lunes, 31 de agosto de 2015

Nuremberg, en la Franconia...

Por las tierras franconas del Norte de Baviera, una ciudad con una fama inquietante...



Desde Rothemburg a Nürnberg hay un corto paseo por campos verdes, bien cuidados, cuajados de granjas de vacuno y fábricas de maquinaria herramienta, a cual más limpias. Son tierras de Franconia, en el ángulo Norte de Baviera, de un carácter, por así decirlo, más alemán... De entrada, es país protestante, y sus gentes no responden -como casi nunca sucede, por otra parte- al arquetipo bávaro, papista y fiestero, que tanto horrorizaba a los severos Buddenbrook de Mann. Y no deja de reflexionar uno... ¡caray, qué mala pata tuvieron..! Con lo bien que habían empezado, ciudad franca imperial, sede de la primera Dieta de cada emperador, Durero, industrialización temprana, el primer ferrocarril alemán, los Maestros Cantores... para después cagarla, y que te asocien a unos baños de masas fachas, unas leyes ignominiosas, unos bombardeos feroces y, por último, a unos juicios que bien está lo que acaba con el Mal, pero tampoco fueron cosa de qué enorgullecerse...!

Nada más entrar en su aglomeración urbana, empezamos a encontrar grupos numerosos que se dirigen hacia el mismo sitio que nosotros: el Zeppelinfeld, que todos los que hemos visto, con una mezcla de horror y asombro ante la belleza formal que puede emanar de  las cosas malas, "El Triunfo de la Voluntad", asociamos a los grandes congresos del Partido Nazi: pero no se trata de las bien formadas escuadras de las Juventudes Hitlerianas, con sus calcetinitos, sus pantalocitos cortos, sus caras devoradas por un acné precoz y pajillero, ni los rudos obreros del Frente del Trabajo, con sus palas cromadas de guardarropía, ni aquellas apretadas centurias de excombatientes de Flandes, con las narices rotas en las peleas con los rojos en las cervecerías, oliendo a grasa para el cuero y a pies mal lavados encerrados en altas botas...éstos de ahora van a su bola, chicos y chicas juntos, chicas con aspecto de cuadrar mal a la definición de "Doncellas alemanas" que  tanto enorgullecía a sus abuelas, dispuestas a parir soldados para la Patria por regimientos enteros. Veo pantalones a rayas multicolores, camisetas con o sin mangas, sobre pechos con o sin sostenes, chanclas, sandalias o pies desnudos, algún chaleco floreado, rastas... Otros, de negro hasta los pies, si se dan un aire a los SS, aunque los dibujos de sus camisetas acojonarían al rottenführer más bregado...  Llevan, además, guitarras y bongos, e incluso detecto entre ellos -¡Horror!- individuos que parecen pertenecer a razas no excesivamente superiores... sobre ellos flota no la roja bandera con la esvástica, sino una nubecilla de humo aromático que, más que fervores patrióticos, parece provocar una risita tonta... listo que es uno, llego la conclusión de que esos terrenos sagrados para todo el facherío internacional se ven profanados estos días por un festival de rock o cualquier otra manifestación de la música degenerada... ni tan siquiera intentamos aparcar -está petado-, y sólo observamos desde fuera el mazacote del inconcluso Palacio de Congresos, especie de Coliseo romano sin gracia, que estaba construyendo Speer.

De las memorias del Arquitecto de Hitler y eficacísimo ministro de armamento, me llamó la atención -a parte, por supuesto, de sus esfuerzos por demostrar su ignorancia absoluta de todo lo que significase asesinatos en masa de judíos, disidentes y prisioneros de todo tipo; debía ser el único alemán que no se había dado cuenta, digo yo...- su preocupación por cómo quedarían sus obras cuando fuesen ruinas, proceso que él suponía que acontecería después de algún milenio, y no en tres o cuatro años, como sucedió en la realidad. La solución era bien sencilla; dejarse de gúrteles y tresporcientos, y apretar a los contratistas para que empleasen materiales de calidad. Los resultados están a la vista, en esas horrorosas Flakturm, fortalezas de armas antiaéreas, que no ha habido narices ni dinamita para derruir, y ahí se han quedado... También en Nuremberg tiraron de hormigón del bueno, como los romanos, y ahí estarán esas cosas dentro de muchos siglos, haciendo compañía al Valle de los Caídos, mientras que de la Clóchina Gigante de Calatrava no quedará ni el recuerdo.

En Nuremberg no hemos elegido una Gasthaus, sino un hotel convencional: está junto a la puerta más elevada del recinto amurallado, al lado del Burg, el castillo imperial: ni yo soy capaz de perderme, con esas referencias: basta con seguir el paseo que circunvala la ciudad antigua. El hotel, con un elegantísimo recepcionista turco, resulta ser un edificio bastante impresionante, con armaduras de caballeros teutones en los pasillos, y gruesas alfombras, pese a que hace un calor cordobés. En la habitación, confortable y espaciosa, hay aire acondicionado, Gott sei dank!




Entramos en Núremberg entre el castillo imperial, y la casa de Durero: cometemos el error mayúsculo de dejar su visita para la tarde; cuando queramos verla, quedará ya poco tiempo para su cierre, y no nos dejarán entrar, afirmando que no íbamos a disfrutar en tan poco rato... subsano parcialmente el yerro comprando una publicación con algunos de sus maravillosos grabados, entre ellos, por supuesto, mi favorito: el Caballero, la  Muerte y el Diablo, que inmediatamente me transporta a la novela de Sciascia...


El casco histórico de Núremberg está formado por dos barrios claramente diferenciados, situados en dos planos ligeramente inclinados, que vierten hacia el río Pegnitz, un tranquilo curso fluvial de aguas limpias, aunque perezosas y remansadas, que proporcionan esos reflejos que tanto nos gustan a los fotógrafos. Llevan los barrios los nombres de las iglesias que los presiden: Sankt Sebald  y -¡agarraos, oscenses!- Sankt Lorenz. Toda la ciudad quedó, por supuesto, como la palma de la mano tras los bombardeos -90% de viviendas destruidas-, pero ha sido objeto de una cuidadosa reconstrucción, y resulta sumamente agradable pasear por sus calles empedradas y peatonales: la plaza central de Sankt Sebald la preside una fuente gótica dorada, la Fuente Hermosa, schöner Brunne,  ante la que posa Blanca muy en plan guiri...

 
 
 



Comemos en un encantador restaurante sobre el río; algo ligero, porque nos agobia el calor: ensalada de patatas, y las riquísimas salchichas del lugar, pequeñitas y picantes. Y cerveza, una cerveza local
amarga y refrescante, en botellas con esos simpáticos tapones de alambre, porcelana y goma, que encontrábamos hace años en las gaseosas... al acabar, paseamos buscando la sombra... pasamos bajo una curiosa fuente, donde el agua mana de los pezones de broncíneas damas, y entramos en la Iglesia de Sankt Lorenz.








 
Y ahí tenemos a mi medio paisano, con la parrillita alzada... cuantas veces me he puesto el pañuelito verde y el ramito de albahaca en la oreja para celebrar su fiesta en Huesca... qué recuerdos... canturreo por lo bajini la copla:

"San Lorenzo, en la parrilla
les decía a los judíos..."

Pero la sonrisa se hiela en mis labios: no, no es lugar para bromas, allí donde se dictaron las leyes raciales de 1935, el inicio de la persecución del Pueblo de Israel... aquellas leyes odiosas que los segregaban de la comunidad alemana y que fueron la base de su muerte civil, su emigración forzosa y, en el caso de los que no pudieron o no quisieron huir, su deportación hacia los ghettos del Este, primero, y hacia los campos de exterminio después...ya hemos disfrutado bastante del día... ahora toca la parte dura... "Blanca -le digo-, se acabó el recreo: vamos hacia el Tribunal del Juicio de Núremberg..."

domingo, 30 de agosto de 2015

Ratatuille

Ves por ahí cosas divertidas... ¡aunque quizás no para todos los estómagos!



El jueves pasado había en Jaca un Mercado Medieval, dedicado a lasTres Culturas -judíos, moros y cristianos- que anduvimos a la greña por estas tierras: es un mercado curioso; todo el centro histórico de la ciudad ocupado por decenas de pequeñas tiendas, que podemos clasificar en dos grandes grupos: "New age" -"Hippys", pare entendernos: artesanos de todo lo imaginable, cristales que atraen el buen rollo, pociones, hierbas, semillitas...- y colesterol ibérico puro y duro, quesos y, sobre todo, chorizos y jamones que bien poco pueden contribuir a la convivencia inercultural y la Alianza de Civilizaciones... jalufo, vamos...



