domingo, 16 de agosto de 2015

Yasukuni

Están pasando cosas en Japón: y no olvidemos que, entre Japón, las dos Coreas y China vive una parte importante de la Humanidad, reside una parte también significativa de la capacidad productiva mundial, y no faltan riesgos potenciales de enfrentamiento, con dos potencias nucleares, y los Estados Unidos metidos hasta el corvejón: crucemos los dedos.




Ayer, quince de Agosto, se cumplían setenta años justos de la Capitulación del Japón: fue día de conmemoraciones, y también de contrastes: por un lado, el Emperador Akihito, el que después de su muerte pasará a ser llamado Emperador Heisei, el nombre que recibe ya la era de su reinado, mostró su "Profundo arrepentimiento" por los sufrimientos infringidos injustamente por su país -del que era emperador su padre, el Emperador Showa-a los pueblos vecinos, y lo hizo inclinándose, él y su esposa, unos buenos 70º, que eso ya sabéis que tiene su importancia. Pero su primer ministro, el nacionalista de derechas Shinzo Abe, que hace muy poco presentó una reforma legislativa que suaviza las restricciones al uso de las Fuerzas Armadas japonesas (eufemísticamente llamadas "de autodefensa") en el exterior, fue mucho más tibio en sus planteamientos, levantando una oleada de indignación en los que fueron sus principales víctimas; China y las dos Coreas.

Curiosamente, tuve una breve y distante relación con Akihito, hará una cuarentena larga de años: viajaba yo de Barcelona a Sevilla en avión y, al hacer escala en Madrid, se nos comunicó que el vuelo a Sevilla se demoraba una hora por celebrarse la despedida del entonces Príncipe Heredero del Japón, de visita oficial en España: había una terraza en la terminal de Barajas, sobre la puerta VIP y, como no tenía nada mejor que hacer, me dispuse a contemplar el espectáculo, en primera línea, aferrado a la barandilla.

Estaba ya preparado en la pista el avión imperial japonés, la alfombra roja, y la compañía que iba a rendir honores: despedía al Príncipe Akihito su colega Juan Carlos, príncipe heredero también, aunque es mejor no recordar de quién: pues bien; en el momento en que hicieron su aparición ambos príncipes, se cernió sobre mí la sombra de algo de más de dos metros y doscientos kilos que, prácticamente sin tocarme, me inmovilizó contra la barandilla de la terraza: sólo acerté a ver, en la solapa de la cosa, el crisantemo, emblema imperial japonés... para rebajar un poquito la tensión, llegué a esbozar una especie de aplauso de foca con los muñones a que habían quedado reducidos mis brazos, lo más parecido a un movimiento que podía realizar en el escasísimo espacio vital que me dejaba aquella mole... fue cerrarse la portezuela del avión, y la sombra se desmaterializó, como tragada por la tierra, recobrando yo mi libertad. Lo confieso: no tuve pelotas para mirar atrás...

Shinzo Abe, por lo menos, ha tenido el detalle de no poner la guinda sobre el ultraje a las víctimas del imperialismo japonés, y se ha abstenido de visitar ayer el Yasukuni, como si lo hizo en 2013; ha enviado, eso sí, un arbolito para que lo plantasen allí, a varios de los ministros de su Gobierno y a un buen puñado de parlamentarios de su partido.

Situado detrás  de los jardines del Palacio Imperial, en lo más céntrico de Tokio, el Yasukuni es un memorial consagrado a los japoneses muertos por su Patria y su Emperador; más concretamente, es el lugar donde residen los 2.500.000 Kamis -dioses- en que se han transformado esos caídos. Ya me vais conociendo, ¿Me podía perder yo un sitio así...?

