lunes, 28 de septiembre de 2015

Krasnaia Ploshshad

No se puede decir que Moscú sea una ciudad acogedora: es, simplemente, desmesurada: ya desde el aire sobrecoge ver su extensión; las luces delimitan perfectamente sus Cinturones y, en el centro, una zona mucho más iluminada indica la Meca a la que dirigiré mis pasos en cuanto llegue al Hotel, duerma un rato y me dé una ducha: la Plaza roja, la Krasnaia Ploshshad.




Hemos llegado a Moscú de madrugada; en el Aeropuerto descubrimos que han perdido la maleta de nuestros cuñados, Cris y Javier: mientras formulan la reclamación, rodeados de ciudadanos de las repúblicas exsoviéticas, a los que tratan a patadas, salimos a explicárselo a la guía que acompaña al coche de la agencia de viajes: es una simpática y joven señora, a punto de salir de cuentas, que habla un Castellano impecable... charlamos un buen rato con ella: aunque estamos en Julio y hace calor, por lo primero que le preguntas a un ruso es por el frío, así de tópicos somos... "Hacemos vida normal, hasta que el termómetro llega a 20 bajo cero: entonces se cierran las escuelas..." le cuento que en Barcelona se cierran si hay amenaza de nieve: se parte el pecho...

Llegamos al hotel casi de día, después de tardar más de una hora en cruzar parte de Moscú: tan temprano, ya hay un tráfico infernal; destacan los trolebuses, cosa que en España hace años que no vemos. Hay muchas construcciones nuevas, centros comerciales, todos los anuncios que puedes ver en una ciudad europea... ves los barrios obreros, de casas altísimas prefabricadas, rodeados de jardines y parques infantiles que, desde el coche, tienen buena pinta -los pisos, no tanto...- Y verde, mucho verde, hay un anillo verde que rodea el centro, y allí verde quiere decir árboles; abedules, abetos... estamos hechos polvo, toda la noche en vela, y con un hambre atroz; decidimos desayunar antes de ir a dormir un par de horas: fastuoso desayuno ruso, con pescados ahumados, carnes ahumadas, sopas... empiezo a ver que comeré bien, y eso siempre anima.

La habitación del hotel -un hotel moderno, que se anuncia como céntrico, y eso quiere decir a veinte minutos en metro de la Plaza Roja- es, sencillamente, inmensa como la Madre Rusia: desde la cama casi no se ve, entre la bruma, el armario situado en la pared de enfrente... tiempo de dar una cabezada, ducha y... ¡a la calle, que Moscú nos espera...!

Ya había leído mucho sobre el Metro de Moscú, esa Catedral del Pueblo en la que Stalin puso un especial interés. Y cuando Stalin ponía un especial interés en algo, las cosas se hacían bien, a ver qué vida... Total, debía pensar, es el sitio donde más horas pasará la clase obrera... Pero hay que verlo; prodigio decorativo, miles de empleados -cuadrillas que, continuamente, limpian hasta el más pequeño rincón, señoras de mi edad, uniformadas de azul con gorritos rojos, parecen falangistas, sin más misión aparente que mirarnos, distraídas, a los viajeros...- precios baratos, pero controles inflexibles; Javier mete mal el billete y el torniquete se cierra de golpe y casi lo castra... pocas bromas en el Metro de Moscú... y las frecuencias... los trenes pasan cada treinta segundos, o cosa así; cuando uno va a salir, la gente ya ni corre por el andén, sencillamente espera al siguiente... vagones muy grandes -en Rusia tienen el mismo ancho de vía que en España-, de esa característica chapa acanalada tan frecuente en Rusia; sólidos de narices, poco diseño...



Ni diseño, ni grafismo; como viajero consciente, he dedicado varios días a aprenderme el alfabeto cirílico; tampoco es tan difícil, si conoces el griego: en la primera mañana en el metro el esfuerzo ya está amortizado: todos los nombres de las estaciones están en cirílico, los enlaces entre líneas están dentro de los andenes, las indicaciones en alfabeto latino son escasísimas... dentro del Metro sólo se indica la estación siguiente por los altavoces... el sistema es contar el número de paradas y, luego, llevar bien la cuenta. Pero es tan rápido que, si te pasas, cambias de andén, coges el siguiente y todo resuelto: veinte minutitos -habremos recorrido ocho o diez kilómetros- y ya estamos bajando junto a la Plaza Roja.

En Moscú, por lo menos en las grandes avenidas -casi todas las calles son grandes avenidas- no existen pasos de peatones; cada cien metros, o así, hay un paso subterráneo, un "Perijod", sobre el que pasan, a velocidades vertiginosas, Porsches, Audis y Bemeuwes. Los perijods son pelín siniestros, y están llenos de tiendecitas cutres, donde el moscovita del montón se provee de todo lo necesario: bragas, medias y calcetines, tabaco, fruta, aguas minerales coloreadas en todos los tonos del Arco Iris, periódicos y revistas... uno piensa que, durante el Invierno, deben agradecer mucho esos pasillos subterráneos, donde siempre hará menos biruji que en el exterior. Están limpios y no huelen, como cabría esperar, a pipí; de hecho, todo en Moscú está limpio: por las calles pasan sin cesar grupos de dos camiones juntos que no es que rieguen, es que provocan un auténtico diluvio que, al mismo tiempo, limpia el asfalto y a todos los coches que circulan a su lado...

Sales del perijod, deslumbrado por la luz del sol, cruzas frente a la imponente Biblioteca Pública, cambias de acera, y ya estas viendo la Puerta del Kremlim y, a su izquierda, detrás del historicista Museo de Historia, se abre ante tu vista la inmensa Plaza Roja.




Ya sé que se llamaba así desde varios siglos atrás, hay varias versiones; por las rojas murallas del Kremlim, porque "Rojo" quiere decir también "Bello"... lo siento, pero para los de mi generación, especialmente los "rojos" -aunque no necesariamente "bellos"-, la Plaza Roja será siempre lo mismo que la Plaza de San Pedro para los católicos, y sé de lo que hablo, como católico cultural que soy... te detienes, miras a izquierda a derecha, y al frente, tragas aire, y te convences de que estás en un lugar clave para la Historia de la Humanidad... aunque se admiten opiniones, por supuesto...



Para mí, la Plaza Roja está siempre ligada a un documental, en blanco y negro, donde, ante miles de soldados formados, el Mariscal Zukov arranca un galope solitario sobre su caballo, al frente del Desfile de la Victoria de 1945, cuando sus orgullosos frontyi, los héroes del Frente, irán arrojando en informe montón los estandartes y banderas nazis ante un Stalin que saluda medio militarmente -la mano no llega a la sién- con una sonrisita bajo el bigote... esa galopada tiene su historia; las malas lenguas dicen que Stalin, envidioso de la gloria del Mariscal, le prestó un caballo de su propiedad, especialmente borde, con la vana esperanza de que el viejo oficial de caballería se pegase un buen leñazo en público, al resbalar sobre el empedrado de la plaza... algo debe haber de eso porque, en la estatua que, junto a la plaza, inmortaliza esa cabalgada, Zukov no está galopando, sino trotando a la inglesa, sorprendido en el antiestético momento en que el culo se separa de la silla, como si montase padeciendo un ataque de almorranas... ¿venganza sutil de Stalin...? Que no es que fuese muy sutil, precisamente...



Podéis ver en cualquier guía las dimensiones de la Plaza Roja: es, en una palabra, enorme: la limitan, por sus lados mayores, la muralla del Kremlim, en la que se apoya el Mausoleo de Lenín -que, al mismo tiempo, servía de tribuna de autoridades en los desfiles- y, enfrente, dos edificios singulares: la Catedral de Kazán y los Almacenes GUM; al fondo, junto a la mole del Hotel Rossia, en obras, la Catedral de San Basilio el Bienaventurado, el icono quizás más conocido de Moscú: cierra el otro lado menor el rojizo Museo de Historia, en cuya puerta unos falsos stretsnyi, los fusileros de la guardia del Zar, enseñan a tirar con mosquete a unas turistas, y aprovechan, a lo Benny Hill, para tocarles el trasero.




No fue el primer, sino el segundo día, cuando nos pusimos en la inmensa cola para visitar el mausoleo de Lenín. antes, tuvimos que dejar en una consigna todas nuestras pertenencias, y sumarnos después a los miles de uzbekos, kazajos, armenios, georgianos... que esperaban disciplinadamente rendir su tributo a quién los hizo ciudadanos soviéticos... hay mucho turismo en Moscú, pero la mayoría parecen proceder de las vecinas repúblicas asiáticas, sin descartar que muchos sean también chinos, difíciles de distinguir para un ojo poco entrenado... todo ello contribuye a darle a Moscú un carácter decididamente oriental... a seiscientos kilómetros tan solo, San Petersburgo nos parecerá una gran ciudad europea: pero en Moscú se palpa que, saliendo de sus avenidas, se abre ya la inmensa llanura que, salvando la leve incomodidad de los Urales, llega hasta Vladivostok, en el Pacífico... Asia, traída por la Horda de Oro, está muy presente es una ciudad, paradójicamente fundada por nórdicos vikingos, los Variegos... punto de encuentro entre Mundos distintos, ciudad abierta, -no se defendió ante Napoleón, prefirió arder después, con el multinacional ejército imperial dentro, que tuvo que salir por piernas...- ante esta cola de turistas, ese carácter asiático, que es parte del encanto de Moscú -que lo tiene- se hace evidente.



