viernes, 29 de enero de 2016

Paseando por mi barrio...(1)

Salgo con la cámara a cuestas... es un tercer ojo, que te ayuda a ver con otra mirada, a relacionar, a recordar... os lo recomiendo.. 



Mi calle acaba en Alfonso XII: no sé cuanto le durará el nombre, ahora que mi Ayuntamiento -mío, porque les voté, con todas las prevenciones- quiere revisar los "nombres borbónicos": digo yo que hay Borbones y Borbones: Alfonso XII no fue de los peores, ni de lejos, prueba de que se había educado en el Extranjero: "El Pacificador", con él se acabaron las Guerras Carlistas, pero no, ¡ay!, los carlistas: tuvo un amor romántico, inmortalizado por Vicente Parra y Sarita Montiel, y otro, después, de tipo práctico. Murió joven -eso siempre ayuda a tener buena fama-, y sus últimos consejos a su inminente viuda fueron -¿cómo os lo diría yo...? que no prodigase sus favores tal y como había hecho su mamá, doña Isabel Segunda... de todas maneras, a la pobre Maria Cristina le dejó el marronazo de la pérdida de las penúltimas colonias. No tengo tan buena opinión de su hijo: cuando Antoni Farrés, mi querido y llorado primer alcalde democrático de Sabadell, comunista del PSUC, decidió no volverse a presentar y regresar a la actividad privada, me dio su tarjeta profesional; ¡tenía el despacho en la calle Alfonso XIII! "Toni, en veinte años, ¿no has tenido un momento para quitarle la calle a ese c...?", le reproché... "Lo he pensado muchas veces, pero...", casi se disculpaba...

Justo al lado de mi casa hay un hermoso jardín, en ruinas, como la casa que lo presidía, refugio hoy de agresivas gaviotas, gordos gatos -cebados por beneméritas ancianas, que les traen comida y platitos con leche- y furtivos okupas y vagabundos, a los que nadie trae nada, y entran saltando la tapia, arriesgándose a romperse la crisma... Cuando Blanca fue a vivir a la que hoy es nuestra casa, hace más de 35 años, le dijeron que era inminente la apertura de un parque público, al que esperaba poder llevar a jugar a sus hijos... Hace varios años, coincidí en una boda con el Gerente del Distrito, convergent, que me juró que pronto se abriría el parque... "De jubilado, iré allí a tomar el sol...", pensé... al paso que vamos, ya no lo veo vivo, aunque hace un mes o dos el Ayuntamiento organizó una paella popular para celebrar su también inminente destino público... como Santo Tomás, creeré en ello cuando ponga mi culo en un banco suyo.



Aparte de eso, es una calle agradable, sombreada por exóticos jacarandás, cuyas flores violetas dejan las aceras hechas un cromo... en la esquina siguiente, otro edificio largos años cerrado, periódicamente okupado, potencialmente destinado a equipamiento público... tenemos cerca una famosa discoteca, y no faltan, las noches de los viernes y los sábados, jóvenes haciendo botellón por los parterres. Uno, que no olvida las cosas que hizo en su lejana juventud, tiende a ser tolerante, se ríe, y suspira un poquito, de nostalgia...



Muy cerca ya de la Plaza Molina, la Casa familiar de los Maragall: en ella vivió sus últimos años el poeta Joan Maragall, ahora están allí su archivo y biblioteca: tiene un bello jardín interior y en la otra ala, entrando por la vecina calle de Brusi, vive su nieto, Pasqual, alcalde de excelente memoria, y polémico President, y lo digo yo, que batallé -siempre con moderación, por supuesto- para que saliese elegido... el Alzheimer, esa cruel enfermedad que te hace sobrevivirte, lo va borrando lentamente, aunque aún, de vez en cuando, lo veo por nuestras calles, y sonríe al ver que lo saludas respetuosamente. De hecho, creo que lo respeto más que algunas personas de su entorno, que han usado, como nos prohibían los Diez Mandamientos, su nombre en vano. Maragall me persigue; nací y viví muchos años junto al Passeig de Maragall, en otra punta de Barcelona, y junto a la Plaça de Maragall siguen viviendo mi madre, un hermano y una hermana... y si, he leído bastantes de sus poesías, y me gustan, en general, aunque no son bien bien de mi estilo...

Alfonso XII, en dirección a la Diagonal, se transforma en la famosa Calle Tusset, la Tusset Street de los pijos de los años sesenta, donde vive el expresident Mas -un pijo de los setenta-: yo solía decir que vivía "Entre Mas y Maragall"... no le han quitado aún los conos en la calzada que impiden aparcar frente a su portal; a mí, al día siguiente de jubilarme, ya me habían dado de baja del correo electrónico corporativo: dentro de la Generalitat todavía hay clases...



Cruzada ya la Vía Augusta, Alfonso XII  se remansa y se transforma en semipeatonal : sospecho que debido al germanófono colegio privado que ocupa casi una manzana: por la parte trasera, tiene hasta capilla evangélica; protestante, vamos... en su cafetería, pasteles deliciosos, auténticas bombas de colesterol malo y calorías vacías... hay también alguna de esas tiendas de productos naturales de la huerta que proliferan en Barcelona, falsamente decoradas con cestos de mimbre y sacos de yute, como si el payés y la payesa acabasen de bajarlos desde la masía y tuviesen el carro aparcado en la puerta, con los caballos cagándose en la calzada... cuanto más lejos estamos de la Naturaleza, más la añoramos, qué raritos somos...






miércoles, 27 de enero de 2016

¿Se cantaba en Boltaña, antes de La Ronda...?

Lo bueno de la edad es que te permite hacer pinitos como historiador o, si me apuráis, pre-historiador...



El sábado recorrí, una vez más, las calles de Boltaña, siguiendo a La Ronda, nuestra Ronda... "¡Veinte años ya!", me decía un amigo, miembro desde la primera hora... consulto A Biquipedia, y me dice que no, que hace 20 del primer CD, pero que ya llevaban cuatro años rondando... pocas me he perdido: de Invierno, puede; de Verano, ninguna, ni siguiera el año que volví, a tiempo, desde Kenia, pero con unas importantes cagaleras, que desafié rondando como el primero, aunque reduciendo a límites simbólicos los tientos al porrón.

Sería injusto negar que ese fenómeno sociológico e incluso político que es hoy La Ronda de Boltaña en Aragón -y en los lugares a donde han ido a parar los aragoneses centrifugados- debe mucho, muchísimo, a la figura de Manuel Domínguez, ejemplo indiscutible de la polivalencia de los Registradores de la Propiedad, mejor que el hoy todavía Presidente del Gobierno en Funciones... pero tampoco se explicaría sin el riquísimo sustrato de músicos y cantantes que ha dado Sobrarbe en general y Boltaña en particular. Aún hoy, te puedes sentar con una cervecita en la mano en el bar de la plaza, y ver, en pocos minutos, desfilar ante ti a un joven cantautor, Francho, un buen jotero (¿en la reserva...? hace tiempo que no te oigo) como Torde, un Salva Goñi, cuya sensibilidad nos descubrió en su primer CD, o incluso una boltañesa consorte, Wendy, que se nos reveló como una muy sólida intérprete, junto a muchos jóvenes -o no tan jóvenes ya- integrantes de recurrentes grupos de las diversas familias del Rock... y todo eso, entre algo más de mil habitantes... y, abarcando con el objetivo todo Sobrarbe -que tampoco es, demográficamente hablando, un Shangai o un México DF- grupos como La Orquestina, músicos tan acreditados como Joaquín Pardinilla, una Coral entera, apasionados del Jazz, músicos polivalentes... nacidos unos aquí, procedentes de tierras muy diversas otros, herederos unos y otros de una tradición que, dentro de mi horizonte vital, incluía figuras como los padres de mis amigas Marithé y Amparo, músicos de innumerables fiestas, viejas generaciones de cantantes de taberna y ronda, elementos tan curiosos -ya rozando el frikismo- como nuestro Tokio, el pintor japonés jotero... no queriendo -ni pudiendo- olvidar a personajes tan queridos como Jose María Campo, cuya "Higuera" formará parte, ya para siempre, de nuestro paisaje sentimental... Por tener, hemos tenido hasta un cura que, en su vida civil, había sido cantante profesional, perfectamente capacitado para, en un día de San Pablo, oficiar la misa por la mañana y, por la tarde, amenizar el baile con sus boleros, rancheras y pasodobles, como comprobé con estupor el día en que lo conocí... incluso mi abuelo Arsenio había tocado la trompeta en su juventud, y en una trompeta imaginaria se refugiaba cada vez que su hermana mayor -Encarnación- lo emprendía por alguna de las faltas de disciplina a las que tan aficionado era.