Por un cuidado parque, se accede al santuario -porque es un santuario sintoísta-, bajo un tori (puerta) de acero: todo llama la atención por su sobriedad: no ves más colores que el blanco del luto sintoísta, adornado con los crisantemos imperiales, que indican que se encuentra bajo la directa dependencia del Emperador. Carteles bien visibles indican -también en Inglés, si no, de qué me iba a enterar...- que está prohibido exhibir banderas y cantar canciones patrióticas, prohibición que no me afecta porque, en Japonés, no conozco ninguna... sin embargo el muchacho amputado de ambas piernas que veis en una foto, en su silla de ruedas deportiva, lleva una camiseta con aspecto harto sospechoso: imagino que el santuario es la meca del facherío nipón, que no debe andar escaso de efectivos; por si las moscas, extremo mis signos de recogimiento y respeto, y repito los ritos habituales en los templos: purificación de manos y boca con agua corriente, toque de campana para avisar a los kamis despistados de mi presencia, monedita -pequeña, no hay que pasarse- al cepillo de las limosnas, e inclinación con manos recogidas junto al pecho... no sé a ciencia cierta si hay por algún lugar osarios o cenotafios, pero he visto en un museo una foto de las fuerzas japonesas repatriadas desde Manchuria después de su derrota: todos los soldados llevan al cuello, colgadas de un cordel, cajitas de cartón con las cenizas de sus compañeros caídos.



He hablado de dos millones y medio de kamis; pero no solo a ellos está dedicado Yasukuni: hay también un recuerdo a los animales integrados en las fuerzas armadas -perros, caballos, y palomas mensajeras...- y otro, más justamente merecido aún, a las viudas de guerra, que debieron levantar sus familias sin la ayuda del marido muerto. Sus estatuas de bronce conmueven; niños sin padre, mujeres sin hombre, las auténticas víctimas de una guerra, más que los muertos que, total, ya ni sufren ni padecen ni tienen que ir a comprar cada día...




Tiene Yasukuni un pequeño museo y una boutique: ahorro a Blanca el museo, y me limito a contemplar las piezas que se exhiben en el exterior: un avión "Zero", el cazabombardero más utilizado por la aviación japonesa, una locomotora del ferrocarril de Birmania -el que pasaba por el Puente sobre el río Kwai- y una pieza de artillería desenterrada de los restos de un búnker destruido en la "Honorable derrota" de Okinawa.




Es en la boutique donde empiezo a ver cosas inquietantes: me compro un chambergo de camuflaje de las Fuerzas de Autodefensa actuales, y un muñequito de los que usan por miles los jóvenes japoneses para llevar colgando de sus móviles, que representa... un piloto Kamikaze, los pilotos suicidas que estrellaban sus aviones contra los navíos americanos en los últimos días de la guerra: su nombre, "Viento divino", hace referencia al tifón que desarboló la flota china cuando, siglos atrás, pretendía invadir Japón. Una estatua de un Kamikaze, orgulloso, con su hashimaki ciñendo la cabeza con la bandera japonesa, preside también un rincón del jardín... en la boutique, cómics con pilotos kamikazes... me juego un brazo a que puedes recorrer todos los kioskos de Alemania sin encontrar un solo cómic dedicado a Hans-Ulrich Rüdel, el piloto de Stukas, ni a Werner Möelders, el as de la caza durante la Segunda Guerra Mundial...


Y esa es la cuestión más inquietante que suscita Yasukuni: mis queridos y admirados japoneses, ese pueblo ejemplar por tantos conceptos... ¿han asimilado correctamente su culpa en la guerra, en la expansión imperialista, en los ataques "preventivos" a traición, en las masacres indiscriminadas, en el uso de miles y miles de mujeres coreanas como esclavas sexuales...? Entre los millones de inocentes que vagan por Yasukuni, pedazos de carne bautizados -a la sintoísta-, que no hicieron más que cumplir órdenes, muertos de miedo, hay también no menos de catorce criminales de guerra ejecutados por orden del Tribunal Militar aliado que los juzgó... y, precisamente, al único juez del Tribunal que no firmó las sentencias de muerte, un indio, está dedicada una hermosa placa en Yasukuni, donde se recogen sus siguientes palabras -cito de memoria- "Cuando pase el tiempo, cuando los hechos se vean con más objetividad, quizás los juicios sobre víctimas y criminales cambien..." Saquen ustedes mismos sus conclusiones...





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