Entramos, por fin, en el Mausoleo: llevo puestas las gafas de sol -he dejado las otras en la consigna-, no veo ni para jurar, y casi me como al policía tamaño armario que, con el dedo en los labios, ordena silencio a los visitantes. Allí está Lenín, en la oscuridad casi total, iluminados sólo su cabeza y sus manos -esas siempre impresionantes manos de muerto-, rodeado de banderas oscuras, que supongo rojas: lo saludo a nuestra manera, y canturreo por lo bajini las coplas que cantaba mi amigo Ricardo Conde cuando íbamos algo puestos:

"Vladimir Ilich Lenín
fue un tío extraordinario
que le enseñó al Proletario
que pué llegar hasta el fin,
siendo revolucionario..."

Casi me entra la risa tonta pensando en la cara que pondrían los policías si ahora me arranco a cantar Flamenco... tal como entramos, en correcta formación, salimos de nuevo a la luz de la Plaza Roja...

Pero antes, doy una vueltecita por la parte de la Muralla del Kremlim que tapa el Mausoleo y, exactamente, allí está José Stalin, medio escondido, exiliado de la compañía de Lenín -nunca se llevaron muy bien-, junto a una cohorte de revolucionarios, astronautas y premios Nobel de Física... la tumba tiene algunas flores... ¡Buen pedazo de cabrón estabas hecho, Pepe, las hiciste de todos los colores...! pero sin tu cabezonería, posiblemente yo viviría en el Gau de Ostspanien, eso sí, de una Europa Unida... y Adolfo, tu colega, hubiese muerto en la cama, con parte diario del Equipo Médico Habitual... viendo el lado bueno de las cosas, yo hablaría Alemán de corrido, y no me liaría con lo del verbo en Segunda Posición... sin el miedo que les metiste en el cuerpo a los que yo me sé, no tendríamos jubilación, ni subsidio de desempleo, ni casi vacaciones... eres, sin tú saberlo, el Padre del Modelo Europeo de Estado del Bienestar... el borrachuzo de Yeltsin se cargó tu invento, y todo entró en barrena... te debemos mucho más los occidentales que los pobres que tuvieron que aguantarte.



Justo enfrente de la Muralla del Kremlim, un enorme edificio de aire entre historicista y modernista... y ya tiene que ser grande, para parecerlo en esa Plaza... : los almacenes GUM, de antes de la Revolución, fueron, durante el periodo soviético lo que más visitaban los turistas, que se quedaban admirados ante los trajes de milrayas con hombreras y pantalones hasta el suelo y las fajas enterizas para las señoras que componían el estilismo habitual... ahora, completamente renovados, son una muestra de todos los productos de lujo occidentales, y de algunas cosas rusas incalificables, como la marca de prendas deportivas que diseñó el equipo de los olímpicos españoles, arrancando auténticas carcajadas... vemos también una charcutería donde reinan, ante la admiración de los moscovitas ricos, nuestros mejores "Cinco Jotas"... los precios, impresionan... Eso sí, hay en el hall de los Almacenes un bonito bar, con grandes samovares de cobre brillante, donde descubro lo que va a ser uno de mis mejores recuerdos de Rusia: el kvas, una bebida de la que había leído mucho en las novelas rusas -recuerdo al indolente Oblómov pidiéndole vasos de kvas constantemente a su viejo criado-, y no es otra cosa que agua con pan de centeno fermentado... si tiene alcohol, debe ser muy poco; bien frío, en días calurosos, está riquísimo: pediré kvas todas las veces que pueda, sin olvidar por eso la muy buena cerveza rusa, la "pibo"...




Al Este, cierra la plaza la impactante mole de la Catedral de San Basilio, el Bienaventurado: desde luego, si lo que querían lograr era impresionar, el objetivo se cubrió con creces: pero tanta cúpula policromada, a mí, no deja de recordarme algo a Disneyworld... no acaba de emocionarme, ante ella, sólo pienso... "¡Anda, qué brutos...!" Una de las cúpulas tiene los colores blanquiazules, del RCD Espanyol... bromeo diciendo que es el "sponsor", y que pronto pintarán otra del Barça...




Todo lo contrario me sucede con la Catedral de Kazán, en el otro extremo de la Plaza: pequeña, bonita, plenamente restaurada... durante los primeros años de la Revolución estuvo allí el Museo del Ateísmo, qué cosas, donde enseñaban los iconos trucados con los que hacían llorar sangre a los santos... luego, cuando la invasión alemana, Stalin se puso a bien con los popes, -total, él había sido seminarista- para que bendijesen la Gran Guerra Patriótica, y la cosa se suavizó. El ambiente de las iglesias ortodoxas es muy especial; el suelo cubierto de mullidas alfombras, los dorados iconos que cubren todas las paredes -incluso el biombo que tapa el altar, el Iconostasio; al cura solo se le ve en contadas ocasiones- y alguno de ellos vemos en  Sobrarbe, obras de Maite Larrosa...- el olor a incienso y a los cientos y cientos de velas... los encargados de la bien provista boutique de la Catedral, que saben un huevo de márketing, tienen puesto un cd de bellísimos cantos litúrgicos, entran fieles, santiguándose al revés... no es difícil sentir que tu espíritu se eleva de las cosas mundanas buscando algo que te gustaría que hubiese pero -ay!- sospechas que no hay... sólo me faltaría eso, recuperar la Fé en plena Plaza Roja, mi gusto por la contradicción y la paradoja, a veces, tiene esas cosas...




Salimos por donde hemos entrado, otra vez hacia la vecina Plaza de la Revolución... hay allí un edificio especialmente curioso: es asimétrico, tiene un cuerpo central con dos cuerpos laterales ligeramente distintos; en el izquierdo hay unas ventanas rematadas en arco de medio punto, y en el derecho son todas rectangulares... cuenta la Leyenda que el arquitecto preparó los planos con las dos opciones, para ver qué opinaba Stalin, y éste, que tendría la cabeza en otra cosa, dijo que le parecía bien, y nadie se atrevió a preguntarle cual de las dos mitades le parecía bien... si uno no hubiese sido funcionario toda su vida, no se lo llegaría a creer, pero he visto cosas parecidas... cuando alguien discutía una orden superior, siempre contaba yo el mismo chiste: las tropas de Pancho Villa habían tomado un pueblo, y el general, sobre su caballo, ordenaba: "¡A ver, mis cuates, viólenme a todos los hombres, y fusílenme a todas las mujeres...!" Se hacía el silencio, y una voz entre las filas decía... "Mi General... será al revés, ¿verdad...?", a lo que un pelotillero contestaba, raudo: "¿Qué, ya quieres saber tú más que el Jefe..?"




Allí mismo, en la Plaza de la Revolución, comemos en los bajos de un Centro Comercial moderno; la comida es rusa y buena: probamos la Salad Olivier, que no es otra cosa que la Ensaladilla Rusa que encuentras en todas las barras de bares de España, pero con una salsa mucho más ligera: durante los primeros años del Franquismo, pasó a llamarse "Ensaladilla Nacional", y se decoraba con tiras de pimiento morrón que, junto a la mayonesa, formaban los colores de la Bandera... aquí la bautizaron con el nombre del cocinero francés que la inventó, si puede llamarse invento a algo tan elemental... salimos de nuevo a la calle, queda Moscú para rato...





sábado, 26 de septiembre de 2015

Los últimos "Mayos" en Boltaña

Hace días, hablando de mi viaje por Baviera, enseñaba fotos de los "Mayos" que ví en una aldea bávara, muy trabajados, con alegorías de quienes los habían levantado... recordé cómo había participado en la erección -con perdón- de los últimos "Mayos" que se alzaron en la plaza de Boltaña...



Estamos, estos días, en Boltaña, redescubriendo nuestra Plaza mayor, que acaba de superar su enésimo "lifting": no es una plaza sencilla; viendo los planos, ahora, te das cuanta de lo difícil de su silueta: parece como si en medio de una plaza más o menos rectangular -la que iría, para entendernos, desde la Calle de la Iglesia hasta la línea Casa Lacurra -casa Gazo, adosada a otra también rectangular -la que baja desde el Castillo hacia calle San Pablo, en fuerte pendiente, además - se hubiese colocado, al biés, nada menos que la Iglesia, que no es precisamente pequeña, con el pegote del Antiguo Ayuntamiento, por si faltaba algo...... y aún queda otra porción, entre Casa Corregidor y Casa Núñez... los días en que amanezco volteriano -que no son pocos- pienso que la única solución sería trasladar, piedra a piedra, la Iglesia a un lugar más adecuado, o volver a los orígenes del Cristianismo, y enterrarla, transformándola en una enorme Catacumba... pero las limitaciones presupuestarias son las que son, y creo que, ésta vez, se ha dado un tratamiento unitario que ennoblece el conjunto, y lo pone a la altura del esfuerzo que ya habían hecho sus vecinos dignificando sus fachadas... queda pendiente el espinoso tema del aparcamiento de vehículos, que confío en que se resuelva con sensatez, y escuchando todas las sensibilidades.


Parking nocturno...

Comentábamos el otro día entre varios amigos cuántas Plazas hemos conocido ya: como empiezo a figurar entre los más viejos de la localidad, recordaba yo la doble hilera de bancos de piedra y las acacias, entre las que se corría la Carrera de Cintas para las viejas Fiestas de Septiembre. después, la resultante de las obras de pavimentación de las calles, que dejó la Plaza tal y como la hemos conocido esos años, con el murete para salvar el desnivel de la bajada del Castillo, y la desaparición de la Cruz que estaba sobre su pedestal allí... los cedros que se plantaron en el centro de un parterre, árboles de mucha más presencia que utilidad; daban sombra en Invierno, pero no en Verano... y su desaparición en la penúltima reforma, con la curiosa farola desmontable que, al final, se había suprimido definitivamente...

