miércoles, 18 de julio de 2018

De río a río...

... y tiro porque me lleva la corriente... ¿Ah, que no era así...?




Dedico una mañana a dos visitas fluviales: para empezar, volvemos al Rhin, pero no en su tramo romántico, o sí, en el sentido más movido del Romanticismo, en el de "Sturm und Drang", el Vendaval y el Empuje, aquella explosión de vitalidad tan querida por los románticos alemanes: hoy visitaremos el Rhin en su tramo más espectacular, las cataratas más importantes de Europa, la Rheinfall, en Scharfhausen, Suiza... pero muy cerca de la frontera alemana, y en lo que bien podríamos llamar el límite sur de la Selva Negra.

Me cuesta un buen rato encontrar Scharfhausen en el Gúgel Maps, hasta que caigo en la cuenta de que debe ser la "Scafusa" que aparece más o menos en el sitio donde yo busco la ciudad suiza... supongo que es la costumbre que tenemos los meridionales de traducir o cambiar los nombres germánicos de ciudad, que da origen a engendros como "Munich", que no es München, ni Mónaco di Bavaria, como lo llaman los italianos... ya en mi anterior viaje en coche me costó reconocer en Regensburg la Ratisbona ligada a dos personajes tan dispares como Don Juan de Austria... y el Papa Emérito Ratzinger... días atrás, Maguncia se escondía tras las señales de autopista que indicaban "Mainz", y me quedé con ganas de visitar Triers, la ciudad donde, ahora hace doscientos años, nació Karl Marx, al que todos dábamos por originario de Tréveris, pero la verdad es que una y otra me caían algo a trasmano... un placer adicional en los viajes por tierras germanas...

La Autobahn deja paso a una buena carretera, el paisaje apenas si cambia -o no cambia nada, vamos-, y sólo pasar por una pequeña ciudad llamada "Zoll", "Aduana", indica que dejamos Alemania y entramos en Suiza; en los dos puestos fronterizos tan sólo se adivina, tras los cristales, algún aburrido policía... luego sólo tendremos constancia del cambio de país en el color de los carteles indicadores, y en que los suizos han pintado carriles bici en sus arcenes... pienso lo que debía ser esta frontera en los tiempos de la Segunda Guerra Mundial, cuando evadidos del nazismo intentaban cruzarlas para entrar en la poco acogedora, pero, por lo menos, no letal Suiza... mis imágenes de esta frontera estarán siempre ligados a Steve McQuinn intentando cruzarla en su moto, tras su Gran Evasión del Stalag Luft, el campo de pilotos aliados prisioneros de guerra... luego te enteras de que en los "Hechos reales" que dieron origen a la película no participó ningún piloto estadounidense, ni con guante de beisbol ni sin él, sólo ingleses, que el guión se modificó por conveniencias comerciales, y que las escenas de moto fueron iniciativa de McQuinn, gran motero, que quería lucir sus habilidades...

Pero en aquel momento me preocupa otro tema menor, pero no por ello menos estresante: ¿tendré que comprar la Vignette...? Los suizos obligan a comprar una pegatina para poder circular por sus autopistas, no por sus carreteras: la Vignette no es demasiado cara, pero fastidia pagar por todo un año cuando, como en este caso, voy a estar en Suiza un par de horas y, además, sus autopistas no están a la altura de su chocolate, su queso o su discreción financiera: abundan los tramos a 100 y 80 km/h, e incluso llegamos a ver un 60, en un túnel helicoidal... parece ser que no, que el tramo de unos dos kilómetros de autopista que deberemos recorrer está exento de Vignette, otra cosica es...

Nada más entrar en Scharfhausen una bastante cuidada señalización nos conduce directamente al parking -tampoco demasiado caro, en un país que es caro de narices- desde donde se accede a la maravilla natural: las Cataratas del Rhin.



