sábado, 26 de septiembre de 2015

Los últimos "Mayos" en Boltaña

Hace días, hablando de mi viaje por Baviera, enseñaba fotos de los "Mayos" que ví en una aldea bávara, muy trabajados, con alegorías de quienes los habían levantado... recordé cómo había participado en la erección -con perdón- de los últimos "Mayos" que se alzaron en la plaza de Boltaña...



Estamos, estos días, en Boltaña, redescubriendo nuestra Plaza mayor, que acaba de superar su enésimo "lifting": no es una plaza sencilla; viendo los planos, ahora, te das cuanta de lo difícil de su silueta: parece como si en medio de una plaza más o menos rectangular -la que iría, para entendernos, desde la Calle de la Iglesia hasta la línea Casa Lacurra -casa Gazo, adosada a otra también rectangular -la que baja desde el Castillo hacia calle San Pablo, en fuerte pendiente, además - se hubiese colocado, al biés, nada menos que la Iglesia, que no es precisamente pequeña, con el pegote del Antiguo Ayuntamiento, por si faltaba algo...... y aún queda otra porción, entre Casa Corregidor y Casa Núñez... los días en que amanezco volteriano -que no son pocos- pienso que la única solución sería trasladar, piedra a piedra, la Iglesia a un lugar más adecuado, o volver a los orígenes del Cristianismo, y enterrarla, transformándola en una enorme Catacumba... pero las limitaciones presupuestarias son las que son, y creo que, ésta vez, se ha dado un tratamiento unitario que ennoblece el conjunto, y lo pone a la altura del esfuerzo que ya habían hecho sus vecinos dignificando sus fachadas... queda pendiente el espinoso tema del aparcamiento de vehículos, que confío en que se resuelva con sensatez, y escuchando todas las sensibilidades.


Parking nocturno...

Comentábamos el otro día entre varios amigos cuántas Plazas hemos conocido ya: como empiezo a figurar entre los más viejos de la localidad, recordaba yo la doble hilera de bancos de piedra y las acacias, entre las que se corría la Carrera de Cintas para las viejas Fiestas de Septiembre. después, la resultante de las obras de pavimentación de las calles, que dejó la Plaza tal y como la hemos conocido esos años, con el murete para salvar el desnivel de la bajada del Castillo, y la desaparición de la Cruz que estaba sobre su pedestal allí... los cedros que se plantaron en el centro de un parterre, árboles de mucha más presencia que utilidad; daban sombra en Invierno, pero no en Verano... y su desaparición en la penúltima reforma, con la curiosa farola desmontable que, al final, se había suprimido definitivamente...

Mi padre, Guillermo Revilla: se aparcaba donde te salía de las... Al fondo, los bancos y las acacias.



Aquí aún no había acacias, pero se ve la Cruz...

Y es entonces cuando recordé lo que sucedió una noche de Fiestas -ya de San Convivencia-, cuando se había reestrenado la plaza tras la profunda remodelación que había experimentado: supongo que era la noche del Jueves, el primer día; habíamos bailado delante del Juego de Pelota -¡otra historia a contar!- habíamos bebido con más o menos moderación, la orquesta se había despedido, y un numeroso grupo, de diversas edades, nos habíamos quedado en las mesitas de Murillo -del Murillo que estaba aún allí, en la Plaza- que entonces se mantenían durante las fiestas, y donde nuestros mayores, al mediodía, escuchando la música, tomaban el vermut.

He dado ya dos de los elementos claves del asunto; estábamos allí gentes de distintas generaciones, y habíamos tomado alguna que otra copa... eso lleva siempre a hablar del Pasado, a comentar cómo eran las cosas antes, y como son ahora, lamentar lo que se ha perdido... y, en algún momento, un boltañés mayor que nosotros, pero aún en ese campo impreciso de las generaciones intermedias -no pondría la mano en el fuego, pero juraría que era Eduardo Gazo, se lo tengo que preguntar- pronunció la frase definitiva... "¡Y ya no se ponen "Mayos"!

También se lo había oído comentar, con nostalgia, a mi padre: los "Mayos" eran troncos de considerable altura -pongamos unos siete u ocho metros- que, y de ahí viene su nombre, se levantaban en el mes de Mayo, y se adornaban de flores y cintas: no nos vamos a poner demasiado antropológicos, pero supongo que eran una clara alusión al nacimiento de las hojas en los árboles, característica de la Primavera... alrededor de los "Mayos" se cantaba y se bailaba, y es de suponer -conociendo al personal- que también se bebía. Pero, según me contaba mi padre, en Boltaña se ponían los "Mayos" para Fiestas -es decir, en Septiembre-, y eran más bien cucañas: se engrasaban, y los mozos intentaban trepar por ellos para alcanzar los obsequios colocados en su extremo, entre los cuales brillaba con luz propia la estrella más preciada: ¡Un jamón...! En aquellos tiempos, de proteína escasa, os podéis imaginar lo que eso representaba... me imagino el juego que darían, los resbalones de los trepadores, perdidos de grasa de arriba abajo, las risas, los gritos de ánimo y las puyas a los que reblaban... y el legítimo orgullo del que lograse el trofeo.

