lunes, 31 de agosto de 2015

Nuremberg, en la Franconia...

Por las tierras franconas del Norte de Baviera, una ciudad con una fama inquietante...



Desde Rothemburg a Nürnberg hay un corto paseo por campos verdes, bien cuidados, cuajados de granjas de vacuno y fábricas de maquinaria herramienta, a cual más limpias. Son tierras de Franconia, en el ángulo Norte de Baviera, de un carácter, por así decirlo, más alemán... De entrada, es país protestante, y sus gentes no responden -como casi nunca sucede, por otra parte- al arquetipo bávaro, papista y fiestero, que tanto horrorizaba a los severos Buddenbrook de Mann. Y no deja de reflexionar uno... ¡caray, qué mala pata tuvieron..! Con lo bien que habían empezado, ciudad franca imperial, sede de la primera Dieta de cada emperador, Durero, industrialización temprana, el primer ferrocarril alemán, los Maestros Cantores... para después cagarla, y que te asocien a unos baños de masas fachas, unas leyes ignominiosas, unos bombardeos feroces y, por último, a unos juicios que bien está lo que acaba con el Mal, pero tampoco fueron cosa de qué enorgullecerse...!

Nada más entrar en su aglomeración urbana, empezamos a encontrar grupos numerosos que se dirigen hacia el mismo sitio que nosotros: el Zeppelinfeld, que todos los que hemos visto, con una mezcla de horror y asombro ante la belleza formal que puede emanar de  las cosas malas, "El Triunfo de la Voluntad", asociamos a los grandes congresos del Partido Nazi: pero no se trata de las bien formadas escuadras de las Juventudes Hitlerianas, con sus calcetinitos, sus pantalocitos cortos, sus caras devoradas por un acné precoz y pajillero, ni los rudos obreros del Frente del Trabajo, con sus palas cromadas de guardarropía, ni aquellas apretadas centurias de excombatientes de Flandes, con las narices rotas en las peleas con los rojos en las cervecerías, oliendo a grasa para el cuero y a pies mal lavados encerrados en altas botas...éstos de ahora van a su bola, chicos y chicas juntos, chicas con aspecto de cuadrar mal a la definición de "Doncellas alemanas" que  tanto enorgullecía a sus abuelas, dispuestas a parir soldados para la Patria por regimientos enteros. Veo pantalones a rayas multicolores, camisetas con o sin mangas, sobre pechos con o sin sostenes, chanclas, sandalias o pies desnudos, algún chaleco floreado, rastas... Otros, de negro hasta los pies, si se dan un aire a los SS, aunque los dibujos de sus camisetas acojonarían al rottenführer más bregado...  Llevan, además, guitarras y bongos, e incluso detecto entre ellos -¡Horror!- individuos que parecen pertenecer a razas no excesivamente superiores... sobre ellos flota no la roja bandera con la esvástica, sino una nubecilla de humo aromático que, más que fervores patrióticos, parece provocar una risita tonta... listo que es uno, llego la conclusión de que esos terrenos sagrados para todo el facherío internacional se ven profanados estos días por un festival de rock o cualquier otra manifestación de la música degenerada... ni tan siquiera intentamos aparcar -está petado-, y sólo observamos desde fuera el mazacote del inconcluso Palacio de Congresos, especie de Coliseo romano sin gracia, que estaba construyendo Speer.

De las memorias del Arquitecto de Hitler y eficacísimo ministro de armamento, me llamó la atención -a parte, por supuesto, de sus esfuerzos por demostrar su ignorancia absoluta de todo lo que significase asesinatos en masa de judíos, disidentes y prisioneros de todo tipo; debía ser el único alemán que no se había dado cuenta, digo yo...- su preocupación por cómo quedarían sus obras cuando fuesen ruinas, proceso que él suponía que acontecería después de algún milenio, y no en tres o cuatro años, como sucedió en la realidad. La solución era bien sencilla; dejarse de gúrteles y tresporcientos, y apretar a los contratistas para que empleasen materiales de calidad. Los resultados están a la vista, en esas horrorosas Flakturm, fortalezas de armas antiaéreas, que no ha habido narices ni dinamita para derruir, y ahí se han quedado... También en Nuremberg tiraron de hormigón del bueno, como los romanos, y ahí estarán esas cosas dentro de muchos siglos, haciendo compañía al Valle de los Caídos, mientras que de la Clóchina Gigante de Calatrava no quedará ni el recuerdo.

