viernes, 8 de mayo de 2015

Cosas que ver en Viena...



Encontrareis, por supuesto, muchas y buenas guías, que os explicarán con detalles los monumentos que podéis encontrar en Viena: os recomiendo fiaros de ellas: mis consejos siempre serán más anárquicos porque, generalmente, me leo antes del viaje dos o tres guías y, después, una vez en mi destino, apenas las consulto: uso un plano de lo más sencillo -en muchos hoteles los consigues gratis- y nos dedicamos a recorrer aquellos lugares que más nos han interesado en nuestras lecturas previas, dejándonos, sobre todo, llevar por el ambiente, intentarnos mimetizarnos con la ciudad, sin tratar de ver más de lo que vería, en un trayecto normal, uno de sus ciudadanos…

En cuanto cruzas el Ring y entras en el Casco Histórico de Viena, deja que tus pasos -y algunos estratégicos indicadores- te conduzcan hacia la Catedral: la Stephandom la Catedral de San Esteban, es un hermoso edificio gótico; su interior es mucho más dorado de lo que se suele esperar, pero me interesaron, sobre todo, algunas capillas exteriores, en la pared del templo, una vieja torre adosada, la “Torre de los paganos”, y, curiosamente, su tejado, de tejas vidriadas y de colores, formando dibujos geométricos…

A partir de allí, se puede empezar a callejear; muy cerca, en una amplia plaza rectangular, está la Pestsäule, la Columna de la Peste, un delirio barroco exvoto de la ciudad por haber superado una de las periódicas epidemias que mantuvieron la población europea dentro de parámetros razonables: en sentido opuesto, caminando hacia el Canal del Danubio, hay otros dos templos interesantes; la Iglesia Griega, junto al Mercado de la Carne -la religión ortodoxa tenía una cierta presencia en parte del Imperio- y, sobre todo, la Iglesia de los Jesuítas…

Siempre me ha interesado la Primera Multinacional de origen español, pese a que, según mi abuelo Julio, estuviésemos emparentados con el Conde de Floridablanca, que los expulsó de España. Mi interés es mayor aún, ahora que han conseguido colocar un Papa de su equipo, sobre todo, porque me parece una persona bienintencionada y  -me perdonaréis la paradoja- no exento de ciertos valores cristianos; pero en el Imperio Germánico la Compañía jugó un papel esencial en los turbios años de la Contrareforma… no olvidemos que fueron los Jesuitas los que, detrás de las tropas de Tilly y Wallenstein, consiguieron meter en cintura a los díscolos reformados checos… en Viena, su Iglesia -mucho más dorada aún que la Catedral- testimonia el poderío de la Compañía, y un bar frente a su puerta, recuerda a su fundador: Ignacio… ¿tendrán pintxos y txiquitos...?

Volviendo a la Stephandom, tras callejear libremente por las calles más antiguas de Viena, recomiendo tomar la recta y más amplia Kärntnerstrasse en dirección Sur, hacia el Ring, porque un poco más allá de su confluencia con dicha Avenida vamos a encontrar tres monumentos esenciales: 

La Iglesia de San Carlos Borromeo, en la ajardinada y amplia Karlplatz, con sus dos columnas simétricas, es uno de los iconos de Viena, una obra de un barroco exhuberante, incluyendo elementos de otros muchos estilos: pero, en la misma plaza, podéis admirar una obra arquitectónica muy diferente, el Pabellón Wagner, construido a finales del Siglo XIX, elegante construcción de hierro y cristal, primer obra del Jugendstil, la versión vienesa del Modern Style, movimiento que recorrería Europa con distintos nombres, y que nosotros conocemos por Modernismo. Como los “Fosteritos” de Bilbao, también en este caso se trata de una boca de Metro…

Otto Wagner, poco después, sería también parte integrante de un nuevo Movimiento, ruptura radical con el historicismo: la Sezesion. Justamente allí, en la esquina de la Karlplatz y la Wienzeile -donde se encuentra un enorme mercado al aire libre- se alza el Pabellón de Exposiciones del movimiento Sezesion, su obra más representativa con sus formas geométricas, su bella esfera decorada en dorado, y su lema, que fue el del movimiento: “A cada Tiempo, su Arte: al Arte, su Libertad…” En su interior, decoración de Gustav Klimt, otro de los integrantes de Sezesion.