El tablado de la orquesta ha ido variando de sitio... y de tamaño!


Aquel "¡Y ya no se ponen Mayos!" nos llegó al alma a los mozos jóvenes, que allí estábamos... como un solo hombre, nos volvimos hacia el Alcalde, allí presente, Don Ricardo Conde, y, unánimemente. le pedimos: "Alcalde, por favor... ¡déjenos poner Mayos...!"

Y la Autoridad Municipal, oyendo el clamor popular, reflexionó, y, al final, adoptó una resolución salomónica: "De acuerdo; pero deben de estar puestos al Mediodía..."

Serían ya las cinco o las seis de la madrugada, ya casi se veía... no había mucho tiempo que perder: nos dividimos en dos comandos: unos, nos encargaríamos de excavar, en el pavimento nuevo de la plaza -piedra y cemento- los agujeros donde hincar los Mayos. el otro, iría a buscarlos... me apunté al primero -pese a las copas, pudo más la prudencia-, alguien fue a buscar picos y palas, y nos pusimos manos a la obra: extremé mis precauciones para evitar clavarme un pico en el pie, trabajé lo mejor que supe -las chispas que el pico arrancaba de la piedra me quemaban los pelillos de las piernas; iba de pantalón corto- y, al cabo de dos o tres horas -ya de día y con sol- los agujeros -dos- estaban hechos.


El pavimento... y el garaje del coche de línea

No tuvo el trabajo tan fácil el otro grupo: alguien había recordado que, en las Gargantas de Jánovas, pero al otro lado del río, quedaban varios troncos que bien podían servir como Mayos: quizás eran un recuerdo de la última vez -que yo sepa- que se barranqueó madera por el Ara, y es posible que alguien de Casa Núñez recuerde el tema... y hacia allí se dirigieron los voluntarios. Los vehículos, por aquel entonces -¿1967, 1968?- eran un bien escaso, y creo que le tocó al "Seiscientos" blanco de Quico Íñigo, un amigo de Huesca, veraneante habitual... en ese mismo "Seiscientos", pocos días antes, o pocos días después, realizamos la increíble hazaña de bajar desde la Plaza hasta el Puente de la Gorga metidos dentro del reducido espacio ocho o diez mozos y mozas, en posturas inverosímiles, con uno de nosotros sentado en el capó delantero -que era el maletero-, indicando al conductor -que no veía nada- con una guitarra, hacia donde había que girar; y, además, con indicaciones como "¡A Babor!" y "¡A estribor!"... y realizamos, después de una buena fiesta, el mismo recorrido a la inversa... y en marcha atrás: ¡por favor, que nadie repita semejantes barbaridades!: éramos jóvenes, había muy pocos coches, la Agrupación de Tráfico de la Guardia Civil aún no se había desplegado en Sobrarbe, y el Buen Dios que, según los franceses, protege a niños y borrachos, velaba sobre nuestras carreteras...


La Plaza en Fiestas 1973. Foto Francisco Pizarro; los cedros eran aún bonsais...

Llegaron, pues, con el "Seiscientos", cruzaron el río a nado, cogieron dos hermosos troncos, volvieron a cruzar el río, los subieron a la carretera y los metieron en el "Seiscientos", saliendo por la ventanilla delantera, porque traseras no había. Pocos minutos después -aunque se les debieron hacer eternos, mojados como pollos y sujetando los dos palillos de dientes dentro del coche, cuales caballeros con lanza en ristre, amenazando con chocar con ellos contra cualquier obstáculo del camino...- hacían su entrada triunfal en la plaza, tocando la bocina.

Entre todos, orgullosos como los "Marines" alzando su bandera en Iwojima, clavamos los Mayos en sus orificios: ¡Misión cumplida!... y así aquellos dos Mayos, entre la escalera del Ayuntamiento Viejo y el Juego de Pelota, presidieron por última vez unas Fiestas de Boltaña. ¿Última...? ¿No se anima nadie...?

Y cuenta la leyenda que quien nos había incitado a poner los Mayos subió a su casa y bajó con un jamón, que regaló a los mozos voluntarios; y que alguien más sacó de la bodega algo para beber, y que otros trajeron pan, y que, a media mañana, nos habíamos comido el jamón entero y verdadero, y bien regado, y estábamos muy contentos de haber contribuido a conservar las tradiciones de nuestro pueblo, y que todos éramos muy amigos, y cantábamos, y nos abrazábamos y nos dábamos palmaditas en los hombros los unos a los otros, como debe ser. Amén.

El parking, nevado, y la farola fantasma...





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