco aún no ha muerto, sólo les pido que piensen, por un momento, lo que le parecería la realidad española actual si la pudiese ver por un agujerito.

Ya os he explicado que, aquel 20 de Noviembre, yo ya era funcionario, aunque interino, en la Administración del Estado; Estado franquista, por supuesto, porque no había otro: puedo decir que, a mí, Franco me dejó ya colocado y con la vida resuelta, y eso propició que viviese aquellos momentos en un peculiar estado de ánimo, donde se mezclaban la excitación generacional, ante un acontecimiento que sin duda iba a remover hasta sus cimientos la sociedad en la que llevaba viviendo ya ventiséis años largos, la esperanza política -en la medida en que había ido asumiendo posiciones cada vez más críticas hacia el Régimen, proceso al que mis improbables biógrafos sin duda ofrecerían todo tipo de matizaciones- y una cierta intranquilidad a nivel estrictamente personal, al pensar en qué pararía todo aquello.

Para ser veraces, me había preocupado mucho más año y medio atrás, cuando Franco enfermó, oficialmente, por primera vez; estaba yo cumpliendo mi servicio militar cuando, a primeros de Julio de 1974, Franco tuvo que ser ingresado a causa de una flebitis y -cosa inconcebible- delegó la Jefatura del Estado, temporalmente, en el entonces Príncipe Juan Carlos. Tras prácticamente agotar las prórrogas por estudios -y después de mi fracasado intento de llegar a Alférez de Complemento por mi manifiesta incapacidad para trepar una cuerda, disciplina en la cual ignoro si destacaron Napoleón, Alejandro Magno, Julio César...-, había elegido yo para entrar en el Ejército la primera quincena de Enero de  1974, ignorando -por supuesto- que, pocos días antes de mi incorporación, ETA iba a asesinar al Presidente del Gobierno, Carrero Blanco, lanzando el ladrillazo que alteró definitivamente, ya sin remedio, las turbias pero relativamente tranquilas aguas del prepostfranquismo, en acertadísimo término que tomo prestado a mi admirado Eduardo Mendoza. Otro día me gustaría contar mis experiencias en la Vida Militar que, en el fondo, fueron una aceptable preparación para lo que ha sido mi actividad profesional posterior, ya que, tras la preceptiva estancia en un Centro de Instrucción de Reclutas, fui destinado a una unidad administrativa, en Zaragoza,  donde, a todos los efectos- salvo en el sueldo, claro, y en tener que ponerme el uniforme de 8 a 15- trabajaba como funcionario.

Y allí, justamente, Cabo Auxiliar de Perforista, en los primeros balbuceos de la Informática, me sorprendió la brutal noticia; el Caudillo estaba malito, salía en las fotos y en la tele en bata y zapatillas, y el Ejército se acuartelaba, para responder así a cualquier amenaza que pudiese provenir del Enemigo. La primera consecuencia práctica era que se anulaban los pases que me permitían vivir cómodamente en un pisito y trabajar por las tardes en el Centro Nacional de Educación Cooperativa, y pasé a compartir unas cutres literas en un sótano húmedo -todo lo húmedo que puede estar algo, en Julio, en Zaragoza-, con veinte compañeros tan funcionarizados como yo.

Y, además, con serias responsabilidades militares; porque a las dos de la tarde, el Coronel se fue a su casa; a las dos y cuarto le siguieron los dos Comandantes y un Capitán, y a las dos y media. los dos Tenientes y el Sargento... al marcharse y ceder el mando de la unidad, hasta el día siguiente, al Cabo Revilla, uno de los tenientes me dijo, ya saliendo por la puerta:

"¡Y acuérdate de bajar las persianas!"

"¿Por qué, mi Teniente?"

"¡Coño, Antonio, por si tiran una bomba!"

Justo es reconocer que dicha oportunidad me permitió realizar mi más meritorio hecho de armas; arrebatar el fusil, cargado y acerrojado, con el que un compañero amenazaba de muerte a un albañil agregado de otra unidad, con el que compartía habitación, si no se cambiaba de calcetines; diré en descargo del compañero -al que yo apreciaba especialmente, porque era la única persona que conocía que usaba una gorra de un número mayor que el mío- que, tras ver el estado de los mencionados calcetines y valorar el hedor que desprendían, fui yo quien repitió la amenaza  en parecidos términos.

Y así estuvimos varios días hasta que, milagrosamente, el Caudillo se recuperó, recuperó también el Timón del Estado -con serio cabreo, al parecer, del Príncipe, que opinaba, y no sin motivo, que todo aquello no era serio- y se levantó nuestro acuartelamiento... y pude ser testigo directo de la sana alegría del Pueblo Español... "!Viva Franco!", "!Viva Franco -gritaban mis compañeros-, si ha aguantado hasta ahora, ese cabrón, qué más le da vivir seis meses más, hasta que estemos licenciados...!"

Un poco más vivió, pero, ya a mediados de Octubre de 1975, las noticias sobre lo que en principio no pasaba de un resfriado, se fueron haciendo más realistas: el viejo Dictador se moría, y los partes médicos del Equipo Habitual -del que actuaba, como auténtico comisario político, su yerno, el Marqués de Villaverde- popularizaba términos como "ascitis" y, sobre todo, "heces en melenas" que hablaban por sí solos de la gravedad de la situación.

¿Y cómo lo vivía la gente, a pie de calle...? Dentro de sus casas, la risa iría por barrios, desde los que afirmaron que preparaban ya el cava en la nevera -entonces aún lo llamábamos "Champán"- hasta los cada vez menos leales -menos en número, y menos en lealtad- que lo sentirían con mayor o menor intensidad, pero no se veían muestras exteriores, ni en un sentido, ni en otro; cierto es que las fuerzas políticas de la Oposición habían lanzado la consigna de evitar cualquier tipo de provocación, pero quizás no hacía falta; todo el mundo parecía contener la respiración, que pasase lo que tenía que pasar, y ya veríamos qué venía luego... hacía años que corría un chiste que resumía bien esa actitud:

"Papá- preguntaba un niño-, el día en que se muera Franco no habrá "cole", ¿verdad?"
"No, hijo mío...?"
"¿Y el día en que coronen al Rey...?"
"Tampoco..."
"¿Y el día en que echen al Rey y se proclame la República...?"
"Tampoco..."
"¡Jó -exclamaba el niño, alborozado- qué semanita...!"

Profetas, que éramos unos profetas...

En la Delegación Sindical Comarcal de Cornellà, ni funcionarios -oficialmente franquistas- ni representantes sindicales -oficiosamente de Comisiones Obreras y, por lo tanto, Comunistas- mencionábamos abiertamente el tema... las conversaciones eran crípticas... "Ya ves cómo está el asunto..." "Yo creo que de ésta..." "A ver luego..."Había en aquellos momentos algunos conflictos laborales muy serios, y ese panorama inmediato situaba "lo otro" en un plano relativamente secundario, aunque todos éramos conscientes de que gravitaba, y de qué manera, sobre nosotros... también aquí, en pocos meses, las posiciones de unos y otros podían cambiar radicalmente; todos lo sabíamos, pero cada uno se guardaba sus cartas, mirando de reojo.

En mi familia, el más afectado, como cabía esperar, era mi padre: soldado de Franco en la Guerra, falangista después, no era especialmente franquista: casi ningún falangista lo era; le reprochaban a Franco tanto sus escasos esfuerzos por evitar la ejecución de José Antonio -y, en éste caso sin discusión posible, haber condenado a muerte -aunque no ejecutado- a Manuel Hedilla, sucesor de José Antonio en la Jefatura  Nacional de la Falange- como la traición a sus vagos planteamientos revolucionarios, sustituidos por un régimen conservador, clerical y, a última hora, monárquico... hablando con mi padre -y yo lo hacía con frecuencia-, solía ser muy crítico con Franco; pero al final de sus días -de los de Franco, y de los suyos; le sobrevivió sólo dieciocho meses- a sus múltiples frustraciones personales se añadía un sentimiento de hundimiento generacional, de fracaso histórico... era consciente de que, como decía Simón Bolívar en su lecho de muerte, como posiblemente pensaba también Franco -como seguramente hubiese pensado de poder ver el Futuro... - había arado el mar.

