viernes, 22 de mayo de 2015

Samburus


Pese a su nombre, de extrañas reminiscencias euskaldunes, los Samburu son una sociedad pastoril, muy próxima a los Masai, que ocupan zonas del centro y norte de Kenia: pude visitarlos en mi viaje allí, y ahora os cuanto algo de ellos...


El primer parque natural que íbamos a visitar en Kenia era, justamente, Samburu, localizado en las proximidades del Río Negro, territorio poblado por el pueblo Samburu... a varios cientos de kilómetros de Nairobi, por carreteras en bastante buen estado, se encuentra al Norte del Monte Kenia, el segundo más alto de África, que, pese a pasar bastante cerca, no pudimos admirar, por encontrarse casi permanentemente cubierto de nubes. Sólo en unos breves momentos, al amanecer de nuestro último día allí, pude verlo en toda su majestad, desde el comedor del Lodge, a muchos kilómetros de distancia.

Río Negro. Samburu

Samburu está también en el Hemisferio Norte, el único punto de nuestro viaje a Kenia situado por encima del Ecuador: eso nos permitió asistir al rito de comprobar, con una palangana agujereada y una garrafa de agua, el cambio en las Corrientes de Coriolis, que hacen girar las aguas en sentido diferente en cada hemisferio, tal y como nos enseñaron en la tienda de "Curiosities" situada justamente sobre el Ecuador.

"Curiosities", "Curiosidades", es el nombre que se da en Kenia a unas características tiendas de carreteras, orientadas exclusivamente -supongo- a los turistas: constan de un espacio donde puedes tomar café, té o bebidas de máquina y unos lavabos en -generalmente- muy buen estado higiénico -y eso vale su peso en oro- pero, para acceder a ellos, debes atravesar una nave de considerables dimensiones repleta de todo tipo de productos de artesanía más o menos local: todos sospechamos que, en alguna región industrial de China, debe haber poblaciones de varios millones de habitantes dedicados exclusivamente a producir tallas en falso ébano, figuritas en falso marfil, y brazaletes de cuentas de colores falsamente Masais... de todos modos, en algunos de ellos hay auténticos artesanos tallando piezas de ajedrez en madera, pero a un ritmo tal que, calculas, para llenar la mitad de la tienda harían falta varias generaciones.

Junto a tales maravillas, se despliega un ejército de vendedores: inútil preguntar precios: te entregan una especie de cestita de mimbre, y te piden que vayas poniendo allí lo que quieres comprar; queda claro que el precio oscilará, y de qué manera, en función de lo que pienses llevarte: se inicia entonces una de las operaciones que más odio: el regateo; el esfuerzo de traducir la moneda local -a veces, te lo calculan directamente en Euros-, las barreras lingüísticas -aunque todos hablan Inglés y, sorprendentemente, muchos Español-, la conciencia de la diferencia entre tu capacidad económica y la suya, el sentimiento de culpabilidad al intentar ahorrarte el precio de un par de cafés, y la absoluta seguridad de que siempre habrá un miembro de la expedición que conseguirá lo mismo por menos dinero, y que le faltará tiempo para explicártelo, sinceramente, me pone a cien...

Como os decía, Samburu era nuestro primer destino y, seguramente por eso, y por sus propios méritos, fue el que más me impresionó; pudimos observar allí varias especies animales que ya no volveríamos a ver en el resto de los Parques que visitamos, y, además, fue el lugar de nuestro primer contacto con una sociedad bastante primitiva; ésta es la experiencia de la cual os quería hablar hoy.

Ya en el camino de entrada al Parque pudimos ver carteles que anunciaban algo así como un "Centro de Cultura Tradicional": tiendes a pensar que será alguna especie de museo, pero se trata, en realidad, de un poblado habitado por personas. Creo que era un poblado real; puedes sospechar que se trata de una recreación, pero no vi en las proximidades nada que pudiese ser un poblado alternativo -como si sucedía entre los Masai- y, según nos explicaron, era justamente allí donde vivían.


Nuestros guías habían acordado previamente la visita con unos jóvenes locales, quienes nos condujeron ante un anciano: insistían en que no se trataba de un "jefe", ya que viven en pequeñas comunidades regidas por un consejo de "ancianos" -que, supongo, eran más jóvenes que yo...-; el anciano aceptó nuestro pago -20 Euros por cabeza; siendo 12 en la expedición, una cantidad respetable-, y nos dio la bienvenida a su poblado, añadiendo que podíamos visitarlo por entero, fotografiar lo que quisiésemos, y hablar libremente con todos sus pobladores.