En un ambiente tan musical, no es raro que mis recuerdos sobre qué música se hacía y qué se cantaba en Boltaña se remonten a fechas bastante remotas... pero quizás la primera que recuerde con claridad sea mi primera ronda. Ronda pasiva, porque yo iba de rondado por persona interpuesta, ya que a la que estaban rondando, de verdad, era a mi prima Dulce, moceta ya de muy buen ver, cuando yo aún no acababa de superar la primera adolescencia -aunque, justo es decirlo, es más joven que yo, e incluso, hoy, nos llevamos un año...-. Escuchaba yo en la cama aquello de "¡Despierta, niña, despierta/despierta si estás dormida,,,", y se me llevaban los diablos: primero, porque me habían despertado y, sobre todo, porque lo que yo quería era llegar a ser mozo, de una p... vez, y salir también a rondar junto a mis mayores, a los que no veía, pero reconocía por las voces: Cambreta, Alfonso, Feixa, Ramón, Vidal...

Ese era un problema de fácil solución; muy poco tiempo después -aunque se me hizo eterno- ya estaba yo en activo como mozo, y participé en no pocas rondas. Tenían éstas una fuerte componente anárquica; estábamos, ya de noche cerrada, en algún sitio, tomando algo, y siempre había el que proponía: "¿Y si fuésemos a rondar...?". Se iniciaba entonces el proceso de convencer a los poseedores de instrumentos musicales -y el know-how adecuado- porque no era cosa de rondar "a capella", y, una vez vencida su natural reticencia -siempre tenían la guitarra o la bandurria destemplada...- se iniciaba el recorrido; rondábamos mozas, no casas; más o menos, sabíamos bajo qué ventana cantar, y, al poco, la afortunada, sonriendo, bajaba con algo de longaniza, alguna bota o algún porrón (el vino rancio nunca faltaba), o aquellas famosas galletas surtidas que en cada casa se guardaban para las visitas, y que siempre solían estar ya un poco blandas, tirando a fláccidas: la estrella, como siempre, era el jamón, pero se veía pocas veces... no nos limitábamos al Casco Antiguo, también se rondaba en la Carretera que, por supuesto tenía muchísimas menos casas que ahora.



¿Y qué cantábamos en las rondas? Pues, principalmente, cosas de la Tuna, que formaban buena parte del repertorio de la rondalla que se había formado años atrás en Boltaña, con los mozos de mi generación, o ligeramente más jóvenes: de entre ellos surgirían muchas vocaciones musicales y muchos de los primeros integrantes de la Ronda. Creía ya muerta y enterrada esa tradición pelín casposilla de las Tunas cuando, recientemente, en la fiesta del 60 cumpleaños de mi hermana Pilar, hicieron su aparición un reducido grupo de tunos. Mi hermana -cosas de la vida- me ha salido un poco indepe, y pensé que le produciría urticaria una exposición tan directa a esa reliquia de la España cañí, pero la verdad es que estuvieron muy simpáticos y nos lo pasamos muy bien con ellos... no hacía muchos años, en una reunión de trabajo, se plantó ante mí un encorbatado y trajeado ciudadano que, con una amplia sonrisa, se me presentó... "¿No te acuerdas de mí...? !!Soy el Pandereta de la Tuna de Derecho...!!" Y lo bueno del caso es que lo recordaba perfectamente.

Dejando aparte Clavelitos y Tunas Compostelanas, también cantábamos Jotas: mal, pero las cantábamos: nos atrevíamos con todo; desde las bellísimas y tradicionales -"Pulida Magallonera", "La Palomica"...- hasta las más bastas y soeces, que, naturalmente, no cantábamos a las mozas, y que yo nunca identifiqué con el espíritu popular -que siempre me ha parecido más delicado y poético- sino con jóvenes gamberros urbanos, que confunden ruralidad con brutalidad. Pero, de todos modos, las cantábamos y nos reíamos...

Posiblemente la única pieza del repertorio actual de La Ronda que ya cantábamos eran las coplas de "Niña bonita": creo recordar que se atribuían a un cantante de una orquesta sobrarbense de anteguerra, cuyos componentes tuvieron que exiliarse... cantábamos las estrofas que hoy se oyen -aunque no recuerdo la de "Señores, vengan t'a casa..."-, y una más, hoy seguramente sacrificada a la concordia comarcal, que hacía referencia a un curioso accidente sufrido por una moza de una villa vecina al caer en un campo de nabos... "Niña bonita", como el Corán de Rushdie, tiene también sus "Versos satánicos".



Poco a poco, sin darnos cuenta, nos pilló el cambio sociológico que mató las rondas tal y como las conocíamos... "Hace tiempo que no rondamos...", decía, nostálgico, un amigo... "¿Cómo quieres que rondemos, si las chicas se acuestan tan tarde como nosotros...?", le contestaba otro... pero ya en aquellos tiempos habíamos sustituido las rondas por largas sesiones de canto, que amenizaban nuestras reuniones ante la hoguera en la ermita de San Sebastián, o las interminables meriendas en Casa Solano, frente a una tortilla de patatas o -innovación, cuando aparecieron las primeras granjas- un plato de codornices... nuestro repertorio también había cambiado: La Tuna se batía en retirada, las jotas mantenían posiciones, pero empezaban a triunfar coplillas picarescas o ligeramente guarras, irrespetuosas hacia todo lo Divino y lo Humano... eran los tiempos del "Cubanito", o de aquellas cuyo estribillo rezaba: "iHaz bien, y no mires a quién...!"

Cada uno de nosotros tenía su especialidad; Ricardo Conde, por ejemplo, disfrutaba hasta casi llorar cantando tangos; los mayores nos legaron auténticas joyas, de sabor tradicional, como la canción de la muchacha que vendía "El Liberal" ("La que vende muchos miles/y se gana un buen jornal"), los efectos térmicos del juego del balón sobre las señoras que lo contemplaban, o la tierna historia de la Costurera María y su Primito Ramón... cuando, mucho más tarde, se incorporaron por matrimonio Javier Sesé y Miguel Ángel Viu, entró con ellos un amplísimo repertorio de Rancheras Mexicanas "con sentimiento"... otras veces, escuchábamos e incorporábamos aportaciones de éxito: recuerdo la tarde en que, en el antiguo bar de Gorré, nuestro querido Pepe Vidal nos cantó una auténtica maravilla, una vieja canción sobre los poco elegantes métodos terapéuticos que se aplicaban a las Enfermedades de Transmisión Sexual durante la Guerra de África, cuyo recuerdo pone los pelos de punta, pero cuya transcripción daría algo por conservar.