Tampoco los demás se lo poníamos fácil; recuerdo al "rojo" oficial de la familia, mi hermano Ricardo, enviándole recados desde Zaragoza... "¡Decidle a Papá que la tía del arpa ya está en Prado del Rey...!" En las duras horas posteriores al atentado de Carrero, los espacios informativos de TVE eran cortados constantemente por unos "Minutos musicales", en los cuales una dama vestida de negro tocaba al arpa melodías convenientemente melancólicas... luego se vería que, tras la muerte de Franco, las reacciones de la Televisión oficial -que ya dirigía un poco conocido entonces Adolfo Suárez- no fueron, ni con mucho, tan solemnes y graves... puedo afirmar que se unieron al profundo suspiro general; la pesadilla de la larga agonía que nos había situado a todos en una especie de limbo, de espacio suspendido en el tiempo, había acabado; era cuestión de pasar página -"pantalla", se dice ahora- y esperar los nuevos acontecimientos.

Se acercaba el final, y la atención se centraba en ver si se cumplía una curiosa profecía numerológica -pitagorismo barato, kábala de charla de amigos tomándose el cortado- que andaba de boca en boca, escribiéndose en las servilletas de los bares: si sumabas la fecha del inicio de la rebelión de Franco -18-7-36- y del final de la guerra civil -1-4-39, el resultado era un ominoso 19-11-75... llegó y paso la fecha, amaneció el 20 de Noviembre, y ya a muy primeras horas de la mañana las radios avanzaron la noticia que luego un sollozante Carlos Arias, insospechado Presidente del Gobierno, inmortalizaría en uno de los videos más repetidos de la Pretransición: casi con las mismas palabras -"¡Franco ha muerto!"- me lo anunció mi padre, cuando me levanté a hacer pipí; "¡Vale!", fue mi fría respuesta, yendo yo a lo mío... ni enarbolé banderas, ni descorché botellas: simplemente, hice pipí.

El 20 de Noviembre no era una fecha inocente: había sido, durante todo el Franquismo, el Día de los Caídos, aniversario del fusilamiento de José Antonio; muchos sabíamos también que el mismo 20 de Noviembre de 1936 moría, con pocas horas de diferencia ,Buenaventura Durruti, el líder anarquista, víctima en éste caso, al parecer, de la imprudencia de un compañero... no faltaron las sospechas de que se había dilatado la desconexión de Franco para hacer coincidir la fecha de su muerte no con la de Durruti, por supuesto, sino con la de José Antonio, concluyendo así una triple vampirización; no sólo le había arrebatado el Partido por él fundado; ahora se quedaba con la fecha y, días después, al ser enterrado a su lado, en el Valle de los Caídos, lo transformaba en segundón y realquilado en su última morada... de acuerdo en que, al parecer, no se tragaban, pero quizás llevó demasiado al extremo las cosas.

A los dos días se abrió la capilla ardiente, ante la cual desfilaron miles y miles de personas... hay quien dice que muchos iban allí para comprobar que estaba realmente muerto, pero no cabe duda de que el Franquismo había arrastrado, a lo largo de años y años, a una parte significativa de la sociedad española, y muchos de aquellos franquistas sociológicos -por lealtad, por curiosidad, por lo que fuese...- aprovecharon para rendirle un último tributo: se sabe que entre ellos estaba un ciudadano que, años después, seria Conseller mío en la Generalitat de Catalunya, y que ahora, según me dicen, anda bastante indepe, o, por lo menos, andaba así hasta hace dos semanas... y no seré yo quien se lo reproche -como no se lo reprocho a ninguno de mis muchísimos familiares y amigos indepes, ¡faltaría más! -porque el caballero en cuestión es un simpático cachondo, con el que pasé muy buenos ratos...Y bien puede hablarse de último tributo, porque el posterior entierro fue más bien de trámite; baste con compararlo con el solemne de Carrero Blanco, el féretro en un armón de artillería tirado por caballos; a Franco lo plantaron encima de un todoterreno Pegaso, lo despidió una escasísima delegación extranjera,  donde destacaba por su estatura y su capa de Superhéroe el Supervillano Pinochet -al que aún no había considerado menos lesivo para los Derechos Humanos que Chávez o Maduro un incomprensible Felipe González-y le pusieron encima, lo más rápidamente posible, mil quinientos kilos de granito. Y allí acabó Franco, y no se han vuelto a acordar de él más que un cada año más menguado grupito de incondicionales, fieles remedos del Martínez el Facha tan acertadamente retratado en las historietas de El Jueves. Y los demás, para llamarnos los unos a los otros "¡Franquista!" a las primeras de cambio.

Sobre el Valle de los Caídos tengo sentimientos encontrados: en la época del Tripartit, cuando prestaba mis servicios en el Departament competente en materia de Memoria Histórica, me enseñaron varias propuestas normativas sobre el destino a dar al monumento, que incluían la exhumación de los restos de Franco y José Antonio y su entrega a sus familiares... como fiel funcionario, expresé lealmente mis opiniones, no demasiado partidarias del trasiego funerario... la cosa quedó ahí, aunque es tema recurrente; tiempo después, en un viaje a Madrid con mi entonces Directora General, cogimos un taxi cuya conductora, una agradable señora de mediana edad. al oír a mi jefa hablándome en Catalán, preguntó:

"¿Son ustedes funcionarios de la Generalitat?"
"Pues si, señora, efectivamente"
"¿Y en qué Departament están...?"
"En el de Joan Saura"
"¡Ah, qué bien, Saura me gusta mucho...! pero lo que no entiendo es eso de que quiera cambiar de sitio El Escorial..."

Intentamos sacarla de su error; no era El Escorial, ni pretendía exactamente cambiarlo de sitio... creo que la dejamos medio convencida, pero nos estuvimos riendo un buen rato de la ocurrencia... me temo que no tendríamos presupuesto para cambiar de sitio El Escorial ni, por supuesto, el Valle de los Caídos, aunque cosas más gordas se han visto.


Pero antes, el 22 de Noviembre, se había producido, en el Palacio del Congreso, sede entonces de las Cortes Españolas, la ceremonia de proclamación de Juan Carlos Primero, ceremonia en la cual, por imperativo legal, tuvo que jurar los textos legales vigentes en el momento... todos esperábamos sus primeras palabras como una pista sobre con qué intenciones venía el nuevo Monarca que, por la cuenta que le traía, se había tirado años y años en un mutismo total y, literalmente, pasando por tonto... en la Delegación de Cornellà solo había un televisor, en la habitación del vigilante nocturno, un antiguo representante sindical desfigurado por un accidente laboral; allí nos apiñamos la mayoría de los funcionarios de la casa, y se nos añadieron, a última hora, dos inspectores de la "social", afirmando que no tenían radio en el coche; supongo que, aquel día, les hacía falta compañía humana.

Escuchamos en religioso silencio las palabras del nuevo Monarca: cesaron sus palabras y los aplausos, y seguimos en silencio, digiriendo las nuevas ideas lanzadas en el discurso... y fue el vigilante quien rompió el fuego, resumiendo las palabras de Juan Carlos:

"O sea, que ha venido a decir que vamos a ser como un país europeo... ¿No es verdad?"

"Pues si, eso ha venido a decir..." contestamos.

"O sea, que vamos a ser un país normal..."

"Eso es", respondimos...

"¡Pues, ea, ya no me escondo más...!", exclamó y, echando mano debajo de su cama, sacó un considerable fajo de revistas pornográficas, que procedió a repartir entre la concurrencia.

Y así cerramos, mis compañeros y yo, aquella fecha histórica; discutiendo sobre dimensiones inverosímiles y posiciones en abierto desafío no ya a los Principios Fundamentales del Movimiento y la Ley Orgánica del Estado, sino a la mismísima Ley de la Gravedad, por no hablar de la Ley de la Impenetrabilidad de los Cuerpos.






















lunes, 16 de noviembre de 2015

Mis fotos de montañas...

Me apetece, entre tanto dolor, hablar hoy de un tema amable aunque, como veréis, no exento de frustraciones; mis fotos de montañas.



Soy, lo confieso, un apasionado de las montañas. Por desgracia, un aficionado más bien platónico; haber vivido casi constantemente por encima del peso aconsejable, y ser un comodón importante no me han facilitado demasiado conquistar esas cumbres que tanto me gusta contemplar desde sus faldas; tan solo en una época en que estuve bastante en forma, y, además integrado en clubs de montaña donde conviví con auténticos montañeros -nuestro Nabaín de Boltaña, y, cada vez más, en salidas conjuntas con nuestro club hermano -aunque vecino-, el CAS de l'Ainsa- me permití, aunque echando los bofes, el lujo de hacer bastantes cumbres en Sobrarbe; no llegué -¡por pocos metros!- a hacer ningún Tres Mil, pero de los dos mil y pico pocos se me resistieron, y eso me permite, al verlos desde abajo, la íntima satisfacción de decirme:"¡Tu estuviste ahí, zagal...!".

