sábado, 15 de agosto de 2015

Maria Himmelfahrt

En Baviera queremos visitar Múnich, pero también la vecina Augsburg, el pueblo del Emperador Maximiliano, los Fúcares... y Bertold Brecht: optamos por una solución salomónica, y elegimos una residencia rural entre las dos ciudades, bastante próximas...


La búsqueda por Internet es fácil: seleccionamos una Gasthaus en una pequeña aldea: en Google Earth aparece como una bonita construcción en medio de verdes campos... lo que no puede percibirse en la vista por satélite es que los campos están verdes gracias a ser copiosamente regados con purines, ni que en la habitación contigua a la nuestra varios fornidos camioneros se alternan sin parar para fumar en la terraza común... dicho esto, la aldea es muy tranquila y bonita, la Gasthaus acogedora, su Biergarten muy majo, y la comida buena y barata: kein problema..!

La aldea -una cincuentena de casas- es un lugar de aquellos donde la vida debe discurrir pacífica, en un ambiente de tranquilidad campesina, un cierto confort, y pocas aspiraciones, pero con todos los problemas básicos resueltos: las casas son grandes y están bien cuidadas, rodeadas de jardines y huertos; ves en ellas furgonetas que hablan del oficio de sus habitantes: constructores, electricistas, un cristalero... no son casas de notarios, ni de ricos profesionales que trabajan en la ciudad. Estamos en los primeros días de junio, y aún no han quitado los árboles de Mayo, una costumbre que se perdió en mi pueblo, hace años ya: en ellos hay también símbolos de los menesteres de quienes los han levantado: herreros, granjeros.. veo también cerditos, no me extraña, de algún sitio tienen que sacar los purines, y las salchichas que fabrican en la charcutería vecina a la gasthaus.



No os perdáis los escuditos; tiro al blanco, la Virgen y una salchicha con los colores de Baviera...




En el centro de la aldea está la iglesia. Católica. Curioseo, por encima de la baja cerca, el cementerio; en un lugar destacado, un monumento recuerda a los hijos del pueblo muertos en las dos guerras mundiales: los he visto a cientos en los pueblos franceses; allí, los del 14-18 triplican a los del 39-45; en éste hay un claro empate, incluso me parece que gana la Segunda. El Frente del Este... recuerdo el poema de Bertold Brecht, hijo de estas tierras: "¿Qué le trajo el soldado a su mujer de la helada Rusia...? ¡El negro velo de viuda, eso le trajo...!"








Lo que ya no está tan bien es, por decirlo de alguna manera, la conectividad, lo que los alemanes llaman -os lo juro- Verkehrverbindung. Aunque la autopista está muy cerca, las carreteras locales están poco o nada señalizadas y, en cuanto al ferrocarril, sólo conseguimos ir a Augsburg desde el pueblo vecino... así que nos toca movernos en coche, perdiéndonos entre carreteras siempre bien asfaltadas, que siempre atraviesan campos verdes y no menos verdes bosques, siempre  cerca de pueblecitos blancos y arreglados, algún hiper pequeñito, y algún almacén de -no podía ser de otra cosa- cerveza.



En una de esas excursiones -Blanca quiere comprar botellas de cerveza para los chicos; encontraremos las mismas que venden en nuestro supermercado de Sant Gervasi pero, eso si, casi a mitad de precio, y con una bonita caja de plástico de regalo, muy útil para transportar botellas de cerveza alemanas...-vemos, en medio de los prados, una hermosa iglesia, de un blanco deslumbrante: un discreto cartel indica que se trata de Maria Himmelfahrt, la Asunción de María.






Reconozco que, en mis años de bachillerato, me hacía un auténtico lío con la Ascensión de Jesús y la Asunción de María: debía recordar que, por decirlo de alguna manera, en la Ascensión Jesús subió a los cielos autopropulsado, mientras su Santa Madre requirió de la ayuda de un número no determinado de ángeles.Para mí, la Asunción había sido siempre el día de la Virgen de Agosto, Fiesta Mayor en Bielsa -y vísperas de las de Labuerda- y cénit de mis vacaciones, que, indefectiblemente, empezaban a declinar hacia su inevitable final y el regreso a Barcelona... día, por lo tanto, en que empezaba a ponerme de mal humor, por no decir, en expresión muy frecuente por mis tierras, "de mala virgen"... pero algo me atraía en aquella iglesia, y no paré hasta, al día siguiente, acercarme a visitarla, después de buscarla un buen rato entre un dédalo de carreteras...



Vamos a ver si lo aclaro: me defino como un agnóstico católico; es decir, algo muy distinto de un agnóstico protestante, un agnóstico judío o un agnóstico musulmán, si existe tal figura. Mis creencias filosóficas me han apartado de la religión en la que crecí y fui educado, pero ni me han acercado a la órbita de otras, ni me han hecho olvidar mis orígenes sociales y culturales; circunstancias personales y de carácter han hecho que ese distanciamiento no fuese traumático, ni hiciese crecer en mí un antagonismo que me incapacitase para aceptar el jovencito piadoso y tontorrón que fui, y miro con desaprobación e indignación algunos -bastantes- actos de católicos activos, e incluso de ministros de la Iglesia, pero justo como las miraría en budistas, que también los debe haber falsos, bordes y partidarios de tocarles el culo a los monaguillos... Dejé de creer en el Ratoncito Pérez, pero no por eso cazo ratones; si a veces les pongo veneno, es por motivos higiénicos, o, incluso, por la Paz Familiar...

Pero, de la misma manera que asumo con bochorno los excesos criminales que se han realizado en nombre del Catolicismo -aunque es obvio que yo no he quemado ningún hereje-, no puedo dejar de sentir cierta empatía con "los míos" -aunque ya no lo sean- en aquellos lugares en que han sido y son perseguidos por algo tan inofensivo, en el fondo, como las creencias personales, cuando no son instrumento del Poder o no aspiran a la imposición: y eso vale para los iraquíes de hoy, los irlandeses del siglo pasado... o los alemanes del Siglo XIX o de la Guerra de los Treinta Años, cuando la católica Baviera lucho al lado del Emperador y del Rey de España contra los príncipes protestantes del Norte, ayudados por potencias tan lejanas e impensables como Suecia... o por Luís XIV que, católico como era, vio una oportunidad de oro para debilitar a España y el Imperio, los dos poderes europeos que lo tenían literalmente emparedado.



De aquella época barroca son los Himmelfahrt que salpican Baviera, viendo en ellos una clara señal de identidad en el culto a la Virgen, poco o nada compartido por los severos Protestantes, que ven en él, y no sin razón, un residuo del simpático politeísmo que el Catolicismo heredó del Paganismo clásico y disimuló en una miríada de Vírgenes diversas y Santos... con esa intención de acordarme de aquellos tiempos revueltos, entro en el santuario, y lo encuentro bello y acogedor, en sus blancas paredes que rodean dorados altares... estamos a trece de Junio, día de San Antonio de Padua, mi santo patrón, y allí, justamente, rodeado de un bello retablo, está su imagen, sosteniendo un libro y un Niño Jesús que parece no dar demasiada guerra y dejar leer al buen hombre... miro a izquierda y derecha: no hay nadie: despisto a Blanca -mi Pepito Grillo laico- y, a hurtadillas, le enciendo una velita...





 


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