Mi padre, Guillermo Revilla: se aparcaba donde te salía de las... Al fondo, los bancos y las acacias.



Aquí aún no había acacias, pero se ve la Cruz...

Y es entonces cuando recordé lo que sucedió una noche de Fiestas -ya de San Convivencia-, cuando se había reestrenado la plaza tras la profunda remodelación que había experimentado: supongo que era la noche del Jueves, el primer día; habíamos bailado delante del Juego de Pelota -¡otra historia a contar!- habíamos bebido con más o menos moderación, la orquesta se había despedido, y un numeroso grupo, de diversas edades, nos habíamos quedado en las mesitas de Murillo -del Murillo que estaba aún allí, en la Plaza- que entonces se mantenían durante las fiestas, y donde nuestros mayores, al mediodía, escuchando la música, tomaban el vermut.

He dado ya dos de los elementos claves del asunto; estábamos allí gentes de distintas generaciones, y habíamos tomado alguna que otra copa... eso lleva siempre a hablar del Pasado, a comentar cómo eran las cosas antes, y como son ahora, lamentar lo que se ha perdido... y, en algún momento, un boltañés mayor que nosotros, pero aún en ese campo impreciso de las generaciones intermedias -no pondría la mano en el fuego, pero juraría que era Eduardo Gazo, se lo tengo que preguntar- pronunció la frase definitiva... "¡Y ya no se ponen "Mayos"!

También se lo había oído comentar, con nostalgia, a mi padre: los "Mayos" eran troncos de considerable altura -pongamos unos siete u ocho metros- que, y de ahí viene su nombre, se levantaban en el mes de Mayo, y se adornaban de flores y cintas: no nos vamos a poner demasiado antropológicos, pero supongo que eran una clara alusión al nacimiento de las hojas en los árboles, característica de la Primavera... alrededor de los "Mayos" se cantaba y se bailaba, y es de suponer -conociendo al personal- que también se bebía. Pero, según me contaba mi padre, en Boltaña se ponían los "Mayos" para Fiestas -es decir, en Septiembre-, y eran más bien cucañas: se engrasaban, y los mozos intentaban trepar por ellos para alcanzar los obsequios colocados en su extremo, entre los cuales brillaba con luz propia la estrella más preciada: ¡Un jamón...! En aquellos tiempos, de proteína escasa, os podéis imaginar lo que eso representaba... me imagino el juego que darían, los resbalones de los trepadores, perdidos de grasa de arriba abajo, las risas, los gritos de ánimo y las puyas a los que reblaban... y el legítimo orgullo del que lograse el trofeo.

El tablado de la orquesta ha ido variando de sitio... y de tamaño!


Aquel "¡Y ya no se ponen Mayos!" nos llegó al alma a los mozos jóvenes, que allí estábamos... como un solo hombre, nos volvimos hacia el Alcalde, allí presente, Don Ricardo Conde, y, unánimemente. le pedimos: "Alcalde, por favor... ¡déjenos poner Mayos...!"

Y la Autoridad Municipal, oyendo el clamor popular, reflexionó, y, al final, adoptó una resolución salomónica: "De acuerdo; pero deben de estar puestos al Mediodía..."

Serían ya las cinco o las seis de la madrugada, ya casi se veía... no había mucho tiempo que perder: nos dividimos en dos comandos: unos, nos encargaríamos de excavar, en el pavimento nuevo de la plaza -piedra y cemento- los agujeros donde hincar los Mayos. el otro, iría a buscarlos... me apunté al primero -pese a las copas, pudo más la prudencia-, alguien fue a buscar picos y palas, y nos pusimos manos a la obra: extremé mis precauciones para evitar clavarme un pico en el pie, trabajé lo mejor que supe -las chispas que el pico arrancaba de la piedra me quemaban los pelillos de las piernas; iba de pantalón corto- y, al cabo de dos o tres horas -ya de día y con sol- los agujeros -dos- estaban hechos.


El pavimento... y el garaje del coche de línea

No tuvo el trabajo tan fácil el otro grupo: alguien había recordado que, en las Gargantas de Jánovas, pero al otro lado del río, quedaban varios troncos que bien podían servir como Mayos: quizás eran un recuerdo de la última vez -que yo sepa- que se barranqueó madera por el Ara, y es posible que alguien de Casa Núñez recuerde el tema... y hacia allí se dirigieron los voluntarios. Los vehículos, por aquel entonces -¿1967, 1968?- eran un bien escaso, y creo que le tocó al "Seiscientos" blanco de Quico Íñigo, un amigo de Huesca, veraneante habitual... en ese mismo "Seiscientos", pocos días antes, o pocos días después, realizamos la increíble hazaña de bajar desde la Plaza hasta el Puente de la Gorga metidos dentro del reducido espacio ocho o diez mozos y mozas, en posturas inverosímiles, con uno de nosotros sentado en el capó delantero -que era el maletero-, indicando al conductor -que no veía nada- con una guitarra, hacia donde había que girar; y, además, con indicaciones como "¡A Babor!" y "¡A estribor!"... y realizamos, después de una buena fiesta, el mismo recorrido a la inversa... y en marcha atrás: ¡por favor, que nadie repita semejantes barbaridades!: éramos jóvenes, había muy pocos coches, la Agrupación de Tráfico de la Guardia Civil aún no se había desplegado en Sobrarbe, y el Buen Dios que, según los franceses, protege a niños y borrachos, velaba sobre nuestras carreteras...


La Plaza en Fiestas 1973. Foto Francisco Pizarro; los cedros eran aún bonsais...

Llegaron, pues, con el "Seiscientos", cruzaron el río a nado, cogieron dos hermosos troncos, volvieron a cruzar el río, los subieron a la carretera y los metieron en el "Seiscientos", saliendo por la ventanilla delantera, porque traseras no había. Pocos minutos después -aunque se les debieron hacer eternos, mojados como pollos y sujetando los dos palillos de dientes dentro del coche, cuales caballeros con lanza en ristre, amenazando con chocar con ellos contra cualquier obstáculo del camino...- hacían su entrada triunfal en la plaza, tocando la bocina.

Entre todos, orgullosos como los "Marines" alzando su bandera en Iwojima, clavamos los Mayos en sus orificios: ¡Misión cumplida!... y así aquellos dos Mayos, entre la escalera del Ayuntamiento Viejo y el Juego de Pelota, presidieron por última vez unas Fiestas de Boltaña. ¿Última...? ¿No se anima nadie...?

Y cuenta la leyenda que quien nos había incitado a poner los Mayos subió a su casa y bajó con un jamón, que regaló a los mozos voluntarios; y que alguien más sacó de la bodega algo para beber, y que otros trajeron pan, y que, a media mañana, nos habíamos comido el jamón entero y verdadero, y bien regado, y estábamos muy contentos de haber contribuido a conservar las tradiciones de nuestro pueblo, y que todos éramos muy amigos, y cantábamos, y nos abrazábamos y nos dábamos palmaditas en los hombros los unos a los otros, como debe ser. Amén.

El parking, nevado, y la farola fantasma...





lunes, 21 de septiembre de 2015

Un día gris, en Madrid...

Nacido y criado en una tierra donde es costumbre inveterada echarle la culpa a Madrid hasta del mal tiempo, pero dotado de un robusto sentido de la contradicción, que nadie supondría en mí, viéndome tan pacífico, mis relaciones con la Capital del Reino han sido siempre buenas...



Y eso que empezaron fatal, con un viaje intempestivo, en los días más fríos de un Diciembre desapacible, y con un motivo absolutamente poco placentero... pero después se fueron normalizando: es una hermosa ciudad, donde es difícil sentirse extraño, quizás porque, como se afirma tópicamente, casi todos sus habitantes vienen de otros lugares... en ella había nacido mi primera mujer, a ella se trasladó a vivir mi hija Badaín, en ella ha nacido mi nieto Pablo -¡a pocos cientos de metros de la Moncloa...!-, he viajado a Madrid muchísimas veces, por motivos de trabajo, familiares e, incluso, varias de ellas por placer, con el sano propósito de disfrutar de ella como un turista... y he vivido en Madrid dos de sus momentos históricos, asistiendo, en un día inolvidable, al entierro de los laboralistas asesinados en Atocha, compañeros en el PCE y en Comisiones Obreras, y, años después, al entierro también de Pasionaria, donde, a sabiendas, llevábamos a la tumba no tan solo a un personaje, sino también a toda una época... y añadiría un tercer momento cuyo recorrido aún ignoramos, recordando que el 16 de Mayo de 2011 estuve en la Puerta del Sol firmando los manifiestos de los primeros Indignados que, aquella noche, empezarían a quedarse a dormir allí.

Aunque nunca he vivido en ella, Madrid me ha parecido siempre una ciudad interesante, más que bella, y especialmente estimulante: he preferido pasar por alto sus ribetes reaccionarios, que los tiene, por supuesto, y ver en ella la corte ilustrada de Carlos Tercero, la villa liberal del Siglo XIX, la cuna de la Institución Libre de Enseñanza, el lugar donde floreció la Generación del 27, la Puerta del Sol del 14 de Abril, las trincheras donde el pueblo y las Brigadas Internacionales pelearon codo a codo, defendiendo el Puente de los Franceses... incluso el Madrid de la Movida y de Tierno Galván... tengo esperanzas de que se recupere ese espíritu, tan madrileño como el otro, y parece que la cosa, de momento y pese a los problemas de los primeros momentos, no pinta mal del todo...y, sobre todo, confiaba, con los nuevos equipos municipales, en ver reconstruir los puentes  mentales y sentimentales, tan necesarios, entre Madrid y Barcelona: veremos si es posible...