Eso sí, me queda el consuelo de los amantes impotentes; la fotografía... a donde no llego yo, llega mi objetivo: y si está lejos, tiro de zoom... en mis viajes, rara es la vez en que no tengo el propósito de traerme el recuerdo de una montaña admirada: pero no creáis que es fácil; ¿recordáis cómo pintaban en los tebeos las montañas más altas, con una nubecita alrededor de su cumbre? pues es verdad, aunque son muchas las veces en que la nube cubre toda la montaña, y te quedas con las ganas... muchas más de las que parece, sobre todo si, como suele suceder en los viajes, cambias de lugar con frecuencia, y solo puedes estar en el mismo sitio, a veces, durante unas pocas horas.

Cuando fuimos a Japón, por supuesto, mi objetivo era el Monte Fuji, el Fujiyama, esa montaña sagrada -como la mayoría de ellas-, cono volcánico perfecto, que domina la Región de Kanto -donde está Tokio- y que se ve, en todos los posters turísticos, acompañada por una flor de cerezo y un Shinkasen, un Tren-Bala pasando raudo a sus pies...  Fracaso total; conseguí verlo por los pelos, al aterrizar, ridículo conito oscuro saliendo de un mar de nubes; tuve un presentimiento y disparé, pensando que después ya tendría tiempo de verlo a gusto... pasamos dos veces a pocos kilómetros de sus faldas, y el manto de nubes nos impedía verlo; incluso, ya en Tokio, subimos al To-Cho, las oficinas de la Región Metropolitana, el más alto rascacielos, coronado por un magnífico mirador -gratuito, aviso a viajeros-..., donde un mapa indicaba dónde, precisamente, "en días buenos", el Fujiyama dominaba el horizonte... me quedé con las ganas, vamos... tan solo al despegar, en el breve espacio de buen tiempo que nos dio un tifón que estaba llegando -y que, al día siguiente, hizo estragos e incluso cortó la línea férrea- pude volver a verlo por un segundo, sin tiempo entonces para disparar... un motivo más para desear volver al Japón.



En Kenia rodeamos por dos veces el impresionante Monte Kenia; exactamente los mismo; nubes hasta la falda, y, eso sí, "en días buenos" se puede ver desde Nairobi; tan solo en el último amanecer en Sanburu- a unos cien kilómetros-, conseguí ver perfectamente su silueta; esa es la única foto que tengo de la segunda cumbre de África; dos horas después pasamos rozando sus estribaciones, y las nubes, de nuevo, me lo velaron...



Peor fue en Eslovenia; me había propuesto ver también el Triglav, esa montaña de triple cumbre -¿quién ha dicho que las lenguas eslavas son difíciles? tri quiere decir tres, ¿está claro, verdad...?- Estuvimos en el Lago Bohim, donde, "en días buenos" se refleja en sus tranquilas aguas... boira prieta, niet Triglav, vuelta p'a casa sin la montaña...

No voy a llorar más, otras veces lo he tenido más sencillo; por ejemplo, el Techo de Europa, el Mont Blanc, pude verlo -y fotografiarlo- sobre las no menos tranquilas aguas del Lago Leman, y en diversas ocasiones pasando en avión sobre su macizo: y hace dos años cumplí una de mis metas fotográfico-montañeras, haciéndome con la Pared Norte del Eiger y -forzadísima la foto, con un cable que está pidiendo photoshop a gritos- con las tres cumbres emblemáticas del Oberland bernés; Eiger, Monch y Jungfrau.






También se prestó a una buena sesión fotográfica el techo del territorio español, el Teide; subí en teleférico casi hasta su cumbre, y no pudimos seguir por estar prohibido el acceso por hielo... incluso reproduje la imagen que decoraba nuestros añorados billetes de mil pesetas...el Mulhacén caerá también cuando culmine mis planes para cubrir una de mis más imperdonables carencias viajeras; sólo he estado dos veces en Granada, las dos de noche, y las dos de paso.



Como cabía esperar, en Sobrarbe no he tenido grandes problemas: las tengo todas, y en todas las épocas del año; no me canso de Treserols, creo que jamás podría cansarme, pero siento también un cariño especial hacia la Peña Montañesa que, esa sí, he subido tres veces, y ya considero como mía.







Pero hoy quería hablar especialmente del Kilimanjaro: un amante de las Montañas y de Hemingway forzosamente tenia que soñar en ver, aunque solo fuese una vez, su gigantesca figura, coronada de nieves eternas -¡ay! cada día más escasas-, alzándose sobre la sabana africana... nuestro viaje a Kenia acababa, justamente, en Amboseli, el Parque más próximo al "Kili", aunque queda como a unos sesenta kilómetros... la montaña africana por excelencia está en territorio de Tanzania, que allí forma un entrante en el de Kenia, y por un motivo bastante curioso: el último Kaiser alemán era nieto de la Emperatríz Victoria de Inglaterra, hijo de una hija suya. Al parecer, la corte inglesa envió una comadrona de confianza para atender a su parto, y la pobre mujer no tuvo un día muy inspirado; por un error, le dejó al Kaiser un brazo tullido de por vida. Fuese o no por eso, la Emperatriz Victoria consideraba a Willy su nieto favorito y, a la hora de establecer con regla y cartabón las fronteras entre la colonia británica de Kenia y la alemana de Tanganika -hoy Tanzania- insistió especialmente en que, ya que el Monte Kenia estaba, inequívocamente, en Kenia, el Kili le tocase al pobre Willy...total, a los negros -todos Masais, a un lado y otro de la frontera- igual les iba a dar... no demasiados años después, Masais de ambos lados de la frontera luchaban, en plena Guerra Europea, sin moverse de sus casas, por su King and Country, o Für Gott und Vaterland...

Llegando por la noche al Lodge de Amboseli, nos avisaron de que la foto del Kili no era sencilla; podía verse bastante bien al amanecer, pero se nublaba enseguida, y ya era invisible durante todo el día: Kenia está encima del Ecuador, y en esa latitud, el sol sale -y se pone- muy rápidamente, y a las seis en punto; a esa hora, allí estábamos todos los fotógrafos del Lodge, varias docenas, pelándonos de frío -a cerca de dos mil metros de altura-, rodeados de monos que nos miraban con cara de sorpresa... "Para hacer esas chorradas -debían pensar- casi no vale la pena evolucionar..."

A las seis en punto, las tinieblas se retiraron, y el Sol doró por un momento la puntita nevada del Kili, saludado por docenas de alegres cortinillas que clicaban sin parar... pero había neblina, mucha neblina, que muy pronto se transformó en nubes que cubrieron por completo la montaña... hubo foto, por supuesto, pero muy por debajo de nuestras expectativas.



Por la mañana siguiente, a las seis en punto, de nuevo estábamos allí... nueva salida del sol, grititos de admiración porque había nevado un poco, y el casquete blanco cubría ahora toda la cumbre... pero, enseguida, la bruma, la nube, y todos a desayunar...

Desayunados y recuperados del madrugón y el frío, salimos en los coches a seguir nuestro safari fotográfico; las nubes se iban oscureciendo, incluso parecía que iba a llover -Amboseli es, paradójicamente, un lugar muy seco, aunque abundan las zonas pantanosas, alimentadas por las aguas subterráneas que llegan desde la montaña-... íbamos, como es natural, mirando en todas direcciones cuando, de repente, casi no pude contener mi alegría: por un jirón entre las nubes asomaba la cumbre del Kili y, en la llanura, a pocos metros de nuestro coche, un magnífico ejemplar de elefante recibía un rayo de sol... disparé casi instintivamente, y conseguí la mejor foto de un safari lleno de fotos inolvidables.

Por ponerle algún "pero"... el elefante es, evidentemente, un "bull", un macho, era temprano por la mañana, parece que los elefantes, cuando se levantan... pero ya somos adultos, alguna risita y ya está; mi Bull ha quedado guapísimo, y es un placer para mí presentároslo; aquí, unos amigos; ahí, el Elefante de Cinco Patas...






viernes, 13 de noviembre de 2015

Un chiste borde y cruel

Hoy os voy a contar un chiste borde y cruel que, en el fondo, son los que me gustan...

