lunes, 13 de julio de 2015

Noticias de una Katana...

Contaba ayer en Facebook que mi amigo Francisco Pizarro me ha enviado un regalo muy especial: una Katana. Me ha dado también una valiosa información sobre su origen... hoy paso a explicar algo más sobre ella.

Mi sorpresa fue grande cuando el empleado de Seur puso en mis manos el "paquete" procedente de Córdoba: su longitud, su peso, y el palpar, a través del papel, lo que sólo podía ser  la Tsuba de una Katana me convencieron de que tenía en mi mano un Nihon-to, "Sable japonés", posiblemente el nombre más correcto... valga decir que "Katana" ha pasado también al Portugués, y el el escudo y la bandera de Angola figura la "Katana", que es, en realidad, un machete...

Al deshacer el paquete apareció ante mí, efectivamente, una Katana que, por el estado de su Saya, o funda, recubierta de cuero marrón, denotaba una cierta antigüedad: la hoja no está afilada, y su Tsuba (la guarda que separa la hoja de la empuñadura, e impide a las manos deslizarse hacia el filo) y otros elementos decorativos son de latón y bronce, en muy buen estado. Tiene todos los elementos obligatorios, como los Menukis, que son pequeños amuletos de bronce, debajo de los cordones de seda que rodean la empuñadura, situados de tal manera que la mano del guerrero, sujetando la Katana para un mandoble, siempre estuviese en contacto con ellos, para poder ejercer su influencia positiva...

Hace ya años que me intereso por la cultura japonesa pero, desde que hace dos veranos viajé por primera vez a Japón -y digo "por primera vez", porque no he renunciado en lo absoluto a repetir la experiencia-, puede hablarse ya de "cuelgue" por todo lo japonés; y la katana, como símbolo de la historia medieval japonesa, tan poco conocida, y de la casta de señores guerreros que la protagonizaron, los Samurais, es uno de esos elementos culturales más definitorios. Y, además, son bonitas, auténticas obras de arte, si olvidas por un momento que una Katana bien templada y hábilmente manejada podía atravesar como mantequilla el casco de un guerrero, su cráneo. los huesos de su cara y su mandíbula superior, y quedar detenida entre los dientes de la mandíbula inferior. Con grave quebranto de su salud, por supuesto...

Paco Pizarro me informa de cómo llegó a sus manos dicho ejemplar... sin desvelar datos protegidos por la confidencialidad médica, baste decir que es regalo de una paciente agradecida, alemana e hija de un comandante de Ala de la Luftwaffe, que la había recibido, a su vez, como regalo en una visita al Japón, aliado de Alemania durante la Segunda Guerra Mundial: por motivos obvios -separados por potencias enemigas durante toda la Guerra- la visita tuvo que ser anterior al inicio de las hostilidades, con fecha límite en septiembre de 1939, lo cual da al instrumento en cuestión una antigüedad mínima de más de setenta años... ¡no está mal...!

El hecho de tratarse de un regalo protocolario explica que la hoja no esté afilada: no soy un experto en esos temas, pero parece ser de acero y, sin que seguramente haya seguido el procedimiento tradicional de forja -que sería un trabajo innecesario, dada su finalidad- parece sólida y nada parecida a las de aleación que vi vender en Japón a los turistas. Es muy similar a la hoja de un Kukri nepalí, que también figura en mi colección -éste si, afiladísimo- y que, tradicionalmente, están hechas de hojas de ballesta de camión; buen acero, endurecido por el uso...

Esta Katana tiene un elemento que no había visto yo en ninguna otra: adosado a la vaina, la Saya, tiene un pequeño cuchillo, de mango de bronce plano: seguiré buscando documentación, pero, visto su tamaño, no creo que se utilizase para uno de los ritos más comunmente asociados a la Katana: el Seppuku.