Cuando estaba en los primeros años de Facultad, coincidió que mi padre viajaba con frecuencia a Madrid: por entonces, era habitual que, cuando las condiciones meteorológicas eran malas, se cerrase el aeropuerto de Barajas. Entonces tenía que hacer el viaje de ida y vuelta en coche, y yo me apuntaba a acompañarlo: no sabía conducir -tardé aún años en sacarme el permiso-, pero, por lo menos, ayudaba a mantenerlo despierto en aquellas largas horas de viaje, además, como ya he dicho, luchando contra el mal tiempo.

Un viaje Barcelona-Madrid era, en aquellos tiempos, una auténtica aventura: la Nacional II era una de las mejores carreteras de España, pero, para lo que ahora vemos, resultaría increiblemente precaria: había sido modernizada dentro de la llamada Red de Itinerarios Asfálticos, que implicaba unas vías de un carril en cada sentido, bien pavimentadas y dotadas -y eso era lo innovador- de arcén y, con suerte, carriles de tráfico lento en las cuestas, pero aún se tardaban unas diez horas en recorrer los poco más de seiscientos kilómetros... ahora ese trayecto se hace en poco más de la mitad de tiempo, por autovía, y es difícil recordar lo que era la vieja carretera, tramos de la cual aún se ven en muchos lugares: llegar a Lleida desde Barcelona ya suponía cerca de tres horas, pasando por los cuellos de botella de las ciudades vecinas a Barcelona, el Puente sobre el Llobregat obra de Carlos Tercero, el puerto de Els Brucs, con curvas de 180º, las cuestas interminables de La Panadella, las llanuras de Lleida... Pasada la ciudad, cruzado el Cinca por Fraga y superadas las cuestas que la seguían, se adentraba la carretera en la soledad nocturna de los Monegros, rota tan solo por las escasas luces de los bares y de las gasolineras, pasando pueblos dormidos, hasta que, al saltar al Valle del Ebro, las bombillitas de los pueblos de la Ribera marcaban la vuelta a zona habitada, a medida que te acercabas a Zaragoza... veías El Pilar iluminado y, a continuación, las luces de la Base Americana, y ya estabas de nuevo subiendo a La Muela y enfilando las tierras del Valle del Jalón, cruzando puertos -El Frasno, Cavero...-, pasando por Calatayud dedicabas un recuerdo a La Dolores, y era el punto, también, donde detenerse a tomar el primer café de la noche- y dirigirte ya a tierras castellanas... avanzada la noche, empezaba a caer la temperatura, y los pueblos, ahora más lejanos entre sí en la no siempre pacífica huega con Castilla, eran de nuevo motivo para detenernos en las gasolineras, para estirar las piernas y preguntar a los camioneros por las condiciones en que se encontraba la carretera, si había placas de hielo en Alcolea del Pinar o en Medinaceli... cruzábamos aquellas parameras, temerosos, por encima de los mil metros de altura, acercándonos cada vez más  a nuestro destino, con la madrugada a nuestras espaldas... atravesábamos Guadalajara, y las tierras que aún conservaban el recuerdo de la retirada de los italianos durante la Guerra Civil -Brihuega, Trijueque...- Alcalá de Henares, y pronto estábamos viendo las luces de otra base americana, Torrejón -con sus altos depósitos de aguas coronados por un faro, como en Zaragoza- y enfilábamos, ya con las primeras luces, la llamada Autopista de Barajas, entre ciclópeas murallas de ladrillo, antesala de la Avenida de América, donde ya podías entrever sus joyas arquitectónicas; la maciza Torres Blancas de Sáenz de Oíza y la grácil Pagoda de Fisac, hoy desaparecida.

Mis funciones como copiloto eran relativamente sencillas; pasar a mi padre sus frecuentes cigarrillos ya encendidos, sus Celtas largos sin filtro, que te dejaban la boca llena de hebras y que yo, fumador entonces de rubio inglés enboquillado, consideraba como una rareza etnográfica, y ayudarlo a mantenerse despierto, hablando de cualquier cosa e, incluso, cantando... tenía entonces un Seat 1500 gris oscuro, un coche grande para la época, en el que, de hecho, viajábamos una familia muy numerosa, pero que hoy, al verlos, me parecen casi de juguete; aquel ejemplar, en concreto, nunca funcionó bien, sufriendo averías tan curiosas como la rotura de la frágil palanca del cambio de marchas, que estaba en la columna del volante -nos pasó en Ordesa, y conseguimos volver a Boltaña colocando en su lugar un palito de boj, tributo a nuestros antepasados cuchareros- y, sobre todo, las recurrentes del alternador, que nos dejaban el coche completamente a oscuras, sin alumbrado, en medio de la marcha: en un viaje a Madrid nos quedamos así antes de llegar a Lleida, y allí tuvimos que alquilar un taxi para seguir viaje; lo recuerdo, un Mercedes verde, redondeado, un modelo de finales de los Cincuenta... le dijimos al taxista que, antes del viaje de vuelta, intentase dormir un poco; se conoce que no lo hizo porque, regresando -mi padre dormía en el asiento trasero, y yo, en el delantero, junto al conductor- me desperté del frenazo; había dado él también una cabezada, se había salido de la carretera, y había conseguido detener el coche antes de saltar al vacío en una de las curvas del puerto del Frasno.

Porque nosotros no dormíamos; llegados a Madrid, desayunábamos, mi padre se iba a sus asuntos, y yo tenía toda la mañana libre, para dedicarme a recorrer museos -así llegué a conocer bastante bien El Prado- o, sencillamente, a pasear por Madrid: quedábamos a la hora de comer, lo hacíamos en Madrid o, a veces, ya saliendo en dirección Barcelona, en algún restaurante de San Fernando de Henares, especializados en chuletitas de cordero, y nos poníamos de nuevo en marcha hacia nuestro destino, al que llegábamos ya bien avanzada la noche, más de venticuatro horas después de nuestra salida...


La foto es reciente... el chirimbolo de detrás no estaba...

Justamente en uno de esos viajes viví la experiencia que hoy os quería relatar: ya en mi tiempo libre en Madrid, paré un taxi y le pedí que me llevase a la Facultad de Ciencias Económicas, la única entonces existente, la de la Universidad Complutense: por aquellos días el Movimiento Estudiantil estaba en un momento de gran actividad, habíamos creado los Sindicatos Democráticos de Estudiantes, las asambleas y las manifestaciones eran continuas, y tenía yo ganas de ver el ambiente que se respiraba en mi Facultad hermana, una de las más activas... no era mi intención actuar de enlace, no tenía yo responsabilidades de ese tipo, era un simple Delegado en el Consejo de mi curso, pero me apetecía hablar con la gente de allí, ver sus murales -aquellos carteles kilométricos, de papel de estraza, que habíamos heredado de los chinos de la Revolución Cultural...-, coger algunos panfletos.. lo de siempre, vamos...

Ya al pasar junto al Arco de la Moncloa me advirtió el taxista de que parecía que habían cerrado las Facultades: el despliegue policial era importante: la manifestación del día anterior había sido masiva, y las autoridades gubernativas habían cortado por lo sano, imponiendo un cese de las actividades académicas, y llenando el Campus de fuerzas antidisturbios: no penséis en los robocops actuales, con sus exoesqueletos de kevlar y sus cascos siderales: eran pobres, como todo el país, más bien bajitos y con bigote, vestidos con abrigos grises hasta el suelo que solían venirles grandes y tocados con unos cascos de plástico baratos, que era una risa ver, cuando te perseguían, -y si tenías pelotas para volverte a mirar- cómo se lo tenían que sujetar en la cabeza con una mano, para evitar su pérdida... aquel Estado mísero no podía gastar ni siquiera en una de sus actividades fundamentales, la Represión... viajaban hacinados en Landrovers, ocho o diez en cada uno, con las ventanas protegidas con tela metálica de gallinero, y mis amigas de la Facultad se remangaban aún más sus minifaldas cuando los teníamos estacionados delante, en la esperanza de que, si al verlas experimentaban algún trastorno en el riego sanguíneo de alguna parte de su anatomía, aún estarían más incómodos allí dentro...

Visto lo visto, le pedí al taxista que diese la vuelta, y volvimos hacia el centro de la ciudad; no era cosa de que se les ocurriese pararnos y pedirme explicaciones... llevaba puesta la radio, no recuerdo cual, da igual, todas las emisoras eran del Régimen... un locutor, con la voz engolada y -en este caso, indignada- que recuerdo tan bien, criticaba duramente a los manifestantes del día anterior..."Esos jóvenes ingratos, nacidos en la Paz de España, que quieren acabar con todo, esos privilegiados... que ayer recorrían nuestras calles, en tumulto, alterando la pacífica convivencia, cantando cancioncillas infames como una, oída ayer, que decía:

"La mujer de Paco Franco
no cocina con carbón,
que cocina con los cuernos
de su marido, el cabrón..."

El taxista frenó en seco, y casi me la pego con los cristales que entonces separaban a los clientes del conductor..."¿Ha oído usted lo que han dicho...?" "Lo mismo que usted", respondí... "¡Jó!" dijimos los dos, a coro... no había más que comentar...