Padre e hijo, encorvados sobre sus azadones, están trabajando en su finca; junto a ellos, se detiene un coche de matrícula extranjera; baja la ventanilla y un caballero, sacando medio cuerpo afuera, les pregunta: 

"Do you speak English?"

Gesto de extrañeza de ambos... el caballero insiste:

"Parlez-vous Français?"

"Quéee...?"

"Sprechen Sie Deutsch?"

"¿Lo cualo...?"

"Lei parla Italiano...? Govoristi po Ruski...?

"Mire, señor, no le entiendo..."

El caballero saluda con la mano, sube la ventanilla, y arranca... padre e hijo lo ven alejarse... el hijo suspira y dice:

Ay, padre, qué bonito debe ser hablar idiomas...!"

Y el cabrón del padre le contesta: "¡Si, para que luego te sirva como a ese...!"

¿Y por qué os cuento esto...? no me quito de la cabeza la imagen de Artur Mas, la noche de las elecciones del 27 de septiembre, gritando con la mano extendida: "¡Hem guanyat, hemos ganado, nous avons gaigné, we have won...!" "¡Lástima -pensaba yo- que os hayáis visto en la imperiosa necesidad de matar al Padre, cosa sumamente recomendable, según Freud: él os lo podría haber dicho también en Alemán, Wir haben gewonnen!" Ahora, con las nuevas imágenes aún vivas del papelón que ha hecho en la Sesión de Investidura, mendigando limosna de amores a aquellos que, no hace tantos años, mandaba expulsar de la Plaça Catalunya a porrazo limpio, y viéndose negado dos veces -por lo menos no ha batido el "record" de Jesucristo- seguramente pensará que tanto idioma y tanto "Bussiness friendly" para eso...

En el fondo, te comprendo, Artur; yo también era el primero de mi clase -bueno; empatado con un amigo, y eso también explica cosas-, y sé muy bien cómo te marca, vaya si te marca... sólo te faltaba que esa especie de walkiria de cámara, ninfa tonante, sirena de secano que tenéis te escribiese un libro llamándote "Rey Artur"... no es que me compare contigo, por supuesto, nada más lejos de mi intención, tu has llegado ahí... si bien es cierto que las veces en que yo he hecho el ridículo -que no han sido pocas- no tenía allí la tele para retransmitir en directo la cara que se me quedaba... hoy, cuando lees un editorial en "La Vanguardia" -¡"La Vanguardia", que está en la mesa del desayuno de todas las Tietas Marias y Catalans Emprenyats del País!- donde tu subvencionadísima Prensa te recuerda que "Se puede perder todo, menos la Dignidad", el sapo te debe venir travesero, que es como peor se tragan.

No te preocupes demasiado, Artur; esas cosas pasan... lo malo es que, una vez que han pasado, ya no tienen remedio; podrás salirte con la tuya dentro de varios días o varias semanas, porque eres astuto o porque encuentres tus Tamayos -que debéis estar buscando hasta debajo de las piedras- pero el ratito de ayer ya no te lo quitará nadie, y cada vez que alguien, delante tuyo, parezca estar conteniendo una sonrisa, lo mirarás de reojo y pensarás: "¿Se estará riendo por aquello...?" O no, quizás ayer fue tu último gran momento, quizás le toca a otro ocupar tu lugar... también son cosas que pasan; no serías el primer Moisés que se queda atrás, viendo, a lo lejos, perderse la polvareda del Pueblo que marcha hacia la Tierra Prometida, ese mismo Pueblo que -tú bien lo sabes- estaba ayer al borde del abismo, y que gracias a tu esfuerzo, tu visión de futuro, tu tesón, tu mano firme... está hoy a punto de dar un gran paso hacia adelante.


domingo, 8 de noviembre de 2015

Juegos de Tronos.

Mis -escasas- relaciones con la Monarquía...



Desde que tengo uso de razón política -quizás sería mejor decir "tenía"- me he considerado siempre Republicano. Y en eso sí que tuvo alguna influencia la procedencia falangista de mi padre: José Antonio consideraba a la Monarquía "Gloriosamente fenecida", y hay en esas palabras una excesiva benevolencia, porque el final de la Monarquía en 1931 fue todo menos glorioso, incluyendo el detalle golfo de salir por piernas el Rey de Madrid para abordar un crucero en Cartagena, dejándose atrás mujer e hijos... recuerdo también que mi padre, para hablar de los Reyes Magos, siempre se refería a "Los Reaccionarios de Oriente"... no es casual que uno de mis primeros escritos políticos fuese firmado por un inequívoco "El Oso de Don Favila", héroe gastrorepublicano que he recuperado recientemente en un cuentecillo que alguno de vosotros habrá tenido la amabilidad de leer.

Si embargo, no tengo el menor inconveniente en reconocer que sucumbí durante algunos años a la epidemia de Juancarlismo que sacudió nuestro país, mezcla de asombro por su inesperado impulso democratizador en los primeros tiempos de la Transición -pese a retirar su confianza a Adolfo Suárez, episodio difícilmente comprensible-, el reconocimiento a su conducta el 23-F -pese a todo lo que se haya dicho en contra, sigo firmemente convencido de que quizás tuvo algo que ver en su génesis, responsabilidad sumamente compartida, pero, desde luego, pararlo lo paró él...- e, incluso, ¿por qué no decirlo?, una cierta admiración hacia un tío que, de acuerdo, jugaba con buenas cartas, pero ha ligado lo que no está escrito... ese Juancarlismo se fue atenuando con el tiempo, y había desaparecido ya por completo cuando el triste episodio de la Caza del Elefante (¡Por Dios, un Catorce de Abril, ya es casualidad...!) que, unido a todos los escándalos familiares y las sospechas sobre el origen de su fortuna, bien a punto estuvieron de costarle el futuro de la Institución.

Con el ahora Rey Emérito había tenido yo un brevísimo contacto, siendo aún Príncipe, en circunstancias bien curiosas: visitaba yo el Salón Náutico de Barcelona: os preguntaréis qué diablos hacía yo ahí; todo tiene una explicación racional; una buena amiga, secretaria entonces del Director del Salón, tenía cada año el detalle de enviarme un pase VIP, y yo aprovechaba para echar un vistazo a trastos que valían más de lo que yo iba a ganar en toda mi vida... nada más llegar al Salón, había observado que llegaba el Príncipe, sin demasiadas ceremonias -su estatus político aún no estaba muy claramente definido- y, de repente, coincidimos, los dos solos, en la estrecha pasarela que permitía ver desde arriba un pedazo yate que, seguramente, ni siquiera él se ha podido permitir... los dos titubeamos un momento, y resolví la situación haciéndome a un lado y diciéndole algo así como "Usted primero, faltaría más...!"... detrás venía, perdiendo el culo, el entonces Ministro de Justicia, Antonio María de Oriol, el que años después sería secuestrado por los GRAPO... pasaron a mi lado, saludándome atentamente, y ya está...

Durante mi periodo Juancarlista, nuestros pasos no volvieron a cruzarse, y fue no hace muchos años cuando coincidí de nuevo con Juan Carlos en un acto institucional, pero, dado su carácter masivo, y el hecho de que ya no me hacía la menor ilusión, ni tan solo me puse en la cola para saludarlo, pese a estar en varias ocasiones a pocos pasos de él: uno es muy suyo y, cuando alguien me cae, me ha caído, y punto...

Sí que mantuve una breve pero cordial conversación con el actual Rey, también en un acto institucional en que le fui presentado por un alto mando del Ejército, y debo decir que me causó una muy buena impresión, tanto por las opiniones que expresó, como por la naturalidad con que afrontó el incidente de, por una maniobra desafortunada, tirarse encima una copa del "vino español" que estábamos tomando, que le dejó los pantalones hechos un desastre... lo cual no es obstáculo para que siga opinando que, aunque no considero, en este momento, que sea un tema crucial -hace pocos años hubiese opinado de otra forma-, convendría someter la pervivencia de la Monarquía al voto popular. Aunque, si me cogía en buen día, a lo mejor incluso votaba a favor...

Pero no quería hablar de la rama reinante de los Capetos, sino de un episodio que me relacionó, brevemente, con el entonces Pretendiente carlista, Don Carlos Hugo de Borbón-Parma.

