lunes, 10 de agosto de 2015

Nordwand

No todos tendremos una Nordwand. A muchos, ni maldita la falta que les hará, pero a algunos, en el fondo...



El paisaje de Grindelwald, desde la terraza de nuestro hotel, es una maqueta de Märklin, de esas que los niños no-ricos contemplábamos con admiración en los escaparates de las jugueterías caras: entre prados de un verde insultante, centroeuropeo de montaña, salpicados de casitas del abuelito de Heidi -mañana veré, os lo juro, a un mozalbete patilargo con una cabrita al hombro, conduciendo su rebaño; un pelo me faltará para gritar "Peeeeedro!...- corren arriba y abajo trenecitos de colores vivos: van a Kleine Scheidegg, montaña arriba, justo al pie de la Nordwand.

Hacia el Sur, hacia el corazón de los Alpes, cierran el valle tres colosos de cuatro mil metros: Un Tibidabo encima de Monteperdido, me digo para ponerlos en términos familiares: el Mönch, el Monje, protege a la Doncella, la Jungfrau, de las asechanzas del Eiger, el Ogro. No me fiaría yo mucho del Monje, la verdad... pero es el Eiger el que atrae mi atención, su pared Norte, la Nordwand, 1.800 metros vertiginosos de roca recubierta de nieve y hielo, y eso que estamos en un Junio particularmente cálido, hasta en esas tierras del Oberland bernés, a las que nos hemos desviado en nuestro viaje a Baviera.

El 11 de Agosto de 1963, dos mozos aragoneses, Navarro y Rabadá, contemplaban esa misma pared; habían subido allí en el tren, desde la tienda de campaña que compartían en Grindelwald: ni para un hotel les llegaba con el dinero que habían podido ahorrar, y la ayuda de la Federación Aragonesa de Montañismo; me los imagino contando las perricas en el monedero antes de pagar el billete: aún ahora, Suiza es cara de cojones; subir al collado de la Jungfrau nos costará más o menos lo que el AVE de Barcelona a Madrid... Navarro y Rabadá, que no llegan a los treinta, en España ya lo tienen hecho todo; los Mallos de Riglos, Ordesa, el Naranjo de Bulnes... los hemos visto en las magníficas recreaciones hechas por el equipo de "Al filo de lo imposible" -grande, Sebastián Álvaro...-, escalando con sus cuerdas de cáñamo, con sus alpargatas de cáñamo... en la España de los primeros sesenta, el cáñamo aún no se fumaba, si no habías hecho la "mili" en África... la Nordwand, la pared más exigente de Europa, era su sueño... hacia ella se dirigieron, cuerdas al hombro, quizás silbando para quitarse el susto, porque esos sueños, cuando los ves alzarse delante tuyo a las primeras luces del alba, siempre te arrugan el ombligo... incluso a los más valientes, como ellos lo eran...



No os voy a contar lo que pasó: se encontraron con dos japos que intentaban lo mismo, pero no se entendieron !!! y decidieron subir solos... desde el valle, con prismáticos y catalejos, iban siguiendo su lenta, muy lenta progresión: dos manchitas, roja y azul, reptando hacia arriba entre rocas y hielos...los expertos movían la cabeza, con preocupación: subían despacio, demasiado despacio, venía mal tiempo... pasaron dos días, les nevó, la pared chorreaba agua, que se transformaba en hielo... los observadores vieron, con incredulidad, que renunciaban a la única salida posible, la ventana del túnel del cremallera que sube por dentro de la Nordwand... "¿No himos de poder...?" se dirían... pero no siempre se puede, maños... al quinto día, las manchitas se pararon... ¿Se habían dormido...? un reactor de la Fuerza Aérea suiza pasó, atronando sus motores, lo más cerca posible de la pared, para despertarlos... pero ya nadie podría sacarlos de su sueño, de su Nordwand...

Su recuerdo me había llevado hasta allí; mañana subiría al Collado del Jungfrau en el cremallera, mareado como un pato después de la rápida remontada: pero esa es otra historia...después de cenar, bien, cosas de cocina de montaña, salí un momento, a solas, a la terracita de mi habitación. Los últimos rayos del sol poniente doraban la Nordwand, arrancando matices cálidos hasta de sus nieves y sus hielos, que ya es decir... sobre su cumbre, empezaba a brillar la luna.

Todos moriremos, ya lo sabemos... yendo todo bien, lo haremos a edades avanzadas, hechos un desastre. Estadísticamente hablando, nos espera una disyuntiva: oncológicos, o cardiorespiratorios... pensaba en aquellos jóvenes, atrapados en los hielos de su pared hasta que una mano amiga, cortando la cuerda, los envió mil quinientos metros más abajo... estricallados, por supuesto... no sabemos lo que habrían hecho después, pero quizás ya habían absorbido toda la belleza, ya habían disfrutado de todos los momentos de triunfo, esa sensación inigualable de la cumbre, que sus cuerpos podían soportar... me costaba, la verdad, compadecerlos... hice una de esas cosas inconfesables que, luego, para no dejarlas dentro tuyo, acabas confesando... yo, que no he pasado de hacer un rápel de cinco metros, y en pendiente -Blanca lo hizo de veinte, y volado- yo, indigno de su gloria, les canté una jota...








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