Y esa es la historia de una gris mañana madrileña en que me enteré de que los cuernos, incluso los conyugales, pueden ser usados como combustible doméstico, y en la que oí por la radio llamar "cabrón", con todas las letras, a Su Excelencia el Jefe del Estado y Generalísimo de los Ejércitos, Francisco Franco Bahamonde...








viernes, 18 de septiembre de 2015

Mon premier voyage, mon premier amour

Me gusta escribir sobre los sitios que visito; es una forma de revivir la experiencia, rellenar algunas lagunas de la memoria y, de alguna manera, compartir momentos que son muy míos... y ahora me doy cuenta de que nunca he escrito sobre mi primer viaje, y el amor que sentí, casi a primera vista, hacia una ciudad que, ¡ay! hace años no piso, pero a la que siempre me prometo volver...


Servidor, en 1970. Y en París

Algunas veces digo que, si llegase a escribir mi biografía, empezaría con una sola frase: "Llegué a París en Abril de 1970..."... ahora no tiene mucho sentido, pero si hubiéseis pasado años y años oyendo contar batallitas a los que estuvieron allí en aquel Mayo del 68 que, al principio, parecía que lo iba a cambiar todo, después, que no había cambiado nada, y ahora llegas a pensar que sí, que cambió muchas cosas... lo entenderíais perfectamente.

El viaje era, simplemente, el Paso del Ecuador de mi curso en la Facultad de Ciencias Económicas: por aquel entonces, la gente viajaba poquísimo, salvo los emigrantes; fuera de España, todo era caro de narices, y dentro tampoco atábamos perros con longanizas, precisamente: pude apuntarme, junto a mis amigos más próximos, porque hice de "extra" durante varios días en una producción cinematográfica y conseguí una pesetas que, en aquel momento, difícilmente habría podido reunir, con la situación económica familiar en uno de sus momentos más apurados... al acudir al banco y cambiarlas por los Nouveaux Francs, se transformaron en un ridículo fajo de pocos, muy pocos billetes... con los que debía sobrevivir en París durante, creo, unos 10 o 12 días...

Salimos un grupo no muy grande, menos de veinte, acompañados por un joven profesor de Contabilidad, Ignacio Casanovas, con el que trabaríamos una buena amistad. A Ignacio, fallecido ya hace años, le debo haber aprendido mucha Contabilidad, y, además, en un tiempo record: pocos días antes del examen final, tomando unas copas, se le ocurrió decirme: "A ti, Antonio, te aprobaré porque somos amigos, pero tú, de contabilidad... ¡ni puta idea, vamos...!" ¡¡Uy, lo que me dijo...!! Estudié como un jabato, noche y día, y tuvo que rendirse a la evidencia y ponerme un nueve, ante su sorpresa, y eso porque me equivoqué en una resta... Subimos al tren, un expreso que empleaba toda una tarde y una noche en cruzar las verdes tierras de Francia, durmiendo sobre los incómodos asientos de eskay azul... pasamos por Carcassonne, cuya ciudadela iluminada fue el primer impacto de la noche, Toulouse -creo- , y enfilamos hacia las tierras del Loira, que también pude ver al cruzarlo por un larguísimo puente... no recuerdo si en Limoges o en Brive-la Gaillarde bajamos del tren para comprar una botella de agua mineral; al ver el precio, horrorizados, volvimos a mirar nuestro fajito de nouveaux, y llegamos a la conclusión de que la cosa, pese a las latas de conserva que llevábamos en las maletas, pintaba mal... creo que había sido en la aduana de Port Bou cuando, al amable policía que me revisaba el equipaje, le había dicho, sonriendo... "No se preocupe, no llevo drogas...", a lo que me había respondido: "A los españoles no os registramos por las drogas... ¡os registramos por el chorizo!". En España era aún endémica la Peste Porcina Africana, y estaba estrictamente prohibido sacar a Europa -Europa entonces estaba fuera- ningún producto del cerdo.



Serían más o menos las ocho de la mañana cuando el grupito de entumecidos viajeros bajamos del vagón en la Gare d'Austerlitz...una amiga, aún más dispuesta que yo a dejarse enamorar por París, abrió los brazos, casi en trance, y exclamó... "¡La luz de los Impresionistas...!" "¡Coño, es niebla!" -dije yo, prosaico... no se veía ni a diez metros, pero lo que se intuía... ¡oh, qué bonito...!

Nos hospedábamos en el Hôtel du Châteudun, en la Rue Châteaudun, muy cerca de Nôtre Dame de Lorette: la localización era magnífica, a pocos minutos andando de los Boulevards, y a un cuarto de hora de Pigalle y Montmartre...el hotel en sí, adecuado a nuestra economía, es decir, algo cutrillo... curiosamente, -para nuestra sorpresa, viniendo de un país tan racialmente plano como la España de la época- éramos los únicos blancos; personal y clientela eran todos, creo recordar, antillanos, que nos acogieron muy amablemente, supongo que por la novedad... nuestra habitación -la compartíamos dos amigos y el profe- era amplia, dotada de un cuarto de baño con una enorme bañera, un lavabo, un bidet... y nada más: el retrete era comunitario, y estaba en el hueco de la escalera, con un fastuoso WC de porcelana decorada, y un pomo de cadena que, desde el primer momento, me propuse robar al final de mi estancia... por desgracia, algún compañero se me adelantó. Para hacer pipí, no había problema, el bidet servía... había dos camas individuales y una de matrimonio que, naturalmente, asignamos a Ignacio; hasta el segundo día no descubrimos que el extraño aparato que había junto a la cama de matrimonio, y que confundimos con una radio, era un cacharro que, si metías un franco, imprimía a la cama un movimiento de masaje... un día se lo quise enseñar a una compañera, una estudiante de medicina muy guapa, que no recuerdo por qué se había añadido a nuestro grupo, y fuimos pillados in fraganti por el profe, que, luego, se disculpaba, creyendo que me había fastidiado el plan... ¡era bastante más optimista que yo!.



Ávidos de verlo todo, nos lanzamos a la desesperada sobre París: tanto recorríamos la ciudad en Metro, para aprendernos las líneas, como andábamos durante horas por sus calles... todo nos parecía grande, todo nos parecía extraordinario, nada recordaba la triste ciudad de un país triste de donde veníamos... recuerdo el sentimiento al ver ondear, limpia en sus colores, la Tricoleur, que me parecía -y me sigue pareciendo- la bandera de un país de ciudadanos libres... yo ya era un francófilo declarado, pero aquel viaje me remató definitivamente.

¡Y los museos...! pasamos horas en el Louvre... vale que yo ya conocía El Prado, por eso su sección de pintura me impresionó, pero dentro de un orden... recuerdo, eso sí, la emoción de poder ver La Gioconda a la altura de mis ojos, y sin los blindajes protectores que el vandalismo ha hecho, por desgracia, necesarios; pero mi emoción se desbordó en su sección de antiguedades clásicas, empezando ya por la Victoria de Samotracia que presidía la escalinata... la Venus de Milo, antiguedades griegas, egipcias, babilónicas... saltábamos como pajarillos de una a otra, dándonos codazos... "¡Mira, esto...!" "¡Mira, lo otro...!"... pero donde seguramente más disfruté fue en el Jeu de Paume, donde estaba entonces el Museo de los Impresionistas, que he vuelto a visitar después en el Quai d'Orsay.

París estaba lleno de atractivos para unos españolitos del mediofranquismo... lo primero que hicimos fue visitar la embajada de Cuba y la de la China Popular... salimos cargados de folletos y Grammas, de la primera, y de Libros Rojos de Mao, en una cuidada traducción castellana, en la segunda...curiosamente, el mío desapareció poco después de casa de mis padres: mis hermanos se lo achacaban a la asistenta que teníamos entonces, y llegamos a la conclusión de que había cumplido su misión si servía para la toma de conciencia de las Clases Populares... Yo, por mi cuenta, que atravesaba una época sindicalista, localicé en el listín -el Bottin- la sede de la CNT, para descubrir, con sorpresa, que se trataba de la rama francesa; la española en el exilio abría muy pocos días a la semana; pero igualmente me encontré con un grupo de viejos excombatientes de las columnas anarquistas, ya ligeramente ancianos, con los cuales pude tener una interesante conversación, que me convenció, una vez más, de la coherencia y altura ética de los ideales de la Acracia, y de sus nulas, por decir poco, posibilidades de aplicarse a la dura realidad.



Justo es reconocer que había otro tema en el que éramos claramente deficitarios, y, por decirlo rápido, enseguida nos planteamos ir a un cabaret: y no elegimos uno malo, precisamente, sino el Crazy Horse, uno de los más conocidos, en plenos Champs Elysées... acongojados como pueblerinos en la Ville Lumière, nos acercamos a la taquilla, y acabamos comprando las entradas más baratas, con derecho a una mesa pequeñita, tipo francés -es decir, del tamaño de un plato grande- y una consumición de un Champagne de marca ampliamente desconocida, situada a unos ciento cincuenta metros del escenario.

Se abrieron las luces, sonó la música, y de un lado y otro del vistoso decorado empezaron a aparecer figuritas, del tamaño aparente del dedo meñique, ataviadas con profusión de plumas de colores y lentejuelas... abalanzándonos sobre la precaria mesa, entornábamos los ojos para concentrar más la vista, conteniendo la respiración... "No llevan nada arriba, ¿verdad?" preguntaba, ansioso, mi compañero..."No, juraría que no..." contestaba yo, viendo demasiado saltarines aquellos senos como guisantes que imaginaba, más que veía... así nos tiramos todo el espectáculo, hasta que, en la apoteosis final, apareció en escena, recorriendo al galope corto la pasarela central de la sala -que bien podrían haber usado las mozas-... un hermoso caballo... "¡Ese sí que va en pelotas!", exclamé yo, entusiasmado...