¿Y qué aportaba yo...? Mucha afición y muy poca voz... pero el indicador exacto del número de copas que llevaba encima era cuando, melancólico, me ponía a cantar "Lilí Marleen", en un Alemán aproximado... aclaraba yo a los amigos que no se trataba de una canción nazi, sino una canción de soldados alemanes que los nazis estuvieron a un pelo de prohibir porque les daba muy mal rollo, ya que, si llegas a la cuarta estrofa, te das cuenta de que el soldado que recuerda a su novia lejana está muerto y dentro de su fosa, y eso, por supuesto, no les podía pasar a los soldados del Reich, destinados a perennes victorias... tendría que esperar hasta que una investigadora de improbabilísimo nombre -Rosa Sala Rose- escribiese su monografía sobre la bella canción, dando razón a mis argumentos.



Íbamos creciendo en sabiduría y vello facial, y el entorno del País se iba también transformando a nuestro alrededor... como siempre, los vientos de cambio venían del Extranjero: nuestros amigos y amigas franceses nos enseñaban canciones nuevas: no podía faltar el toque picarón -oh, là, là!-, y así aprendimos las desventuras de la muchacha que encontraba en su camino a "Quatre jeunes et beaux garçons", las del jovencito que no quería irse de vacaciones con su tío, de aviesas intenciones, o los sabios consejos de la p'tite Charlotte, decidida a "se passer des garçons"... pero ya la conciencia política empezaba a hacer mella en nosotros: en la parte alta del pueblo, nos reuníamos en casa de la abuela de unos amigos franceses, de padre boltañés fallecido en el exilio: nuestro club era la bodega, recorrida en diagonal por un tubo de desagüe, de tal manera que, cuando la abuela se levantaba por la noche a hacer pipí, oíamos nítidamente el chorrito pasar por encima de nuestras cabezas... allí la cosa ya iba a mayores; traían discos prohibidos en España, por ejemplo, de Soledad Bravo -entonces, en posiciones muy de izquierdas, que ha matizado considerablemente-, y cantábamos con ella el "Gallo Rojo" o "Hay una lumbre en Asturias..." No podía faltar el recuerdo al Ché, recientemente asesinado, y cantábamos "¡Hasta siempre, Comandante!" o la bellísima "Soldadito boliviano". Empezábamos también a incorporar el repertorio de Paco Ibáñez, en el que tan profusamente beberíamos:  y, para que no faltase la concesión a la lucha hormonal que en nosotros se libraba, "Je t'aime, moi non plus", todo un himno generacional a las ganas de estrenarnos... las buenas gentes, que nunca faltan, fueron a la Guardia Civil con el cuento de que en aquella bodega nos entregábamos a orgías sexuales... la Benemérita, viendo las caras de no comernos un rosco que teníamos -con muy celebradas y escasas excepciones- no prestó mayor atención: insistieron diciendo que, además, se hablaba de política, y eso ya despertó un cierto interés que, afortunadamente, no pasó a mayores.

Mientras tanto, en alegre esquizofrenia, en los bailes de las fiestas de los pueblos que llenaban nuestro mes de Agosto seguían sonando bonitos pasodobles, y nos enamorábamos hasta las cachas a los sones del "Dalila" de Tom Jones o bien -otro clásico- "Mis manos en tu cintura", de Adamo, que iniciábamos, ilusionados, en la esperanza de que aquella vez no nos hiciesen la temidísima "cobra". Cosas todas que nadie, en su sano juicio, se atrevería a cantar en una reunión con amigos y un porrón de cerveza encima de la mesa: nos movíamos, con cierta facilidad, en Universos paralelos.

Habíamos salido ya claramente de la adolescencia y navegábamos  en los procelosos mares de la juventud, mientras la cosa se iba liando: nos llegaban los ecos de Bob Dylan, Pete Seeger, Joan Baez... y empezaban a calentar motores Labordeta, La Bullonera, Carbonell... estaba visto que íbamos a seguir cantando, y mucho... pero esa es ya otra historia.







lunes, 25 de enero de 2016

Madrid, Enero de 1977...

Ayer se cumplieron 39 años del asesinato de los laboralistas del despacho de Atocha... ahí van, hacia ellos, mis recuerdos de aquellos días.


"El abrazo", de Genovés.

En la noche del 24 de Enero de 1977, tres pistoleros entraron en el despacho de un grupo de laboralistas vinculado a las, todavía en aquel momento ilegales, Comisiones Obreras, en la calle de Atocha, en Madrid. Buscaban a un dirigente sindical, al que responsabilizaban de la dura huelga del transporte, que estaba significando, en aquel momento, un serio quebranto para las mafias que dominaban el sector. Los hechos probados en juicio concluyen que dos de ellos dispararon a sangre fría, causando la muerte de cinco de los allí presentes, e hiriendo gravemente a cuatro más. Los fallecidos militaban en el, todavía en aquel momento ilegal, Partido Comunista de España. De entre los heridos, destaca la dramática trayectoria de la abogado Dolores González: en su día, el novio de Dolores, el estudiante Ruano, se lanzó al vacío tras un durísimo interrogatorio -tres días- de la Brigada de Investigación Social, aunque todo parece indicar que, en su caída, tuvo la mala suerte de hacerlo sobre alguna bala que, sin duda por casualidad, se encontraba en la acera donde se estrelló. Casada Dolores posteriormente con Francisco Javier Sauquillo, su marido figuraba entre los asesinados. Otra de las abogados, Manuela Carmena, se encontraba en una reunión, fuera del despacho; llegaría a ser alcaldesa de la ciudad que, aquella misma noche, en cuanto empezaron a llegar las noticias sobre lo sucedido, se estremeció hasta los huesos.

Si algo nos unía a la mayoría de los que vivíamos y pensábamos en aquellos momentos, era un único sentimiento: "¡Nunca más...!" El año anterior, tras los trágicos acontecimientos de Vitoria -una masacre policial, en una iglesia donde se había reunido una asamblea de obreros- viajé a Paris; el taxista que me llevaba al hotel desde la estación, nada más oírme decir que era español, me preguntó... "¿Os vais a volver a empezar a matar entre vosotros...?" "¡Eso, nunca más...!" contesté yo, más desde el deseo que desde la convicción... teníamos malas cartas en la mano; una Transición hacia la Democracia bajo la vigilante mirada de un Ejército forjado por Franco a su imagen y semejanza, y con grupos terroristas de variados colores, desde la extrema izquierda y el nacionalismo a la extrema derecha, disputando a las Fuerzas de Seguridad la tarea de llenar de muertos nuestras calles; pocos días antes, entre la Policía Armada y un grupo de extrema derecha ya habían matado a dos personas... pero lo de Atocha añadía varios pluses de perversión; el ataque deliberado y a sangre fría, y la actividad de las víctimas, defensores de los obreros en medio de una crisis de dimensiones hasta entonces desconocidas: el muy difícil equilibrio que se vivía en calles y fábricas podía quebrarse en cualquier momento.

