miércoles, 6 de mayo de 2015

Viena (Vier) El Hofburg y sus fantasmas



En el límite de la Viena histórica, junto al Ring, se encuentra el imponente edificio del Hofburg: El “Palacio-Castillo” que fue, durante muchos años, el centro de la Imperial y Real -“K und K”- Viena… hay un poco de todo; edificios antiguos y otros que no lo son tanto, dependencias oficiales aún en activo, y salas de museo, hombres, estatuas y caballos… pero, sobre todo, vagan por él fantasmas diversos, algunos más o menos amables, otros más o menos bordes, todos desdichados… seguidme y los presentiremos…


Os propongo una adivinanza: una joven y bella muchacha se casa con el heredero de un Imperio secular, señor serio y pelín aburridote, ligado, además, a una amante de siempre, sabia y comprensiva… la cosa, como es natural, no acaba de funcionar y la joven, ahora famosísima, transformada en un referente universal, vamos, una “Celebrity”, busca todo tipo de consuelos a su triste situación… desde el cuidado de su cuerpo, que lleva a extremos enfermizos, al más lógico y comprensible de echarse algún que otro amante… su huida hacia adelante la lleva a tierras extranjeras, donde encuentra la muerte en circunstancias especialmente trágicas… y una última pista: en su funeral NO canta Elton John…

Exacto: el primer fantasma con que nos toparemos en las salas del Hoffburg no es otro que el de Isabel de Baviera, la esposa del Emperador Francisco José, la Sissi (acentuado en la primera “i”) favorita del cine dulzón -¡Ay, mi admirada y guapísima Rommy Schneider!- y, al parecer, una señora sumamente interesante, con ideas propias en política, serios intereses literarios, y esa vena de excentricidad de los Wittelsbach, la casa real de Baviera, que afloró en su primo Luís, “El Rey Loco” -que no lo estaba: era, eso sí, gay, cultísimo, protector de Wagner, constructor de castillos sumamente rentables desde el punto de vista turístico y promotor de la industrialización de Baviera y de la Unidad Alemana…-, y en su hermano y sucesor, Otón I, que, ese sí, estaba como una reverenda cabra.

Podemos visitar en el Hofburg las habitaciones privadas de Sissi, donde admiraremos sus aparatos de gimnasia, las facturas de la Pastelería Demel, la mejor de Viena -curiosa afición en una vigoréxica, pero así somos los humanos, contradictorios…- y hasta el vestido negro -vistió de luto desde la trágica muerte de su hijo Rodolfo en Mayerling- que llevaba puesto cuando, en el lago Leman, la apuñaló con un estilete un anarquista italiano que allí estaba para atentar contra un príncipe francés, pero se enteró de su presencia por la Prensa -¡Ay, la fama…!- y, total, lo mismo le daba uno que otra, siempre que fuese de “La Casta”…



Justo al lado -juntos, pero no revueltos- los aposentos recorridos por el fantasma de su esposo, Francisco José: en sus 68 años de larguísimo reinado, su país vivió en guerra con medio Mundo, perdiéndolas prácticamente todas: con Francia e Italia, lo que le costó el norte de la Península Itálica; con Prusia, perdiendo cualquier posibilidad de hegemonía sobre los estados alemanes; entrando a saco en el avispero balcánico, lo que le llevó a enfrentarse con Rusia, su temprana aliada… y, en el interior -por decirlo de alguna manera-, los intentos de lograr algún tipo de coexistencia con Hungría y el encaje de bolillos para mantener bajo su corona un Imperio multinacional, multiconfesional y multicultural… y todo eso, que hubiese sido más llevadero para un monarca vivalavirgen y golfo, siendo un hombre honesto, trabajador y excelente burócrata, intentando gobernar desde su escritorio de probo funcionario aquella tormenta perfecta…  por no hablar de sus dramas familiares (hermano fusilado en México, hijo suicidado en Mayerling, heredero abatido en Sarajevo…) la suerte, que tan mal se portó con él, le permitió, por lo menos, morir antes de conocer la derrota en la Primera Guerra Mundial, pasándole el marrón a su pobre sucesor, Otto, que, si no recuerdo mal, anduvo exiliado y haciendo negocios por España… Existía en la dinastía Habsburgo una simpática costumbre que, entre plebeyos, hubiese costado más de un disgusto: después de contraído matrimonio, en la mañana siguiente a la consumación, el novio entregaba públicamente a la novia una cierta cantidad de dinero, la “Morgengabe”, algo sí como la “entrega matutina”: dicen que, pese a casarse muy enamorado, Francisco José tardó días y días en pagar la Morgengabe: con la vida que llevó, el pobre, no me extrañaría que también tuviese problemas para consumar… todas esas cosas suelen ir juntas…