Ante el fracaso, decidimos buscar una alternativa más canaille... no faltaban lugares en París; casi cada día cruzábamos frente a un dudosísimo local en Pigalle donde el portero, al oírnos hablar en Español, pasaba rápidamente a nuestra lengua... "¡Espectaculo -así, con acento en la "u"- continuo: buen culo, buenas tetas...!" No sé por qué optamos por un local peor aún, en una de las callejuelas próximas a la Plaza de la Bastilla donde, para nuestra sorpresa, las cloacas discurrían a cielo abierto, en una zanja central de la calle. En una sórdida sala con capacidad para unas treinta o cuarenta personas, una señora de unos treinta años -algo pasadita ya, para nosotros- se desnudó con la misma sensualidad que hubiese empleado para ponerse la bata de boatiné al llegar a casa, mostrando un cuerpo desnudísimo, eso sí, blanco lechoso, no especialmente bonito y con algún moretón estratégicamente distribuido... yo no me atrevía a mirarle la cara, de vergüenza propia y ajena, mientras me pasaba unas tetillas que ya iniciaban su declive a pocos centímetros de las narices... la nota divertida de la noche la dio un matrimonio centroamericano, al parecer en viaje de novios, que no sé como diablos habría acabado en aquel antro... la bailarina -porque algo bailaba- sacó a la pista al recién casado, y su esposa -en voz muy bajita, pero en perfecto castellano -le advirtió: "¡Si bailas con esa, esta noche conmigo no duermes...!" Esta vez no había ni Champagne malo, creo que libramos con una Cocacola o algo parecido.


¡Qué simpáticos, los Boches! se dejaron un Panzer, para que me apoye...

Completé mi ración de lo Prohibido asistiendo, en la Cinemathèque, a una proyección de "Memorias del Subdesarrollo", la magnífica obra del gran director cubano Gutiérrez Alea: no recuerdo por qué razón, aquella tarde iba solo; entré con las luces ya apagadas, y me acomodé en el suelo, entre un caballero de gran estatura y una chica jovencita, que me hicieron sitio como pudieron. Además, para mi sorpresa, todo el mundo estaba fumando, cosa desconocida para mí; en España, el Cine y la Iglesia, así como algunos polvorines militares, eran los únicos lugares donde no se podía fumar entonces: encendí mi "Ducados" y me concentré en la película.

En un determinado momento, el protagonista escribe a máquina: "¡Ya me están jodiendo...!"; los subtítulos franceses ofrecieron una versión considerablemente más suave, algo así como "Me están molestando...", y una carcajada unánime resonó en la sala... resultaba que la mayoría éramos hispanófonos, y muchísimos, directamente españoles... el grandullón era, previsiblemente, de Bilbao, y la chica jovencita, de Madrid. Al salir, un grupo numeroso nos juntamos a tomar unas bières, pocas, porque al precio que iban...

No había contado que, la primera noche que pasamos en París, habíamos subido hasta Montmartre y, en la Place du Tertre, entramos en un local bastante grande, creo recordar que Le Funiculaire; allí, en una mesa alargada, había una docena de chicos y chicas de nuestra edad, cantando acompañados por uno de ellos, que tocaba la guitarra... en cuanto nos oyó hablar, arrancó con los sones de "¡Ay, Carmela...!"... resultó ser hijo de un exiliado leonés, juntamos mesas y grupos y, cada noche, subíamos a compartir con ellos alguna bebida y cantar un rato...no resultaba difícil integrarse en la población local, la verdad... sobre todo, tratándose de una población tan cosmopolita: por primera vez, veíamos en las calles ciudadanos de otras etnias; magrebíes, subsaharianos, indochinos... no sin tensiones, por supuesto; una tarde, paseando por cerca de Montmartre, me sorprendió un control de la Gendarmería: con una MAT 49 en la barriga, fui empujado hacia una pared, donde había ya cinco o seis magrebíes... mientras buscaba mi pasaporte -lo juro- no recuerdo si dije "Je suis espagnol" o "je suis chrétien"... me dejaron seguir, y me despedí de mis compañeros de desdicha con un guiño de complicidad, ya que no de solidaridad... si contempláis mi foto que abre esta entrada, comprenderéis perfectamente la confusión.

El "Tiburón", un fetiche de la época...

Quedaba, por supuesto, el espinoso problema de la subsistencia: ya os adelanto que nuestro presupuesto no nos permitía disfrutar de los encantos de la cocina francesa: es cierto que, en otras visitas, descubrí lugares donde, por poco dinero, podías hacerlo, y recuerdo especialmente una boulangerie, a pocos metros del Palacio del Elíseo, en cuya trastienda, y por un precio muy sensato, podías deleitarte con un boeuf bourgignon inolvidable... entonces, probamos los comedores universitarios pero, sinceramente, lo encontramos incomestible: restaurantes visitamos alguno italiano, y mi primer chino, casi inexistentes entonces en Barcelona, así como también mi primera -y de estas no ha habido muchas más- hamburguesería... comíamos en el hotel, de las latas que llevábamos, y también descubrimos, en determinadas porterías del Barrio Latino, unas señoras ataviadas más o menos como nuestras castañeras, sentadas en una silla de enea, con un mantón, una falda y un delantal hasta el suelo, y una cesta de baguettes a su lado; sacaban de debajo del delantal -o de la falda, yo no me atrevía a mirar- porciones de queso o de paté de campagne, y te hacían un bocadillo de media baguette que, con una cerveza, te mantenía hasta la noche... de todas maneras, juraría que no engordé.

Me sucedieron muchas más aventuras, que prometo contar... si me preguntáis, a bote pronto, qué me impresionó más de París, os contestaría... que los urinarios públicos. No es broma; existían aún las famosas "Vespasiennes", unos urinarios metálicos cilíndricos, situados en medio de las aceras, que no llegaban hasta el suelo; veías los pies de los usuarios y, si prestabas atención, incluso oías el chorrito... y me llamaban la atención, justamente, por la escasez de esos equipamientos en España. creo que en Barcelona sólo existían unos en la Plaza de Catalunya, que fueron cerrados con la falaz excusa de que eran lugares de ligue para los homosexuales... nuestros dirigentes, claro que sí, saben que los ciudadanos orinamos, incluso han oído hablar de una cosa llamada próstata: simplemente, les importa un pito: "¡Que se jodan, que vengan meados de casa, o que meen por la privada: que entren en un bar y pidan un café...!" deben pensar... en una sociedad democrática y libre, los Poderes Públicos se preocupan de que sus ciudadanos orinen digna y ordenadamente, y con cargo a Presupuestos -o, como mucho, dejando una propinilla a "Madame Pipí"...- en Japón, un Estado democrático, y claramente comunitario, los lavabos públicos son auténticos centros de civismo, limpios como patenas... aquellas vespasiennes -desgraciadamente, eso sí, sólo para hombres, y para aguas menores- fueron, para mí, la prueba de que se podía gobernar pensando en las necesidades de la gente común y corriente, y ¿qué otra cosa podemos pedir...?

¡Pssssssssss...!









martes, 15 de septiembre de 2015

Mi Manifiesto Electoral

Ejercí por primera vez el Derecho a Voto a la temprana edad de dieciocho añitos, allá por el 1967, en unas elecciones al Consejo Provincial del Movimiento, órgano cuyas funciones desconocía, y sigo desconociendo, pero imagino que no serían especialmente decisivas: Lo hice a petición de unos amigos, para que tachase de la lista -única, por supuesto- a un ciudadano al que yo tampoco conocía, pero ellos si, y afirmaban, rotundamente, que era un cabrón con pintas.





Después de tan poco prometedor inicio, mi performance democrática no podía sino mejorar: así, he acudido a votar todas las veces que he sido llamado a hacerlo, y he procurado siempre votar en conciencia, eligiendo a los candidatos que, en mi opinión, mejor encarnaban mis ideas sobre la organización social que yo consideraba, si no perfecta -tampoco exageremos- sí menos mala. También ha ayudado el hecho de que, durante muchos, muchos años, he sido militante de una formación política que, de nuevo en mi humilde opinión, defendía semejantes planteamientos, y eso simplificaba notablemente mi proceso de decisión, porque hay que ser muy bruto para estar pagando la cuota de un partido y, a la hora de la verdad, votar a otro.

Reconozco que tan cómoda posición se ha ido desmoronando, por la confluencia de diversos factores; por un lado, la profunda crisis de representatividad democrática que atraviesa España, puesta en manifiesto por la muy deficitaria actuación de los partidos tradicionales ante la crisis y el generalizado fenómeno de la corrupción, ha hecho aparecer nuevos sujetos políticos, a cuyos cantos de sirena no ha sido indiferente del todo mi corazoncito... por otro, y como ciudadano de Cataluña/Catalunya, la posición por demás vacilante de la formación política en que yo militaba respecto del llamado, en su momento, "Derecho a Decidir" -hoy, pura y simplemente, secesión- ha acabado dinamitando mis sólidas posiciones iniciales, dejándome en un peligroso terreno de nadie, que me ha llevado a cometer curiosas infidelidades electorales.