Ya os he contado otras veces que yo era, en aquellos momentos, un joven funcionario de la Organización Sindical, el Sindicato Vertical: formaba parte, por lo tanto, de uno de los aparatos nacidos en el Franquismo, y que fuera del Franquismo perderían rápidamente su razón de ser. Pero, como en casi todos los estamentos de la sociedad española de aquellos días, también entre nosotros convivían las opiniones más encontradas. Desde el primer momento tuve la sospecha de que, entre los inductores de aquella tragedia, podía muy bien figurar algún compañero mío -tal y como, por desgracia, se comprobó-, de los sectores más ilusos, convencidos de que era posible una continuidad del Régimen, en un momento en que las circunstancias internacionales, e incluso los intereses de quienes se habían servido de ellos, eran ya muy otros. Dinosaurios condenados a la extinción, cuando ya sus hijos ensayaban otros disfraces más aceptables, pero no por ello menos peligrosos en sus últimos coletazos, mientras quedasen algunas pistolas en sus manos. Y tenían muchas.

Cuando llegué a mi puesto de trabajo, la mañana del 25, con los titulares aún frescos en la cabecera de todos los periódicos, había tomado ya una doble decisión: la primera, mostrar mi solidaridad a los dirigentes de Comisiones Obreras, que ya actuaban a cara descubierta dentro de la estructura del Sindicato Vertical; recuerdo cómo nos abrazamos varios de los que, hasta aquel entonces, nos habíamos considerado mutuamente en bandos distintos... la segunda, llamar a otros funcionarios, para tratar de organizar una respuesta conjunta. No había habido prácticamente conversaciones políticas entre nosotros, pero sabía muy bien a quienes llamar por teléfono, y a quienes no... ninguno me falló, todos estábamos de acuerdo: a media mañana, la mayoría delos funcionarios de la Organización Sindical, en Barcelona y las comarcas más pobladas, estábamos en paro, en solidaridad con los compañeros de Atocha. Los discrepantes callaron, quizás secretamente avergonzados, sospechando lo mismo que todos sospechábamos.

El entierro se fijó para el día siguiente, 26 de Enero; casualmente, estaba yo convocado a una reunión de trabajo en Madrid; llegué a Barajas en medio de un día frío y gris; una ciudad cuyo pulso siempre sientes latir, parecía aquella mañana callada, contenida, bajo una más que evidente presencia policial... nos reunimos en un local oficial; éramos un grupo de compañeros, procedentes de toda España; con muchos, las relaciones habían llegado ya a la amistad; predominaban, por supuesto los vinculados más o menos -todos lo estábamos, para qué negarlo- al Franquismo, pero ya empezaban a marcarse posiciones ante el futuro: algunos se quedarían anclados en sus lealtades originales: entre ellos, debo decirlo ya, algunas de las mejores personas que he conocido, y a las que más debo, profesional y humanamente... los hechos del día anterior, la expectativa ante lo que podía suponer, aquella misma tarde, el entierro, pesaban como una losa sobre el espíritu de la reunión, aunque nadie mencionó nada al respecto. Al llegar, me acerqué a Alberto, el amigo con el que más podía compartir mi ánimo aquel día... "Iremos", nos dijimos, no hicieron falta más palabras. Se nos unió otro joven compañero; ya éramos tres.

Finalizada la reunión, nos fuimos a comer a un típico mesón, no muy lejos de la sede del Tribunal Supremo, de donde arrancaría el cortejo fúnebre: nos habían preparado una mesa en un subterráneo abovedado, estrecho y con una única salida, y por mala suerte me tocó uno de los lugares más alejados de la puerta, separado además de los otros dos conjurados... la comida transcurrió con una ficticia jovialidad, mientras yo no hacía más que mirar el reloj, viendo que se acercaba la hora... ni recuerdo si habíamos acabado ya de comer, cuando me levanté, hice señas a Alberto y el joven compañero, y me despedí de los demás con un simple "Nosotros tenemos que irnos..." nadie preguntó a donde íbamos, se hizo el silencio, los que estaban a mi lado se levantaron para dejarme pasar... sentía que algo se rompía a nuestro alrededor; no lo interpreté como hostilidad -pruebas tuve después de que acertaba-, sino como un cierto dolor, no exento de incredulidad. No se despedían tan solo de unos compañeros, que ahora lo serían un poco menos; se despedían también de un tiempo pasado, que siempre considerarían mejor. A nosotros nos esperaba el Futuro, fuese el que fuese...

Foto de Jordi Socías


Salir a la calle fue, en muchos sentidos, una bocanada de aire fresco... grupos numerosos casi corrían, como nosotros, en la misma dirección... llegamos a la Plaza de la Villa de París, y lo que vimos nos dejó sin palabras: allí, en silencio absoluto se habían concentrado ya decenas de miles de personas; un servicio de orden, con brazaletes rojos, evidenciando su militancia aún ilegal, atajaba cualquier intento de gritar.. desde donde estábamos, en el otro extremo de la plaza, se escuchaba nítidamente el sonido de los cascos de los caballos de la Policía Armada que, a más de doscientos metros, vigilaban respetuosamente... mirabas a tu alrededor y solo veías rostros tristes, incluso algunos con señales de llanto, pero, al mismo tiempo, decididos, dignos, profundamente dignos... sobre nuestras cabezas revoloteaba un helicóptero; lo miré, distraídamente, esperando ver el conocido BO de la Policía, pero descubrí un Puma blanco, del Escuadrón asignado al transporte VIP: "¡Ahí va Juan Carlos!", pensé; acertaba.
Autor desconocido


De repente, un murmullo fue rápidamente acallado por los siseos del servicio de orden; por la puerta del edificio del Tribunal Supremo empezaron a aparecer los féretros de los muertos, cubiertos con banderas rojas.. ante ellos, un ramo de flores, con la Hoz y el Martillo:  por un pasillo, abierto entre la muchedumbre, a hombros de sus camaradas, cruzaron lentamente entre un bosque, un mar, una auténtica empalizada de puños alzados, sin un grito, sin una canción... silencio, determinación a que fuesen los últimos, a que su muerte no hubiese sido en vano... allí, uno más, una gotita en aquel océano, estaba, por primera vez, el mío...

Autor desconocido


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Ayer, en la Plaza de Boltaña, me tomaba unas cervezas con una chica muy joven -para mis parámetros actuales- y su compañero: trabajadores, en toda la acepción de la palabra; ella es, sin lugar a dudas, una de las camareras más competentes que he conocido. Está muy contenta, porque tiene un puesto fijo en la cocina de un centro oficial.. "Bueno, ya sabes cómo es eso: cuando acaba el curso, te despiden, y te cogen otra vez cuando vuelve a empezar... ¡pero la plaza es mía...!" Él acaba de perder su trabajo, de operario especializado en trabajos de riesgo,  "La empresa cerró, ya sabes..." y se ha venido a vivir en Sobrarbe, con ella... "Total, estábamos muy mal; te cambiaban de sitio cuando querían, tenías que trabajar a dos, tres horas en coche, y no te pagaban desplazamientos, ni dietas; lo coges o ahí está la puerta.." "Trabajé un tiempo en Francia... aquello era otra cosa; una mañana, hacía mucho frío; vino el encargado y nos trajo unos guantes nuevos, de abrigo... al rato, volvió con un termo de café; aquí..." "A veces, te pagaban por media jornada, haciendo jornada entera.. luego, en Noviembre, te ajustaban las horas, y te daban días de vacaciones..." "Nunca, nunca hemos estado los trabajadores así... ¡encima, hay compañeros que creen que son de clase media...!"  "Ya, sabes", "ya sabes"... No, no lo sé, quiero decir, no esperábamos esto, no queríamos esto... ¿Cómo lo hemos permitido ...?





lunes, 18 de enero de 2016

San Antón en Sant Esteve...