Recorre la ciudad una simpática atracción: bajo el título de "Rataurante", dos ciudadanos, perfectamente ataviados, arrastran un carrito-cocina, muy en la línea "Van-food-, dedicado a ...la rata: una señora ofrece en una bandeja ratas -ficticias, parece...- en forma de pintxos, destripaditas y sanguinolentas, sobre rebanadas de pan... su compañero, que las exhibe colgadas en su carro, se para de repente y anuncia: "Voy a ver si ya está hecha!"; abre una especie de cocinilla, saca una hermosa rata vivita y coleando, finge morderle la cola... "No, aún está cruda!" y la devuelve a su lugar: las damas, alrededor, aúllan... los tíos fingimos entereza, con el estómago en la boca...



Se acercan unas chicas musulmanas, éstas de verdad... el cocinero se ofrece a cocinarles un cus-cús de rata, rico, rico... las chicas se ríen, alborozadas... "O una tajine..." agrega el cocinero, ese sí multicultural...



Ante lo mucho que me río y los frío a fotografías, la camarera me ofrece un puesto de trabajo... no me aclara si es contrato-basura, o compatible con mi pensión: recorrer las alcantarillas por las noches para abastecerles de material fresco... ¡Error, error de ambientación, señora...! Las cloacas, en el medievo, aunque debían estar allí -bien las habrían dejado los romanos- se usaban poco o nada; la mierda se tiraba por el balcón, y las ratas debían campar libremente por todos los sitios.



Pasamos a comentar el tema de los roedores con mis primas: nuestras casas en Boltaña son casas viejas, naturales y abiertas: piedra y madera, asentadas sobre las rocas del terreno: los ratones van y vienen a sus anchas: cuando detecto cagaditas, recurro a la Guerra Química, pasándome la Convención de Ginebra por el forro... gominolas, que les provocan- así de cabrones somos- tremendas hemorragias internas, que los llevan a fallecer, entre atroces tormentos, en lo más profundo de sus guaridas, ante los ojos horrorizados de su abundante prole... aquí querría yo ver a los antitaurinos... Mis primas optaron por admitir la secesión; bloquearon el acceso a la falsa -el desván, nosotros lo llamamos así- las excluyeron de su comunidad, y han dejado que allá se las compongan... curiosamente, ni ellas ni nosotros hemos recurrido a la Guerra Biológica, la lógica y tradicional; en nuestra casa, de niños, siempre había un gato, llamado siempre "Tigre", aunque tuvo varias reencarnaciones, según el tiular optaba por mudarse a otro lugar: el "Tigre" de turno, de vez en cuando, acudía con un trofeo en la boca... "Bien hecho, Tigre!"...

Ayer hablaba de las buenas y malas obras: no puedo dejar de recordar una mía, mala remala, aunque lejana en el tiempo... una de las "delikatessen" sobarbenses son los crespillos: hojas de borraja rebozadas en pasta de buñuelo y azucaradas--- se consumen en la Primavera; la Encarnación de la Vírgen es la "Vírgen Crespillera". Laura, mi primera mujer -fallecida hace pocos años, cuando ya llevábamos muchos divorciados- no conocía los crespillos; una tarde, cuando ya estábamos dentro del coche, una vecina, Rosita de Damaso, me alargó unos cuantos envueltos en papel de aluminio... "Toma, los he hecho como los hacía tu tía Encarnación..." arranqué el coche y Laura, levantando por el rabito de la borraja uno de ellos, me preguntó qué eran... "Déjalos, no te gustarán, es una cosa que comemos aquí nosotros... ¡ratones empanados...!" Le faltó un pelo para saltar del coche en marcha... No digo yo que se divorciase de mí por eso, pero creo que algo pudo contribuir...

sábado, 29 de agosto de 2015

La esquillada

De vuelta, más o menos, a Barcelona, es el momento de recordar viejas historias boltañesas, para apagar un poco la nostalgia...




Yo andaba alrededor de los 20 años: debíamos estar, por lo tanto, entre 1968 y 1970, esos años en que ahora, mirando hacia atrás, parece que me sucedieron muchas- si no la mayoría- de las cosas que han marcado mi manera de ver el Mundo; era, de eso estoy seguro, el último día de las fiestas de Boltaña; la orquesta había ya acabado de tocar su última pieza, que solía ser un pupurri de cosas variadas, que los pocos que quedábamos en la plaza bailábamos como frenética conga, saltando y corriendo por todo el espacio disponible que, a esas horas avanzadas -aunque no tanto para los criterios actuales: entonces, a las tres de la madrugada, se había acabado todo...- era ya prácticamente todo el pueblo, vacío y dormido al fin... no había peñas, no había afters, no había discoteca móvil que prolongase la agonía de los vecinos hasta el ser de día... llegaba el momento de afrontar la cruda realidad; las fiestas se habían terminado, cada mochuelo a su olivo.

Nos disponíamos ya a la inevitable retirada, cuando alguien apareció, ofreciéndonos una nueva opción, un nuevo objetivo a la noche ya comatosa; a las siete -decían- se casaban en la Iglesia una pareja de ancianos: debíamos quedarnos todos, para darles la esquillada.

Las esquilladas, como las peleas a pedradas con los pueblos vecinos o el lanzamiento de cabras desde los campanarios, eran parte de una herencia cultural, arraigada en lo más borde de las esencias de los Pueblos de España, que se resistía a desaparecer ante las luces de la modernidad que ya empezaba a aflorar en nuestra sociedad: digna heredera conceptual de las quemas de brujas y herejes, la esquillada sancionaba el rechazo -o, por lo menos, la mirada crítica o, simplemente, el cachondeo- ante algo tan elemental como el derecho de la gente, fuese cual fuese su edad, a rehacer su vida después de la viudedad -divorciados aún no había, muy pocos separados, y algún anulado...- Los mozos del pueblo en cuestión, armados con esquillas o cencerros, y cualquier otro instrumento ruidoso -que no musical- improvisado, debían seguir a los recién casados, a ser posible hasta el lugar donde fuesen a pasar su noche de bodas,  cantando canciones alusivas de cuya calidad poética os podéis fácilmente hacer una idea... nunca había yo asistido a un espectáculo de esa naturaleza, pero sí me habían contado algunos -recuerdo, especialmente, las historias de Rosenda, una asistenta que teníamos en casa, sobre las segundas nupcias de su tío Bastián...- e incluso conocía alguna de esas coplillas, como la que, seguramente, se cantaba con ritmo de jota...

"No me caso con la viuda
no me casaré, por cierto...
no quiero meter la .....
donde ya la metió el muerto..."

Así iba la cosa, os lo juro...

Ni sé de dónde partía la propuesta de la esquillada, ni recuerdo quién la había formulado, ni tengo, a estas alturas, una idea clara de por qué nos quedamos allí, con tres o cuatro horas por delante, un puñado de jóvenes...posiblemente no estábamos en las mejores condiciones de juicio... supongo que pesó el deseo de prolongar algo más la noche, seguramente alguien trajo algo más para beber, nos quedamos charlando... imagino también que alguno fue a buscar alguna esquilla: yo, que durante un tiempo, había traficado con ellas -es una historia, algún día me animaré a contarla- no debía de tener existencias, o no me apeteció bajar a casa a buscarlas.

Tampoco teníamos una idea clara de quienes se iban a casar; sabíamos que eran dos viejecitos -posiblemente de mi edad actual, algo mayores quizás, pero no mucho- que vivían en una casita pequeña y humilde, al otro lado del puente: no me consta que fuesen viudos, los dos o alguno de ellos; simplemente eran ya viejos para casarse, motivo más que suficiente para entrar en los supuestos que justificaban la esquillada.

Recuerdo, eso sí, que no había entre los que esperábamos un entusiasmo particular, nada de hablar de esquilladas vividas o contadas, ni de ensalzar los méritos de dicha sanción social, ni de decir: "¡Qué pedazo esquillada vamos a dar...!"; nada de eso; el asunto estaba zanjado; nos habíamos quedado con esa finalidad, y punto: con algo que luego yo identificaría con la frialdad burocrática... aquello tan sabido de "Al indiferente, la Legislación vigente..." Los jóvenes tenían que dar una esquillada, nosotros éramos los jóvenes.... tema resuelto: fumábamos tranquilamente -entonces todos fumábamos, salvo algún rarito-, nos pasábamos una botella de algo fuerte -empezada a refrescar, en plena madrugada-, y seguíamos allí, al pie de la torre de la iglesia, seguramente escuchando a la lechuza que solía anidar en ella, y cuyos rebufidos, atribuidos por la tradición popular a un cura pecador que allí había sido emparedado en castigo por sus crímenes-, tanto miedo nos había hecho pasar de pequeños.


Supongo que las horas se nos hicieron largas, y que se produjeron algunas deserciones; éramos ya un puñado reducido cuando, ya casi de día, subió la cuesta de la carretera, renqueando, un taxi, paró ante  la iglesia, y de él descendieron, solos, los novios: pequeñitos, muy juntos, vestidos de colores oscuros, la novia con el velo negro que, por entonces, llevaban todas las mujeres para ir a misa. Creo recordar que también llevaba un ramo de flores, seguramente pequeño y poco vistoso... no les acompañaba nadie, nadie había en la plaza más que nosotros...

