martes, 8 de septiembre de 2015

A propósito de Marrakech...

Hace ya bastantes años, subimos una mañana, con los hijos, a Otal, un precioso valle glaciar colgado sobre el curso del Ara, aguas arriba de Bujaruelo, desde donde se divisa un panorama espectacular: el collado de Bujaruelo, los Gabietos, Comachibosa -Vignemale, para los francófonos...- fue nada más atravesar el lindero del valle, y nos atacaron densas nubes de tábanos... no parábamos de matarlos a manotazos, a veces teníamos cuatro o cinco encima; además, creo recordar que ibamos de domingueros, con pantaloncitos cortos: nos devoraron. Bajando ya, nos cruzamos con un ganadero de Torla, conocido mío... "¡Cómo está el valle de tabanos...!" le comenté... ni muerto digo yo una esdrújula delante de un montañés... "Claro, sacamos ayer las vacas..." me contestó... "Pues podríais haber dejado un par, por lo menos, para darnos una oportunidad a los de dos patas", le respondí...










Eso es, exactamente, lo que nos pasó en Marrakech: pongamos que, cada mañana, dos o tres mil personas se echan a la calle con la esperanza de resolver el día gracias a los turistas: ofreciéndose como falsos guías, que los llevan a las tiendas de parientes y conocidos, poniéndoles una culebra en el cuello, a ver si se acojonan y pagan por que se la saques... los mil y un trucos y picardías que enseña la necesidad, sin caer en el delito. Esos tres mil depredadores tienen a su disposición, pongamos también, veinte o treinta mil turistas... la presión predatoria es soportable. Pero en aquellos días de Enero, hacía un frío pelón, llovía sin parar -lluvia que, en el vecino Atlas, era nieve-, y los turistas nos podíamos contar, como decía el gran Perich, con los dedos de una oreja: tocábamos, tranquilamente, a seis o siete predadores por barba. Demasiado.

Además, yo no sé decir que no, ni regatear; tendríais que haberme visto cuando asesoraba trabajadores en convenios colectivos, como batallaba por cada décima de punto porcentual de incremento, en aquellos felices tiempos en que, entre convenio y convenio, los salarios subían... ¡un tigre, qué un tigre, una comadreja sanguinaria era yo con la Patronal...! pero a un pobre tío, con una cara de hambre de documental español de postguerra, con siete dientes en su boca visible, en babuchas... ¿le iba yo a discutir unos euros que, de verdad de verdad, no me sobraban, pero casi...? si tienes una pizca de conciencia social, haz caso del consejo que me dio un amigo: "Nunca vayas de fiestas a un pueblo peor que el tuyo"... o relájate, considérate una ONG unipersonal, y atente a las consecuencias.




Nada más llegar a nuestro Riad, escondido en las proximidades de la Jemaa el Fna, nos arrojamos a la calle, dispuestos a disfrutar de la experiencia de conocer una ciudad nueva... sin pensar, por un momento, que la Medina de Marrakech no se parecía a nada que hubiésemos visitado con anterioridad; emborrachados desde el primer momento por la sensación de movernos en otro tipo de mundo -nuestra llegada al Riad había sido plenamente iniciática, saltando por encima de los cuerpos de los mendigos que se agolpaban en el callejón de entrada a la vecina mezquita, esperando la generosidad de los fieles que acudían a la oración del viernes- nos dejamos llevar por los colores y los olores -atenuados, afortunadamente, por la lluvia y el frío-, cruzamos la gran plaza sorteando miles de tenderetes, que ya tendríamos tiempo de ver después, nos adentramos en el zoco... y, como es natural, nos perdimos enseguida.

Andaba yo admirando las maravillas que nos salían al paso, una arquitectura espectacular, realzada, por raro que pueda parecer, por su muy deficiente estado de conservación, tiendas de todo lo imaginable, cueros que olían a rayos, trabajos en latón y cristales de colores de una increíble belleza, lana tejida en todos los tonos del arco iris, madera labrada, alfarería... y, al mismo tiempo, jurando en arameo: "Los romanos, qué putos genios -pensaba yo- , todas sus calles paralelas, todos los cruces a 90º, ni uno más, ni uno menos, su cardo, su decumanus... por donde pasaron las legiones romanas, no me desoriento ni yo: a donde no llegaron..." No era cuestión de preguntar; nos engañaban siempre, dirigiéndonos hacia la tienda de sus primos... nos pegamos a un grupo de turistas, con la misma estrategia que la cebra, que se une a las demás para que, con sus rayas, el león -bueno, la leona- no sepa dónde atacar exactamente, pero vimos que ya iban guiadas al matadero comercial por su propio depredador, y nos escabullimos hacia un callejón sin salida, más oscuro aún, donde un grupo de jóvenes montados en sus inmóviles ciclomotores, al ver nuestra cara de acojono, no pudieron por menos de reirse en nuestras narices...