Ahora he sido convocado de nuevo a las urnas, por libérrima y legítima decisión del President de la Generalitat, con la peculiaridad de que, según el propio convocante, no se tratan de unas simples elecciones a diputados del Parlamento Autonómico, sino de un plebiscito en el cual el voto a las opciones políticas que así lo recojan en su programa deberá considerarse un "Si" al inicio de un proceso de secesión de Catalunya y la creación -en principio, mediante negociaciones con el Estado Español, sin descartar plenamente la Declaración Unilateral- de un nuevo estado independiente, del cual, al parecer, y si nada lo remedia, sería yo ciudadano.

Por una vez, y sin que sirva de precedente, voy a dar por buena la palabra del President, y acepto plenamente el carácter plebiscitario de las futuras elecciones. Y me propongo actuar en consecuencia.

Considero que la secesión de Catalunya, a estas alturas de la vida, cuando los recientes acontecimientos en Europa demuestran que no hay más salida que la integración de los Estados, la cesión de parcelas cada vez más importantes de soberanía y la profundización en un federalismo continental, tendría un sentido similar al de entrar en una autopista en sentido contrario al de la marcha; crearía serios problemas a Europa -no tanto por la salida de Catalunya de la órbita de las instituciones europeas, sino por el ejemplo en otros conflictos territoriales ya existentes o que se pudieses suscitar-, a España, por supuesto, que perdería uno de sus territorios más dinámicos y una parte importante de su peso en en marco europeo... y, en primer lugar, a la propia Catalunya, que se vería forzada a negociar, al mismo tiempo, las condiciones de su segregación con el Estado Español y de nueva adhesión con las Instituciones Europeas, en un momento en que las relaciones con uno y otras se encontrarían especialmente envenenadas. Las autoridades europeas -hablando claro, Angela Merkel, no se me ocurre otra autoridad europea en este momento- lo ha dicho con toda la claridad que ha podido: desgraciadamente, ni Mas ni Romeva, que manejan un Inglés de "cole" bueno, parecen entender el Alemán... me muero de risa cuando afirman, enfáticamente, que nadie va a expulsar de la Unión Europea a siete millones y medio de ciudadanos... ¿Pero no os vais a ir vosotros, del Estado Español, que es el firmante de los Tratados...? ¡Y de siete y medio, nada; los que os sigan, que yo no pienso...!

Puedo entender perfectamente las razones sentimentales de parte de mis conciudadanos, porque el cariño verdadero, ni se compra, ni se vende, y ni ellos lo sienten, ni muchas veces lo encuentran fuera... las cosas están así; pero el coste emocional de la doble frontera -la que separaría Catalunya del resto de España, y la que, dentro de Catalunya, nos separaría a los entusiastas del nuevo Estado y a los indiferentes, escépticos o contrarios- difícilmente podría ser superado por las eventuales ventajas derivadas de la secesión. Dichas fronteras, no tiene sentido negarlo, existen ya, y se ahondan cada día: aquí dentro, la frontera atraviesa familias y grupos de amigos, y si bien es cierto que, casos absolutamente excepcionales aparte, no ha llegado a afectar la convivencia, ¿Podemos estar seguros de que eso no llegue a suceder en un futuro más o menos próximo...?

No vamos a entrar en las posibles consecuencias económicas, para Catalunya -es decir, no para la Catalunya etérea y eterna, sino para nosotros, para su población actual- de la secesión y subsiguiente salida de la Unión Europea: baste con recordar que economistas adictos a la idea estimaban que no superaría una caída del 5% en el PIB... ¡Un 5% del PIB! ¿Sabéis de qué estáis hablando, ángeles míos...?. Para mí, el tema es, por encima de todo, personal: la secesión no me resolvería ningún problema, al contrario, me crearía nuevas incertidumbres, a una edad en que lo que uno busca es tranquilidad... mi estatus personal, con un pie en Barcelona y otro en las futuras tierras extranjeras de Boltaña -que no está ni siquiera en la Franja de Ponent, sino más España endins- difícilmente podría mantenerse con la facilidad con que hoy lo hago... mi pensión de jubilación, que los secesionistas consideran garantizada, pero sin explicar con mucho detalle cómo me la va a garantizar un Nou Estat que será sucesor de una Comunidad Autónoma cuya deuda pública es considerada por las agencias de rating a un nivel similar al de los billetes del Monopoly... por no hablar de mi futura condición de extranjero en la ciudad en la que he nacido, aunque justo es reconocer que, con mi pasaporte comunitario en el bolsillo, la cosa no dejaría de tener su poquito de morbo.

Por supuesto que una separación amistosa simplificaría notablemente estas cuestiones, pero parece que esta gente no se haya divorciado nunca... eso de "separación amistosa" es un oxímoron como una catedral, y conociendo, como conozco a unos y otros -y la mala leche que unos y otros gastan- tengo por seguro que el triunfo de las candidaturas secesionistas abriría un periodo en que, desde un bando y otro, intentarían darse todas las patadas posibles en el culo... de sus ciudadanos. Mi nivel de confianza en el Viejo Estado es perfectamente descriptible, pero, sintiéndolo mucho, el conocimiento personal y directo que tengo de muchos de los actores dispuestos a protagonizar el "Nou" no me tranquiliza en lo absoluto, más bien todo lo contrario.

Y lo que más me apena es ver cómo gente a la que también conozco y sí aprecio, cuyo concurso sería imprescindible para levantar de una vez España y Europa, -que, lo admito, no es tarea fácil- parecen haber abandonado dichos objetivos, y centrar todo su esfuerzo, su capacidad y su ilusión en crear un paraíso pequeñito, una nueva Holanda, una nueva Dinamarca... como si a la Humanidad le hiciesen falta más países pequeños, ricos e insolidarios... y, además, sin explicar muy bien cómo van a conseguir semejante maravilla aliándose con los que llevan más de 35 años gobernando el cotarro, sin muestras aparentes de esa orientación social de la que ahora alardean, cuadrilla -incluso, a veces, en el sentido penal del asunto- de presuntos corruptos, recortadores y privatizadores... ¿qué piensan hacer, darles un golpe de estado interno?... no acaban de explicarlo... su nuevo descubrimiento, ahora, es que la Lucha de Clases divide a los Pueblos... eso ya lo oía decir yo de pequeñito, a los profesores de Formación del Espíritu Nacional, mira por donde...

En pocas palabras; acepto las reglas del juego que establece el President; vale, te admito "Elecciones Autonómicas" como "Plebiscito"; los plebiscitos no entienden de matices, son "Si" o "No", no puedes contestar "depende...": a tu proyecto, a tu Itaca particular, y la de tantos, !ay! de mis conciudadanos, mi respuesta es "No, gracias" y, en consecuencia, juro por Tutatis y por Belenos que mi humilde voto irá a parar a una formación política que en ningún caso -salvo enajenación mental o ingesta de psicotropos- crea yo que puede llegar a apoyar tu investidura ni tu "full de ruta", ni tan solo mínimamente... y eso, lo reconozco, reduce aterradoramente mi abanico de opciones, descartadas las más sobrecogedoras y que superan mi nivel de sacrificio, porque, sinceramente, no me fío un pelo de aquellos por los que siento más afinidad ideológica en, digamos, asuntos generales; pero hay que joderse: un plebiscito, es lo que tiene... otras elecciones vendrán, donde podré votar a los míos, caso que tengan el detalle de presentarse, y yo pueda reconocerlos... ¡salud y suerte!









lunes, 14 de septiembre de 2015

O Pregón de Fiestas

Hace días Paco Pizarro colgó en facebook unas bonitas fotos del Pregón de Fiestas de Boltaña en 1973; se me removieron muchos recuerdos...



Con José Antonio Dueso... ¡y la burreta!


Ante la sencilla pregunta de "¿Y cuando son las fiestas de tu pueblo...?, los boltañeses tenemos una curiosa reacción: titubeamos, carraspeamos, decimos vaguedades... "Esto... en Agosto, a mediados... bueno, a finales... verás..." para acabar con un "Bueno, mejor que te lo explique..."

Tal día como hoy, catorce de septiembre, Exaltación de la Santa Cruz, hace más de cincuenta años, serían fiestas en Boltaña. Coincidían, que ya es mala suerte, con las del pueblo vecino y razonablemente amigo, y, lo que es peor aún, con casi el inicio del Otoño. Mal tiempo, tronadas y rebeca por las noches...

Además, a mediados de los Sesenta, Boltaña había padecido ya una importante pérdida de habitantes, ocasionada, entre otras causas de carácter general, por dos crisis muy específicas; el despoblamiento de Jánovas y La Solana, relacionado con el proyecto de construcción del maldito pantano que tanto daño nos ha hecho, sin llegarse ni tan siquiera a construir, y -en ese caso, una causa más benigna- la reestructuración militar que supuso la desaparición de la importante guarnición que habíamos tenido desde después de la Guerra Civil, y de la que recuerdo, especialmente, verlos hacer la instrucción en la Plaza de Armas de los Cuarteles, desde la galería de la casa de la familia, y el profundo olor a pies en el Cine Álamo, cuando asistían a la sesión los soldados... Muchos boltañeses  habían ya ido a vivir a otros lugares, la mayoría de ellos, si podían, pasaban allí las vacaciones de verano, pero entonces solían concentrarse en el mes de Agosto. En Septiembre, cada mochuelo a su olivo; los jóvenes que estudiaban fuera también marchaban... las fiestas de Septiembre, por decirlo así, se estaban quedando bajas de efectivos.