Durante muchos años celebré mi cumpleaños, el 17 de Enero, participando en "Els Tres Tombs" en Sant Esteve de Palautordera...





Mi cumpleaños -17 de Enero- coincide con la festividad de San Antonio Abad, San Antón, un monje egipcio al que, con ese simpático sincretismo con el que la Iglesia incorporó las creencias paganas a su ecosistema, se le han asignado funciones de protección de los animales, que seguramente correspondían a alguna deidad prerromana; ayer mismo, hablando de mi próximo viaje a Buenos Aires, comentábamos que el Mercado de ganado es el Mercado de Hacienda: Hacienda no somos todos; Hacienda son los bichos útiles, los que nos comemos, o los que trabajan para nosotros... recuerdo la historia montañesa, cuando un vecino relata a otro el año tan horrible que llevan en su casa... "Primero, se murió Padre; después, mi suegro; ahora, un tío... ¡Y aún gracias a Dios que ha entrado la cosa por la gente, que si llega a entrar por los animales... la ruina!" Es, por lo tanto, el día indicado para bendecir a los animales, y en muchas poblaciones de Cataluña se acompaña con una cabalgata que, tradicionalmente, daba tres vueltas a un recorrido: Las tres vueltas, els tres tombs...

Cuando empezamos a montar a caballo en una hípica de Sant Esteve de Palautordera, pronto también nos apuntamos a participar en Els Tres Tombs. Ante la presencia en perfecta formación de los jinetes de una hípica vecina, correctamente uniformados de Andaluces -con sus zahones de cuero, sus chaquetillas, sus sombreros de ala ancha, y unos caballos de Pura Raza Española que quitaban el hipo-, Joan, el propietario de Can Marc, nuestra hípica, decidió que nosotros debíamos vestirnos "de Catalanes", concepto bastante gaseoso, que incluía ponerte una chaqueta más o menos elegante, y -eso sí- una chalina, preferentemente roja.

"De Catalanes": Marta, un servidor, Blanca y su prima Alicia...


A mí me gustaba especialmente celebrar así el día de mi cumpleaños -aunque, como es natural, la fiesta se desplazaba hacia el Domingo más próximo- pero, todo hay que decirlo, no era un día cómodo; tenías que estar muy temprano en la hípica, preparar especialmente a los caballos, cepillándolos de polvo y paja, arreglando bien sus cabezadas, limpiando las sillas...- y, después, marchar en cabalgata, caballos y jinetes que muchas veces no coincidían habitualmente... mis mejores paseos a caballo eran siempre en grupo muy reducido -muchas veces, solo con Blanca y Marta, una tía suya pocos años mayor que yo, compañera de aficiones-, a un ritmo marcado por nosotros, que pasaba desde el paseo charlando tranquilamente a, cuando nos apetecía, pedirle a los bichos que demostrasen sus aptitudes... ahora marchábamos más o menos en formación, rodeados de una masa de gente que gritaba, saludaba, y -lo peor de todo- acudía a la bendición acompañada de sus mascotas; gatos, hamsters, periquitos... ¡y perros, el archienemigo de los caballos, que se aterrorizan ante ellos...! Hasta llegué a ver, una vez, a un perroflauta con un hurón encaramado sobre el hombro.

En Can Marc había montado diversos caballos; recuerdo a "Piropo", un tordo rodado muy bonito, con el que tuve el único accidente medianamente grave -me rompí una costilla- aunque no fue culpa suya, en modo alguno... o "Stela", una hermosísima yegua negra, propiedad de una compañera que, a veces, nos dejaba montarla, y que fue un auténtico flechazo -la yegua, no la compañera, aunque también tenía méritos para ello...-, pero llegué a aficionarme mucho a un caballito pequeño y paticorto, pero con unos bríos increíbles, al que le encantaba galopar cuesta arriba, cosa que yo prefería no hacer con ningún otro, para no cansarlos innecesariamente. A Joan le pateaba que yo le pidiese siempre aquel caballo, porque, decía, no iba para nada con mi talla, y, montado en él, parecía ir yo en una "Vespa"... veo fotos, y no dejo de darle la razón. El tema se resolvió cuando otro cliente, enamorado también de él, se lo compró y lo reservó para su uso exclusivo... lo "retiró", vamos, como hacían los señoritos golfos encaprichados de una joven cabaretera.

En la "Vespa"... Irene, al lado


Ante esa situación, Joan me decantó hacia su elección para mí: el "Negritu": no es el caballo más grande que he montado -monté varias veces un caballo alemán al que tenía que subir con un taburete- pero sí seguramente el más corpulento; tenía sangre de caballo de trabajo, posiblemente de bretón, y un pelaje negro brillante que, sobre todo en invierno, le daba un cierto aire de oso... era, seguramente, el caballo de mejor carácter, más educado, más amable que he conocido; en la pista, era una delicia; ejecutaba sin dilación cualquier ejercicio que le pedías, y con él se iniciaron en la Equitación muchos jóvenes jinetes que, como yo, le estarán eternamente agradecidos.

Pero nadie es perfecto, ni siquiera "Negritu"... con todo su tamaño, era un auténtico cobarde; un cagón, vamos... especialmente, bastaba la proximidad de un perro para que entrase en pánico, y así, nuestros paseos tenían siempre un componente de psicoterapia, tratando yo de infundirle confianza: recuerdo que uno de nuestros recorridos habituales pasaba por un estrecho camino entre dos casas, en una de las cuales vivía un hermoso Pastor alemán que siempre aparecía, ladrando, a nuestro paso, provocando el terror de "Negritu"; según nos aproximábamos, empezaba yo mi terapia: sujetando las riendas, intentaba infundirle aplomo... "¡Venga, Negritu, ahora saldrá nuestro amigo, el perrito, a saludarte; tú, tranquilo...!" mirando siempre en dirección al chalet del perro... una tarde, cuando estábamos en esas, el perro apareció, de repente, en el jardín del chalet vecino... "Negritu", en cuestión de segundos, se levantó de manos, giró sobre sus cuartos traseros, y salió disparado en dirección opuesta, y fue una auténtica suerte que no me partiese yo la crisma en la operación, y que lograse después controlarlo.

Ya supondréis que las cabalgatas de San Antonio Abad constituían para "Negritu" una auténtica tortura... verse entre tantos caballos poco conocidos, rodeado de gente, y con tanto perro más o menos suelto alrededor, lo ponía al borde del colapso: yo, en esos casos, no era ya el jinete, sino su única voz amiga, el único que podía aportarle algo de seguridad... en una ocasión, en la vecina localidad de Santa María, la cabalgata se detuvo, y nos vimos rodeados de gente que quería ver de cerca y tocar a los caballos... "Negritu" pareció sufrir una taquicardia... yo lo palmoteaba, le rascaba entre las orejas, empleaba todos mis recursos, empezando por el más potente, la voz: "Vinga, Negritu, tranquil, no passa rés, Negritu...!" -tenía la costumbre de hablarle en Catalán, que debía ser más familiar para él-... en aquel momento, me di cuenta de que, a pocos centímetros de nosotros, un adolescente de color me miraba con ojos de odio... y me percaté de lo poco políticamente correcto que era el nombre de mi compañero; sonreí al muchacho, como diciendo... "Por supuesto, no va por ti...", pero el mal ya estaba hecho.