Así andábamos vagando por el zoco, perdidos y haciendo un ridículo espantoso, cuando de una humilde tienda -todas eran humildes- salió una figura, alta y delgada, acentuada su estatura por la capucha de su chilaba de paño pardo, las manos en los bolsillos, que nos gritó: "¡¡Espanioles... Huesca!!

¡¡La madre que lo parió...!! podía haber dicho, qué se yo... Ciudad Real, Mondoñedo, Vilanova i la Geltrú... y va y dice "Huesca"... frené en seco, me vio la cara, y, sencillamente, me di por jodido...

En un momento, estábamos dentro de la tienda, tomándonos un vasito de té: nos contó que había vivido un año en Huesca, haciendo de ayudante de una dentista, pero que se había vuelto por el clima... muerto de frío y empapado, ahora me tocó a mí carcajearme... "¡Pero si en Huesca hace muchísimo mejor tiempo que aquí...!"



Como os podéis imaginar, nos enseñó su tienda: tenía hierbas de todos los olores y a mi, lo confieso, me gusta oler -olfatear- casi tanto como comer... el té moruno -claro-, con su hierbabuena, el Ras el Hanut, el amigo del mal cocinero; lo echas a cualquier cosa, y sabe bueno -uso con frecuencia el truco-, especias de todos los países, piedra de alumbre, que aromatiza las camas marroquíes, crema al aceite de argán, que íbamos a encontrar por todas partes, uno de mis descubrimientos de Marrakech... todo iba cayendo en el carrito, como cuando compras en Amazon, y la cuenta iba subiendo...



Pero la cosa no se quedaba ahí... aquel pedazo de psicólogo dirigía ahora sus baterías hacia Blanca: "Tú dolor espalda...?" ¡Qué le dijo...! "Verás, tengo dos protusiones, no hernias, casi... he tenido ataques de ciática..." "Yo masaje, sígueme..." salimos pitando hacia arriba, por una increíble escalera de caracol donde casi no cabía, y ya estaba Blanca en bragas, boca abajo en una camilla, y nuestro anfitrión dale que te dale, vigilado atentamente por mis ojos, para que no se pasase un pelín... por la cara de Blanca, deducía yo que la cosa iba funcionando, y yo me debatía entre mi obligación caballerosa de estar al quite, y el miedo de que no empezase luego conmigo... "¿Tú no dolor espalda...?" "¿Quién, yo....? ¡nada, de puta madre, hecho un chaval...!" Pagamos, nos despedimos, mucho Sukran, mucho Salam Aleikum, mucho a ver si vuelves por Huesca... cien eurillos, y a la calle. En el precio entró también la orientación: "La plaza, por allí, todo recto...!" ¡Recto, no te jode...! Aún no nos quedaban vueltas hasta llegar a la plaza...

Pasamos así tres días, de aventura en aventura: el ciudadano que nos ofreció acompañarnos hasta las tumbas saidíes y nos llevó a una farmacia: nada que ver con nuestro oscense con chilaba: un joven de bata blanca, gafas de montura metálica, explicaciones científicas, trucos comerciales -todo era dos por uno-... cien eurillos más... yo me miraba por detrás, no me hubiesen colgado un cartel en letras árabes donde pusiese: "A estos pringaos arrumis, cien euros..." y, al final, resultaba que las tumbas de marras no abrían hasta la tarde... O la excursión al país de los Amazig -por mal nombre, bereberes-, donde acabé dándoles consejos sobre como organizar las visitas turísticas... "Haced como los Masai; se le cobra al turista un tanto al entrar, y luego que nadie le dé por saco, intentando venderle cuarzos pintados de colores raros..." Tanto decir "No!", "Non!" y "La!", enviándolos al cuerno en tres idiomas, acabó por amargarme un poco el viaje: tenía la sensación de avanzar como cuando jugaba al rugby, bajando la cabeza, protegiendo el balón con una mano y apartando con la otra a todos los que venían a placarme, como cuando esquivo, en la Rambla Catalunya, a las miríadas de "encuestadores" que intentan sacarme cuotas mensuales para causas justificadísimas... ahora, con el tiempo, me río, reconozco que vi cosas extraordinarias, y os recomiendo bajar al moro, a hacer una visita a esos hermanos que, en el fondo, son tan pobres, tan pillos y tan pesados como nosotros mismos...













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