domingo, 3 de mayo de 2015

Veliki Novgorod





 Hemos llegado a Veliki Novgorod en un tren de cercanías exsoviético; nada que ver con su versión del AVE -el Sapsang, “Halcón”-en que hicimos en un plisplás los seiscientos ñilómetros entre Moscú y San Petersburgo, rodeados de ejecutivos pijos con tablets y esmartfones; éste es un honesto y renqueante convoy, aunque limpio como una patena, que tiene parada en todas las estaciones y apeaderos, donde descienden de él cientos de ciudadanos y ciudadanas bien provistos de cestitos de mimbre. Van -imaginamos- a recoger fresas, frambuesas y grosellas en los huertecitos de sus dachas: tarareo por lo bajini una canción de Los Gandules: “Bayas, bayas, el osiiiito come bayas…” La compra del billete, en mi escaso o nulo Ruso, ha sido toda una epopeya; en un momento, a la ajada funcionaria -que ya debía tener sofocos en tiempos de Breznev, que Gloria haya- se le ha ido la pinza, y me ha llamado “Tovarich”… ¡Ganas me han dado de besarla en los flácidos mofletes… “Da, da, Ya Tovarich”!, enseñando mi viejo carnet del PSUC…!

Otro día os contaré qué he venido a hacer en Veliki Novgorod; una vez cumplido mi cometido principal, nos ha sobrado algo de tiempo para visitar su hermoso Kremlim, más pequeño, pero no menos bonito, que el de Moscú, y acercarnos a las orillas del Volchov, un caudaloso y pacífico río de llanura, de aguas increíblemente azules, en las que se bañan los velikinovgorodenses…  en su ribera, me dejo mecer por mis lecturas de mi amado Chejov, y poco a poco, me voy sumiendo en otra realidad…

Estoy apalancado en una tumbona de lona, de rayas azules: llevo abierta la gimnastiorka de mi uniforme de teniente de Húsares: pronto voy a tener que incorporarme a mi regimiento, porque la cosa se está poniendo fea para Serbia, y aquí está el primo de Zumosol para sacarle las castañas del fuego… no se muy bien qué voy a hacer, porque me dieron el cargo por la buena amistad de mis papás -óptima, en el caso de mi mamá- con mi coronel, y sólo pedían ser chulo y guapito de cara, saber montar, y que alguna de tus abuelas hubiese sido amante del Zar, condiciones que cumplía escrupulosamente, en particular en lo referente a las abuelas…algo se me ocurrirá, total, los alemanes deben estar más o menos al mismo nivel…


A lo lejos, me llegan los hermosos cantos litúrgicos de los monjes del vecino Monasterio, y los más destemplados y aguardentosos de los trabajadores -hasta hace poco. siervos- de mis campos: mucho más cerca, bajo la pérgola del jardín de los cerezos, oigo a las múltiples mujeres de mi familia comentar los últimos chismes de la Corte; el Zarevitch, pobre, tan malito, el Zar, cada día más en la higuera, la Zarina, liada con ese hombre horrible que huele a macho cabrío… Sentado en una silla más bajita -no hay que dar excesivas confianzas-, mi administrador me comenta los problemas cotidianos de mi haciena. Me consta que me roba… ¿Cómo, si nó, con la mierda que le pago, podría haber enviado a su hija a la Universidad…? Por cierto que la niña está cada día más guapa, no desaprovecho ninguna oportunidad para lanzarle miradas incendiarias… ¡esa, cae, te lo digo yo…! Aunque la Okrana, nuestra eficiente Policía Política, ya me ha avisado de que ande con ojo, que, al parecer, en Moscú frecuenta malas compañías… esos estudiantes, siempre dando por saco, como ese Vladimir Ilich, al que hemos tenido que enviar al Lena, después de ahorcar a su hermano, por follonero, en la Fortaleza de Pedro y Pablo… Sigue el administrador enumerando vagones de trigo, sacos de patatas, libras de mantequilla, con sus rendimientos en rublos y kopecs, pero no le presto demasiada atención porque me acabo de dar cuenta de que todo ésto se va a ir a tomar vientos, y que dentro de muy poco, en el mejor de los casos, me veré conduciendo un taxi en París, donde las cocottes a las que tantas botellas de Roederer he pagado me racanearán la propina cuando las lleve a Chez Maxims… pero eso no pasará hoy; pido otro vaso de kvas bien fresquito, y noto en mi boca ese gusto amargo y sabroso del pan de centeno, mientras disfruto de la dulzura del verano ruso, entre un invierno cabrón y otro que no será muy bueno, porque no hay momentos mejores que los que vives entre las dificultades ya superadas y las que, sin lugar a dudas, te esperan en el porvenir.




Kremlim de Novgorod y Río Volchow

No hay comentarios:

Publicar un comentario