Nos levantamos del suelo y, lentamente, los músculos aún entumecidos por el relente, nos acercamos a ellos, rodeándolos... en silencio total; ni un grito, ni menos aún el sonido de ninguna esquilla... nos quedamos mirando a la pareja que, a su vez, nos miraba, cada vez más pequeñitos, cada vez más encogidos, cogidos del brazo, frágiles...

Y entonces sucedió una de esas cosas que aún te hacen guardar algunas, leves, esperanzas... uno de nosotros, a saber quién, se adelantó, sonriendo, y vino a decir algo así como "Nos hemos quedado aquí para felicitarles y desearles muchas felicidades..."

Recuerdo perfectamente la sonrisa que iluminó la cara de los ancianos... "Muchas gracias, mozos, no teníais por qué haberos molestado..." llegaron a insinuar algo sobre esperar a que se abriese el bar para invitarnos a algo  -el bar, con suerte, abriría venticuatro horas después, buenos debían ir después de tres días de fiesta...- se lo agradecimos, les estrechamos la mano, uno a uno -aún no se estilaba besar a las señoras que no conocías mucho- y, alegando que estábamos cansados -lo cual era bien cierto-, fuimos desfilando hacia las camas que nos esperaban, frías, después de tantas horas...

¿Queréis creer que, entre los amigos que allí estábamos, nunca hablamos más del tema...? Aquella noche quedó aparcada en algún lugar de nuestra memoria, en el rincón oscuro y poco frecuentado donde almacenas las veces en que has estado a un paso de meter la pata, de cagarla bien cagada... supongo que el alivio por cómo había terminado el asunto nos ayudó a pasar página... oí decir, años después, que los dos ancianos habían fallecido relativamente pronto, poco después de su boda... si en algo contribuimos a hacer un poco más feliz aquel día, creo que se nos deben haber perdonado algunas de las tonterías que hicimos en otras ocasiones, en el supuesto de que en algún lugar queden contabilizadas buenas o malas acciones... por lo menos, yo algo voy controlando las mías, y estoy más que contento de que la cosa, sin ponernos de acuerdo, sin mediar ni una palabra entre nosotros, saliese esta vez así de bien.







martes, 18 de agosto de 2015

"¡Demonios amarillos y patizambos...!"

En pocos días he hablado dos veces del revanchismo nipón... seguramente no he sido justo, me gustaría precisar más...

Todos somos hijos de nuestro tiempo; nacido en 1949, cuando aún casi humeaban las ruinas de la Segunda Guerra Mundial, sin duda he recibido unas influencias que muchos, más jóvenes, desconocéis, y no cabe duda de que han influido en mis opiniones, aunque después, en muchos casos, he tenido la oportunidad de reconsiderarlas, al contrastarlas con la realidad. O no...

Desde que me conozco, he sido lector de todo lo que se me ponía a tiro; ahora discrimino más pero, de crío y de jovencito, me lo tragaba literalmente todo: de bien pequeño, caían en mis manos obras muy variadas, de las que iba sacando mis propias conclusiones: y en mis primeros contactos con lo que había sido la reciente guerra mundial, influyeron mis lecturas de una colección de tebeos -hoy llamados "cómics" llamada "Hazañas Bélicas".

Curiosamente, no las compraban en casa, donde consumíamos el TBO, Tiovivo, DDT...; pero las devoraba, por ejemplo, en la peluquería que frecuentaba -siempre he llevado el pelo corto-, donde había un montón, manoseadas y llenas de pelillos cortados de clientes anteriores. Creo recordar que algún amigo también me dejaba ejemplares: entre una cosa y otra, los leí casi todos, supongo...

"Hazañas Bélicas", obra del dibujante Boixcar, era una auténtica hazaña postbélica en su momento; en tiempos políticamente muy duros en España, era difícil hablar de la Guerra Mundial sin meterse en jardines espantosos: en todo tebeo que se precie, ha de haber buenos y malos, por supuesto, héroes positivos y auténticos hijos de su madre... y ahí empezaba el problema...

El papel de "Buenos" no podía ir demasiado desligado del resultado real de la Guerra, de todos conocido. Países latinos y hermanos, como Francia e Italia, que habían hecho una magnífica Primera Guerra Mundial, no se habían lucido demasiado en la Segunda; derrotas, cambios de bando... tan solo los maquis y partisanos habían salvado sus respectivos honores pero... eran comunistas; si no todos, algunos, y eso, en la España de los Cincuenta, no se podía ni mencionar. Ni, por supuesto, la Unión Soviética -"Rusia", para entendernos- que difícilmente podía proporcionar héroes positivos para las historietas... Inglaterra -la Commonwealth-, había hecho una guerra magnífica... pero usurpaba el Peñón de Gibraltar: descalificados también...

Quedaban solo los americanos: guapos, ricos, limpios, habían ganado... tan anticomunistas como nuestros gobernantes y, además, estábamos firmando con ellos los primeros Tratados que nos incluirían, aunque por la puerta de atrás, en sus esquemas estratégicos. Eran, por lo tanto, nuestros héroes ideales.

¿Y los enemigos...? ¿Quienes podían ser los malos...? El dedo acusador señalaba directamente a los alemanes, pero... los nazis habían ayudado a Franco en la Guerra Civil, Franco había enviado una división de voluntarios a luchar en las filas alemanas -y en muchas familias ese era un recuerdo bien presente-, un Vicepresidente del Gobierno de Franco había sido General de División del Ejército Alemán, muchos civiles y militares lucían condecoraciones ganadas en el Frente de Rusia... ni siquiera eran aún muy claras las informaciones sobre las bestialidades cometidas por los Nazis... el papel de los alemanes en los tebeos era, por lo tanto, muy matizado; el soldado alemán -sobre todo, en Rusia- estaba equivocado -¡claro, por eso habían perdido!-, pero luchaba por su Patria, su madre, su mujer... como mucho salía algún nazi malo, malo, caracterizado frecuentemente por el monóculo, una auténtica aberración histórica, porque ese trasto era casi exclusivo del Cuerpo de Oficiales prusianos, los únicos que, en realidad, hicieron algo, aunque poco efectivo, por cargarse a Hitler, mientras que los verdaderos nazis de las SS, un ejército de obreros y campesinos de clase media y baja, se partían la caja cuando los veían con el cristalito en el ojo... Era muy útil la Guerra del Desierto, la llamada por los propios alemanes "Guerra sin odio", Krieg ohne Hasse, porque Alemanes, Italianos e Ingleses podían combatir caballerosamente, con fondos fáciles de dibujar -muchas veces, una simple raya horizontal- y, si había alguna baja colateral, era un libio, ya me diréis...

Quedaba un Enemigo evidente, cantado, con todos los números... estaba lejos, había perdido, no había ayudado a Franco -en forma visible-, había hecho muchas cabronadas y, además, no era ni siquiera occidental, ni cristiano... los japoneses proporcionaban ese enemigo ideal, con su carácter descrito como fanático y obstinado, el lío que se hacía la gente con los orientales, identificándolos con Fu-Man Chú, las trampas astutas, las torturas, los suicidios rituales antes de rendirse... eran más difíciles de dibujar, porque llevaban bandas en las pantorrillas, pero, total, de cara todos eran iguales... ¡Adjudicado...! Incluso, por increíble que parezca, se dice que Franco barajó la posibilidad de declarar la guerra al Japón -una declaración platónica, por supuesto- ante las barbaridades cometidas en la ocupación de las Filipinas, donde aún quedaban muchos ciudadanos e intereses españoles. Hubiese sido la Guerra de la Cerveza San Miguel...

Contra los odiosos japoneses se enfrentaban, por lo tanto, los héroes americanos de "Hazañas Bélicas", especialmente la pareja heroico-cómica formada por Johnny Comando y su fiel "Gorila" -un fornido suboficial, de rasgos negroides, situación impensable en el ejército USA de la época, que aún no estaba "integrado", es decir, negros y blancos combatían juntos, pero no revueltos...-, que muchas veces resolvían la situación a mamporro limpio contra sus enemigos, bien dotados de katanas, rifles Arisaka y pistolas Nambu, al grito de: "!Tomad vuestro merecido, demonios amarillos y patizambos...!"

Como veis, la corrección política aún tardaría años en llegar... muchas fueron las influencias posteriores que fui recibiendo sobre el Imperio del Sol Naciente: su milagroso despegue económico, (bien) la llegada a nuestro país de las primeras empresas niponas (mal; eran tan bordes, o más, que los de aquí), mis lecturas sobre su cultura y su historia, mi primer japonés de carne y hueso -la medio novia de un amigo, encantadora...- con algunas recaídas en lo negativo -"El puente sobre el río Kwai", "El Imperio del Sol"...-,  y nuevos imputs positivos -"El Imperio de los Sentidos"- o como ponerte a cien en Japonés-,  Akira Kurosawa, Tokio, nuestro pintor jotero en Sobrarbe, mis conferencias a alcaldes y concejales japoneses, y los profesores que los acompañaban, con los que llegué a establecer una buena aunque fugaz amistad-... se fue formando en mí un interés hacia todo lo japonés, que culminó con el descubrimiento de su cocina (¡Anna, del Ikkiu!), y que, tras mi viaje a Japón -que desearía no fuese el único-, se ha transformado en cariño y admiración. Aunque sean un poco revanchistas, que aquí también tenemos de todo...