Como cataratas, tampoco son tan impresionantes: veinte metros de desnivel: pero la cantidad de agua que baja por ellas las hacen dignas de contemplar: me comentan que esta Primavera, con el deshielo, han estado espectaculares, y aún está bajando mucha, mucha agua... el ruido es atronador, y una densa columna de agua pulverizada se eleva a bastante altura: el espectáculo acongoja... y lo más gracioso es que son unas cataratas urbanas; sobre ellas, a muy poca distancia, se ven casas de pisos, me imagino que con buen aislamiento sonoro... el efecto diurético es instantáneo, por suerte hay lavabos, muy limpios y gratuitos...

Hay una variada oferta de barquitos: unos te acercan al salto, y otros, para aventureros, te permiten acceder a las rocas que dividen en dos -o en tres- el salto principal... no me atrevo a montar en ninguno de ellos, con cierta decepción por parte de Blanca: el día es desapacible, nos vamos a poner perdidos de agua, no podré sacar fotos, si no me arriesgo a que se moje la cámara, y mi temprana formación como piragüista en manos de los amigos del Club Atlético Sobrarbe me enseñó a desconfiar muy mucho de los rebufos que se forman al pie de una cascada: si vulca la barquita, están todos bien jodidos... ¿para qué tentar a la suerte...?



Paseamos entre una densa marea de turistas: muchos, muchos ciudadanos de la Unión India: lo digo así, porque no son Indios -término ambiguo-, ni, necesariamente, hindúes, que es una religión... son señores y señoras muy morenos, ellas se parecen casi todas a Lola Flores... buena señal de que, al igual que en China, está surgiendo en la India una amplia clase media - ninguno tiene pintas de Maharajá, como mucho de probos oficinistas- con recursos suficientes para viajar, comprarse camisetas de la Selección Alemana -deben estar de oferta, después del fracaso de la Mannschaft- y comer algún Chicken Massala en el puesto de Indian Street Food que hay junto al embarcadero de los osados... bienvenidos al club, sahibs... observo que muchas señoras llevan pintado en la frente un lunar rojo, tengo que averiguar a qué casta pertenecen... porque la Constitución democrática abolió el sistema de castas, pero haberlas, háilas...

Subimos hasta los miradores superiores: hay una noria muy grande, que movía un molino, allá donde la caída es más gradual, casi unos rápidos... dicen que sólo las anguilas pueden remontar el cauce, por si acaso, una garza real vigila al borde de las rocas, esperando resolver su Früstück...



¡Ya vale de Rhin...! Desandamos en camino, volvemos a entrar en Alemania, y recorremos la poca distancia que nos separa de nuestro nuevo destino: Donauschingen, la Donau Quelle, la Fuente del Danubio...

Corremos ahora por tierras más llanas y menos boscosas, tierras de cereales y pueblos limpios y cuidados... no siempre fue así, por aquí nacieron linajes de caballeros folloneros y rapaces, los Furstemberg, los Hohenlohe... aunque en España los asociemos a la Jet Set de la Costa del Sol... justamente en Donaueschingen, en el cuidado jardín francés del palacio de los Furstemberg, nos espera la Fuente del Danubio. La Fuente Oficial, por decirlo así, porque hay otras...



Surge el Danubio -porque de una surgencia estamos hablando- en el centro de un laguito de pocos metros de diámetro: tendrá una profundidad de metro y pico, y un fondo recubierto de piedrecitas y de innumerables monedas que arrojan los turistas, sin un propósito determinado... ¿volver...? ¿que el Padre Danubio te conceda un deseo...? Por si las moscas, tiro cinco cent, tampoco hay que pasarse... del fondo de la surgencia crecen largos filamentos de algas, el verdete que se forma en la Gorga a finales de Septiembre... allí inicia el Donau, el Duna, el Danubio... un camino de 2.800 kilómetros, a través de diez países, hasta el lejano Mar Negro... ya lo he recorrido en cuatro de ellos, me faltan seis, no sé si llegaré a completar la colección, pero me gustaría conocer esa otra gran arteria de Europa, que ya he visitado de la mano de Claudio Magris...