A partir de aquel momento, se desarrolló la ceremonia de recepción: un grupo de mujeres acudió hacia nosotros, cantando, y pronto le siguió otro grupito de muchachos, muy jóvenes, que escenificaron la danza tradicional, consistente en saltar con los pies juntos, demostrando así su virilidad. Si eso demuestra algo, desde luego, es materia opinable, pero los saltos eran espectaculares, y el colorido de unos y otros, increíble: bajo el sol africano, en una mañana fresquita, pero radiante, es un recuerdo que difícilmente olvidaremos..
Tras las danzas, pudimos intentar tener un contacto más directo con quienes nos habían recibido: los Samburus tienen una lengua nilótica, pariente próxima de la hablada por los Masai, pero muchos de ellos entienden y hablan Kiswahili, y algunos también Inglés: los jóvenes algo hablaban pero, desde luego los mayores no parecían entenderlo, y nos intentábamos comunicar a base de sonrisas: nos colocaron collares -que luego, por supuesto, intentaron vendernos-, nos hicimos varias fotos juntos, y entramos con ellos en su poblado. Observad la talla de las señoras, alguna bastante más alta que yo: los Nilóticos son considerablemente esbeltos -no es mi caso-, y vi algunos rostros muy bellos...




Podemos de acuerdo en que el hecho de ser una sociedad de pastores nómadas no fomenta el interés por la arquitectura, pero las viviendas Samburu nos parecieron sumamente elementales: una estructura de palos, cubiertos por ramas, y con una sencilla abertura por puerta: Por fortuna para ellos, emplean cada vez más cartones y plásticos para aumentar la protección ante la lluvia -aunque Samburu es un territorio especialmente árido-, pero eso no mejora el aspecto exterior de las viviendas. El interior es como cabe esperar: sin más iluminación que la luz que entra por las paredes, unas piedras en el centro forman un hogar, y el humo del fuego de bosta de vaca seca se escapa por los orificios de la cubierta: no vi más mobiliario que unos reposacabezas de madera tallada, ni más ajuar que pieles de cabra más secas que curtidas...













Nos contaron, también, que la precariedad de las chozas hace que sea necesario renovarlas con mucha frecuencia: en algunos casos pudimos ver algunas en proceso de construcción, o bien cuyos materiales se estaban reutilizando para construir la nueva. En cualquier caso, insistían, aquella comunidad concreta estaba abandonando el nomadeo, por dos motivos: el Gobierno había construido en las proximidades un pozo de agua permanente, y, además, tenían allí cerca una escuela, y los niños estaban empezando a asistir con regularidad. En pleno Agosto, supongo que se encontraban en periodo de vacaciones, porque, a la hora de nuestra visita, jugaban todos por el pueblo, pero los reunieron para que nos demostrasen su escolarización, y así nos hicieron una demostración, contando en Inglés del 1 al 10... buena señal, por algo se empieza...los críos se veían alimentados, contentos de vernos, y con ganas de reír, señales muy buenas también...



Vimos también el Local Social de los ancianos del lugar: nos insistieron en que era algo así como el Consejo que regía la comunidad, pero la verdad es que, como a Celia Villalobos, los pillamos más bien jugando... es de suponer que tampoco tendrían aquel día asuntos muy importantes que tratar...


Por último, nos condujeron al mercadillo donde ofrecían sus obras de artesanía: nos insistieron nuevamente en que podíamos comprar a cualquiera de las vendedoras, porque, cuando nos marchásemos, repartirían los ingresos entre todos: para un viejo rojo como yo, eso no dejaba de ser muy estimulante, y me permitió afrontar el tormento del regateo con mejor ánimo...



¿Qué impresión saqué de esta visita...? En primer lugar, destacaría la insólita normalidad con que nos movíamos y nos relacionábamos, unos y otros, a ambos lados de una frontera de cultura material de, literalmente, varios siglos: por parte de ellos, supongo que estaban ya más que acostumbrados a ver turistas, y que los ingresos que generaban nuestra visita compensaban con creces las molestias que ocasionábamos; prueba del carácter habitual de dichos encuentros es el hecho de que, si no recuerdo mal, nadie nos preguntó nada especial sobre nuestro origen o de qué vivíamos... todo el interés parecía claramente unidireccional: éramos los blancos del día -quizás los segundos blancos del día-, y punto pelota.

Pero, por parte nuestra, tras el primer impacto de colores y olores, pronto -por lo menos, por mi parte- empezó también a imperar un sentimiento de familiaridad. De acuerdo, vivían en unas condiciones materiales sorprendentemente precarias, pero recordaba yo, de hace no más de treinta años, alguna casa de pastores bien cerca de mi pueblo que -salvo en los materiales de construcción- poco se diferenciaba de aquellas chozas: y vagan por nuestras calles personas -muchas, conciudadanos nuestros, quizás incluso antiguos amigos, o parientes- que viven con, aparentemente, incluso menos recursos... existía el problema de comunicación, claro, pero las miradas y las sonrisas pronto cerraban el foso... según estaba con ellos, cada vez más se reafirmaba en mí mi creencia en la básica unidad del Género Humano, y la sospecha de que, si alguno de aquellos niños que correteaban detrás de un balón con lo que a mi -que siempre he sido un negado en esa materia- me parecía muy buen estilo, acertaba con los canales de comercialización adecuados, dentro de diez años podría estar conduciendo un Ferrari por las calles de mi ciudad, y mis hijos mileuristas se comprarían camisetas con su nombre y su número, presuntamente "oficiales", pero también fabricadas en China, como las maripís con elásticos que lucía su madre...


(Varias de las fotos son de Blanca de Balanzó)



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