Yo, por ejemplo, solo recuerdo haber podido subir, con mis padres, a unas fiestas de Septiembre: en aquel entonces, todo estaba muy lejos de Boltaña; a Barcelona, meca favorita de la diáspora boltañesa, eran seis horas en coche; en transporte público, ya ni os cuento; un día de viaje, combinando el coche de línea hasta Barbastro, otro hasta Monzón, (ya no existía "La Burreta", el tren de vía estrecha que llegué a conocer siendo muy pequeño) y un delirante Expreso a La Coruña, el "Shangai", que te dejaba en Barcelona hecho unos zorros, con un día de recuperación por delante para librarte de los efectos de la carbonilla, el traqueteo y los asientos de madera... Zaragoza era una mancha borrosa envuelta entre polvo y brumas, que algunos afirmaban haber vislumbrado desde la cima de la Peña Montañesa, y que justificaba, por su lejanía, aquel chiste cruel... "Padre, ¿Qué está más lejos, Zaragoza o la Luna..." "¡Tontolaba...! ¿tú ves Zaragoza...?" Huesca era un pueblo. El País Vasco, Francia, ya no digamos Madrid... ni hablar de subir para un fin de semana...

El Consistorio recapacitó, y adoptó una decisión arriesgada, innovadora, que hoy, creo, difícilmente hubiese prosperado: cambiar de fecha las fiestas. Pasarían a celebrarse en Agosto, acabando en el tercer domingo -más o menos, creo recordar que ha habido excepciones-, para que así pudiesen asistir la mayor parte de los emigrados; serían, además, unas fiestas laicas, aunque tuviesen,-¿como no?- sus correspondientes misas: las Fiestas de la Convivencia... no recuerdo que hubiese mucha oposición popular, a todo el mundo debió parecerle una buena idea... votos, no peligraban, porque, total, al Alcalde lo nombraba directamente el Gobernador Civil, y a las autoridades, mientras no hubiesen elegido el Catorce de Abril, una fecha u otra les daba absolutamente igual... nos encontramos, pues, recién salidos de la pubertad, con unas Fiestas de Agosto que -tras el circuito infernal que se iniciaba en las de Lafortunada, seguía con las de Guaso, se bifurcaba con las de Bielsa y Fiscal, y remataba -o nos remataba- con las de Labuerda- cerraba con broche de oro un mes de vértigo, dejando para los más fuertes las ya muy familiares y tranquilitas -dentro de un orden- de La Torrecilla. A tres noches por fiesta, y cinco cubatas por noche -yo iba de gin-Kas-, mas los vasos de poncho... ¡echad cuentas!

Pero no era fácil construir unas Fiestas de nuevo... muchas de las cosas se podían importar directamente de la antigua, pero era quizás el momento de recuperar viejas costumbres o -¿por qué no?- inventar cosas nuevas, que las futuras generaciones recogerían... y así nació la idea del Pregón.

Recordaba yo que mi padre me había contado que, antes de la Guerra -en ese mítico ayer donde habían sucedido todas las cosas- los mozos leían un pregón de fiestas, rimado, donde se comentaban los hechos más destacados del año, sin olvidar referencias personales, muchas veces subidas de tono... supongo que muchos de mis amigos habrían oído hablar también de ese Pregón originario, y no puedo precisar de quién exactamente fue la idea de recuperarlo: recuerdo, eso sí, que lo escribimos una tarde, de una sentada, en una de las mesas exteriores de Casa Gorré, y podría dar el nombre de varios de los que allí nos reunimos -alguno, desgraciadamente, ya no está entre nosotros- si no temiese cometer la suprema indelicadeza de olvidar a alguien, seguramente tan responsable como todos los demás...

Escribimos el Pregón en Castellano, pero ya estaba en L'Ainsa Ánchel Conte, y empezábamos a entender la riqueza que suponía la Lengua Aragonesa y la responsabilidad que recaía sobre nosotros, de no dejarla morir dentro de nuestra generación... así, incorporamos muchas palabras que eran nuestras, las que usábamos corrientemente, antes de que tuviésemos plena conciencia de que eran reliquias de esa lengua antigua, que había llegado a nosotros ya muy fragmentada y amputada, pero que aún todos entendíamos... el Pregón, en sí, no era una obra literaria de gran altura, ni lo pretendía ser; tras saludar a boltañeses de dentro y forasteros de fuera, cantaba los loores de nuestro nuevo Patrón, San Convivencia, que no había sido ni virgen ni mártir, sino más bien golfo y borrachuzo, y exhortábamos a disfrutar de las fiestas con civismo, con una especial insistencia en no espichorrarse por los rincones... el texto, más o menos modificado, se ha seguido leyendo, y deben andar ejemplares por ahí... si alguien lo tiene a mano, le agradecería que me lo hiciese llegar; me haría ilusión comprobar qué queda de lo que escribimos un grupo de amigos cerca de cincuenta años atrás.

Redactado el texto, hacía falta leer el Pregón: y ahí si que nos tiramos a la piscina: ¡organizaríamos un cortejo, montados en burros...! El burro, ese curioso animalito, que ha llegado a estar, entre nosotros, en vías de extinción, era entonces una presencia continua en Boltaña: había casi en cada casa, y se empleaban, fundamentalmente, para bajar y subir a los huertos, función en la que fueron sustituidos, primero, por las mobylettes -que ocuparon su nicho ecológico-  y, en fechas ya mucho más recientes, por los Ladas y los Suzukis... la abundancia de burros había propiciado también la aparición de una diversión para mozos trasnochadores y algo pasados de copas: quien sabía imitar el rebuzno del burro, lo hacía, a altas horas de la madrugada, hasta que, uno a uno, contestaban todos los burros de Boltaña, con gran alegría por parte de los presentes, y -suponemos- recios juramentos por parte de la población civil que intentaba dormir... participé en alguna de aquellas experiencias, llamadas "hacer cantar a os burros", y aún ahora soy capaz de hacer una imitación bastante aceptable del rebuzno, habilidad, todo hay que decir, que apenas si tengo ocasión de demostrar.

Rápidamente, nos organizamos los pregoneros; había que agenciarse, de entrada, un burro; aunque había muchos, no todos valían... era preferible que todos fuesen burras, en evitación de problemas, pero había burras buenas, y burras furas, guitas... me recomendaron especialmente una burra de Casa Valero, acudí a solicitarla, se me concedió, y la monté los dos años en que participé en el Pregón, a entera satisfacción mía y -quiero suponer- suya: nos entendimos muy bien, una burreta dócil y sensata, ya veréis en qué ocasión pudo demostrar su sentido común. Eso si, el olor a sudor de burra te duraba tres o cuatro baños en la Gorga...

A continuación, era preciso localizar un traje regional: me lo prestó Alfonso Karpi, siempre hemos tenido tallas XXL: recuerdo perfectamente el proceso de ponerme la faja, y la alegría de descubrir que, una vez puesta, me reducía considerablemente la barriga, y que en sus pliegues podía guardar lo más imprescindible: tabaco, encendedor -lo correcto hubiese sido un chisquero-, algunas perrillas, aunque confiaba en que la gente, con aquellas pintas, invitaría... a Gloria Conde, que iba a ser mi compañera, le dejaron una maravilla, un traje auténtico del Siglo XIX, con un mantón bellísimo... yo iba muerto de miedo; si nos caíamos y el traje sufría desperfectos, era mejor que nos diésemos a la fuga... en total, salimos unas siete u ocho parejas, me parece recordar, todos convenientemente ataviados, con un buen cortejo de gente que nos seguiría a lo largo de todo el recorrido...

Desde la Plaza, donde empezamos, bajamos hasta el Parador; allí lo leímos por primera vez, formados ante la puerta del viejo edificio que había conocido Lucien Briet. Paseamos luego por la Carretera, bajo los árboles centenarios que aún la adornaban:  apenas si había tráfico en aquellos tiempos, poco molestábamos... Subimos de nuevo hacia el Casco Antiguo, me parece que paramos en Casa Solano a tomar algo, seguramente cerveza en porrón -aunque todos llevábamos bota-, y seguimos de nuevo hacia la plaza, donde ya se había congregado una multitud- a escala boltañesa, quiero decir- para escucharnos.

Mientras el pregonero leía el Pregón, los demás, puestos en fila, lo acompañábamos; fue en aquel momento cuando vi que mi burra, tan pacífica, se inquietaba un poco: mirando hacia atrás, descubrí que un zagal de doce o trece años le había levantado la cola, e intentaba meterle por, prefiero no saber dónde, una ramita de aliaga... rápidamente, echando el cuerpo hacia delante, le solté un alpargatazo en toda la cara, que lo hizo salir disparado... ¡Si llega a acertar, aún estamos corriendo, la pobre burra y yo.!

Disfrutamos mucho con la experiencia, y parece que al distinguido público también le gustó... repetimos al año siguiente, cambiando algo los componentes del cortejo, incorporando nuevos valores... dejamos paso a una nueva generación y, así, en las fotos del 73, ya no quedamos, creo, ninguno de los originales, ancianos ya de ventitrés o venticuatro años... había que dar protagonismo a los jóvenes... ahora, mirando aquellas pocas fotos que conservo, y recordando aquellos tiempos, me río, nostálgico: vuelvo a ver de nuevo a los amigos, que la vida ha ido separando, aunque muchos nos sigamos encontrando una y otra vez, y me alegro de haber podido vivir aquellos momentos... y de poderlos contar hoy.  Por cierto, de nuevo se vuelven a ver burros por Boltaña... ¿Alguien se anima a recuperar el Pregón...?

Con Gloria Conde...