Rodea el laguito una cuidada balaustrada neoclásica, y sobre ella se columpia un grupo escultórico... comparando fotos con mi madre, que lo visitó hace años, observamos ciertas diferencias; la cosa se aclara cuando me entero de que todo el conjunto fue remodelado hace seis años...



Justo encima de la Donau Quelle está en plena restauración una enorme iglesia barroca: entramos un momento: me gustan esas iglesias católicas alemanas, grandes, luminosas, limpias, de paredes blancas donde tanto destacan los retablos dorados y policromados: justo en la puerta, un San Antonio, mi Santo protector, que encuentro -¿o me encuentra? por todas partes... me siento y abro el libro de plegarias, en Alemán pero, ¡tan familiares...!, y resisto a la tentación de robarlo, el Malo está en todas partes... por un momento, mi alma de ateo católico se deja mecer por la calma del ambiente; Blanca, que no está por estos temas, salió muy rebotada de las monjas, se empieza a mover, nerviosa... ha llegado el momento de salir a la calle...


Hay poco más que ver en Donauschingen, como si el nacimiento del Danubio no fuese bastante; pero aún nos espera una agradable sorpresa: entramos en un Hoff, esas casas de pisos con un patio interior, como las corralas madrileñas: son muy abundantes en toda Alemania: en Berlín eran las viviendas de los obreros más pobres, "Miettenkasernen", "Cuarteles de alquiler", las llamaban... en el cuidado y ajardinado patio, hay un restaurante italiano: nos sentamos a la sombra -se ha arreglado el día, y vuelve a hacer calor-, y esperamos un cambio de dieta... sale un camarero, y nos dirige la palabra en Italiano... no he estudiado Italiano en mi vida, pero puedo hablarlo con cierta fluidez, tirando de mis recursos de latino militante... así, en Italiano, encargamos una comida italiana: pasta, cómo no, riquísima, en su punto perfecto de cocción, una salata muy rica -senza pomodoro-, un gelatto... nos despedimos del amable camarero... "Due piacere: mangiare bene, e parlare Italiano!", le digo... "Anche per me!"... me contesta... se está a gusto en Alemania, pero como en casa de uno, en ese Sur latino, desorganizado y corrupto...








martes, 17 de julio de 2018

Zum Rhein, zum Rhein, zum deutsches Rhein....!

No lo puedo evitar... el mar me gusta, para un ratito, pero soy animal de río...







Y en este viaje tenía un objetivo claro: ver el Rhin. Era una vergüenza no haberme asomado aún a esa gran arteria europea... de hecho, lo había cruzado una vez, hace cuatro años, pero antes de entrar en el Lago de Constanza.. el Rhin, y eso si que es original, lo atraviesa... por donde lo ví estaba canalizado y, la verdad, no me causó más impresión que el Canal de Monegros... una cequia grande, y ya está...

El Rhin no es sólo un río, ningún río lo es: ha sido también un sujeto pasivo de la Historia europea, motivo de disputa entre los herederos de Carlomagno, ese gran abuelo de Occidente, inspirador de todos los grandes estadistas europeos, de Macron a Junkers, de Puigdemont a Merkel... en sus orillas se han librado guerras cruentas e inútiles, pero en ningún lugar como Alemania ha jugado el Rhein un papel de galvanizador de conciencias nacionales... Die Wacht am Rhein, la Guardia del Rhin, que llama, con esos versos con los que encabezo esto, a defender el Rhin, "Tan alemán como nuestros pechos", es la canción patriótica que cantan los elegantes oficiales alemanes en la Taberna de Ricky, una canción nazi... de 1840... a la que, siguiendo la iniciativa del -ligeramente cocu- marido de Ingrid Bergman, contestan los franceses con su vibrante Marsellaise... bautizada por su creador como "Cántico de guerra para el Ejército del Rhin"... ¿Lo vais pillando...?