En Nuremberg no hemos elegido una Gasthaus, sino un hotel convencional: está junto a la puerta más elevada del recinto amurallado, al lado del Burg, el castillo imperial: ni yo soy capaz de perderme, con esas referencias: basta con seguir el paseo que circunvala la ciudad antigua. El hotel, con un elegantísimo recepcionista turco, resulta ser un edificio bastante impresionante, con armaduras de caballeros teutones en los pasillos, y gruesas alfombras, pese a que hace un calor cordobés. En la habitación, confortable y espaciosa, hay aire acondicionado, Gott sei dank!




Entramos en Núremberg entre el castillo imperial, y la casa de Durero: cometemos el error mayúsculo de dejar su visita para la tarde; cuando queramos verla, quedará ya poco tiempo para su cierre, y no nos dejarán entrar, afirmando que no íbamos a disfrutar en tan poco rato... subsano parcialmente el yerro comprando una publicación con algunos de sus maravillosos grabados, entre ellos, por supuesto, mi favorito: el Caballero, la  Muerte y el Diablo, que inmediatamente me transporta a la novela de Sciascia...


El casco histórico de Núremberg está formado por dos barrios claramente diferenciados, situados en dos planos ligeramente inclinados, que vierten hacia el río Pegnitz, un tranquilo curso fluvial de aguas limpias, aunque perezosas y remansadas, que proporcionan esos reflejos que tanto nos gustan a los fotógrafos. Llevan los barrios los nombres de las iglesias que los presiden: Sankt Sebald  y -¡agarraos, oscenses!- Sankt Lorenz. Toda la ciudad quedó, por supuesto, como la palma de la mano tras los bombardeos -90% de viviendas destruidas-, pero ha sido objeto de una cuidadosa reconstrucción, y resulta sumamente agradable pasear por sus calles empedradas y peatonales: la plaza central de Sankt Sebald la preside una fuente gótica dorada, la Fuente Hermosa, schöner Brunne,  ante la que posa Blanca muy en plan guiri...

 
 
 



Comemos en un encantador restaurante sobre el río; algo ligero, porque nos agobia el calor: ensalada de patatas, y las riquísimas salchichas del lugar, pequeñitas y picantes. Y cerveza, una cerveza local
amarga y refrescante, en botellas con esos simpáticos tapones de alambre, porcelana y goma, que encontrábamos hace años en las gaseosas... al acabar, paseamos buscando la sombra... pasamos bajo una curiosa fuente, donde el agua mana de los pezones de broncíneas damas, y entramos en la Iglesia de Sankt Lorenz.








 
Y ahí tenemos a mi medio paisano, con la parrillita alzada... cuantas veces me he puesto el pañuelito verde y el ramito de albahaca en la oreja para celebrar su fiesta en Huesca... qué recuerdos... canturreo por lo bajini la copla:

"San Lorenzo, en la parrilla
les decía a los judíos..."

Pero la sonrisa se hiela en mis labios: no, no es lugar para bromas, allí donde se dictaron las leyes raciales de 1935, el inicio de la persecución del Pueblo de Israel... aquellas leyes odiosas que los segregaban de la comunidad alemana y que fueron la base de su muerte civil, su emigración forzosa y, en el caso de los que no pudieron o no quisieron huir, su deportación hacia los ghettos del Este, primero, y hacia los campos de exterminio después...ya hemos disfrutado bastante del día... ahora toca la parte dura... "Blanca -le digo-, se acabó el recreo: vamos hacia el Tribunal del Juicio de Núremberg..."

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