Estoy en condiciones, pues, de afirmar solemnemente que:

.- Los japoneses no son demonios; son un pueblo serio, trabajador, disciplinado, extremadamente amable, amantes de su familia y de sus tradiciones... en momentos históricos determinados, arrastrados por líderes nacionalistas irresponsables, han podido cometer barbaridades, como muchos otros, y las que veremos... pero no son demonios.

.- Los japoneses no son amarillos: sencillamente, no les gusta tomar el sol, y se protegen de él con todos los medios imaginables: las mujeres, en pleno verano, con sombreros y gorras de viseras increíbles, con sombrillas -o paraguas-, con manguitos para los brazos, leggins para las piernas... vi curritos trabajando en obras, a pleno sol y sin preocupaciones, y tenían un tonillo dorado digno de un chiringuito de Marbella.

.- Los japoneses son patizambos: lo siento. Todos no, por supuesto, pero hay muchos. Hay diversas teorías para explicarlo... pero, vamos, lo que en mi pueblo llamamos "garrosos", lo son...


¡Ahí queda dicho...!





lunes, 17 de agosto de 2015

No digas Padre, no digas puta...

Hace un rato, muy cerca de mi casa. Está sentada en el borde de una jardinera. Treinta largos. Asiática. Poco agraciada... el bar, con luces violetas, puertas abiertas a las once de la mañana, aireando el ambiente. Habla por el móvil...


¿Madre...? Si, yo, Madre... tarifa más barata... ¿Qué hora ahí...? Perdona... rato libre, puedo hablar, poco negocio, vacaciones...

¿Todo bien...? ¿Hermano? ¿Caída obra... dos piernas, malo, malo... Hermano no suerte... aquí no obras. Antes, si, ahora no obras, gente no trabajo... se nota negocio, claro...

¿Padre bien...? ¿Tú bien...? Trabajo, claro, tantos niños... son años, si, más sesenta...todo duele...

Esto, bonito. Barcelona, bonita. Muchos turistas. Aquí, no turistas; aquí, Sant Gervasi, casas buenas, calles estrechas, gente rica... no, no comunistas, algún loco; todos CiU, todos PP, muchos a misa... paisanos, si, claro, muchos, gente confunde, dicen todos chinos... no, no frío, ahora verano, ahora calor, sudor, como en casa... tifones, no, tormentas... invierno, frío; anorak de chino, botas... nieve no, no esquiar, qué cosas...

Te llegó dinero...? cien euros, si... ya, no mucho, todo caro... aquí, muy caro, sobra poco, casa cara, habitación cara, comida cara... pago pasaje. Tres años aún. Entonces, más dinero... ropa no, ropa barata; top y faldita para trabajo, chanclas... 

¿Trabajo?... ya sabes... camarera bar. No, no bebo, beber caro, si invitan... solo hombres. Tocan algo. Luego tocas tú... no, puta no, poco rato, viejos... no digas Padre, no digas puta... dan propina. Dueña queda mucho, cervezas caras, wiskis malos, hombres poco dinero... no malos, algo guarros, mucho desgraciado, mucho solo... no bueno solo... yo, sola; alguna amiga, de trabajo, Asia, sí; Europa más guapas, más caras, otros bares... Alguna América, hablan Español... aquí, Catalán... no, no lo mismo; si dices, enfadan... todo lleno de banderas. Parece fiesta. Raros, no, algo...

¿Contenta...? No contenta, echo a faltar... cuando pasaje pagado, otro trabajo... cajera súper, muy bueno, mucho dinero, no hombres, no noches. Pero yo poco Español, poco Catalán... aquí, poco aprendes... con amigas América, me fijo, pregunto... acento raro, dicen hombres, se ríen... volver no, no dinero, deudas, cobrarían vosotros, hombres malos... trabajar, trabajar, esperar suerte... semana que viene envío más. Un abrazo, Madre... pasa hijos...




domingo, 16 de agosto de 2015

Yasukuni

Están pasando cosas en Japón: y no olvidemos que, entre Japón, las dos Coreas y China vive una parte importante de la Humanidad, reside una parte también significativa de la capacidad productiva mundial, y no faltan riesgos potenciales de enfrentamiento, con dos potencias nucleares, y los Estados Unidos metidos hasta el corvejón: crucemos los dedos.




Ayer, quince de Agosto, se cumplían setenta años justos de la Capitulación del Japón: fue día de conmemoraciones, y también de contrastes: por un lado, el Emperador Akihito, el que después de su muerte pasará a ser llamado Emperador Heisei, el nombre que recibe ya la era de su reinado, mostró su "Profundo arrepentimiento" por los sufrimientos infringidos injustamente por su país -del que era emperador su padre, el Emperador Showa-a los pueblos vecinos, y lo hizo inclinándose, él y su esposa, unos buenos 70º, que eso ya sabéis que tiene su importancia. Pero su primer ministro, el nacionalista de derechas Shinzo Abe, que hace muy poco presentó una reforma legislativa que suaviza las restricciones al uso de las Fuerzas Armadas japonesas (eufemísticamente llamadas "de autodefensa") en el exterior, fue mucho más tibio en sus planteamientos, levantando una oleada de indignación en los que fueron sus principales víctimas; China y las dos Coreas.

Curiosamente, tuve una breve y distante relación con Akihito, hará una cuarentena larga de años: viajaba yo de Barcelona a Sevilla en avión y, al hacer escala en Madrid, se nos comunicó que el vuelo a Sevilla se demoraba una hora por celebrarse la despedida del entonces Príncipe Heredero del Japón, de visita oficial en España: había una terraza en la terminal de Barajas, sobre la puerta VIP y, como no tenía nada mejor que hacer, me dispuse a contemplar el espectáculo, en primera línea, aferrado a la barandilla.

Estaba ya preparado en la pista el avión imperial japonés, la alfombra roja, y la compañía que iba a rendir honores: despedía al Príncipe Akihito su colega Juan Carlos, príncipe heredero también, aunque es mejor no recordar de quién: pues bien; en el momento en que hicieron su aparición ambos príncipes, se cernió sobre mí la sombra de algo de más de dos metros y doscientos kilos que, prácticamente sin tocarme, me inmovilizó contra la barandilla de la terraza: sólo acerté a ver, en la solapa de la cosa, el crisantemo, emblema imperial japonés... para rebajar un poquito la tensión, llegué a esbozar una especie de aplauso de foca con los muñones a que habían quedado reducidos mis brazos, lo más parecido a un movimiento que podía realizar en el escasísimo espacio vital que me dejaba aquella mole... fue cerrarse la portezuela del avión, y la sombra se desmaterializó, como tragada por la tierra, recobrando yo mi libertad. Lo confieso: no tuve pelotas para mirar atrás...

Shinzo Abe, por lo menos, ha tenido el detalle de no poner la guinda sobre el ultraje a las víctimas del imperialismo japonés, y se ha abstenido de visitar ayer el Yasukuni, como si lo hizo en 2013; ha enviado, eso sí, un arbolito para que lo plantasen allí, a varios de los ministros de su Gobierno y a un buen puñado de parlamentarios de su partido.

Situado detrás  de los jardines del Palacio Imperial, en lo más céntrico de Tokio, el Yasukuni es un memorial consagrado a los japoneses muertos por su Patria y su Emperador; más concretamente, es el lugar donde residen los 2.500.000 Kamis -dioses- en que se han transformado esos caídos. Ya me vais conociendo, ¿Me podía perder yo un sitio así...?

Por un cuidado parque, se accede al santuario -porque es un santuario sintoísta-, bajo un tori (puerta) de acero: todo llama la atención por su sobriedad: no ves más colores que el blanco del luto sintoísta, adornado con los crisantemos imperiales, que indican que se encuentra bajo la directa dependencia del Emperador. Carteles bien visibles indican -también en Inglés, si no, de qué me iba a enterar...- que está prohibido exhibir banderas y cantar canciones patrióticas, prohibición que no me afecta porque, en Japonés, no conozco ninguna... sin embargo el muchacho amputado de ambas piernas que veis en una foto, en su silla de ruedas deportiva, lleva una camiseta con aspecto harto sospechoso: imagino que el santuario es la meca del facherío nipón, que no debe andar escaso de efectivos; por si las moscas, extremo mis signos de recogimiento y respeto, y repito los ritos habituales en los templos: purificación de manos y boca con agua corriente, toque de campana para avisar a los kamis despistados de mi presencia, monedita -pequeña, no hay que pasarse- al cepillo de las limosnas, e inclinación con manos recogidas junto al pecho... no sé a ciencia cierta si hay por algún lugar osarios o cenotafios, pero he visto en un museo una foto de las fuerzas japonesas repatriadas desde Manchuria después de su derrota: todos los soldados llevan al cuello, colgadas de un cordel, cajitas de cartón con las cenizas de sus compañeros caídos.