Para el que diga que la Unión Europea no ha servido para nada -¡vaya par de h... se merece!-, baste con recordarle cómo suenan anticuadas estas historias, ahora que pasas de Francia a Alemania sin más requisito que recordar las distintas velocidades máximas en Autobahnnen y Autorroutes, y cuando lo primero que encuentras en tierras francesas no es un fortín de la Línea Maginot, sino el parking de un Éclair... y eso, en una generación apenas... yo conocí a un francés de Alsacia, apellidado Kaufmann, que se jactaba de que su padre, en 1944, había bombardeado Alemania... "En un bombardero americano, ¿no?..." le pregunté: "Si, eso si..." me contestó...

Por eso me dirigía, feliz y tranquilo, por carreteras secundarias, llenas de obras -toda Alemania está en obras: parece que los socialistas, en la Gran Coalición, han convencido a la Merkel para que se ponga a gastar dinero como si fuese española...- hacia el Rhin que, más tranquilo aún que yo, brillaba allí abajo, en una mañana de un sol más propio de los  PIGS que de la severa Germania... mi destino era Bacharach, cuyo nombre me recordaba al compositor de una de mis canciones favoritas, "Raindrops keep fallin'on my head", pueblo del que nada sabía hasta que, pocos días antes, descubrí que un benemérito bloguero lo recomendaba como el más bonito del Rhin Romántico.






No sé si es el más bonito, pero, desde luego, Bacharach es un pueblo bonito: casas de entramado de madera -la Fachwerkhaus, omnipresente- perfectamente conservadas, limpias, llenas de flores, bajo la empinada colina que corona un castillo y, al lado, laderas cubiertas de viñas, que dan un vino blanco tremendamente agradable, responsable de que, durante estos días, le haya sido un poco infiel a la cerveza... por sus estrechas calles, inevitablemente, turistas... entre ellos, un autocar entero de españoles; nos saludamos, y nos hacemos los típicos favores de turistas; intercambiar folletos, y hacernos mutuamente fotos con el móvil de los otros, pensando que un paisano nunca va a echar a correr con mi Samsung de gama tirando a baja en la mano... ni siquiera nos preguntamos de dónde venimos -cosa que, últimamente, agradeces-, nos basta con reconocer acentos peninsulares... y si son latinoamericanos, igual da, paisanos también; eso, en cuanto estás en tierras de una lengua extraña, queda muy claro...

Allí, junto al Rhin, me dirijo a la caseta de los tíckets de los cruceros, y pregunto si es posible hacer un pequeño recorrido, para ver la Lorelei y volver, en un tiempo razonable... descubro que mi titubeante Alemán ha llegado ya al nivel de poder formular preguntas relativamente complejas, e incluso entender las respuestas... si, por supuesto... ¿somos mayores de sesenta años? sí... pues billete de "Senioren"... sale en un cuarto de hora...

He comprado un hin und zurück, un ida y vuelta,  hasta Sankt Goarhausen, el primer pueblo pasada la Lorelei... ¿Y qué es la Lorelei...? vamos a ver: el Rhin Romántico es el tramo del Rhin que corre relativamente encajonado entre laderas rocosas, coronadas por castillos y viñedos, y su punto más estrecho y -en su momento- peligroso, lo marca la Roca Lorelei, un promontorio de 120 metros sobre el nivel del río... cuentan las leyendas heretopatriarcales que en su cumbre habitaba una hermosa y rubia doncella, que peinaba su melena con peine de oro -¿os suena a las encantarias, las dones d'aigua, las lamiak...? y que distraían a los incautos navegantes con sus bellas canciones, hasta el punto de hacerles perder el rumbo, encallar en las rocas, y ahogarse... curiosa esa tendencia de los varones a echarle la culpa a las señoras si se afogan, que, desde la Odisea, ha llegado hasta "Titanic"... el poeta Henie compuso una "Lorelei" que, al parecer, se aprenden todos los muchachos alemanes en el Instituto que, por cierto, allí se llama Gymnasium... cuando yo estudiaba en el Gymnasium, me aprendí muchos poemas de memoria, en Español y en Francés; ahora no tengo ni idea de si se aprenden alguno, pero, por lo menos, sabrán buscarlos en el gúgel, que es lo que hago yo con la Lorelai de Heine...