Siempre les he tenido manía a los Carlistas, desde que Dorregaray emplazó sus baterías en La Magdalena y bombardeó Boltaña. Y lo peor es que sospecho -tendría que comprobar fechas- que cuando lo hizo ya había firmado un pacto secreto mediante el cual, conservando empleo y sueldo, se pasaba al bando de Don Alfonso XII, pacto en el que habían sido intermediarios tres prohombres catalanes... y ya es jodido que te bombardeen el pueblo en acción de guerra, ¡pero que te lo hagan por puro postureo...! Comparto la definición de los Carlistas que atribuyen a Pío Baroja, aquella de "Animal de cresta roja que habita en las montañas; confesado y comulgado, baja al llano y ataca al Hombre...", y no me sorprende comprobar cómo aquellos territorios donde floreció el Carlismo son hoy los más sólidos reservorios del Nacionalismo periférico y centrífugo, y compruebo con satisfacción cómo el Alto Aragón -"El Coto de la Reina"- se libró de esa perniciosa orientación. De acuerdo en que Carlos Marx glosaba el carácter de "Movimiento popular" del Carlismo, pero no es ocioso recordar que la quema de brujas, el apedreo de maricas y la defenestración de cabras desde los campanarios también han sido distracciones populares hondamente arraigadas, siendo muy pocos -y muy brutos- los que hoy las defienden.

Pero en los revueltos finales de los años Sesenta del pasado siglo había aparecido un nuevo movimiento carlista, que rompía con la imágen carca del pasado y se proclamaba autogestionario, democrático y federal, o foralista, si queremos: su líder era el hijo del pretendiente de turno, Carlos Hugo de Borbón-Parma; su padre, Don Javier, el teórico heredero, sumaba a su currículum de activo colaborador en el Alzamiento de Franco la desconcertante condición de resistente en Francia contra el nazismo y ex-prisionero del campo de Sachsenhausen, el lugar donde menos podía uno esperar encontrar un pretendiente carlista. El propio Carlos Hugo era doctor en Derecho por la Sorbona y en Economía por Oxford, una formación superior a la que habían acumulado posiblemente todos los reyes Borbones de la Historia de España, incluyendo los actuales. Estaba casado con Irene de Orange-Nassau, princesa de la casa real holandesa, que se había convertido al Catolicismo para casarse con él, renunciando así a sus derechos a la corona. Los Orange-Nassau están podridos de dinero, con la ventaja adicional de que su fortuna se debe a trapicheos que se pierden en la noche de los tiempos, por lo que nadie ya se los reprocha. Los detractores de Carlos Hugo -que los tenía, ¿quién no...?- le acusaban de estar gastándose en su promoción política las perras de su mujer y lo llamaban "Jugo de Orange". Para contrarrestar un poco dicha imagen, Carlos Hugo había trabajado -de acuerdo, solo un verano- como minero, también posiblemente la experiencia laboral más insólita en un Borbón, dando pie a que sus seguidores pudiesen hablar -un poco exageradamente, es cierto- de "Carlos-Hugo, un líder obrero"... había nacido en Francia, y era de nacionalidad francesa -oficial del Ejército Francés, también-, pero nadie veía problema en eso porque, como es público y notorio, los Reyes de España, como los de Bilbao, nacen donde les sale de los cojones.

Esos curiosos carlistas no abundaban, pero su activismo era tal que prácticamente todos conocíamos a alguno: el mío era un compañero de la Facultad de Económicas, un tío simpático, navarro (¡qué raro!), que intervenía en todas las asambleas... después llegué a tener bastante amistad con otro de aquellos carlistas, turolense en ese caso (raro también, ¿verdad?), que llegó a contarme experiencias absolutamente increíbles, como una "joint venture" con la naciente ETA, que se concretó en el asalto a un repetidor de Televisión -por desgracia, cruento; tuvieron que matar al perro del guardián-, gracias al cual pudieron difundir brevemente por las ondas un mensaje de Carlos Hugo, acompañado de una canción que, más inverosímil aún, usaba el tema de "La balada de los Boinas Verdes", una chauvinista película-bodrio de John Wayne a la mayor gloria de los americanos en Viet-Nam... ¡hasta me la cantó...!

Una mañana, mi amigo carlista se me acercó y, con aire conspirador, me preguntó:

"¿Quieres ver al Rey?"

Le respondí, por supuesto, que no deseaba otra cosa en mi vida, creyendo que me enseñaría cualquier estampita... pero no; quedé citado a una hora temprana de la tarde en la boca de los Ferrocarrils Catalans, en la puerta de los Jesuítas de Balmes, donde ahora hay una sede de la Universidad Pompeu Fabra; a la hora fijada, estábamos allí cuatro o cinco ciudadanos más, con cara de despiste: se presentó un enlace que, tras identificarnos, nos dijo teatralmente "¡Seguidme!" y echó a casi correr Balmes arriba... lo suyo hubiese sido que nos vendasen los ojos, pero quizás hubiésemos llamado la atención, cinco adultos jugando a la "gallinita ciega" en pleno centro de Barcelona.

Con tan someras medidas de seguridad, nos llevaron a un piso que podría identificar perfectamente, un Principal en plena Diagonal, a pocas puertas del edificio donde después trabajaría yo varios años: allí, en un salón regiamente decorado -no podía ser de otra manera-, adornado con un tapiz con lo que supongo eran las armas de los Borbón-Parma, sentados en sillas desparejadas, pero con clase, esperábamos dos o tres docenas de ciudadanos de variado aspecto, cuando un caballero elegantemente vestido apareció por la puerta y gritó:

"¡Señores: el Rey!"

Todos nos pusimos en pie, y ante nosotros compareció Don Carlos Hugo, vistiendo un traje cruzado de buen aspecto: nos dirigió la palabra durante unos diez o quince minutos, en un buen castellano con cierto deje francés -¡esas erres!- insistiendo en sus argumentos: democracia, política social, federalismo... acabado su breve discurso, entró en la sala su esposa, y, uno a uno, les fuimos presentados, estrechándoles la mano -a ella también, sin reverencias ni chorradas-, y cruzando con cada uno unas palabras; el castellano de Irene me pareció considerablemente precario, pero con la intención ya valía... yo les fui presentado como "representante estudiantil", condición ligeramente exagerada, si bien es cierto que había conseguido, en su día, los suficientes votos para ser elegido para el Consejo de Curso del Sindicato Democrático de Estudiantes, junto con un compañero de impensable carrera política, Lluis Llach,  y en eso ya le llevaba una cierta ventaja al "Líder Obrero" que, que yo supiese, tan solo había sido elegido por la Divina Providencia. De todas maneras, no os negaré que siempre impresiona estrechar la mano de un tío que desciende más o menos directamente, de Felipe V y César Borgia, es decir, del Papa Alejandro VI... como veis, la cosa quedaba entre descendientes de aragoneses.

Continuó Carlos Hugo su gira por España hasta que, pocas semanas después, fue expulsado del país por órdenes directas del Jefe del Estado: confieso que me halagó... "¡Vaya ataque de cuernos le ha entrado a Franco -pensaba yo- en cuanto se ha enterado de que  Carlos Hugo había hablado conmigo...!". Volvió a entrar clandestinamente para participar en el confuso y sangriento episodio de Montejurra, donde su hermano Sixto, que se había convertido en el candidato de los Carlistas más tradicionales, se arropó con lo más granado del facherío europeo e intentó frenar a tiros la carrera de su hermano.

Por unas u otras razones, la carrera política de Carlos Hugo finalizó cuando -pese a recibir apoyos tan impensables como el de Santiago Carrillo-, su Partido Carlista, ya legalizado, fue barrido en las sucesivas elecciones. Posiblemente su espacio político se había achicado considerablemente en sus feudos tradicionales, ante el empuje de los nacionalismos de segunda y tercera generación, pero no deja uno de pensar qué hubiese sucedido de cuajar su idea de una Monarquía Foralista, es decir, federal... de acuerdo en que pueden parecer soluciones del Siglo XIX, pero cuando ves todo un estadio recordar a grito pelado acontecimientos de 1714, tiende uno a creer que el Siglo XIX podría aportar elementos de modernidad y progreso al triste panorama actual.