He hablado de dos millones y medio de kamis; pero no solo a ellos está dedicado Yasukuni: hay también un recuerdo a los animales integrados en las fuerzas armadas -perros, caballos, y palomas mensajeras...- y otro, más justamente merecido aún, a las viudas de guerra, que debieron levantar sus familias sin la ayuda del marido muerto. Sus estatuas de bronce conmueven; niños sin padre, mujeres sin hombre, las auténticas víctimas de una guerra, más que los muertos que, total, ya ni sufren ni padecen ni tienen que ir a comprar cada día...




Tiene Yasukuni un pequeño museo y una boutique: ahorro a Blanca el museo, y me limito a contemplar las piezas que se exhiben en el exterior: un avión "Zero", el cazabombardero más utilizado por la aviación japonesa, una locomotora del ferrocarril de Birmania -el que pasaba por el Puente sobre el río Kwai- y una pieza de artillería desenterrada de los restos de un búnker destruido en la "Honorable derrota" de Okinawa.




Es en la boutique donde empiezo a ver cosas inquietantes: me compro un chambergo de camuflaje de las Fuerzas de Autodefensa actuales, y un muñequito de los que usan por miles los jóvenes japoneses para llevar colgando de sus móviles, que representa... un piloto Kamikaze, los pilotos suicidas que estrellaban sus aviones contra los navíos americanos en los últimos días de la guerra: su nombre, "Viento divino", hace referencia al tifón que desarboló la flota china cuando, siglos atrás, pretendía invadir Japón. Una estatua de un Kamikaze, orgulloso, con su hashimaki ciñendo la cabeza con la bandera japonesa, preside también un rincón del jardín... en la boutique, cómics con pilotos kamikazes... me juego un brazo a que puedes recorrer todos los kioskos de Alemania sin encontrar un solo cómic dedicado a Hans-Ulrich Rüdel, el piloto de Stukas, ni a Werner Möelders, el as de la caza durante la Segunda Guerra Mundial...


Y esa es la cuestión más inquietante que suscita Yasukuni: mis queridos y admirados japoneses, ese pueblo ejemplar por tantos conceptos... ¿han asimilado correctamente su culpa en la guerra, en la expansión imperialista, en los ataques "preventivos" a traición, en las masacres indiscriminadas, en el uso de miles y miles de mujeres coreanas como esclavas sexuales...? Entre los millones de inocentes que vagan por Yasukuni, pedazos de carne bautizados -a la sintoísta-, que no hicieron más que cumplir órdenes, muertos de miedo, hay también no menos de catorce criminales de guerra ejecutados por orden del Tribunal Militar aliado que los juzgó... y, precisamente, al único juez del Tribunal que no firmó las sentencias de muerte, un indio, está dedicada una hermosa placa en Yasukuni, donde se recogen sus siguientes palabras -cito de memoria- "Cuando pase el tiempo, cuando los hechos se vean con más objetividad, quizás los juicios sobre víctimas y criminales cambien..." Saquen ustedes mismos sus conclusiones...





sábado, 15 de agosto de 2015

Maria Himmelfahrt

En Baviera queremos visitar Múnich, pero también la vecina Augsburg, el pueblo del Emperador Maximiliano, los Fúcares... y Bertold Brecht: optamos por una solución salomónica, y elegimos una residencia rural entre las dos ciudades, bastante próximas...


La búsqueda por Internet es fácil: seleccionamos una Gasthaus en una pequeña aldea: en Google Earth aparece como una bonita construcción en medio de verdes campos... lo que no puede percibirse en la vista por satélite es que los campos están verdes gracias a ser copiosamente regados con purines, ni que en la habitación contigua a la nuestra varios fornidos camioneros se alternan sin parar para fumar en la terraza común... dicho esto, la aldea es muy tranquila y bonita, la Gasthaus acogedora, su Biergarten muy majo, y la comida buena y barata: kein problema..!

La aldea -una cincuentena de casas- es un lugar de aquellos donde la vida debe discurrir pacífica, en un ambiente de tranquilidad campesina, un cierto confort, y pocas aspiraciones, pero con todos los problemas básicos resueltos: las casas son grandes y están bien cuidadas, rodeadas de jardines y huertos; ves en ellas furgonetas que hablan del oficio de sus habitantes: constructores, electricistas, un cristalero... no son casas de notarios, ni de ricos profesionales que trabajan en la ciudad. Estamos en los primeros días de junio, y aún no han quitado los árboles de Mayo, una costumbre que se perdió en mi pueblo, hace años ya: en ellos hay también símbolos de los menesteres de quienes los han levantado: herreros, granjeros.. veo también cerditos, no me extraña, de algún sitio tienen que sacar los purines, y las salchichas que fabrican en la charcutería vecina a la gasthaus.



No os perdáis los escuditos; tiro al blanco, la Virgen y una salchicha con los colores de Baviera...




En el centro de la aldea está la iglesia. Católica. Curioseo, por encima de la baja cerca, el cementerio; en un lugar destacado, un monumento recuerda a los hijos del pueblo muertos en las dos guerras mundiales: los he visto a cientos en los pueblos franceses; allí, los del 14-18 triplican a los del 39-45; en éste hay un claro empate, incluso me parece que gana la Segunda. El Frente del Este... recuerdo el poema de Bertold Brecht, hijo de estas tierras: "¿Qué le trajo el soldado a su mujer de la helada Rusia...? ¡El negro velo de viuda, eso le trajo...!"








Lo que ya no está tan bien es, por decirlo de alguna manera, la conectividad, lo que los alemanes llaman -os lo juro- Verkehrverbindung. Aunque la autopista está muy cerca, las carreteras locales están poco o nada señalizadas y, en cuanto al ferrocarril, sólo conseguimos ir a Augsburg desde el pueblo vecino... así que nos toca movernos en coche, perdiéndonos entre carreteras siempre bien asfaltadas, que siempre atraviesan campos verdes y no menos verdes bosques, siempre  cerca de pueblecitos blancos y arreglados, algún hiper pequeñito, y algún almacén de -no podía ser de otra cosa- cerveza.



En una de esas excursiones -Blanca quiere comprar botellas de cerveza para los chicos; encontraremos las mismas que venden en nuestro supermercado de Sant Gervasi pero, eso si, casi a mitad de precio, y con una bonita caja de plástico de regalo, muy útil para transportar botellas de cerveza alemanas...-vemos, en medio de los prados, una hermosa iglesia, de un blanco deslumbrante: un discreto cartel indica que se trata de Maria Himmelfahrt, la Asunción de María.






Reconozco que, en mis años de bachillerato, me hacía un auténtico lío con la Ascensión de Jesús y la Asunción de María: debía recordar que, por decirlo de alguna manera, en la Ascensión Jesús subió a los cielos autopropulsado, mientras su Santa Madre requirió de la ayuda de un número no determinado de ángeles.Para mí, la Asunción había sido siempre el día de la Virgen de Agosto, Fiesta Mayor en Bielsa -y vísperas de las de Labuerda- y cénit de mis vacaciones, que, indefectiblemente, empezaban a declinar hacia su inevitable final y el regreso a Barcelona... día, por lo tanto, en que empezaba a ponerme de mal humor, por no decir, en expresión muy frecuente por mis tierras, "de mala virgen"... pero algo me atraía en aquella iglesia, y no paré hasta, al día siguiente, acercarme a visitarla, después de buscarla un buen rato entre un dédalo de carreteras...



Vamos a ver si lo aclaro: me defino como un agnóstico católico; es decir, algo muy distinto de un agnóstico protestante, un agnóstico judío o un agnóstico musulmán, si existe tal figura. Mis creencias filosóficas me han apartado de la religión en la que crecí y fui educado, pero ni me han acercado a la órbita de otras, ni me han hecho olvidar mis orígenes sociales y culturales; circunstancias personales y de carácter han hecho que ese distanciamiento no fuese traumático, ni hiciese crecer en mí un antagonismo que me incapacitase para aceptar el jovencito piadoso y tontorrón que fui, y miro con desaprobación e indignación algunos -bastantes- actos de católicos activos, e incluso de ministros de la Iglesia, pero justo como las miraría en budistas, que también los debe haber falsos, bordes y partidarios de tocarles el culo a los monaguillos... Dejé de creer en el Ratoncito Pérez, pero no por eso cazo ratones; si a veces les pongo veneno, es por motivos higiénicos, o, incluso, por la Paz Familiar...