Lo que los occidentales llamamos "Harakiri" -que en Japonés es una expresión bastante grosera, que quiere decir, simplemente, "rajarse la barriga"- , el Seppuku, era la forma de suicidio tradicional de los Samurais, a la que recurrían cuando se consideraban deshonrados o, en otros casos, cuando su Señor se lo ordenaba... con un cuchillo más pequeño, el Tanto -hubiesen hecho falta los brazos de un orangután para poder usar la Katana-, el Samurai se abría el vientre, de abajo a arriba, y luego lateralmente, en forma de "T": era muy alabado quien tenía la suficiente presencia de ánimo para completar la "T", a pesar de que la cosa debía doler bastante: como tampoco se trataba de sufrir innecesariamente, un amigo situado al lado, con la Katana del oficiante del Seppuku, le cortaba la cabeza de un solo tajo, y daba por finalizado el ritual. Las mujeres podían también realizarlo, siempre que se atasen juntas las piernas, porque, si al morir las abrían, se consideraba un grave motivo de deshonor... siempre recuerdo un chiste al respecto: en la Academia Imperial de Guerra entra el profesor en clase: todos se levantan y lo saludan con una reverencia... "Hoy os enseñaré una de nuestras más queridas tradiciones: el Seppuku -dice-; prestad mucha atención, porque no lo repetiré..."

De todas maneras, si la situación lo requería, el ritual se simplificaba bastante; en la magnífica "Cartas desde Iwo-Jima", de Clint Eastwood, los últimos defensores de las posiciones japonesas en la isla recurren a un procedimiento mucho más expeditivo: activan una granada de mano, golpeándola en su casco y, luego, la abrazan contra su pecho...

La Katana, curiosamente, había quedado en desuso durante la Era Meiji, que significó la apertura del Japón a la cultura occidental; he paseado por el parque de Tokio donde los últimos Samurais -que me atrevería a comparar con nuestros Carlistas- libraron su batalla final contra las tropas del Emperador, entrenadas y armadas al estilo occidental: a partir de entonces se prohibió a los Samurais que llevasen katanas en público, e incluso las Fuerzas Armadas adoptaron modelos de sables que eran copia de otros occidentales... tuvo que llegar la reacción nacionalista y militarista, en la Era Showa, para que la Katana volviese a aparecer en el equipo de las Fuerzas Armadas Imperiales.

Pero los tiempos habían traído nuevas necesidades: los oficiales y suboficiales de Infantería y de Caballería podían usar katanas convencionales, pero... ¿Cómo podía un Samurai moderno entrar en un carro de combate, la carlinga de un avión, o las atestadas tripas de un submarino, arrastrando un trasto de más de un metro de largo...? ese problema ya se lo habían planteado los viejos Samurais que, junto a la Katana, llevaban siempre una reproducción a escala menor, el Wakizashi, que usaban cuando la pelea se producía en espacios cerrados: se crearon entonces Katanas reducidas, llamadas "de sentido común", que podían transportarse en los modernos medios de combate sin desdoro de la condición de Samurai de su propietario.

Hace unos años, tuve en mis manos una de esas Katanas reducidas, que intentaba venderme un chamarilero en una feria en Cangas de Onís: la verdad es que estaba en muy mal estado, oxidada, había perdido casi por completo sus Tsuka-ito -los cordones de seda que recubren la empuñadura-... me venció la tacañería, enemigo de todo buen coleccionista, y el hecho de que tenía que volver en avión a Barcelona, y me vería forzado a facturarla, si no quería dar demasiadas explicaciones a los de Seguridad del aeropuerto. Y, ¿por qué no decirlo?, la duda sobre si se trataría de una falsificación, que trataba de colarme el chamarilero, afirmando que, por lo menos, "me serviría para cortar el jamón". inicié el procedimiento de decirle que no, dar una vuelta, y dejarme caer luego con una oferta a la baja pero... cuando volví, había cerrado el chiringuito y se había esfumado... aún ahora me pregunto por qué oscuros caminos habría llegado una Katana "de sentido común" a una feria de Cangas de Onís, pero me quedé sin la oportunidad de comprobar si se trataba de una pieza original.

Me dijo Paco que pocas personas apreciarían como yo el regalo que me hacía: ¡Cómo me conoce...! Mi nueva Katana campea ya en un lugar de honor de mi sala, junto al Sable de Caballería Prusiana de la Guerra de 1870 que compré hace muchos años, y otras joyas de mi colección de armas blancas, que deben encongerle el ombligo a más de un visitante que ignore lo tranquilo y cobardón que llego a ser... ya os iré contando cosas de algunas de ellas, desde las más inocentes hasta las que incluso a mí me provocan un escalofrío, pensando en los hechos en que pudieron estar involucradas... ¡hay tema para rato! ¡Sayonara!








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