La uniformidad se relajó...


El momento cumbre de la cabalgata llegaba cuando, ante la puerta de la iglesia, el cura bendecía, uno a uno, a los asistentes, rociándonos con agua bendita: en una ocasión, cuando llegó nuestro turno, "Negritu" llegó a la conclusión de que aquel señor en enaguas que alzaba una cosa en la mano, apuntando hacia nosotros, no era en absoluto de fiar; puso el turbo, y nos tragamos literalmente al caballo que teníamos delante, dejando al cura con el hisopo en alto.

Pues bien; aquel mismo año, tuve un esguince de pie que me dejó cojo durante mes y pico, y  "Negritu" sufrió una grave tendinitis en una pata que puso a su dueño ante la disyuntiva de prescindir de sus servicios, lo cual, en el caso de los caballos, suena ominosamente a  albóndigas de Ikea... superamos ambos nuestros problemas y, el San Antón siguiente, fui firme y claro con él: "¡Negritu; este año nos bendicen, por mis c....!" Vio que la cosa iba en serio, y se comportó; recibimos la correspondiente rociada, y gozamos de un año plácido y saludable.

Ayer, en Sant Esteve, vi de lejos a los jinetes que acudían a la iglesia, pero no me apeteció acercarme más; son recuerdos tan bonitos que prefiero no contaminarlos. Al igual que sigo visitando Can Marc, y me gusta hablar un rato con Joan, pero nunca le he preguntado, ni lo haré, por "Negritu": prefiero que, para mí, siga pastando felizmente en un prado, rodeado de otros caballos tan gentiles y tranquilos como él, sin ningún odioso perro a la vista, y que, de vez en cuando, lo monte algún jinete de buen carácter, que le rasque entre las orejas...


Con Negritu, a cual más chulo...






miércoles, 13 de enero de 2016

Última parada, Narbonne

No estaba previsto, pero ahí acabó nuestra excursión por tierras del Midi, antes de volver a España... ¿España..? Bueno, yo ya me entiendo...




Narbonne no era mi opción inicial; tenía previsto, como quien no quiere la cosa, que la hora de comer nos sorprendiese en Castelnaudary... Castèlnòu d'Arri es considerada la "Cuna de la Cassoulet", ese fruto de la Tierra y del trabajo del Hombre que consiste, básicamente, en alubias blancas confitadas en todo tipo de grasas de animales deliciosos, entre los cuales domina -¡cuac!- el pato, o incluso su prima mayor, la oca, y eso es justamente lo que quería comer yo para despedirme en condiciones de la Dulce Francia. Pero empiezo a sospechar que mis compañeros de viaje se conchabaron a mis espaldas, y decidieron que compartir trescientos kilómetros con un gañán ahíto de judías en el reducido espacio de un Seat Ibiza ofrecía algunos inconvenientes manifiestos, y me dicen a coro que no, que a Narbonne...

Obedientemente, salgo de Saint Ponç en dirección ya decididamente Sur, atravesando un inesperado paisaje de montaña, a través de un Parque natural bellísimo, con densos bosques y, en su cota más alta -la carretera es buena, pero sube lo suyo- pastos verdes bajo el rocío que desprende la niebla -a ratos, llueve-, desde donde, estoy seguro, en días buenos se debe ya divisar el mar. Desde las alturas, la carretera desciende ya entre vides, buscando las tierras bajas a orillas del Mediterráneo.



Narbonne había sido siempre, para mí, la "bretelle", el sitio donde la autorroute se divide en dos: hacia la izquierda, mi recorrido más familiar; Carcassonne, Toulouse, Lannemezan -desde donde, en menos de dos horitas, te pones en Boltaña-, Tarbes, Pau... es la espina dorsal de las tierras francesas al norte de los Pirineos; en la vertiente española no tendremos nada ni remotamente igual hasta que la Autovía cubra el hueco entre Nueno -en la salida de Huesca- y la frontera de la Comunidad Foral Navarra, ya cerca de Pamplona... a la derecha, resiguiendo la orilla del Mediterráneo, las múltiples opciones; hacia París, hacia Lyon y el centro de Europa, hacia la Provenza, Marsella, Italia... Esta vez, entro en ella, busco un hueco, y aparco bajo una imponente Mediathèque: Ya estamos.



No me impresiona demasiado Narbonne; ofrece ya un aire plenamente mediterráneo -familiar, por lo tanto- y tampoco me parece una gran ciudad; tiene un cierto aire de "agrotown", de esos pueblor rurales grandes y ricos que, en el fondo, son prácticamente lo opuesto a las ciudades, con pintas, eso sí, de llevarse en ella una buena y plácida vida, que no es poco: incluso sus calles y muchas de sus casas tienen un cierto aire barcelonés. Hay una imponente Catedral, con recios arbotantes de piedra blanca, y un Ayuntamiento -un Hotel de Ville- en una cierta línea Exim Castillos -que refuerza el hecho de haber envuelto su fuerte torre en un lazo rojo navideño- situado en una bella plaza. A su lado, un café pregona por tres veces su hispánico nombre; "Quintana, Quintana, Quintana"... recuerdo también que en el no muy lejano Colliure vino a morir Antonio Machado en un Hotel Quintana... quizás una inesperada dinastía de españoles exiliados dedicados a la hostelería en vecinas tierras francesas.... frente al Hotel de Ville, unas grandes galerías, donde entramos en tromba buscando la trilogía de nuestros recuerdos favoritos de Francia: quesos, foie y vinos...



Callejeamos un rato por el casco viejo de Narbonne -mediterráneo, ya sé que me repito-, y recalamos en un restaurante, porque el hambre aprieta. Como soy muy jodido, y le guardo luto a mi Cassoulet, como con pocas ganas algo sin demasiado interés, mirando descaradamente de reojo a una pareja de jóvenes que -¡encima!- se están poniendo morados de ostras, que no había descubierto yo en la carta... fuera, cuando salimos, un discreto Mercado de Navidad, otra vez falsas casetas alsacianas de falsa madera, con los tejados cubiertos de falsa nieve, a cerca de veinte grados... Eso sí, seguro que los embutidos que veo a distancia son auténticos.

No parecen muy contentos con su curro...


El mercadillo falsamente alsaciano está en la orilla del elemento más destacado de Narbonne: el Canal del Midi. Resulta difícil exagerar la importancia económica de una magna obra de ingeniería, que permite llegar desde aquí -desde el Mediterráneo- hasta el Atlántico, en la Gironde, a un coste energético bajísimo... baste con considerar que la otra alternativa náutica era circunnavegar la Península Ibérica entera y verdadera y, ya de propina, el Golfo de Vizcaya. No tenemos ni orografía ni agua para lograr, en España, algo semejante, y los intentos en ese sentido -el Canal Imperial de Aragón, el Canal de Castilla- se han quedado en eso, en intentos... no creo que, en este momento, el Canal du Midi tenga mucho uso -la cantidad de camiones que corren por las autopistas francesas más bien indica lo contrario- y veo que se ha transformado, principalmente, en un atractivo turístico, con sus "peniches" -gabarras- transformadas en casas flotantes para padres de familia que desembarcan en bicicleta para ir a comprar la baguette al pueblo vecino o grupos de jóvenes que aprovechan los días de navegación pacífica para quedarse en el camarote, dedicándose a fumar productos de botánica recreativa.