Su vida privada corrió caminos paralelos a su actividad política; se divorció de la dulce Irene y se dedicó a la docencia y la actividad comercial: falleció hace cinco años en Barcelona, abatido por la misma enfermedad que se llevó por delante a Mitterand, el cáncer de próstata, demostrando así que el cabrón del cangrejo no entiende de Monarquías y Repúblicas... sucedió en pleno Agosto y yo estaba fuera; de haber coincidido aquí, con gusto hubiese acudido a rendirle un último tributo, aunque solo fuese por ver a sus leales despedirlo cantando aquella vieja canción carlista que habían tuneado para él:

"Si te preguntan ¡Alto,! ¿quién vive?
responderemos en alta voz:
¡Los voluntarios de Carlos Hugo,
viva la madre que nos parió...!"












jueves, 5 de noviembre de 2015

Paseando por Barcelona: Passeig de Pau Casals

Retomo una serie que inicié en Facebook; si tengo tiempo -no os riáis, los jubilados también nos estresamos- los iré colgando aquí...






El Passeig de Pau Casals cierra por el Oeste el barrio en que vivo; es corto -le echo unos trescientos metros, a todo tirar-, lo sombrean unos hermosos pinos, casi romanos en su empaque, y va del Turó Park -oficialmente, creo, "Jardins del Poeta Eduardo Marquina"- a la plaza hoy de Francesc Macià, y en mi infancia y juventud, de Calvo Sotelo; pero esa es ya otra historia.

También durante mi infancia y juventud -por mal nombre, el Franquismo o, mejor aún, el Meso y Tardofranquismo-, el Paseo llevó el nombre del General Goded: auténtico Record Guinnes de la mala suerte golpista, consiguió sublevarse con éxito en Mallorca el 18 de Julio, tomar un hidroavión, sublevarse de nuevo en Barcelona, el día 19,  fracasar en este intento, y ser fusilado a primeros de Agosto en el Castillo de Montjuic, siendo President de la Generalitat Lluís Companys, que, dos años antes, también se había sublevado contra la misma República, y que, a su vez, sería fusilado por los nuevos golpistas, en el mismo lugar, pocos años después: y luego dirán que eso del Karma son chorradas... Ahora lleva el mucho más pacífico nombre de Pau Casals, quien, junto a sus indudables méritos musicales y su inequívoco compromiso cívico, consiguió demostrar la falta de fundamento de las derrotistas consideraciones de otro chelista, mi querido Leonard Hosftadter , ("¿Cómo vas a ligar con las chicas, tocando un instrumento que suena como un moscardón...?") casándose en su exilio con una portorriqueña joven y guapa. Hoy Casals sería multimillonario, sólo con los derechos de autor de su "Cant dels Ocells", tan inevitable en todos los tanatorios como lo es su canción hermana, "Los Pajaritos", en los hoteles del Imserso.





El Passeig de Pau Casals tiene, en su corto recorrido, todo lo que puedes necesitar en la vida, siempre que lo que necesites sea auténtico caviar, relojes de lujo y ropa cara, carísima, de esa que me gusta a mí y que, en mis momentos de euforia económica, podía comprarme a razón de una o dos piezas en cada periodo de rebajas, aprovechando, a ser posible, las segundas rebajas... en el escaparate de la tienda de caviar, púdicamente, no hay precios; entre botellas de Roederer Cristal, busco con la mirada en Caviar del Cinca, ahora que los altoaragoneses - o medioaltoaragoneses- podemos comer caviar de "kilómetro cero"; un día me pondré estupendo y entraré a pedirlo... "¿Tienen, por ventura, Caviar de O Grau...?... no?.. Iraní?... Ruso? ¡no, gracias, o de O Grau, cincuenta vueltas...!" Luego, para que se recuperen del shock, igual les compro una cucharilla de nácar, que creo que a eso si me llegaría el presupuesto, aunque quizás me llevo una sorpresa, y la usaré para comerme los balines teñidos de negro que venden en los supermercados... En las tiendas de ropa cara, un cárdigan de jubilado -uniforme oficial- se te pone en doscientos euros como si nada. De los Rolex, mejor no hablamos... como no hay ningún chino, poco gasto hago en Pau Casals.



Los alrededores reúnen -o reunían- a lo mejor de la alta burguesía barcelonesa: en un lateral del Turó Park vivió muchos años Joan Antoni Samaranch, al que tuve el gusto de tratar brevemente cuando le organicé el equipo de interventores en las últimas elecciones a Procurador en Cortes, y aún se llamaba Juan Antonio: seleccioné a un grupo de alumnas de último curso de Magisterio, y eran tantas y tan guapas que incurrí en el clásico error de la leona cuando acomete un rebaño de cebras y se lía con tanta raya; intenté ligar con varias de ellas, dispersé los esfuerzos, no me focalicé, y acabé a bolos.

También muy cerca de allí vivía un conocido mío: alférez provisional durante la Guerra -cosa que abría muchas puertas aún en tiempos tardíos-, había amasado una pequeña fortuna como promotor de urbanizaciones, aprovechando sus indudables dotes de encantador de serpientes: vestía siempre a la última, lucía un admirable bronceado de terraza de Club Náutico, y conducía un Ford Mustang color chocolate que me hacía babear de sana envidia... su abrupto declive llegó con las primeras Elecciones Municipales de la Democracia, cuando a los funcionarios con los que estaba conchabado -y que le habían permitido urbanizar y, cosa más increíble aún, vender, parcelas a donde había que entrar encordado y con piolet- se les arrugó el ombligo, creyendo, en su santa inocencia, que en el nuevo Régimen ya no serían posibles semejantes mamandurrias...¡Si hubiesen sabido que sólo supondría un sobrecoste del 3%...!A su ruina económica se unió una tragedia familiar, al fallecer su esposa que, antecesora de los filtros de Instagram, había ejercido el arte de iluminadora de fotografías en blanco y negro; por desgracia para ella, el contacto con los pigmentos altamente cancerígenos de las pinturas que empleaba le originaron un muy poco frecuente tumor maligno de vejiga.

Viudo y en la miseria -relativa, le quedaba el Mustang-, la Fortuna vino en su auxilio: había tenido una relación extramatrimonial, cosa nada recomendable, con carácter general, pero providencial en su caso: como el caballero que era, le había puesto a su amada no un piso, sino un negocio, una franquicia de unos productos de belleza. La dama en cuestión, aún perdidamente enamorada de él, vendió el próspero negocio, y se escaparon juntos a una ciudad del Sur, donde abrieron un gimnasio, lejos de una Barcelona tan llena de recuerdos... y de parcelistas airados. Y allí supongo que acabó plácidamente sus días, o por lo menos así  se lo deseo, porque, por desgracia, perdimos el contacto.

También tuve en General Goded -ahora Pau Casals- una de mis primeras experiencias laborales, y no de las más gloriosas, ciertamente: cursando Tercero de Derecho, carrera que creía que ejercería o, por lo menos, acabaría, y estando en apremiante necesidad de dinero, acepté la propuesta que no recuerdo quien me hizo -no soy rencoroso- y entré como pasante en el bufete de un abogado, en uno de los primeros números del Paseo: nunca olvidaré su recepción: alto, elegante, en un despacho digno de un ministro -o un obispo, que viene a ser lo mismo-, presidido por una lámpara de sobremesa en forma de ciervo de plata a escala 1:1, se levantó como un rayo, vino hacia mí y -os lo juro- me dio un abrazo y poco faltó también para un beso en la boca... "¡Bienvenido, Antonio -fueron, más o menos sus palabras- no vas a ser para mí un empleado; vas a ser un compañero joven, y a mi lado aprenderás todo lo que sé... no te voy a ofender fijándote un sueldo -"¡Oféndeme, oféndeme, por tus muertos...!" rogaba yo por lo bajini...-; iremos a medias en todos los casos que llevemos juntos..."

No me hizo falta mucho tiempo para descubrir que mi amable patrón no era, por decirlo suavemente, una gloria del Foro, y que su única fuente de ingresos era la administración del ingente patrimonio inmobiliario de una tía rica, en cuyos beneficios, por supuesto, yo no tenía participación, aunque si en los trabajos que se derivaban de él... llevar juntos llevamos, que yo recuerde -y parcialmente, porque nunca pasamos de las provisiones de fondos- una separación matrimonial, donde representábamos a la esposa, que estaba hasta las narices de que sus hijos llegasen a casa diciendo: "¡Hemos estado merendando con Papá y la novia de Papá...!", y un turbio pleito entre el propietario de un bar y un repartidor de bebidas gaseosas, que lo denunciaba alegando que aprovechaba el rato que él pasaba acodado en la barra, cortejando a una camarera, para robarle del camión cajas de trinaranjus o mirindas, ya no recuerdo bien...

