miércoles, 2 de septiembre de 2015

El día en que conocí al Doctor Pizarro

Hoy cumple años mi amigo Francisco Pizarro: le he prometido un regalo, ¿qué menos...?  No hace mucho, él me regaló una katana: yo le voy a corresponder con un relato de un día muy especial: el día en que nos conocimos...




Seguramente fue a primeras horas de la mañana cuando llamaron mis tíos de Boltaña; mi abuela, Lucía Arcas Barrós, boltañesa, hija y nieta de cuchareros, se estaba muriendo.

Por aquel entonces yo era un joven profesor no numerario en la Facultad de Ciencias Económicas: quiero decir que, con la benevolencia de mis superiores, contaba con bastante flexibilidad de tiempo; me bastó con meter en una bolsa de viaje que acababa de comprar cuatro prendas de ropa, conectar con el eficaz servicio de taxis piratas que permitía salvar en tan solo seis horas los 300 kilómetros que entonces -como ahora- separaban Boltaña de Barcelona, encontrar milagrosamente una plaza disponible, y salir disparado hacia mi destino, salvando los escollos físicos que aún nos ponen el vello de punta a los de mi generación: Els Brucs -aunque quizás ya existía el túnel-, la Panadella y el Alto del Pino.

De todas maneras, ya estaba avanzada la tarde cuando llegué a la casa familiar, donde mis tíos Domingo y Guillermina habían convivido largos años con la abundantísima cosecha de abuelos de la familia: solo quedaba mi abuela, que encontré agonizante, sin conocimiento ya... "Hace un rato la ha venido a ver el médico, un chico nuevo... ha dicho que, cuando llegases, lo buscases en el Parador, que quería hablar contigo..." dijo mi tía.

Y hacia allí me dirigí, el bar del viejo Parador; apenas si tuve que preguntar, porque allí me esperaba el Doctor Pizarro: algo distinto de lo que imaginaba; un hombre joven -aunque ligeramente mayor que yo, eso sí-, alto y delgado, barbudo y melenudo, vestido informalmente... a sus pies, un capazo de   esparto, con el que pasaba visita, cargado de material médico y medicinas... con frecuencia, llevaba también en él a su gato "Bakunin"... tenía también una setter irlandesa, "Marx":  como veis por la selección de nombres, el Doctor Pizarro andaba por aquel entonces un poco alejado del pensamiento económico liberal, por decirlo de alguna manera... acertaba, eso sí: Marx y Bakunin se llevaron como el perro y el gato, aunque Bakunin, de carácter mucho más amable, admiraba profundamente a Marx porque, según decía, era ateo ya desde muy joven, mientras que al príncipe ruso le había costado mucho más tiempo alcanzar dicha condición. Años más adelante, le haría de "canguro" de "Marx" durante mi estancia en Zaragoza: era una perra encantadora, y me gustaba muchísimo sacarla a pasear, confiando en el lugar común de que con un perro se ligaba mucho, extremo que, por desgracia, no pude comprobar.

He tenido la inmensa fortuna de conocer a muy buenos médicos y, en cuanto Paco empezó a hablarme, con su acento sevillano tan exótico en el ambiente boltañés, me di cuenta de que me encontraba ante uno de ellos; cuando Paco habla de un paciente, se transforma, te das cuenta de con qué seriedad asume lo trascendente de su profesión, ese tratar cotidiano con la Vida y la Muerte de gente concreta... "Tu abuela, ya lo sabes, es una enferma cardiaca, en fase muy avanzada... le estoy dando digital pero, cuando fibrile, no habrá nada más que hacer, se acaba..."
Insistí, vagamente... "¿Y si la trasladamos a Huesca...?" "No resistirá el traslado, morirá por el camino, ¿para qué hacerla sufrir más...?"

Me despedí de él, confortado con la idea de que mi abuela había recibido la mejor asistencia que podía obtenerse entonces: dudo de que existiese en todo Sobrarbe una ambulancia medianamente adaptada, no hacía tantos años que mi padre había tenido que bajar a Huesca a mi tía Carmen en la trasera de un 1.500 familiar, tendida sobre un colchón de lana... al llegar a casa, hecho polvo después del día de viaje, pedí a mis tíos que me avisasen cuando les pareciese que se acercaba el final, y fui a tenderme, vestido, en mi cama, para descansar un rato.

Dormía entonces en la casa de mi tío, que hoy es la mía, justo enfrente de la casa familiar, en la Calle San Pablo... fue tocar la cama, y dormirme profundamente... desperté, sobresaltado, de día y con sol, rodeado por el piar de los pájaros... abrí el balcón y, justo en aquel momento, una vecina, en medio de la calle, preguntaba a gritos:

"¿Y no se ha muerto aún Señora Lucía...?"

"¡¡Cállese, coño, que la va a oír...!!", respondí yo; la cama de mi abuela debía estar a escasos diez metros de la pobre mujer, que, supongo yo, se interesaba con su mejor intención...

Cuando llegué a su habitación, la situación había dado un vuelco espectacular: según mis tíos, fue irme yo y calmarse su respiración: había pasado la noche durmiendo plácidamente y, un poco más tarde, se despertó y pidió un vaso de leche... durante el resto de la mañana, abría los ojos y hablaba ya con cierta normalidad.

Una nueva visita de Paco nos confirmó que su estado había mejorado: dentro de la gravedad, ahora estaba estable, y, desde luego, el desenlace no parecía inminente... su naturaleza de hierro -¿o de madera de boj, la materia prima de los cuchareros?-  nos había engañado a todos.

Poco podía hacer yo ya en Boltaña; conecté de nuevo con mi clandestino transportista, recogí mis cosas, y fui a despedirme de mi abuela, que ya casi se incorporaba en la cama: fue al ver mi bolsa de viaje cuando comentó: "¡Una bolsa así me haría falta para bajar a Barcelona...!"

"Para el próximo viaje de tu abuela, pobre, no le hará falta ninguna bolsa..." me comentó al oído mi tía Guillermina.

Pues también en eso nos equivocábamos; tuvo tiempo y salud para bajar otras dos veces a Barcelona, aunque en la última, dos años largos después, ya no pudo esquivar la Muerte... pude, eso si, acompañarla en sus últimos momentos, aunque, por desgracia, no pude satisfacer su último deseo: volver a Boltaña.

Pronto volví a ver a Paco, y muchas fueron las aventuras que compartimos... en Boltaña, en sus frecuentes estancias en Barcelona, gozando de su hospitalidad en Cordoba, cuando a ella se desplazó... ambos hemos vivido vicisitudes personales bastante paralelas, hijos de una generación que ha tenido que inventarse muchas cosas, ante viejos modelos que ya no servían... ahora, jubilados y cada uno en una esquina del mapa. no nos vemos tanto como querríamos, pero nos han cogido a tiempo las nuevas tecnologías, a las que nos hemos adaptado razonablemente bien, y raro es el día en que no contactamos gracias a estos cacharros que ahora estoy manejando. Y por muchos años que podamos hacerlo, Paco, amigo mío...










1 comentario:

  1. Preciosos relatos que nos transportan a nuestra infancia y juventud y que de alguna manera nos mantiene conectados con nuestras raices y con nuestros amigos. Gracias Ton por mantener viva nuestra memória histórica personal!!!

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