sábado, 8 de agosto de 2015

Lugares de mal rollito: Hiroshima

Para mal rollo, Hiroshima... ya había visto algo parecido en Dresden, pero lo de aquí fue, para el momento, tecnología punta... se dijo que había inaugurado una Era: vaya mierda de Era, la verdad...




La estación de Japan Railways en Nara es nueva, funcional y bonita, y está limpia cual patena de iglesia con monaguillos competentes. Su bar es una "Boulangerie" francesa -las estaciones de Japan Railways son de lo más europeo que encuentras en Japón- pero, fiel a mi política de inmersión, pido lo más japo que veo: té Macha -ese delicioso té verde en polvo, que te disuelven en la taza con una  brocha como las de afeitar- y una especie de medio balón de hándbol, de un verde claro, que resulta ser algo así como una bola de harina de arroz, rellena de nata, y glaseada con sabor a melón: buenísimo, lo pediré otras veces...

Mi bollo es el de la izquierda: Blanca pidió esa especie de buñuelo


Tiene también la estación un eficiente servicio de información al viajero, atendido por una simpática señorita que habla el Inglés bastante mejor que yo, lo cual tampoco es difícil. Para ir a Hiroshima, nos da instrucciones precisas; en el Andén Tres, tren de las 8 16' a Ósaka -así, esdrújula, yo que llevo toda mi vida pronunciándola llana, a la aragonesa...- En Ósaka, lanzadera a Shin-Ósaka -lo he visto varias veces; tal sitio, y shin-tal sitio, será algo así como "nueva estación", digo yo...- De allí, Shinkasen (Tren-bala, nuestro AVE, vamos...) a Hiroshima, no tiene pérdida...


Son las 8 10': bajamos al Andén Tres: un tren espera con las puertas abiertas: entramos y nos sentamos; a las 8 14', con un discreto silbidito, cierra puertas y arranca; una voz desgrana la letanía de lugares a donde se dirige, supongo... no oigo ni Ósaka, ni Osaka, ni nada que me suene. Comprendo, desolado, que no estoy en el tren de las 8 16'....¡Mierda!

Detrás nuestro se sienta una señora de mediana edad: no, no habla Inglés; le pregunto, haciendo el signo internacional de "ir hacia" con la mano, por Ósaka: sonríe, pero no dice nada... la dejo por imposible.

No han pasado ni dos minutos cuando la señora me da un golpecito en la espalda; se ha bajado un traductor al esmartfone, y ha escrito luego en una tirita de papel lo siguiente: "Disculpen por no hablar Inglés; lo estoy aprendiendo. Bajen en la próxima estación, vayan al Andén Uno, y cojan el próximo tren; va a Ósaka... ¡Buen viaje!"

La benemérita señora se gana varias docenas de "Domo arrigato goishisame" y reverencias a sesenta grados; mi espalda no ha vuelto a ser la misma después del Japón, tanta reverencia... pero se las merecen, los jodidos, tan amables; hacen que viajar por su país sea sumamente sencillo. Sin más problemas, llegamos a Hiroshima.

La estación de Japan Railways de Hiroshima es nueva, funcional, bonita, limpia, y enooorme: tiene encima un Hotel que, como todos los de las estaciones de Japan Railways que he visto, lleva el castizo nombre de "Granvía". Subes al hotel directamente desde la estación, y allí hemos reservado habitación, porque también  allí hemos de tomar el tren, al día siguiente, para enlazar con el ferry a Miyajima: A la habitación nos acompaña un joven machacado por el acné, pero correctamente ataviado de Botones Sacarino cuyas reverencias se aproximan ya a los 75º.

La habitación, en un piso alto, nos ofrece una primera vista de la ciudad; rodeada de verdes montañas, es limpia y bonita. Y nueva, pienso yo, aunque justo debajo de la estación descubro dos o tres "machiyas", las casitas de madera tradicionales, que bien podrían ser supervivientes de la época: no sé si estamos a suficiente distancia...



El seis de Agosto de 1945, un B-29 americano lanzó sobra Hiroshima la primera bomba atómica operacional: explotó a seiscientos metros sobre la ciudad -la distancia calculada para optimizar el efecto destructivo- dejó la ciudad como un solar, y mató en el acto a unas 90.000 personas: 150.000 murieron después por efecto de las quemaduras y, sobre todo, de las radiaciones, una muerte que, al sufrimiento, añadía el macabro "plus" de lo desconocido, y que se ha prolongado en el tiempo, durante décadas... Hiroshima, con su gemela Nagasaki, han pasado, así, a ocupar un lugar de excepción en el nutridísimo catálogo de sitios testimonio de la barbarie humana. Y esa ciudad nos proponíamos visitar, con el corazón en un puño.

Un tranvía nos deja en el primero de los puntos memoriales de Hiroshima; el puente sobre uno de los numerosos brazos del río, próximo ya al mar, que sirvió de referencia a los tripulantes del bombardero: a su lado, el único edificio que sobrevivió a la explosión, esa famosa estructura de hierro en forma de cúpula de uno de los pocos edificios de hormigón armado, que alojaba, lo que son las cosas, una exposición de productos artesanales e industriales de la ciudad... paseamos junto al edificio con el ánimo acongojado, cruzamos el río, y nos acercamos al Parque de la Paz.


Lo de detrás es una simple nube, pero, allí, tenía su morbo...