La paja que rompió la espalda del camello -¡Qué bella metáfora beduina!- llegó el día en que me encargó redactar una carta pidiendo a los inquilinos de un edificio que no tirasen porquerías por la ventana del patio interior; cuando culminé la tarea -es decir, tres minutos después- la leyó con atención y me dijo: "Perfecto: haz ahora veinte ejemplares iguales, todos originales, nada de copias... sabemos quién es, la guarra del tercero segunda, ha llegado a tirar hasta condones... pero conviene que cada uno crea que va dirigida especialmente a él..." os recuerdo que en aquella época escribíamos a máquina, y no había impresoras... Aquel mes había cobrado seiscientas pesetas, que, ya entonces, eran una mierda... pretexté uno de mis frecuentes y reales ataques de anginas, me fui a casa, y, pocos días después, presenté mi renuncia, alegando que me había salido otra cosa, lo cual, afortunadamente, era cierto... eso si, quedamos muy amigos y, por supuesto, no lo volví a ver nunca más.

Acaba el Paseo en la Plaça Francesc Maciá; en su rotonda interior, inaccesible, hay un bello espacio ajardinado que he pisado una única vez, para solidarizarme con los jóvenes allí acampados, en los tiempos felices en que  la gente de mi ciudad se manifestaba por causas que yo compartía... el resto de la plaza no tiene demasiado interés, ni ha sido muy favorecida por el comercio: cuento un estanco, una tienda de audífonos, una óptica, una farmacia, y una tienda de calzado de aire ligeramente viejuno, ya os podéis imaginar la pirámide de edad del barrio. Ya en Diagonal, domina el panorama un rascacielos a la barcelonesa -moderado, de dimensiones razonables- donde hoy tiene su sede el Grupo Godó, que acaba de experimentar un quiebro sensacional en su línea editorial, por cierto, y donde trabajé durante un año cuando, en una de las magistrales operaciones inmobiliarias que la caracterizan, la Generalitat alquiló unos despachos, que costaban un congo, por tan breve espacio de tiempo.


Olvidaba hablar de los bares que limitan, a Sur y Norte, el Passeig Pau Casals: al norte son dos: el Tejada y el Café Turó; en mis tiempos de estudiante, iba yo allí con mis amigos pijos, y era el sitio donde quedabas con las chicas a las que querías impresionar, aunque, bien mirado, solo tienen de interesante el sitio que ocupan y sus proximidades:en la terraza del Café Turó veo a muchas chicas de mi edad: unas han envejecido bien; otras... no tanto. Espero que, entre ellas, estén las que me hicieron alguna vez la cobra en el Bocaccio. En el extremo Sur, ya en la Plaza, volvió a abrir sus puertas el Sándor, tras una larga restauración que olía a cierre. En sus pocas mesas de terraza, me he sentado muchas veces, calculando si me llegaría para el lujo de un café en un marco incomparable, donde en una gloriosa ocasión tuve a dos sillas de distancia a Salvador Dalí, en animado monólogo con Amanda Lear, una bellísima e inquietante rubia platino, probablemente transexual, que era por aquel entonces su musa oficial y platónica, como correspondía a su acrisolada fama de impotente.








Vuelvo a casa paseando por la Diagonal; nada más girar la esquina, los precios de las prendas de ropa han caído a un tercio; es zona de Zaras y Mangos, con algún Boss infiltrado... pero la abandono, para subir por calles laterales -alguna, con chalets bellamente ajardinados-  para evitar la calle Tusset, donde hay dos sitios de los que huyo; la casa del Astuto Artur, que me da mucho yuyu, y la panadería donde -me conozco como si me hubiese parido- no me resistiría a comprarme un par de Pasteis de Belem. Junto a la puerta de un restaurante japonés de buena pinta, un empleado, oriental -pero no japonés-, sentado sobre sus talones, se hurga con aplicación las narices con un dedo: restaurante tachado. Acabo pasando frente a la Sinagoga -sorry, no fotos, no quiero poblemillas con el Mossad- donde, cada Sabbath, el Govern de la Generalitat, fiel amigo del Estado de Israel, monta un auténtico despliegue de Mossos: ahora que tiene que pactar con la CUP -propalestina- veremos cosas curiosas. En todo caso, Shalom...






miércoles, 4 de noviembre de 2015

¡A galopar, a galopar...!

Durante muchos años, Blanca y yo practicamos la Equitación: ahí van algunos de mis recuerdos de esa época...


Sobrarbe, un caballo, Treserols al fondo... ¡el Paraiso!

Siempre digo que empecé a montar a caballo gracias a la Política Agrícola Común de la Unión Europea, cuando Joan, de Can Marc, un vecino de Can Garbeller, la masía de los padres de Blanca, en Sant Esteve de Palautordera, comprendió que su explotación de vacas lecheras no tenía demasiado futuro, y decidió reconvertirla en una hípica, y reconvertirse él en jinete e instructor... muy pronto empezamos a frecuentarla, y aún hoy me siento allí como en mi casa, cuando ha crecido hasta incorporar a la escuela de equitación que lleva uno de sus dos hijos, jinete muy avanzado, un magnífico restaurante donde cocina el otro.

Por una de esas casualidades, muy poco después, otros dos amigos -José Ramón y Javier- abrieron una pequeña hípica en Margudgued, una aldea de Boltaña; a partir de entonces teníamos posibilidad de montar en una y otra, y mientras lo hacíamos en Can Marc muchos fines de semana, en Boltaña aprovechábamos Semana Santa y el mes de Agosto para hacerlo casi cada día... no es un deporte barato, y solía decir yo que mi presupuesto en gastos derivados del caballo superaba ampliamente el de muchos yonquis...los hijos nos acompañaban, a veces, pero la única que llegó a aficionarse fue la pequeña, Irene.

Nuestros primeros pasos -Blanca había montado con anterioridad; yo, mayormente en burro...- vinieron marcados por la ignorancia que, como se sabe, es madre del atrevimiento; montábamos de cualquier manera, mal vestidos, mal calzados, sin cascos, galopando sin casi ni saber mantenernos sobre la silla... pronto vimos que aquello era una cosa seria, nos equipamos debidamente y empezamos a tomar clases de equitación... y a aprender más sobre nuestros compañeros de cuatro patas.

Así empecé; en chándal y bambas...


En efecto, a parte del buen ambiente que se suele crear en las hípicas -muy indicadas para ligar, aviso para solteros y solteras- y de las posibilidades que te ofrecen los paseos a caballo para disfrutar del paisaje de una forma muy especial, para mí el mayor encanto de la Equitación reside en la interacción que estableces con unos animales tan entrañables como los caballos.

Me río cuando oigo hablar del "Noble bruto": los caballos, ni son "nobles", ni son "brutos": son unos animales de un psiquismo bastante desarrollado, pero conforme a su naturaleza; son herbívoros y, por lo tanto, pacíficos; no tienen instinto de ataque, y su mayor defensa es la fuga; son gregarios, viven en manada, dentro de la cual se establecen jerarquías... y temen a sus predadores. Son cosas que hay que tener muy en cuenta cuando tratas con ellos: por ejemplo, me horroriza la idea de encerrar caballos solitarios en "boxes": la gente lo hace con la mejor intención, creyéndolos así más protegidos, con nuestra mentalidad de trogloditas; para un caballo, su mejor defensa es disponer de terreno libre para poder correr en cualquier dirección, y estar acompañado de colegas que le avisan de los peligros y que -también hay que tener en cuenta eso- ofrecen más presas donde seleccionar el predador, aumentando sus probabilidades de no ser el elegido... tampoco hay que preocuparse por las inclemencias del tiempo; dentro de su área de distribución natural, las soportan perfectamente. Y son cobardes o, mejor dicho, realistas y prudentes.