Pero, de la misma manera que asumo con bochorno los excesos criminales que se han realizado en nombre del Catolicismo -aunque es obvio que yo no he quemado ningún hereje-, no puedo dejar de sentir cierta empatía con "los míos" -aunque ya no lo sean- en aquellos lugares en que han sido y son perseguidos por algo tan inofensivo, en el fondo, como las creencias personales, cuando no son instrumento del Poder o no aspiran a la imposición: y eso vale para los iraquíes de hoy, los irlandeses del siglo pasado... o los alemanes del Siglo XIX o de la Guerra de los Treinta Años, cuando la católica Baviera lucho al lado del Emperador y del Rey de España contra los príncipes protestantes del Norte, ayudados por potencias tan lejanas e impensables como Suecia... o por Luís XIV que, católico como era, vio una oportunidad de oro para debilitar a España y el Imperio, los dos poderes europeos que lo tenían literalmente emparedado.



De aquella época barroca son los Himmelfahrt que salpican Baviera, viendo en ellos una clara señal de identidad en el culto a la Virgen, poco o nada compartido por los severos Protestantes, que ven en él, y no sin razón, un residuo del simpático politeísmo que el Catolicismo heredó del Paganismo clásico y disimuló en una miríada de Vírgenes diversas y Santos... con esa intención de acordarme de aquellos tiempos revueltos, entro en el santuario, y lo encuentro bello y acogedor, en sus blancas paredes que rodean dorados altares... estamos a trece de Junio, día de San Antonio de Padua, mi santo patrón, y allí, justamente, rodeado de un bello retablo, está su imagen, sosteniendo un libro y un Niño Jesús que parece no dar demasiada guerra y dejar leer al buen hombre... miro a izquierda y derecha: no hay nadie: despisto a Blanca -mi Pepito Grillo laico- y, a hurtadillas, le enciendo una velita...





 


miércoles, 12 de agosto de 2015

Ratisbona

Me contaron, con nombre y apellidos, la historia de un cenutrio que, convocado a una reunión de trabajo en La Haya, llegó un día después de la fecha establecida, increpando además a sus compañeros... "¡Cabrones, podíais haberme dicho que, en Holandés, este pueblo se llama "Den Haag...!"



Algo así le podría pasar al viajero que, buscando la anciana y universitaria ciudad de Ratisbona, se rompiese los cuernos con el GPS y el Google Earth, sin advertir que en todos los lugares aparece con su nombre germano de Regensburg, tal y como se lee correctamente en las señalizaciones de la autopista que, de buena mañana, nos conduce a ella desde Núremberg, otro nombre que en Alemán se escribe distinto, aunque, en este caso, baste con quitar alguna letra y añadir algún umlaut...

En Regensburg esperamos encontrar un viejo y buen amigo: el Danubio, el Donau, al que ya hemos tenido ocasión de saludar en Viena -afueras-, Bratislava y Budapest.... seguiremos el curso de ese Padre de Centroeuropa hasta la villa de Passau, donde lo dejaremos adentrarse en tierras austríacas, canino de Linz, siguiendo nosotros ahora las aguas del Inn, montaña arriba y mapa abajo -viene del Sur- hacia los Alpes, que aún un se divisan en el horizonte. Y en todo el camino iré releyendo mentalmente a mi querido Claudio Magris, biógrafo del río y de las tierras que a él se asoman, cargadas de historias y leyendas.



Tiene Ratisbona el morbillo especial de ser su Universidad una de las cátedras que conocieron el magisterio de un personaje singular; en ella ejerció Aloisius Ratzinger, el Papa Emérito, nacido no muy lejos de aquí... tengo sobre el Papa Ratzinger una anécdota que no me resisto a contar:

Corrían los felices tiempos del Primer Govern Tripartit de la Generalitat de Catalunya; en el Gabinet de nuestro Conseller ecosocialista, seguía con varios asesores y buenos amigos las deliberaciones del Cónclave que elegía sucesor de Juan Pablo Segundo. Os preguntaréis si no teníamos nada mejor que hacer... la respuesta es, obviamente, que no, y aún se nos debe agradecer porque, en cuanto empezamos a hacer cosas, no dejamos de empedrar el camino que nos ha llevado a la actual triste situación: triste, por lo menos, para mí... Nos llamó a media tarde, nuestro Secretari General, y nos dio la noticia:¡"¡ Es Ratzinger!"

La acogimos con resignación: para una pandilla de rojos -eso creíamos ser- no era una buena noticia: un doctrinario duro e implacable con nuestros queridos teólogos de la Liberación... que a un grupito de agnósticos nos importase tanto la elección del nuevo jefe de una Iglesia cuyos locales no pisábamos desde hacía muchos años sin mediar novios o muertos, dice mucho de la aconfesonalidad de nuestro Estado... momentos después, volvió a sonar el teléfono: el Secretari General otra vez... "¡Que no, que no es Ratzinger, que dicen que es un tal Bénet Setsé...!"

"¡Coño, Setsé, como la mosca...!" dije yo, siempre irrespetuoso hacia la Jerarquía... "¡Un cardenal africano, hoy es un día histórico...!" comentó,. ecuménico, otro de mis compañeros... pronto de deshizo el equívoco; Ratzinger había elegido el nombre de Benedicto Dieciséis que, en Catalán, sonaba aproximadamente así... no enteramos, enseguida, de que la grey católica iba a ser pastoreada por un antiguo Hitler Jugend -aunque contra su voluntad, todo hay que decirlo- pero justo es reconocer que, abrumado por el despelote financiero y el rijo pedófilo de una parte sustancial de sus inmediatos subordinados, optaría en su momento por dejar la Cátedra de Pedro...pero esa es otra historia...

Nos acoge Ratisbona/Regensburg con uno de los mejores regalos que puede desear todo viajero; un parking céntrico, situado en los bajos de un centro comercial, donde adquiero material para afeitarme las barbas que me están matando a picores, en la ola de calor que sacude Alemania. Se acaban así mis temores, porque la ciudad es una de las declaradas territorio limpio, y los vehículos que entran deben proveerse de un escudito que garantice su baja emisión de efluvios contaminantes: no he tenido tiempo de seguir la complicada trama burocrática necesaria, y me expongo a severa y germana sanción...


Tiene Regensburg un delicioso casco antiguo, lleno de tiendas de artesanía y terracitas de bar... en una de ellas, una camarera peruana nos acoge como si fuésemos de la familia... cada 12 de Octubre nos reímos mucho de la Hispanidad, pero lo cierto es que, cuando te encuentras con un americano de habla hispana por esos mundos de Dios, te das cuenta de que los lazos existen, y tanto... aprovecha para rajar un poquito de los teutones, y asentimos, comprensivos... son otra cosa... de todas maneras, no vive mal allí, se ve una chica culta, quizás estudia en la Universidad...

Dejamos atrás la imponente Catedral, y nos dirigimos de cabeza al río... queremos pasar por el centenario puente de piedra, uno de los más majestuosos que cruzan el Danubio, sobre basamentos romanos... nos lo encontramos en obras, pero no impiden cruzarlo y disfrutar de su belleza y del paisaje urbano y fluvial que desde él se divisa: lo reconozco, tengo un cuelgue con los puentes -incluidos los colgantes-, los considero el ejemplo más logrado de la combinación entre belleza y utilidad, si excluimos alguno de Calatrava, y no me extraña que la más prestigiosa magistratura romana fuese la de Pontifex, constructor de puentes, cargo que, por cierto, heredó Ratzinger...

 



Dedicamos poco tiempo a Regensburg, mucho menos del que merece, porque aún nos espera un largo camino; pero aún tengo tiempo para cuadrarme y saludar ante la estatua de su hijo más notable y más próximo a nuestra Historia; Don Juan de Austria.

Durante años di por buena la versión, leída en algún mal libro de historia, de que el Emperador Carlos tuvo a Don Juan de Austria de una esporádica relación con "una posadera de Ratisbona": pero era bastante surrealista suponer al Káiser Karl der Fünft buscando en Trivago o en Central de Reservas... "A ver, posada en Ratisbona, confortable, posadera simpática..": allá donde fuese, habría tortas para albergarlo... fue una de sus anfitrionas, de alta cuna y mejor sentido de la hospitalidad, quien alumbró al niño, llamado Jeromín (qué cosas!) hasta que su imperial padre, ya en su retiro de Yuste, lo recibió, lo reconoció en público, y dispuso que se le tratase con la debida dignidad... cosa que no dejó de causar alguna incomodidad a su real y retorcido hermano, Felipe Segundo, de quien todo buen aragonés -e incluso los medianos- debe renegar por lo menos una vez al día, por arrebatarnos nuestras Libertades y mandar degollar a nuestro pobre Justicia, Don Juan de Lanuza, que apenas si se afeitaba. Un monumento en el centro de Zaragoza así lo atestigua, como premio de consolación, donde el pobre ejecutado extiende su mano en gesto de concordia, como diciendo: "¡Tampoco fue para tanto...!"