No resisto a la tentación de tocar la gigantesca campana de bronce: las campanas japonesas tienen el badajo fuera, originalidades del lugar... tirando de una cuerda, un madero golpea la campana, y en ronco sonido reverbera unos instantes, en este caso, en homenaje a los que alrededor de este punto perdieron su vida... hay que ser muy insensible para no emocionarse en momentos así, y no os puedo ocultar que noto un nudo en la garganta...no tan solo por ellos: por todas las vidas segadas prematuramente por nuestra incapacidad para erradicar la violencia, esa lacra de nuestra especie que desmiente nuestra presunta racionalidad...



La visita al vecino Museo nos deja una impresión muy particular; hemos visitado varios memoriales alemanes, y el mensaje es claro y directo:  fuimos unos cabrones  -hubo cabrones, muchos, entre nosotros-, nos pusieron a gusto, nos lo teníamos merecido: lo siento,. me he equivocado, no volverá a pasar... en los memoriales japoneses el mensaje es mucho, muchísimo más matizado...



De entrada, las referencias a sus aventuras imperiales tienden a ser bastante neutras, por no decir francamente tergiversadoras: la conquista del norte de China, con el establecimiento de un régimen títere, es la consecuencia del "Incidente de Manchuria", así como la matanzas y violaciones indiscriminadas en las ciudades chinas de la Costa lo son del "Incidente de Nankín"... poco les falta para hablar también del "Incidente de Pearl Harbor"...

De la misma manera, el museo está dedicado, por una parte, a ponernos ante el puro horror de las dramáticas consecuencias de la bomba, pero también a desmontar la versión occidental del ataque como medio efectivo para impedir la continuación de la guerra, salvando así la vida de muchísimas personas más, si bien es cierto que una parte importante de ellas habrían sido U.S Marines. Una bomba humanitaria, vamos.

La versión que argumenta y documenta el Museo es diferente: en Agosto de 1945, Japón estaba ya contra las cuerdas; incluso había sufrido el bombardeo de Tokio, más mortífero aún que el de Hiroshima, y su capacidad industrial y militar era ya claramente residual; la capitulación era cosa de días, ni de semanas ni de meses.

Además, el ataque nuclear respondía a un plan ya establecido años atrás, que incluía dos decisiones trascendentes: lanzar la bomba sobre el Japón, no sobre Alemania -ahorrándosela a un país occidental-, y hacerlo sobre ciudades previamente elegidas que, por ello, serían preservadas de bombardeos convencionales, para así poder visualizar mejor los efectos de la nueva bomba. Además, en Hiroshima no había prácticamente prisioneros de guerra occidentales, aunque si una importante cantidad de trabajadores coreanos más o menos forzados.

Según se argumenta -e, insisto, documenta- en el Museo, detrás de la decisión de lanzar la bomba había dos móviles inconfesables: uno de ellos, de tipo interno e incluso me atrevería a decir que parlamentario: demostrar que los ingentes gastos originados por el Proyecto Manhattan -el programa nuclear americano- no habían caído en saco roto: una explicación tan bestia no nos resulta increíble a los que, como es mi caso, hemos dedicado nuestra vida a la Administración Pública: todos hemos visto casos así, no tan mortíferos, pero bastante similares.

El otro, también absolutamente creíble, era de política exterior: las relaciones entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, ya no muy fluidas en tiempos de Roosevelt, se estaban deteriorando a ojos vista tras su muerte y el ascenso a la presidencia de Truman, y nunca estaba de más enseñarle a Stalin el juguetito de que disponían... tiempo le faltó a Don José para sacar de sus campos de concentración a todos los ingenieros nucleares alemanes y ponerlos a trabajar a marchas forzadas, iniciándose así una carrera que iba a continuar, por lo menos, durante toda la Guerra Fría.

Se articula así el discurso del Museo: nosotros tuvimos nuestras cosas, no lo negamos: pero con nosotros se pasaron dos pueblos, y, además, pagamos el pato por cosas que no venían a cuento: y esas fotos horribles de cuerpos carbonizados en vida, o, peor aún, supervivientes con su carne hecha jirones y la mirada vacía y extraviada de los que van a morir dentro de pocos días o años, entre tormentos atroces, esas brigadas de quinceañeros que trabajaban en Protección Civil transformadas en harapos ennegrecidos con sus botones metálicos fundidos, ese pobre infeliz sentado en una escalera de piedra del que solo ha quedado la sombra de su cuerpo... podrían haber muerto felizmente en sus camas, años y años después, o incluso ser los amables y sonrientes ancianos con los que te cruzarás, cuando salgas del Museo buscando una bocanada de aire fresco, y pasees por las calles de una ciudad viva, limpia, ordenada, con los uniformes de los escolares ya preparados en los escaparates para el nuevo curso, pero sobre la que planean, invisibles pero siempre allí, decenas y decenas de miles de ausencias.












1 comentario:

  1. Y digo yo, que más da la versión de unos y de otros, la mia o la de cualquiera que se aventure con algún sesudo análisis socio político. El horror atroz que produjo y seguro está produciendo esa maldita bomba es un sin sentido monumental.

    Unos se podían haber quedado cultivando arroz, fabricando coches y creando tecnología. Los otros se podían haber metido la bomba y su orgullo patrio por el culo.

    ResponderEliminar