Es muy importante también entender la vida social de los caballos, sobre todo si sales en grupo; cuando los caballos de una hípica tienen posibilidad de relacionarse entre ellos, rápidamente se estructuran como manada, bajo la dirección de un líder que, generalmente -y no es sorpresa- suele ser una yegua: desarrollan también amistades y enemistades -mucho cuidado si pasa cerca de tu caballo algún otro con el que haya tenido problemas- y, en algunos casos, relaciones más profundas: Javier tenía un hermoso caballo, "Greco", al que habían castrado ya algo mayor y que, por lo tanto, no había perdido la costumbre del cortejo; una yegua joven, "Luna", estaba perdidamente enamorada de él, pese a que el pobre mal podía corresponderle... eran inseparables, era conmovedor verlos juntos, lo imaginabas diciéndole... "¡Pero, mujer, si es que no...!".

En otra ocasión, también en Margudgued, compraron para Semana Santa una bonita yegua joven, "Pecosa", a la que enseguida se aficionó Irene... cuando volvimos en Agosto, "Pecosa" había desaparecido: pregunté a José Ramón y Javier el por qué, y la respuesta me dejó boquiabierto: "Pecosa" se había hecho con el control de la manada, substituyendo a "Ara", la anterior líder, que solía montar yo: pero mientras Ara era una "lideresa" sensata y responsable, Pecosa era una loca de la vida; en dos ocasiones había incitado al resto de la manada a huir, dejando en una de ellas colgados a monitores y jinetes de una salida de dos días, en plena Sierra de Guara, obligándoles a andar varias horas hasta que consiguieron recuperarlos... resultado; venta a bajo precio... "!Habéis hecho como cualquier potencia colonialista, eliminar a un líder incómodo...!" les dije yo... "¡Exactamente!", fue su respuesta.

Irene con la "Lideresa" rebelde...


Pues bien; en un momento determinado, en la plácida vida de ese pacífico animal -incluso en las hípicas más movidas, los caballos pasan la mayor parte del tiempo tocándose las narices- aparece un extraño ser, que se le monta encima, toma el mando sobre él, y pretende que haga cosas que, en principio le gustan -a los caballos les encanta correr, lo hacen muchísimas veces, estando libres, sin motivo aparente-, pero en un momento en que quizás no le apetece, y por lugares por donde, a lo mejor, no le interesa en modo alguno ir.

Se inicia, entonces, un proceso de negociación: demos por supuesto que la doma le ha hecho ver como inviable su primera opción -librarse del intruso, eso que divierte tanto ver en los rodeos-, y, rendido a la evidencia, espera que, por lo menos, se lo pongas fácil: acabas de crearle también un problema físico; a sus seiscientos kilos has sumado bastantes más , entre un 10 y un 20%, y, además, situados casi todos por encima de su centro de gravedad: leí una bella descripción del Arte de la Equitación: devolver a los movimientos del caballo montado la gracia y la armonía del caballo en libertad. Algo así debe ser tu objetivo.

Pero, claro está, mandando tú; he visto montadores -no me atrevo a llamarlos jinetes- que intentaban imponerse por la fuerza bruta; yo opté siempre por el enfoque cooperativo: el interés del caballo y el mío eran, en principio, comunes: pasar un buen rato, sin hacernos daño: me orientaba siempre en esa dirección: debes mandar al caballo, pero hacerlo bien; sin brusquedades, sin titubeos: detesta las indefiniciones, como los funcionarios,-y sé de lo que hablo- quieren instrucciones sencillas, claras e inequívocas... gobiernas con todo tu cuerpo; se cree que lo más importante son las riendas; los caballos de hípicas, que pasan por muchas manos, han desarrollado una "boca dura", que los hace muy insensibles a las señales transmitidas por el bocado, a no ser que se usen hierros muy brutales; yo siempre aproveché mi peso para gobernar el caballo; al igual que había descubierto llevando el Kayak, comprobé que puedes "mandar" con el culo, transmitiendo el peso de una nalga a otra, adelante o atrás... siempre montaba con fusta, pero jamás la utilicé para castigar a un caballo: me repugna la brutalidad, es ineficaz y, además, difícilmente podrías competir con las coces que se largan unos a otros, en plan colega, para dirimir la menor discusión...si el caballo hace algo mal, lo mejor es echarle una buena bronca -no es broma, son muy sensibles al tono de voz- y obligarles a repetir el movimiento defectuoso: por el contrario, cuando estás contento con su actuación, no debes ser parco en tus expresiones; palmaditas en el cuello, y palabras de agradecimiento que, no sé como, el bicho parece entender y agradecer.

Con Blanca, en Can Marc


Al igual que muchos otros seres superiores -entre los que me cuento- el caballo es un gran amante de la rutina: intenta que haga siempre lo mismo, y de la misma manera; puedes cambiar algo, pero explicándoselo antes: por ejemplo, si, llegando a un cruce, sueles girar a derechas, y hoy quieres hacerlo a izquierdas, prepáralo; llama su atención, palmaditas en el cuello, unas palabras -verás como gira hacia ti una de sus orejas, buena señal...- y, llegado el momento, instrucción concreta: si siempre, al llegar a un terreno llano y liso, le mandas galope, y algún día no lo haces, se muestra inquieto, indeciso, como diciéndote: "¡Tío, que te has olvidado del galope...!", recuerda también que un caballo, como un preso en un presidio, siempre está pensando en la huída, que es su única salvación, y para poder huir de noche o de día debe conocer el terreno por donde se mueve como la palma -es un decir- de su mano... cualquier cambio es, en principio, una señal de alerta: una prima de Blanca montaba un caballo de su propiedad, educado y muy bien domado -procedía de la Guardia Urbana, nos reíamos de ella, diciéndole que su caballo señalaría con el casco los coches aparcados indebidamente...- siempre tomaban a galope un camino donde, al llegar a un cruce, había un contenedor de basura en el margen derecho. Un día, alguien lo había movido al margen izquierdo; al llegar galopando junto a él, el caballo paró en seco, esperando instrucciones... su amazona saltó limpiamente por las orejas, aunque, milagrosamente, no se hizo nada grave.


Paseando junto al Ara

Recuerda también que los caballos tienen siempre miedo, en particular a romperse una pierna -para ellos es. sencillamente, la Muerte- y a sus predadores. Como sus conocimientos tecnológicos son limitados -no saben gran cosa de resistencia de materiales- cualquier suelo que suene a hueco -una losa de piedra, una plancha metálica- basta para ponerlos de los nervios. Les gusta saber por donde pisan: entran sin temor en una corriente de aguas limpias -inolvidable una excursión por las lagunas de la Camarga, con el agua llegándonos a la suela de las botas, sin ver tierra alrededor nuestro, rodeados de flamencos...-pero te costará hacerles cruzar un charco fangoso y turbio. Tampoco les gustan demasiado los puentes: suelo hueco, y vacío alrededor, mala cosa... en todos esos casos, mando firme, y palabras tranquilizadoras, y palmaditas cuando hayan superado el obstáculo.

Y en cuanto a los predadores... en principio, cualquier perro -desde el mastín de ochenta kilos al chihuahua- es para él el Lobo... y ya no digamos cuando -sobre todo, los más pequeños- les ladran e intentan morderles en las patas, en zonas fuera de su visión... cuando hay perros, pasas buena parte de tu tiempo tranquilizando a tu caballo; he visto jinetes que montan llevando al lado a su perro, prueba de que pueden acostumbrarse a ellos, pero no es lo más frecuente. Peatones y ciclistas pueden asustarlos también -si te cruzas con un jinete, procura no hacer nada que pueda asustar a su montura, te lo agradecerá-, y las motos, coches y, en general, todo lo que petardee, bastan para preocuparlos muy seriamente; en una ocasión, me presentaron un proyecto de unas instalaciones deportivas, que optaban a una subvención: incluían un circuito de karts y, rodeándolo, un paseo para caballos... ¡todavía me estoy riendo!. Depende mucho del caballo, claro... monté y quise mucho a un auténtico cobarde, pero también conocí a una yegua -Venus, mi favorita de todos- capaz de superar cualquier situación con un ánimo imperturbable: solo la vi asustarse de verdad una vez, cuando, al pasar junto a una acequia, se levantó de golpe un hombre que estaba dentro, limpiándola... claro que, en este caso, nos asustamos los tres: Venus, el tío de la acequia, y yo.

He pasado muy buenos momentos con los caballos: algunos fueron para mí auténticos amigos: otro día os contaré más cosas de ellos.... mucho antes de que se pusiera de moda, yo también fui un "susurrador" de caballos; disfruté de ellos y con ellos y, en cierto modo, creo que me hicieron mejor persona: seguirá...


Con mi amiga Venus...