Una vez reconocido, se le asignaron a Don Juan cometidos militares, al verse que no se orientaba hacia los eclesiásticos, destino habitual de bastardos y segundones: y en todos ellos destacó Don Juan, tanto en la lucha contra los moriscos rebeldes de la Alpujarra como, especialmente, en el mando de las fuerzas coaligadas en Lepanto, donde se frenó la expansión del Imperio Otomano, cambiando quizás el destino de Europa... recordadlo cuando comáis jamón con un chato de vino...no pudo acabar con el avispero de los Países Bajos -para milagritos, a Lourdes- ni completar su sueño de desembarcar en Gran Bretaña, gesta donde han fracasado muchos, y que mal se le puede reprochar.

Y todo ello, sin faltar ni un momento a la debida fidelidad a su real y borde hermano, que desconfiaba de él -como de todo el mundo- y le ponía micrófonos en los floreros de los restaurantes: siempre se negó a reconocerlo como Infante de España -cosa que si hizo Juan Carlos con su televisivo tiastro Leandro- y, ni que decir tiene, a satisfacer su legítima ambición de tener un reino propio, él que tantos conquistó o ayudó a defender, e incluso le desilusionó cuando contaba con una oferta bastante seria de ocupar el trono de ... Albania, en lo cual, todo hay que decirlo, quizás no anduvo tan errado Felipe Segundo.



En en esa fidelidad típicamente germánica donde se reconoce su singularidad, en un país de pillos, astutillos y chaqueteros: la Deutsches Treue, algo deslucida cuando los SS la adoptaron por divisa, esa Fidelidad que, en política -Fidelidad Federal, Bundestreue- es la base de su convivencia. Cuando la Ley Fundamental de la República Federal estableció que sería himno nacional "la tercera estrofa de la Deutsches Lied", se cargó no sólo la primera, aquella del Deutschland uber Alles, que establecía unos límites de Germania ligeramente incómodos para sus vecinos, sino también la segunda y poco conocida, donde se alababan la Fidelidad y las canciones alemanas, junto a su vino y... sus mujeres: nos hemos perdido el espectáculo de sesudos varones teutones -imaginemos a un orfeón de Schaubles- cantando una versión del "Viva el vino y las mujeres" de Manolo Escobar... de todas maneras, la Patria en la que no nació ni murió, pero a la que sirvió toda su vida, no ha sido -¡cosa rara!- ingrata con él: se le ha dado su nombre a un Tercio de La Legión y, por lo menos, a un Instituto de Bachillerato en Barcelona, si no se lo han cambiado ya...

Dejamos a Don Juan de Austria en su estatua y en su Regensburg, y nos acercamos a Passau, donde comeremos en los muelles del Danubio... viéndolo solo de reojo, entre las docenas de cruceros fluviales allí amarrados: nos espera un duro final de etapa: la casa natal de Hitler, y la residencia de verano de Hitler... emociones fuertes; nos va a caer la Historia encima como una losa...






lunes, 10 de agosto de 2015

Nordwand

No todos tendremos una Nordwand. A muchos, ni maldita la falta que les hará, pero a algunos, en el fondo...



El paisaje de Grindelwald, desde la terraza de nuestro hotel, es una maqueta de Märklin, de esas que los niños no-ricos contemplábamos con admiración en los escaparates de las jugueterías caras: entre prados de un verde insultante, centroeuropeo de montaña, salpicados de casitas del abuelito de Heidi -mañana veré, os lo juro, a un mozalbete patilargo con una cabrita al hombro, conduciendo su rebaño; un pelo me faltará para gritar "Peeeeedro!...- corren arriba y abajo trenecitos de colores vivos: van a Kleine Scheidegg, montaña arriba, justo al pie de la Nordwand.

Hacia el Sur, hacia el corazón de los Alpes, cierran el valle tres colosos de cuatro mil metros: Un Tibidabo encima de Monteperdido, me digo para ponerlos en términos familiares: el Mönch, el Monje, protege a la Doncella, la Jungfrau, de las asechanzas del Eiger, el Ogro. No me fiaría yo mucho del Monje, la verdad... pero es el Eiger el que atrae mi atención, su pared Norte, la Nordwand, 1.800 metros vertiginosos de roca recubierta de nieve y hielo, y eso que estamos en un Junio particularmente cálido, hasta en esas tierras del Oberland bernés, a las que nos hemos desviado en nuestro viaje a Baviera.

El 11 de Agosto de 1963, dos mozos aragoneses, Navarro y Rabadá, contemplaban esa misma pared; habían subido allí en el tren, desde la tienda de campaña que compartían en Grindelwald: ni para un hotel les llegaba con el dinero que habían podido ahorrar, y la ayuda de la Federación Aragonesa de Montañismo; me los imagino contando las perricas en el monedero antes de pagar el billete: aún ahora, Suiza es cara de cojones; subir al collado de la Jungfrau nos costará más o menos lo que el AVE de Barcelona a Madrid... Navarro y Rabadá, que no llegan a los treinta, en España ya lo tienen hecho todo; los Mallos de Riglos, Ordesa, el Naranjo de Bulnes... los hemos visto en las magníficas recreaciones hechas por el equipo de "Al filo de lo imposible" -grande, Sebastián Álvaro...-, escalando con sus cuerdas de cáñamo, con sus alpargatas de cáñamo... en la España de los primeros sesenta, el cáñamo aún no se fumaba, si no habías hecho la "mili" en África... la Nordwand, la pared más exigente de Europa, era su sueño... hacia ella se dirigieron, cuerdas al hombro, quizás silbando para quitarse el susto, porque esos sueños, cuando los ves alzarse delante tuyo a las primeras luces del alba, siempre te arrugan el ombligo... incluso a los más valientes, como ellos lo eran...



No os voy a contar lo que pasó: se encontraron con dos japos que intentaban lo mismo, pero no se entendieron !!! y decidieron subir solos... desde el valle, con prismáticos y catalejos, iban siguiendo su lenta, muy lenta progresión: dos manchitas, roja y azul, reptando hacia arriba entre rocas y hielos...los expertos movían la cabeza, con preocupación: subían despacio, demasiado despacio, venía mal tiempo... pasaron dos días, les nevó, la pared chorreaba agua, que se transformaba en hielo... los observadores vieron, con incredulidad, que renunciaban a la única salida posible, la ventana del túnel del cremallera que sube por dentro de la Nordwand... "¿No himos de poder...?" se dirían... pero no siempre se puede, maños... al quinto día, las manchitas se pararon... ¿Se habían dormido...? un reactor de la Fuerza Aérea suiza pasó, atronando sus motores, lo más cerca posible de la pared, para despertarlos... pero ya nadie podría sacarlos de su sueño, de su Nordwand...

Su recuerdo me había llevado hasta allí; mañana subiría al Collado del Jungfrau en el cremallera, mareado como un pato después de la rápida remontada: pero esa es otra historia...después de cenar, bien, cosas de cocina de montaña, salí un momento, a solas, a la terracita de mi habitación. Los últimos rayos del sol poniente doraban la Nordwand, arrancando matices cálidos hasta de sus nieves y sus hielos, que ya es decir... sobre su cumbre, empezaba a brillar la luna.

Todos moriremos, ya lo sabemos... yendo todo bien, lo haremos a edades avanzadas, hechos un desastre. Estadísticamente hablando, nos espera una disyuntiva: oncológicos, o cardiorespiratorios... pensaba en aquellos jóvenes, atrapados en los hielos de su pared hasta que una mano amiga, cortando la cuerda, los envió mil quinientos metros más abajo... estricallados, por supuesto... no sabemos lo que habrían hecho después, pero quizás ya habían absorbido toda la belleza, ya habían disfrutado de todos los momentos de triunfo, esa sensación inigualable de la cumbre, que sus cuerpos podían soportar... me costaba, la verdad, compadecerlos... hice una de esas cosas inconfesables que, luego, para no dejarlas dentro tuyo, acabas confesando... yo, que no he pasado de hacer un rápel de cinco metros, y en pendiente -Blanca lo hizo de veinte, y volado- yo, indigno de su gloria, les canté una jota...








sábado, 8 de agosto de 2015

Lugares de mal rollito: Hiroshima

Para mal rollo, Hiroshima... ya había visto algo parecido en Dresden, pero lo de aquí fue, para el momento, tecnología punta... se dijo que había inaugurado una Era: vaya mierda de Era, la verdad...




La estación de Japan Railways en Nara es nueva, funcional y bonita, y está limpia cual patena de iglesia con monaguillos competentes. Su bar es una "Boulangerie" francesa -las estaciones de Japan Railways son de lo más europeo que encuentras en Japón- pero, fiel a mi política de inmersión, pido lo más japo que veo: té Macha -ese delicioso té verde en polvo, que te disuelven en la taza con una  brocha como las de afeitar- y una especie de medio balón de hándbol, de un verde claro, que resulta ser algo así como una bola de harina de arroz, rellena de nata, y glaseada con sabor a melón: buenísimo, lo pediré otras veces...