Y viene eso a cuento porque, cuando después de pasar de pueblo en pueblo a bordo de nuestro, crucero, llegamos ante la Roca Lorelei, el barco toca la sirena, y por los altavoces recitan los versos de Heine: "Ich weiss nicht, was soll es bedeuten, das ich so Traurig bin...." "No tengo ni idea de por qué estoy tan triste..." insisto en que los he bajado del gúgel, entre el ruido del motor, que estoy medio sordo, y que era en Alemán, supongo que eran los versos de Heine, no un anuncio... pero esas cosas siempre impresionan... más que la roca en sí, que tampoco me pareció tan terrible... de noche, en invierno y en una barquita de remos, no digo yo que no, pero en aquel peazo de crucero, rodeado de japoneses haciéndose selfies, el dramatismo de la situación era mínimo, y no entendías por qué Heine se lo tomaba tan a pecho...

De Sankt Goarhausen guardamos un recuerdo curioso: por variar, es un pueblo bonito, al pie de un castillo, con casa de entramado de madera... hace, eso sí, un calor bético, como si estuviese bañado por el Guadalquivir, en vez de por el Rhin... entramos en un restaurante que nos parece agradable, y descubrimos que está regentado por una señora de origen desconocido, que comparte el local con un descomunal conejo, un Kaninchen, que roe filosóficamente alguna porquería apalancado en un sofá de cuero... la señora debe ser australiana, si no, no se comprende por qué ofrece -eso sí, por encargo- filete de cola de canguro... el restaurante está decorado a la antigua, y destacan, en una pared, enaguas, sujetadores y bragas absolutamente vintages, y de talla apta para el Kaninchen... comemos regular -pido una bruscetta, que nunca había probado, y que no me entusiasma- pero bebemos un vino extraordinario... al despedirnos, le pido permiso para hacerle una foto a su Kaninchen, a lo que no pone ningún obstáculo, pero el bicho ha abandonado el sofá y se ha refugiado vaya usted a saber dónde...



De vuelta al crucero, desnavegamos lo navegado: una vez más el barco saluda a die Lorelei con su sirena y los versos de Heine... hace tal calor que nos refugiamos en las sombras de la estructura... el Rhin, perezoso bajo el calorazo, centellea... en los bajos de rocas -esos si, bastante peligrosos- veo bañistas, con bañador, -Alemania es famosa por su culto al nudismo: anda por ahí incluso una foto de Doña Angela en dicha guisa, de jovencita- ... el Rhin sigue haciendo honor a su fama de arteria comercial; cruzamos gigantescas gabarras, con cargas de lo más variado: banderas belgas, holandesas, suizas... todas las gabarras llevan a bordo un coche, de gama alta, o muy alta, supongo que al servicio del capitán, aunque no descarto que también sea una mercancía... por las vías de ferrocarril, en ambas orillas, cruzan también constantemente trenes de mercancías, larguísimos, con dos locomotoras... por tierra o por agua, el Rhin sigue conectando tierras y gentes, en paz, bajo un sol de justicia, que arranca brillos de sus aguas no excesivamente turbias... sigue así, sigue así muchos
años...








viernes, 13 de julio de 2018

Im Schwarzwald...

Un sitio que tenía ganas de conocer... y no defrauda...

Cuando pensaba en la Selva Negra, siempre me trasladaba a bastantes kilómetros más arriba, a la Selva de Teoteburg... allí sufrió Roma su más rotunda derrota militar; los bárbaros, capitaneados por Arminio -por cierto, antiguo aliado de los romanos- destruyeron dos legiones enteritas, dos... me imaginaba con qué terror entrarían los legionarios romanos, gente de campo abierto, olivos y cipreses, en aquellas húmedas y lóbregas bóvedas de vegetación, donde el sol no entra ni por casualidad... entre ellos habría, seguro, muchos iberos, que serían los más acongojados... "¡Tío, qué bosque...! ¡no se ve ni p'a jurar...!" ¿no te da yuyu...?"