Recuerdo que, hace años, el Consell Comarcal de Ribera d'Ebre estudió la posibilidad de la navegación recreativa y, a dicho efecto, invitó a los responsables de las "peniches" del Canal du Midi; participé en la reunión, que acabó en un minicrucero por el Ebro; los franceses alucinaron: el Ebro no será muy caudaloso para los estándares europeos, pero es un río con su carácter y su mala leche, cuando quiere... durante la travesía, el barquito llevaba un patrón al timón, pendiente del sonar que le indicaba la profundidad del río, y un marinero en la proa, con una pértiga, preparado para rechazar cualquier obstáculo imprevisto -un tronco, lo que fuese- que pudiese dañar el casco de la embarcación... los franceses nos aconsejaron que dejásemos correr el tema, que aquello era un peazo río, y que se nos iban a ahogar demasiados padres de familia y jóvenes fumetas...  el Ebro es un río para navegantes avezados, nabateros o alemanes pescadores de siluros, no para aficionados.



En distintos lugares de Narbonne hay paneles con referencias a unos hechos históricos que ignoraba por completo; al parecer, en 1907 hubo una auténtica rebelión cívica, organizada por los cultivadores de la vid, que consideraban lesivas determinadas disposiciones del Gobierno francés; la "Revuelta del Midi" fue un movimiento de amplias capas de la sociedad, que fue sofocado "in extremis", porque incluso uno de los regimientos del Ejército movilizados para reprimirlo se unió a los manifestantes, que levantaban barricadas por toda la región... siempre han sido bravos los agricultores del Midi, basta con recordar cuantas docenas de camiones de tomates de Almería llevarán quemadas... durante los recientes vaivenes de la política catalana, una periodista afín al régimen tiraba por elevación contra los cupaires recordando la "violencia revolucionaria de izquierdas"... ¡Pues anda que la de derechas...! En Francia tuvieron los Chuanes, sublevados desde la Tierra y la Religión contra los revolucionarios, y todo el Siglo XIX español fue una lucha continua contra una violencia conservadora y rural, el Carlismo,  que volvió a rebrotar bajo nuevas formas durante el Siglo XX, y estoy por decir que ha continuado hasta nuestros días... la Política Agraria Común ha hecho mucho por desactivar esos brotes, pero ya hemos visto que, a la menor, hay tractores en las calles de Bruselas vertiendo leche o purines en las puertas de los odiados tecnócratas... nada hay más sagrado que el Amor que une a un campesino y la gallina que le quiere quitar el Estado, todos lo sabemos, y hoy, ante el origen del nuevo President de la Generalitat, nacido y criado en tierra hondamente carlista, me echo a temblar...

Reflexiono y me doy cuenta de que llevamos días recorriendo tierras de vino, y no precisamente de las más conocidas, lejos de Burdeos o la Borgoña... en Albí estuve leyendo algunas informaciones sobre la importancia del vino en el Siglo XIX; al parecer, a finales del siglo, la compra de vino suponía un venticinco por ciento de los gastos de las familias obreras... ¡El vino era el opio del pueblo, cuando ya pocos hacían caso de los curas...! Tras ciertos excesos juveniles, soy un bebedor más que moderado, y casi más orientado a la inocentona cerveza -me gusta, además, la más floja-, y me alegro mucho de ello... especialmente cuando aún tienes trescientos kilómetros por delante, hasta llegar a casa...




lunes, 11 de enero de 2016

Depresión postparto

Estoy en lo más parecido que puedo experimentar a una depresión postparto -con la apreciable diferencia de que no le tengo que limpiar el culo a nadie-: la depre postnavideña...

También recuerda a la que sufrías cuando acababas el último examen de Junio... "Y, ahora, ¿qué...?": preparar los de Septiembre, claro... pero, ahora en serio, ha acabado un largo, muy largo periodo navideño, que, en nuestro caso, empezó con la llegada de nuestras hijas a mediados de Diciembre, y acabó ayer, cuando Ramon e Irene salieron hacia Angola, y Marta, Badaín y Pablo hacia Leganés... no es por comparar, pero ahora nos comunicamos básicamente a través del Wasap, y casi contesta antes Irene que las madrileñas... total, a principios de Siglo XIX, de Barcelona a Madrid había más de siete días en carroza y siete noches en posadas con pulgas y chinches; ahora Irene salió vía Frankfurt, y Ramon vía Lisboa, y esta mañana ya estaban trabajando los dos bastantes grados por debajo del Ecuador (y bastantes grados por encima en el termómetro) : el Mundo se nos está quedando pequeño.

También Blanca ha vuelto a sus horarios productivos habituales, y aquí me quedo, solo, Robinsón jubilado... con la triste misión de desmontar los restos de la alegría oficial Occidental y Cristiana: el Belén, el Árbol de Navidad, y el hueso del jamón del jamonero, esa trilogía mágica de nuestro Solsticio de Invierno. Pero me da tanta pena, que esperaré a que vuelva Blanca del trabajo... no es por echarle morro, pero son tareas que, entre dos, se hacen más a gusto.

Por lo menos, este año he hecho el primer Belén ecológicamente sostenible; podría haber colgado un cartelito de "ni una brizna de musgo ha sufrido en la construcción de este Belén"... solo corcho viejo más que amortizado, piedras de la glera de Boltaña -reutilizables por los Siglos de los Siglos- y serrín de los chinos, a euro la bolsita... los Reyes Magos son plenamente convencionales, es decir, vestidos de Reyes de muchos siglos después de los presuntos hechos: si viene a casa la Álvarez de Toledo con su hija de seis años, no tendrá nada que reprocharme... en plurinacional convivencia, un caganer con barretina mira hacia una miniatura de la iglesia de Vió y otra de la de Boltaña: tiene varios ojos disponibles para la operación... del suelo salen setas, algunas auténticas, desecadas, y otras, buenas imitaciones en barro... esta tarde dormirán todos en sus cajas, esperando un  nuevo solsticio.

Mañana reanudo también mis actividades formativas; los cursos de Alemán y Guitarra, dos asignaturas pendientes de mi ya lejana juventud... Aunque empecé mis cursos de guitarra al día siguiente de la muerte de Paco de Lucía, sospecho que nunca llegaré a su altura. Ni a la de Goethe, si a eso vamos... aunque seguramente ya toco la guitarra mejor que Goethe y hablo Alemán mejor que Paco... no dejan de ser amables distracciones, que me ofrecen un remedo de obligación, ese gusanillo de no haber hecho los deberes que te ayuda a mantenerte vivo.

Esta mañana, después de largar a la pobre Blanca hacia sus obligaciones, éstas si reales, me he concedido una prórroga, y me he vuelto a dormir. Por la radio hablaban del Proceso de Palma, y la resultante ha sido un muy curioso sueño: estaba yo en Palma de Mallorca, y debía asistir a un acto, que no era un juicio; un coloquio sobre algo creo que relacionado con Estadística, yo qué se... desde el hotel, me desplazaba al centro donde se desarrollaba el acto. Al volver, coincidía con otros clientes del hotel, un agradable grupo de señoras ligeramente más jóvenes que yo, acompañadas por un caballero. Me decían -os lo juro- que eran de Aranda de Duero; una de ellas, una señora de muy buena presencia, me tiraba discretamente los tejos... cuando en tus sueños potencialmente eróticos tus partenaires están ya claramente por encima de los cincuenta, buena señal de que tu subconsciente se está adaptando a pasos agigantados a la Realidad... al llegar -solo- a la habitación, una nota me aclaraba que debía trasladarme a una dirección próxima... lo hacía y descubría que era ¡la casa del Presidente de la Audiencia Provincial!:  redondeaba sus ingresos alquilando habitaciones a turistas pero, en este caso, se trataba de un error, y debía regresar al hotel...