Por los vecinos edificios de la Cancillería debe deambular también el alma en pena de Engelbert Dollfuss: pequeñito -metro y medio escaso-, ese social cristiano representó en la Austria de entreguerras los intereses del hinterland rural y católico, enfrentado a la Viena intelectual y proletaria, la Viena Roja, la Rote Wien… apoyándose en el ejemplo de su vecino, Benito Mussolini, consiguió acabar con la democracia republicana en Austria, tras una breve pero violenta guerra civil, a principios de 1934, e instaurar una dictadura reaccionaria y clerical. Pero, curiosamente, luchó también contra el partido Nazi, que propugnaba la integración de Austria en el Reich, y en eso contó también con la ayuda de Mussolini: para los que consideran Fascismo y Nazismo un único movimiento, baste con saber que la sincera admiración de Hitler hacia Mussolini, al que consideraba su inspirador, era correspondida con un escepticismo trufado de temor por parte del italiano, que se creía sucesor de la Roma clásica, hacia el bárbaro teutón…no en vano en 1914 Mussolini, entonces socialista, había roto con su partido para propugnar la lucha de Italia contra los Imperios Centrales… al final, fueron los nazis los que atentaron con éxito contra Dollfuss, al que de poco le valió la protección italiana, y la foto de su menudo cadáver, ensangrentado, sobre un sillón Chester de la Cancillería dio la vuelta al Mundo…

Y el ejemplo de lo sucedido en Austria, por raro que parezca, arrojó su negra sombra sobre la Historia de España: las izquierdas españolas, visto lo ocurrido en Italia en 1923 -el golpe de Mussolini, tan parecido en muchas cosas al de Primo de Rivera- y en Alemania en 1933 -la toma del poder por Hitler- entraron en pánico al ver cómo, incluso en la socialdemócrata Viena, las derechas acababan con la Democracia burguesa e imponían una sangrienta represión… el temor de que algo parecido pudiese suceder aquí está en la raíz de la insurrección de la Izquierda en Octubre del 34 frente al gobierno derechista de la República, ante el ascenso de Gil Robles, cristiano populista al que no cabía mucha imaginación para suponer otro Dollfuss, algo más alto… cómo esa reacción pudo dar argumentos a los que ya pocos necesitaban para apostar por un régimen autoritario ha sido el caballo de batalla de los historiadores revisionistas de los últimos años, la mayoría de los cuales no merecen ningún comentario por mi parte, pero entre los que se cuenta, con gran dolor para mí, Stanley G. Payne, que hace muchísimos años me ofreció un lugar como lector en la Universidad de Madison, Wisconsin, una oferta que, de haber podido aceptar, habría también cambiado mi vida, nunca sabré si para bien o para mal.

Por el extremo del Hofburg que toca al Ring, por la inmensa Helderplatz, la Plaza de los Héroes, seguro que deambula también un inquietante fantasma: el de un muchacho de provincias que llegó a la Viena imperial con el loable propósito de iniciar una carrera como estudiante de Bellas Artes, fue rechazado en el examen inicial y, ante la poco atractiva posibilidad de volver a Linz con el rabo entre las piernas, optó por quedarse en Viena malviviendo, en albergues de beneficencia, mientras desarrollaba una ira sorda hacia la multiracial y multicultural capital, donde veía reunidos todos los males que mantenían separada y hundida la Patria Germana… años después, esa Helderplatz sería testigo de la recepción multitudinaria que le reservaban sus admiradores austriacos, cuando, en un paseo militar, anexionó Austria a su nuevo y breve Imperio… “¡Cuando vino Hitler, aquí estaba toda Viena…!” me decía, vengativo, el conductor de la calesa en la que paseábamos por la noche, un presunto  Rom centroeuropeo, con su larga melena rizada azabache, quizás un descendiente de supervivientes de Porrajmos, la versión gitana del Holocausto judío…

Pero olvidemos los fantasmas, en una hermosa mañana de sol, y paseemos por los patios interiores del Hofburg, donde, por cierto, encontramos algunas tiendas artesanas muy interesantes… cerca se escuchan los acordes de la Música Militar -si, ya conozco la bromita sobre el oxímoron…-; es la banda del Regimiento Hoch und Deutschmeisters, el más querido de Viena, que ameniza una degustación de fresco y delicioso vino blanco vienés: levantemos la copa, mientras suena la Marcha Radetzky, de Johan Strauss (¿Cómo no recordar a Narcís Serra batiendo sus palmitas en el Concierto de Año Nuevo en la Musikverein…?), y brindemos también por la maravillosa novela de Joseph Roth, cuyas líneas releo y releo  mientras recorro las calles de esta Viena en la que siempre he estado un poco y de la que nunca me acabaré de ir del todo…



Banda del Regimiento Hoch und Deutschmeisters

Hofburg: fachada principal

Hofburg: nocturno

Dirección prohibida...

Hofburg: Cornisa

Entrada desde Helderplatz















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