Iba pensando en esos pobres paisanos -todos los latinos somos paisanos, y aquí te das más cuenta aún...- mientras subía a la Selva Negra desde Freiburg: entre Colmar y Freiburg habrá como tres cuartos de hora, y con eso ya has cruzado la fosa tectónica por cuyo fondo corre el Rhin, y has pasado de los Vosgos a la Schwarzwald, las montañas boscosas -montañitas, no exageremos, su máxima altura, el Feldberg, tendrá unos 1.700 metros- que recorrería durante tres días... hay un buen par de curvas de bastante más de 200 grados, y un paso -el Salto del Ciervo- estrecho, incluso para estándares pirenáicos: pero enseguida estás en las altas llanuras, rotas por incontables valles y lagos -lagos morrénicos, aclaran los carteles- que, cubiertas de bosque, forman la Schwarzwald.

Nuestro primer destino era Feldberg, el pueblo, no el monte: pueblo formado por barrios de casas dispersas, con nombres de lo más montañés -Halcón, Valle de los Osos...-, donde lo más parecido a un núcleo será el conjunto de casitas en torno a la iglesia (no sé si católica u
o protestante) y una gasolinera... nos dirigimos a la que será nuestra casa durante tres días: la Landgästehaus Gemsennest.



Nos gusta alojarnos en estas casas, lo más parecido a nuestro turismo rural: huyes de las ciudades -todas, en el fondo, parecidas-, estás en contacto con la Naturaleza, y, lo que es más importante, con la población local: en este caso, la pareja que regenta la casa son extremadamente amables, y hacen nuestra estancia aún más placentera... eso compensa las instalaciones, algo pasadas de moda, pero, eso sí, con todo el confort necesario... "Gemsennest" quiere decir "nido de sarrios", y la fachada está decorada con un nido donde, de unos blancos huevos, están naciendo rebecos... "panteón de sarrios" podría ser el nombre más adecuado, ya que su comedor está decorado con decenas de cuernas de sarrios, corzos y ciervos, una marmota y un urogallo disecados... está visto que el Sepronen, o como se llamé allí, hace la vista gorda... curiosamente, no hay ningún trofeo de jabalí... de todas formas. ya sabemos cual es el deporte favorito local, cosa que tampoco me sorprende especialmente...

Reservamos la primera visita para el Feldberg propiamente dicho: la cima del monte más alto de la Selva Negra, a donde nos lleva un corto viaje de teleférico. La cumbre es de esos sitios que tanto me gustan, desde los que, "en días buenos" se ve medio Mundo... de acuerdo con la mesa de observación, desde allí se dominan casi todos los Alpes, desde el Montblanc, según se mira a la derecha, hasta el Zugspitze, el pico más alto de Alemania, a la izquierda... me quemo las pestañas mirando hacia el horizonte brumoso... nada... hay, eso sí, una muy buena vista de los valles más próximos, un mosaico de praderas y bosque, mucho bosque... bajamos paseando agradablemente, entre cientos de mariposas y plantas alpinas...





Y del Feldberg, al lago Titisee... en torno a los lagos se concentra la actividad turística, más presente aún en las primeras horas de la interminable tarde de un Domingo: recorren el lago multitud de barquitas -tomaremos un minicrucero para dar un paseo-, que van esquivando a los nadadores... el agua parece limpia, y no debe estar demasiado fría... de todas maneras, no soy muy aficionado a nadar en lagos o pantanos, de suelo ligeramente barroso, o con vegetación pudriéndose en el fondo, soy animal de gorga, de aguas limpias, transparentes y corrientes y, a ser posible, con fondo de piedra... uno tiene sus manías, qué le vamos a hacer...







