miércoles, 12 de agosto de 2015

Ratisbona

Me contaron, con nombre y apellidos, la historia de un cenutrio que, convocado a una reunión de trabajo en La Haya, llegó un día después de la fecha establecida, increpando además a sus compañeros... "¡Cabrones, podíais haberme dicho que, en Holandés, este pueblo se llama "Den Haag...!"



Algo así le podría pasar al viajero que, buscando la anciana y universitaria ciudad de Ratisbona, se rompiese los cuernos con el GPS y el Google Earth, sin advertir que en todos los lugares aparece con su nombre germano de Regensburg, tal y como se lee correctamente en las señalizaciones de la autopista que, de buena mañana, nos conduce a ella desde Núremberg, otro nombre que en Alemán se escribe distinto, aunque, en este caso, baste con quitar alguna letra y añadir algún umlaut...

En Regensburg esperamos encontrar un viejo y buen amigo: el Danubio, el Donau, al que ya hemos tenido ocasión de saludar en Viena -afueras-, Bratislava y Budapest.... seguiremos el curso de ese Padre de Centroeuropa hasta la villa de Passau, donde lo dejaremos adentrarse en tierras austríacas, canino de Linz, siguiendo nosotros ahora las aguas del Inn, montaña arriba y mapa abajo -viene del Sur- hacia los Alpes, que aún un se divisan en el horizonte. Y en todo el camino iré releyendo mentalmente a mi querido Claudio Magris, biógrafo del río y de las tierras que a él se asoman, cargadas de historias y leyendas.



Tiene Ratisbona el morbillo especial de ser su Universidad una de las cátedras que conocieron el magisterio de un personaje singular; en ella ejerció Aloisius Ratzinger, el Papa Emérito, nacido no muy lejos de aquí... tengo sobre el Papa Ratzinger una anécdota que no me resisto a contar:

Corrían los felices tiempos del Primer Govern Tripartit de la Generalitat de Catalunya; en el Gabinet de nuestro Conseller ecosocialista, seguía con varios asesores y buenos amigos las deliberaciones del Cónclave que elegía sucesor de Juan Pablo Segundo. Os preguntaréis si no teníamos nada mejor que hacer... la respuesta es, obviamente, que no, y aún se nos debe agradecer porque, en cuanto empezamos a hacer cosas, no dejamos de empedrar el camino que nos ha llevado a la actual triste situación: triste, por lo menos, para mí... Nos llamó a media tarde, nuestro Secretari General, y nos dio la noticia:¡"¡ Es Ratzinger!"

La acogimos con resignación: para una pandilla de rojos -eso creíamos ser- no era una buena noticia: un doctrinario duro e implacable con nuestros queridos teólogos de la Liberación... que a un grupito de agnósticos nos importase tanto la elección del nuevo jefe de una Iglesia cuyos locales no pisábamos desde hacía muchos años sin mediar novios o muertos, dice mucho de la aconfesonalidad de nuestro Estado... momentos después, volvió a sonar el teléfono: el Secretari General otra vez... "¡Que no, que no es Ratzinger, que dicen que es un tal Bénet Setsé...!"

"¡Coño, Setsé, como la mosca...!" dije yo, siempre irrespetuoso hacia la Jerarquía... "¡Un cardenal africano, hoy es un día histórico...!" comentó,. ecuménico, otro de mis compañeros... pronto de deshizo el equívoco; Ratzinger había elegido el nombre de Benedicto Dieciséis que, en Catalán, sonaba aproximadamente así... no enteramos, enseguida, de que la grey católica iba a ser pastoreada por un antiguo Hitler Jugend -aunque contra su voluntad, todo hay que decirlo- pero justo es reconocer que, abrumado por el despelote financiero y el rijo pedófilo de una parte sustancial de sus inmediatos subordinados, optaría en su momento por dejar la Cátedra de Pedro...pero esa es otra historia...

Nos acoge Ratisbona/Regensburg con uno de los mejores regalos que puede desear todo viajero; un parking céntrico, situado en los bajos de un centro comercial, donde adquiero material para afeitarme las barbas que me están matando a picores, en la ola de calor que sacude Alemania. Se acaban así mis temores, porque la ciudad es una de las declaradas territorio limpio, y los vehículos que entran deben proveerse de un escudito que garantice su baja emisión de efluvios contaminantes: no he tenido tiempo de seguir la complicada trama burocrática necesaria, y me expongo a severa y germana sanción...


Tiene Regensburg un delicioso casco antiguo, lleno de tiendas de artesanía y terracitas de bar... en una de ellas, una camarera peruana nos acoge como si fuésemos de la familia... cada 12 de Octubre nos reímos mucho de la Hispanidad, pero lo cierto es que, cuando te encuentras con un americano de habla hispana por esos mundos de Dios, te das cuenta de que los lazos existen, y tanto... aprovecha para rajar un poquito de los teutones, y asentimos, comprensivos... son otra cosa... de todas maneras, no vive mal allí, se ve una chica culta, quizás estudia en la Universidad...