Mi bollo es el de la izquierda: Blanca pidió esa especie de buñuelo


Tiene también la estación un eficiente servicio de información al viajero, atendido por una simpática señorita que habla el Inglés bastante mejor que yo, lo cual tampoco es difícil. Para ir a Hiroshima, nos da instrucciones precisas; en el Andén Tres, tren de las 8 16' a Ósaka -así, esdrújula, yo que llevo toda mi vida pronunciándola llana, a la aragonesa...- En Ósaka, lanzadera a Shin-Ósaka -lo he visto varias veces; tal sitio, y shin-tal sitio, será algo así como "nueva estación", digo yo...- De allí, Shinkasen (Tren-bala, nuestro AVE, vamos...) a Hiroshima, no tiene pérdida...


Son las 8 10': bajamos al Andén Tres: un tren espera con las puertas abiertas: entramos y nos sentamos; a las 8 14', con un discreto silbidito, cierra puertas y arranca; una voz desgrana la letanía de lugares a donde se dirige, supongo... no oigo ni Ósaka, ni Osaka, ni nada que me suene. Comprendo, desolado, que no estoy en el tren de las 8 16'....¡Mierda!

Detrás nuestro se sienta una señora de mediana edad: no, no habla Inglés; le pregunto, haciendo el signo internacional de "ir hacia" con la mano, por Ósaka: sonríe, pero no dice nada... la dejo por imposible.

No han pasado ni dos minutos cuando la señora me da un golpecito en la espalda; se ha bajado un traductor al esmartfone, y ha escrito luego en una tirita de papel lo siguiente: "Disculpen por no hablar Inglés; lo estoy aprendiendo. Bajen en la próxima estación, vayan al Andén Uno, y cojan el próximo tren; va a Ósaka... ¡Buen viaje!"

La benemérita señora se gana varias docenas de "Domo arrigato goishisame" y reverencias a sesenta grados; mi espalda no ha vuelto a ser la misma después del Japón, tanta reverencia... pero se las merecen, los jodidos, tan amables; hacen que viajar por su país sea sumamente sencillo. Sin más problemas, llegamos a Hiroshima.

La estación de Japan Railways de Hiroshima es nueva, funcional, bonita, limpia, y enooorme: tiene encima un Hotel que, como todos los de las estaciones de Japan Railways que he visto, lleva el castizo nombre de "Granvía". Subes al hotel directamente desde la estación, y allí hemos reservado habitación, porque también  allí hemos de tomar el tren, al día siguiente, para enlazar con el ferry a Miyajima: A la habitación nos acompaña un joven machacado por el acné, pero correctamente ataviado de Botones Sacarino cuyas reverencias se aproximan ya a los 75º.

La habitación, en un piso alto, nos ofrece una primera vista de la ciudad; rodeada de verdes montañas, es limpia y bonita. Y nueva, pienso yo, aunque justo debajo de la estación descubro dos o tres "machiyas", las casitas de madera tradicionales, que bien podrían ser supervivientes de la época: no sé si estamos a suficiente distancia...



El seis de Agosto de 1945, un B-29 americano lanzó sobra Hiroshima la primera bomba atómica operacional: explotó a seiscientos metros sobre la ciudad -la distancia calculada para optimizar el efecto destructivo- dejó la ciudad como un solar, y mató en el acto a unas 90.000 personas: 150.000 murieron después por efecto de las quemaduras y, sobre todo, de las radiaciones, una muerte que, al sufrimiento, añadía el macabro "plus" de lo desconocido, y que se ha prolongado en el tiempo, durante décadas... Hiroshima, con su gemela Nagasaki, han pasado, así, a ocupar un lugar de excepción en el nutridísimo catálogo de sitios testimonio de la barbarie humana. Y esa ciudad nos proponíamos visitar, con el corazón en un puño.

Un tranvía nos deja en el primero de los puntos memoriales de Hiroshima; el puente sobre uno de los numerosos brazos del río, próximo ya al mar, que sirvió de referencia a los tripulantes del bombardero: a su lado, el único edificio que sobrevivió a la explosión, esa famosa estructura de hierro en forma de cúpula de uno de los pocos edificios de hormigón armado, que alojaba, lo que son las cosas, una exposición de productos artesanales e industriales de la ciudad... paseamos junto al edificio con el ánimo acongojado, cruzamos el río, y nos acercamos al Parque de la Paz.


Lo de detrás es una simple nube, pero, allí, tenía su morbo...


No resisto a la tentación de tocar la gigantesca campana de bronce: las campanas japonesas tienen el badajo fuera, originalidades del lugar... tirando de una cuerda, un madero golpea la campana, y en ronco sonido reverbera unos instantes, en este caso, en homenaje a los que alrededor de este punto perdieron su vida... hay que ser muy insensible para no emocionarse en momentos así, y no os puedo ocultar que noto un nudo en la garganta...no tan solo por ellos: por todas las vidas segadas prematuramente por nuestra incapacidad para erradicar la violencia, esa lacra de nuestra especie que desmiente nuestra presunta racionalidad...



La visita al vecino Museo nos deja una impresión muy particular; hemos visitado varios memoriales alemanes, y el mensaje es claro y directo:  fuimos unos cabrones  -hubo cabrones, muchos, entre nosotros-, nos pusieron a gusto, nos lo teníamos merecido: lo siento,. me he equivocado, no volverá a pasar... en los memoriales japoneses el mensaje es mucho, muchísimo más matizado...



De entrada, las referencias a sus aventuras imperiales tienden a ser bastante neutras, por no decir francamente tergiversadoras: la conquista del norte de China, con el establecimiento de un régimen títere, es la consecuencia del "Incidente de Manchuria", así como la matanzas y violaciones indiscriminadas en las ciudades chinas de la Costa lo son del "Incidente de Nankín"... poco les falta para hablar también del "Incidente de Pearl Harbor"...

De la misma manera, el museo está dedicado, por una parte, a ponernos ante el puro horror de las dramáticas consecuencias de la bomba, pero también a desmontar la versión occidental del ataque como medio efectivo para impedir la continuación de la guerra, salvando así la vida de muchísimas personas más, si bien es cierto que una parte importante de ellas habrían sido U.S Marines. Una bomba humanitaria, vamos.

La versión que argumenta y documenta el Museo es diferente: en Agosto de 1945, Japón estaba ya contra las cuerdas; incluso había sufrido el bombardeo de Tokio, más mortífero aún que el de Hiroshima, y su capacidad industrial y militar era ya claramente residual; la capitulación era cosa de días, ni de semanas ni de meses.

Además, el ataque nuclear respondía a un plan ya establecido años atrás, que incluía dos decisiones trascendentes: lanzar la bomba sobre el Japón, no sobre Alemania -ahorrándosela a un país occidental-, y hacerlo sobre ciudades previamente elegidas que, por ello, serían preservadas de bombardeos convencionales, para así poder visualizar mejor los efectos de la nueva bomba. Además, en Hiroshima no había prácticamente prisioneros de guerra occidentales, aunque si una importante cantidad de trabajadores coreanos más o menos forzados.

Según se argumenta -e, insisto, documenta- en el Museo, detrás de la decisión de lanzar la bomba había dos móviles inconfesables: uno de ellos, de tipo interno e incluso me atrevería a decir que parlamentario: demostrar que los ingentes gastos originados por el Proyecto Manhattan -el programa nuclear americano- no habían caído en saco roto: una explicación tan bestia no nos resulta increíble a los que, como es mi caso, hemos dedicado nuestra vida a la Administración Pública: todos hemos visto casos así, no tan mortíferos, pero bastante similares.

El otro, también absolutamente creíble, era de política exterior: las relaciones entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, ya no muy fluidas en tiempos de Roosevelt, se estaban deteriorando a ojos vista tras su muerte y el ascenso a la presidencia de Truman, y nunca estaba de más enseñarle a Stalin el juguetito de que disponían... tiempo le faltó a Don José para sacar de sus campos de concentración a todos los ingenieros nucleares alemanes y ponerlos a trabajar a marchas forzadas, iniciándose así una carrera que iba a continuar, por lo menos, durante toda la Guerra Fría.

Se articula así el discurso del Museo: nosotros tuvimos nuestras cosas, no lo negamos: pero con nosotros se pasaron dos pueblos, y, además, pagamos el pato por cosas que no venían a cuento: y esas fotos horribles de cuerpos carbonizados en vida, o, peor aún, supervivientes con su carne hecha jirones y la mirada vacía y extraviada de los que van a morir dentro de pocos días o años, entre tormentos atroces, esas brigadas de quinceañeros que trabajaban en Protección Civil transformadas en harapos ennegrecidos con sus botones metálicos fundidos, ese pobre infeliz sentado en una escalera de piedra del que solo ha quedado la sombra de su cuerpo... podrían haber muerto felizmente en sus camas, años y años después, o incluso ser los amables y sonrientes ancianos con los que te cruzarás, cuando salgas del Museo buscando una bocanada de aire fresco, y pasees por las calles de una ciudad viva, limpia, ordenada, con los uniformes de los escolares ya preparados en los escaparates para el nuevo curso, pero sobre la que planean, invisibles pero siempre allí, decenas y decenas de miles de ausencias.