A orillas del lago, casoplones imponentes, con sus embarcaderos... Blanca comenta que ya sabe ahora donde se ruedan esas películas alemanas de las tardes de los sábados y domingos, que tan buenas siestas proporcionan... la última tarde en la Selva Negra la dedicaremos a otro lago más grande, el Schluchsee... allí volvemos a encontrar ese típico paisaje alemán, el de las maquetas de los trenes Märklin: no le falta un detalle; casitas con buhardillas, laguito, barquitos, césped, mucho césped... y, por supuesto, trenes, muchos trenes... también tienen AVES, aunque les llaman ICE, pero han conservado los demás, todos nuevos, de colores distintos, o larguísimos trenes de mercancías... incluso vi pasar un convoy de antiguos vagones de pasajeros, tipo años treinta, ligeramente siniestro... a los niños ibéricos, que, como mucho, aspirábamos al Tren Payá, esos paisajes no dejan de despertarnos nostalgias de escaparates iluminados, poco antes de Reyes...



Visitamos también Triberg, uno de los pueblos más turísticos de la Selva Negra; allí pagamos tributo a los tópicos: la casa de los 100 relojes de cuco, y el reloj de cuco gigante, por cuya ventanita podría salir, holgadamente, un avestruz... los conjuntos de pantalón de cuero, camisa a cuadros, calcetines altos, zapatones abrochados al lado y sombrero, iban al sorprendente precio de 199 oiros... la tentación de llegar a Barcelona disfrazado del Tío Aquiles era grande pero, sinceramente, unos pantalones de cuero, por cortitos que sean, me parecen incompatibles con nuestro clima, so pena de desarrollar intensas floraciones de hongos donde menos falta hacen,,, también en Triberg está la cascada más alta de Alemania: es bonito, sobre todo, el paraje, pero lo han fastidiado un poco con caminos, caminitos, pasarelas, pasarelitas, puentes... y, claro, cobrando, aunque sea poco, por entrar...





Recorrimos varias veces, arriba y abajo, las carreteras de la Selva Negra: se ve que el territorio está, pese a lo que pueda parecer, densamente poblado, y, además, sirve de paso entre distintas zonas vecinas: hay también un buen servicio de autobuses interurbanos, grandes bichos articulados que te encuentras en cualquier curva, incluso en carreteras estrechas...

Pero sin duda los momentos que más disfrutamos eran, al caer la tarde y llegar a nuestra Gästehaus, los largos paseos por sus alrededores... allí podías perderte en el bosque, que, aunque no lo parezca, está extensamente explotado. de hecho la mayoría de sus árboles son abetor y piceas de plantación... encontrábamos en la oscuridad de la densa vegetación un refugio de paz, alejados de todo, junto a románticos estanques, cuya superficie recorrían familias de fochas -papá focho, mamá focha, y cinco o seis fochitos...- oyendo los pájaros saltando de rama en rama... sabíamos que luego nos esperaba una cerveza, o una copa de buen vino blanco fresco, de los viñedos vecinos... cantaba yo... "Im grünen Wald, da dort die Drosel sing..." "Donde abetos y piceas se alzan en el borde del bosque, he vivido los más hermosos sueños de mi juventud"... aunque a mí me hayan pillado ya en plena Tercera Edad... hermosa Selva Negra...










jueves, 12 de julio de 2018

Worms, donde Lutero y Carlos V...

Impresiones del reciente viaje a Alemania... una breve y frustrante visita a Worms...

Pasando por la autopista, camino al valle del Rhin, veo el desvío a Worms... un aficionado a la Historia no puede dejar pasar un sitio así: allí Carlos V -nuestro Carlos Uno- reunió a los príncipes del Imperio para discutir qué hacer ante las nuevas ideas que estaba extendiendo Martín Lutero, un fraile agustino particularmente crítico son la corrupción de la Iglesia, que había entrado ya en las peligrosas aguas de lo que sus adversarios consideraban herejía... el propio Lutero, confiando en la protección de poderosos príncipes que ya se habían decantado por su bando, compareció ante la Dieta y el Emperador, y mantuvo allí sus posiciones, escapando por los pelos de que no lo arrestasen... me digo: "A la vuelta, paro en Worms": dicho y hecho...