Dejamos atrás la imponente Catedral, y nos dirigimos de cabeza al río... queremos pasar por el centenario puente de piedra, uno de los más majestuosos que cruzan el Danubio, sobre basamentos romanos... nos lo encontramos en obras, pero no impiden cruzarlo y disfrutar de su belleza y del paisaje urbano y fluvial que desde él se divisa: lo reconozco, tengo un cuelgue con los puentes -incluidos los colgantes-, los considero el ejemplo más logrado de la combinación entre belleza y utilidad, si excluimos alguno de Calatrava, y no me extraña que la más prestigiosa magistratura romana fuese la de Pontifex, constructor de puentes, cargo que, por cierto, heredó Ratzinger...

 



Dedicamos poco tiempo a Regensburg, mucho menos del que merece, porque aún nos espera un largo camino; pero aún tengo tiempo para cuadrarme y saludar ante la estatua de su hijo más notable y más próximo a nuestra Historia; Don Juan de Austria.

Durante años di por buena la versión, leída en algún mal libro de historia, de que el Emperador Carlos tuvo a Don Juan de Austria de una esporádica relación con "una posadera de Ratisbona": pero era bastante surrealista suponer al Káiser Karl der Fünft buscando en Trivago o en Central de Reservas... "A ver, posada en Ratisbona, confortable, posadera simpática..": allá donde fuese, habría tortas para albergarlo... fue una de sus anfitrionas, de alta cuna y mejor sentido de la hospitalidad, quien alumbró al niño, llamado Jeromín (qué cosas!) hasta que su imperial padre, ya en su retiro de Yuste, lo recibió, lo reconoció en público, y dispuso que se le tratase con la debida dignidad... cosa que no dejó de causar alguna incomodidad a su real y retorcido hermano, Felipe Segundo, de quien todo buen aragonés -e incluso los medianos- debe renegar por lo menos una vez al día, por arrebatarnos nuestras Libertades y mandar degollar a nuestro pobre Justicia, Don Juan de Lanuza, que apenas si se afeitaba. Un monumento en el centro de Zaragoza así lo atestigua, como premio de consolación, donde el pobre ejecutado extiende su mano en gesto de concordia, como diciendo: "¡Tampoco fue para tanto...!"



Una vez reconocido, se le asignaron a Don Juan cometidos militares, al verse que no se orientaba hacia los eclesiásticos, destino habitual de bastardos y segundones: y en todos ellos destacó Don Juan, tanto en la lucha contra los moriscos rebeldes de la Alpujarra como, especialmente, en el mando de las fuerzas coaligadas en Lepanto, donde se frenó la expansión del Imperio Otomano, cambiando quizás el destino de Europa... recordadlo cuando comáis jamón con un chato de vino...no pudo acabar con el avispero de los Países Bajos -para milagritos, a Lourdes- ni completar su sueño de desembarcar en Gran Bretaña, gesta donde han fracasado muchos, y que mal se le puede reprochar.

Y todo ello, sin faltar ni un momento a la debida fidelidad a su real y borde hermano, que desconfiaba de él -como de todo el mundo- y le ponía micrófonos en los floreros de los restaurantes: siempre se negó a reconocerlo como Infante de España -cosa que si hizo Juan Carlos con su televisivo tiastro Leandro- y, ni que decir tiene, a satisfacer su legítima ambición de tener un reino propio, él que tantos conquistó o ayudó a defender, e incluso le desilusionó cuando contaba con una oferta bastante seria de ocupar el trono de ... Albania, en lo cual, todo hay que decirlo, quizás no anduvo tan errado Felipe Segundo.



En en esa fidelidad típicamente germánica donde se reconoce su singularidad, en un país de pillos, astutillos y chaqueteros: la Deutsches Treue, algo deslucida cuando los SS la adoptaron por divisa, esa Fidelidad que, en política -Fidelidad Federal, Bundestreue- es la base de su convivencia. Cuando la Ley Fundamental de la República Federal estableció que sería himno nacional "la tercera estrofa de la Deutsches Lied", se cargó no sólo la primera, aquella del Deutschland uber Alles, que establecía unos límites de Germania ligeramente incómodos para sus vecinos, sino también la segunda y poco conocida, donde se alababan la Fidelidad y las canciones alemanas, junto a su vino y... sus mujeres: nos hemos perdido el espectáculo de sesudos varones teutones -imaginemos a un orfeón de Schaubles- cantando una versión del "Viva el vino y las mujeres" de Manolo Escobar... de todas maneras, la Patria en la que no nació ni murió, pero a la que sirvió toda su vida, no ha sido -¡cosa rara!- ingrata con él: se le ha dado su nombre a un Tercio de La Legión y, por lo menos, a un Instituto de Bachillerato en Barcelona, si no se lo han cambiado ya...

Dejamos a Don Juan de Austria en su estatua y en su Regensburg, y nos acercamos a Passau, donde comeremos en los muelles del Danubio... viéndolo solo de reojo, entre las docenas de cruceros fluviales allí amarrados: nos espera un duro final de etapa: la casa natal de Hitler, y la residencia de verano de Hitler... emociones fuertes; nos va a caer la Historia encima como una losa...






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