Desde allí, puede volverse en dirección a la Stependom, por la Operngasse, donde debe visitarse otro de los monumentos inexcusables de Viena: en el sótano de la Iglesia de los Capuchinos, la Kapuzinenkirche, se encuentra el Panteón Imperial, Kaisergruftl: la entrada es absolutamente desconcertante, un ascensor moderno en un entorno anodino, que más recuerda la cámara acorazada de un banco que el lugar en que reposan los restos de docenas de Habsburgos, pero, una vez en su claustrofóbico interior, los descomunales mausoleos prácticamente tocan el bajo techo reforzado: allí, en féretros de bronce o mármol, decorados con profusión de símbolos religiosos o, sencillamente, macabros, vas repasando más de dos siglos de Historia de Europa, hasta llegar a las tumbas de Francisco José, Sisi y su desdichado hijo Rodolfo, rodeados el día que los visitamos por coronas fúnebres con los colores de Hungría. “La Cripta de los Capuchinos” es, también el título de una de las novelas vienesas de Joseph Roth, cuyo recuerdo te asalta en cada esquina, caso de haberla leído, por supuesto…

Saliendo a la calle, con cierta urgencia -demasiada Historia concentrada-  la vecina Augustinenstrasse te conduce hacia el conjunto del Hofburg, pasando primero por las instalaciones de la Escuela Española de Equitación, sede de los famosos Lipizzanes, los caballos descendientes de los Pura Raza Española que se criaron, hasta la independencia de Yugoslavia, en los campos eslovenos de Lipizza; creo que actualmente la yeguada está repartida entre Austria y su lugar original: ya habíamos asistido a una exhibición de dicha Escuela en Barcelona, así que nos ahorramos devolverles la visita -el espectáculo vale la pena, y más para antiguos jinetes, como nosotros-, pero los simpáticos Lipizzanes no quisieron dejarnos sin su presencia, y salieron a saludarnos, todo un detalle, qué majos… 

Más allá, tras un arco, se abre la Michaelplatz, donde, frente por frente, se encuentran la entrada principal del Hofburg y la Looshaus, la obra más famosa de Adolf Loos, una hermosísima y limpia fachada, cuyas “ventanas sin cejas” ponían de los nervios a Francisco José, que prefería usar otra puerta de su palacio para no contemplar semejante horror, en su Imperial y Real opinión.

Cosas que hacer en las cercanías de la Michaelplatz (o que, por lo menos, nosotros hicimos):

.- Ceder a la tentación de dar una vuelta en calesa por la Viena nocturna: no resultó excesivamente caro, nuestro auriga era un gitano centroeuropeo de lo más típico, y el recuerdo de las calles de Viena débilmente iluminadas, el rítmico golpeteo de los cascos del caballo en el empedrado, y el agradable olorcillo de la bosta de caballo (“Manzanas de caballo”, les llaman los germanófonos) te acompañan toda la vida…

.- Ceder también a las asechanzas de uno de los miles de jóvenes con minijob que, ataviados con trajes mozartianos ligeramente ajados, te intentan vender entradas para un concierto: en nuestro caso, nos tocó en suerte una bellísima sala en los bajos de uno de los palacios vecinos al Hofburg. El previsible concierto estuvo integrado por una selección de piezas de Mozart, otra de valses de Strauss, y algunos interludios de ballet, ejecutados por los que debían ser alumnos de conservatorio: los fallos de ejecución en que pudieron incurrir quedaban compensados por el entorno y, por supuesto, por la calidad propia de las piezas interpretadas: no se lo recomiendo a melómanos exigentes, pero pasamos un rato agradables, oyendo buena música… y sentados.

Callejeando por la “Ciudad Interior”, sales enseguida al Ring, justo en frente del Ayuntamiento, un edificio neogótico inmenso que, de noche e iluminado, causa un gran efecto…es el momento de coger un tranvía y, Ring arriba o Ring abajo, dirigirte a tu destino: nosotros nos alojábamos tras el Cuartel Rosado, la Rose Kaserne, sede en su día del Regimiento Hoch und Deutschmeister y ocupado hoy por dependencias oficiales, en un simpático hotelito situado en la Türkenstrasse, buena prueba del “fair play” vienés; dar a una calle el nombre de los que a punto estuvieron de apoderarse de ella: el hotelito, el “Oso Dorado”, Goldener Baere, era baratísimo, muy básico y limpio como una patena. Y a unos cien metros de la casa de Sigmund Freud.


Fuera del circuito estricto del centro de Viena, es casi obligatorio visitar el Palacio de Verano, Schönbrunn, la “Fuente Hermosa”; el recuerdo de sus bellos jardines y sus suntuosos salones quedará unido siempre en mi memoria a José Antonio Labordeta: y no porque hubiese sentido el impulso de mandar a la mierda a sus imperiales habitantes -cosa perfectamente posible, conociéndolo- sino porque estando allí me telefoneó mi hijo Borja para comunicarme el fallecimiento del hombre que nos había enseñado a los aragoneses (e incluso a los medioaragoneses) a ver con otros ojos nuestra tierra y nuestra gente… allí me despedí de mi amigo y maestro… y me despido ahora de estas líneas: queda Viena por ver... 



Jesuitenkirchen

Pabellón Wagner

Sezesion

Kaisergruft: Francisco José, Rodolfo y Sissi

Caballos de la Escuela Española de Equitación

Loos Haus

Schönbrunn

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