Worms tiene, además, la mayor catedral románica de Alemania. O del Mundo, no las tengo medidas... entrar en el casco antiguo de una ciudad histórica alemana no es difícil: siempre, casi desde cualquier sitio, estás viendo parte de la Catedral, del Dom: o una aguja gótica disparada hacia el cielo, o esas curiosas cúpulas en forma de cebolla que uno asocia más a la arquitectura religiosa rusa, pero que hasta hace poco podían verse también en un hotel de Bielsa... lo de Worms es mejor aún, porque estás viendo todo el mazacote del Dom, en piedra rojiza, señoreando por encima de los tejados... guiándome por él -por el Dom-, pronto encuentro una parkplatz, gratis, además... aparcado, me dirijo a pie hacia donde he visto por última vez las torres...





Atravesando un hermoso parque, encuentro un de esas cosas que ahora llaman tótems, es decir, una columna informativa. Informa, como cabía esperar, de la Dieta: las reuniones de los príncipes del Sacro Imperio con el Emperador se llamaban Reichstag, Día del Imperio, aunque durasen semanas, y de ese "día" viene la traducción castellana de "dieta", palabra que siempre me pone el vello de punta... lo curioso es que ese tótem, por el lado que yo veo, nos lo cuenta en Inglés... y en Latín...  poco se comenta la afición de los alemanes hacia el Latín, esa que sí fue para ellos -y para nosotros- una lengua impuesta por la fuerza del invasor, pero que, lengua de cultura europea durante casi dos milenios, caló muy hondo en Alemania... recuerdo haber leído que, cuando Fellini quiso hacer una versión de su "Satyricon" en su lengua original, es decir, en Latín, insistió en que se contratase a seminaristas alemanes, ya que, en su opinión más o menos fundada. el Latín clásico debía sonar más o menos como lo pronunciaban los alemanes... no se yo, creo que no ha quedado ningún hablante latino para confirmar esa información... recuerdo la bronca que me gané en una cooperativa de la Vila de Gràcia, en Barcelona: nos reuníamos un grupo en un aula dedicada al estudio del Esperanto, y un día se me ocurrió dejar escrito en la pizarra: "Clases de Esperanto, profesor nativo, teléfono...", y aquí un número falso... me acusaron de estar cachondeándome de un Idioma que era la Esperanza de la Humanidad...




Pasado ese punto informativo, seguimos por el parque, en dirección al Dom, y vamos encontrando sucesivas calles cortadas por andamios metálicos... rodeamos a distancia el edificio: sólo queda accesible una puerta lateral... cerrada:el resto, lo que supongo es la fachada, está cubierto por un intrincado andamiaje metálico; sobre nosotros vuela un enorme graderío, y diversos carteles informan que el espacio está cerrado, durante todo el mes de Julio, por representaciones de "Los Nibelungos"...

Me ha vuelto a pasar; en München encontré, hace cuatro años, la impresionante vista de la Feldherrenhälle tapada por el escenario de un concierto de Rock, y en Nürnberg, el Campo del Zeppelin -otra reliquia histórica nazi, inmortalizada por Leni Riefensthal en su "Fuerza de la Voluntad"-, invadido por muchachos con mochilas y sacos de dormir, reunidos no para aclamar a su Führer, afortunadamente, sino para hacerse unos canutos mientras escuchaban grupos de Heavy Metal... en Alemania, en el buen tiempo, eso es frecuente... tomo nota para visitar lugares históricos fuera de la temporada de fiestas populares...



Ya que nos quedamos sin ver el Dom, miramos a través de los barrotes: están ensayando, sin vestuario, aunque si, me parece, con peluca, porque la que no puede ser más que Krimilda, con una deslumbrante melena roja, atiende las instrucciones de un regidor con gorrilla... "¡Ponte aquí...! ¡ponte allá...!": Krimilda, obediente, se mueve por el escenario: está de espalda a nosotros y, sin percatarse de nuestra presencia, en un gesto tantas veces inmortalizado por Rafa Nadal, se pellizca por debajo del vestido, y se saca las bragas de la regatera del culo...