martes, 12 de mayo de 2015

La imagen helitransportada




Según subía el empinado y bellísimo camino hacia la ermita de Santa Lucía y el Castillo de Boltaña, se me ocurrió que nunca había contado una historia que es, al mismo tiempo, boltañesa y familiar; la de la imágen del Sagrado Corazón de Jesús que preside el pueblo desde allí.

Para ello, debo hablaros de mi tía Encarnación: Encarnación Revilla Margalejo, pequeñita y siempre activa, con su pelo blanquísimo y ondulado, era la matriarca de mi familia boltañesa; nunca se casó; según decían, porque su padre le prohibió hacerlo con un guardia civil de quien se había enamorado; cosa misteriosa, porque su hermana Aurora bien se había casado con un carabinero, y no llegaba a entender yo por qué mi bisabuelo -excombatiente de Cuba y, por lo tanto, persona con experiencia militar- discriminaba de tal manera entre Institutos Armados. 

Fuese por lo que fuese, Encarnación dedicaba todo su enorme caudal de energía excedentaria a los asuntos de la Iglesia: no faltaba en ninguna de las inumerables iniciativas piadosas del lugar, pero su favorita era la Ermita de Santa Lucía, no en vano, nombre muy común en mi familia: organizando tómbolas donde desplegaba una eficiencia recaudatoria que haría sonrojar a Montoro, se aplicó a acondicionar su recinto y sus alrededores, siendo iniciativa suya muchas de las cosas que vemos hoy en su entorno, como el original sistema de recuperación de pluviales que aún funciona en aquel rincón que las turistas llenan de kleenexs…

A mediados de los años 50 del pasado siglo se puso de moda colocar, en lugares bien visibles, imágenes del Sagrado Corazón, junto a las famosas placas piadosas -“Reino en España, bendigo esta casa”- que decoraban multitud de hogares: los boltañeses viajados admiraban la enorme imágen colocada en el castillo de Monzón que, con sus brazos medio caídos, recordaba la silueta de los primeros cazas a reacción americanos, los F-86, que entones empezaban a surcar nuestros cielos: y es que, como veréis, las Fuerzas Aéreas de los Estados Unidos juegan un papel despacado en esta historia.

¿Iba a ser menos Boltaña…? Por supuesto que no; no paró Tía Encarnación hasta haber reunido lo suficiente para enviar a su hermano, mi abuelo Arsenio, a comprar una imágen del Sagrado Corazón: mi abuelo, bajito y poco dado a gastos innecesarios, la compró de su talla, seguramente por ahorrar… pero, en fín, pronto una hermosa imágen fabricada en Olot descansaba en la plaza de Boltaña, a cien metros de desnivel de su emplazamiento definitivo.

Justo por aquel entonces, en 1956, recién firmados los acuerdos de cooperación militar entre España y los Estados Unidos, un helicóptero americano colocó en el campanario de El Vendrell, hermosa localidad tarraconense, un enorme ángel de metal que, en su día, había sido derribado -según decía la prensa- por las “hordas marxistas”: fue una noticia sensacional, difundida machaconamente por los medios de comunicación porque, hasta el momento, no se habían visto helicópteros en España, y, además, convenía visualizar ante la población civil los efectos beneficiosos del Tratado… tardaríamos en familiarizarnos con los helicópteros, haciendo creíble la anécdota del comentario de un paisano pirenáico ante el primer gigantesco quitanieves, con su hélice delantera… “!Hay que joderse, que estos cacharros vuelen…!”

Tiempo le faltó a Tía Encarnación para dirigirse por escrito a quien creyó oportuno, pidiendo que un helicóptero americano subiese su Sagrado Corazón hasta la ermita; la notícia de la petición corrió como la pólvora por Boltaña y los boltañeses de la diáspora, y la expectación ante la llegada del “licotero” -así llamado, con nuestra proverbial aversión a las esdrújulas- crecía por momentos…

Y entonces llegó la respuesta: en síntesis, le informaban amablemente de que las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos estaban aquí para defendernos de la amenaza soviética, aunque ello implicase, en el caso de España, apoyar también al Generalísimo Franco que, si bien no podía afirmarse que fuese un demócrata en el sentido habitual de la expresión, si era persona de orden y “Business friendly”: colocar santos en las montañas no figuraba entre sus misiones y, además, seguramente excedía sus capacidades; no tenían tantos helicópteros como para contentar a todas las beatas…

¿Desanimó eso a Tía Encarnación…? ¡Jamás, buena era ella…!: se dirigió al Club de los Jóvenes -en la placeta de Calle San Pablo, junto a Casa Mamés- y arengó a los allí presentes: tengo referéncias sólo de segunda mano, pero el sentido de su intervención venía a ser que no quedaban en Boltaña, en su opinión, ni hombría ni decencia, si aquel asunto no quedaba zanjado a la mayor brevedad: no me consta que utilizase en ningún momento la expresión “cojones”, pero los asistentes sacaron claramente las conclusiones oportunas.

A la mañana siguiente, la imágen estaba cien metros más arriba, frente a la ermita; alguno de los héroes responsables de aquella hazaña, según me contaron, tuvo que guardar cama varios días.

Pero no terminó aquí la historia de nuestro Sagrado Corazón: muchos, muchos años después, encontrándome yo con la pata tiesa, a consecuencias de un dolorosísimo esguince de tobillo, se abatió sobre Boltaña una de esas famosas tronadas de agosto en que parece que el Mundo se vaya a acabar de un momento a otro; cayeron rayos muy, muy cerca, y las paredes de las casas temblaban, y estamos hablando de paredes de piedra de un metro de espesor… pronto, como un nuevo trueno, llegó la notícia a todo el pueblo: ¡Un rayo había partido el Sagrado Corazón!

No me enorgullezco de mi primer y volteriano comentario: “¿Un rayo del cielo…? humm, yo no me metería en eso, parece un asunto de familia…” pero, en cuanto pude andar, subí a comprobar los daños: una hendidura en la que cabía la mano lo recorría de arriba abajo… pensé en mi tía, fallecida tantos años atrás, y se me saltaron las lágrimas.


Pero, para aquel entonces, los helicópteros eran ya una presencia habitual para los boltañeses; el Sagrado Corazón no se quedó sin su excursión helitransportada: un helicóptero lo bajó a un lugar más practicable, y otro -o el mismo- lo devolvió a su peana, ya debidamente restaurado. Y allí sigue, tan pito, protegiendo a la Villa y sus habitantes, tal y como le pido cada día en mis oraciones laicas…

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