Del sueño, antes de que apareciesen definitivamente Cristina e Iñaki, me ha sacado el wasap de mis excompañeras -lo digo en femenino, porque son más; también hay otro varón- de trabajo, que me citaban para el tradicional desayuno de los lunes. Todas indepes, estaban exultantes ante la salida -al menos, por ahora- de la crisis que ha supuesto la investidura del nuevo President de la Generalitat. Al nuevo le ríen todas las gracias; poco le han guardado el luto al pobre Mas... por lo menos, reconozco, parece que va a tardar más en quedarse calvo... vi el debate en la Tele, y me gustó su afirmación en el sentido de que nunca más debía volver el Fascismo... reflexionaba yo: si Cambó, en vez de subvencionar a Franco, hubiese incorporado a sus tareas parlamentarias a varios diputados de la FAI, tras forzar a Durruti a hacer públicamente su autocrítica ¡cuantos dolores no se hubieses ahorrado...! pero no sigo por ese camino, porque mis compañeras me acusan de ver el vaso medio vacío, en vez de verlo, como ellas, lleno a rebosar de esperanzas patrias. La verdad es que bastantes problemas tengo con el lío que hay en la mía, para preocuparme por lo que sucede en la de los demás, aunque yo viva en ella... aunque parece que el nuevo pretende expulsar a los invasores... hago las cuentas; sesenta y siete años, dentro de cuatro días, a veinte días por año, y luego el Paro de invasor... Pas mal! Siguen hablando de sus cosas; parece que Romeva irá a Exteriores. Pero, al parecer, Mas también hará cosas de relaciones exteriores. Y queda Mikimoto, que hace un programa así como Españoles en el Mundo, pero de Catalanes, de esos en que todos los que salen, o son cooperantes que han ido a Casa Dios a hacer el Bien -y lo han logrado-, o son Emprendedores, que han ido a forrarse honestamente, y también lo han logrado. No sale ningún pringado de los de Iciar Bollaín, doctores en Física Nuclear que lavan pintas vacías de cerveza en pubs de Gran Bretaña... Mikimoto -Miquel Calçada- también quiere hacer cosas de Relaciones Exteriores; de momento, ha comenzado a hacer programas sobre países recientemente independizados, para ir creando ambiente... ayer empezó por Sudán del Sur, supongo que seguirá Kosovo... no sé yo si va a despertar así muchos entusiasmos, él sabrá... me empieza a preocupar ese entusiasmo de los indepes por las relaciones internacionales, entendiendo por tales las extrapeninsulares... me recuerdan demasiado a Agustín de Foxá, el falangista cachondo -coautor del "Cara al Sol"-, padre de una frase inmortal: "¡Construyamos en España el Nacional-Sindicalismo... y vayámonos a vivir a otro sitio!"...



viernes, 8 de enero de 2016

Las huellas indelebles del ayer...

Había pensado llamar a esta entrada "Gracias y Desgracias..." ¡venga, no me vengáis con esas...! Seguro que buscasteis en las Obras Completas de Don Francisco de Quevedo y Villegas... todos lo hicimos, ¿no...?


Band of brothers...

Fue ayer, al escribir "Servicio Militar Obligatorio" cuando caí, de pronto, en que -cosa rarísima entre los ciudadanos varones de mi edad- apenas si había escrito sobre mis experiencias en el Ejército, aquella curiosa institución. Y conste que me refiero al Ejército Español de los ultimísimos años del Franquismo, porque después, por motivos profesionales, he mantenido una estrecha relación con el Ejército de nuestros días que, sinceramente, me ha parecido muy, muy distinto, y ya muy poco alejado de los usos y costumbres de la Administración Civil, manteniendo, como es lógico, algunas peculiaridades... pero, vamos, como de la noche al día.

Por supuesto, no voy a intentar, en pocas líneas, relatar todas las riquísimas experiencias que acumulé durante año y pico inolvidable; quería hacerlo, solamente, sobre las consecuencias que tuvo mi paso por la Institución en una muy determinada parte de mi organismo, directamente relacionada con los trastornos en mis funciones más básicas derivados del cambio de hábitos que mi reclutamiento implicó.

Creo haber contado ya que me incorporé al ejército el 17 de Enero de 1974, una forma muy bestia de celebrar mi vigesimoquinto cumpleaños: una vez llegado al Centro de Instrucción de Reclutas sito en San Gregorio, en las cercanías de Zaragoza, y tras el breve pero intenso trauma de descubrir, alucinado, dónde me había metido, comenzó el trabajoso proceso de regreso paulatino a la normalidad que, en mi caso -reconozco que soy bueno adaptándome a circunstancias adversas- apenas si duró tres o cuatro días.

El primer paso fue iniciar el establecimiento de una red de relaciones humanas, imprescindible para sobrevivir con ciertas garantías en el nuevo ambiente y -objetivo que cumplí con creces- incluso disfrutar algo y reirme mucho: solo tenía un amigo, un chico de Boltaña, más joven que yo, que estaba en la planta de abajo de mi Compañía -la planta de los "maños"- mientras yo estaba en la superior, la de los "polacos"; tuve, por lo tanto, que buscar nuevos amigos, y pronto los encontré, respondiendo, sobre todo, a un criterio generacional -entre los más viejos, los que habíamos agotado las prórrogas de incorporación-, que solían también coincidir con licenciados universitarios o estudiantes de últimos cursos -con una sorprendente mayoría de médicos- y, cosas de los tiempos, más bien de izquierdas.

Introducidos ya plenamente en la rutina de un periodo de instrucción militar, y en la medida en que nuestra amistad se iba consolidando y profundizando, empezamos a entrar en el capítulo de las confidencias, orientadas, sobre todo, hacia nuestros compañeros médicos. Porque todos habíamos experimentado -con cierta preocupación- dos fenómenos inquietantes; la práctica ausencia de esos agradables momentos de plenitud vital que solían acompañar los despertares de muchachos jóvenes y vigorosos y, después, la no menos curiosa desaparición de nuestra regularidad intestinal, que se hallaba, también, en electroencefalograma plano, al igual que la anterior.

Nuestros juiciosos compañeros galenos trataban de tranquilizarnos: en el primero de los casos, nos llamaban a no dar crédito a las leyendas castrenses referidas a determinados productos -¡el famoso bromuro!- que, incorporado a nuestra alimentación, reducía hasta prácticamente cero nuestros ardores no guerreros: "¡Es la falta de estímulos, no vemos más que tíos...!- decían- ¡seguro que a Fulano no le pasa...!" aludiendo a un compañero, abierta y alegremente gay que, salido del todo no ya del armario, sino de la taquilla, en términos castrenses, revoloteaba por la compañía con un cierto afán de proselitismo...

Y en cuanto al segundo fenómeno... "¡Agenda, es una cuestión de agenda...!"; despertados a Diana, entre gritos de los instructores, conminándonos a formar y amenazando a los últimos con un arresto, apenas si teníamos tiempos de un pipí y un sumario lavado de rostro y manos, cuando ya estábamos metiéndonos en el uniforme... durante las largas horas de instrucción los tiempos muertos apenas si nos permitían fumar algún cigarrillo -creo que todos, absolutamente todos, fumábamos...- y, cuando finalizada la instrucción, llegaba el momento del "Paseo" -en San Gregorio era teórico, porque no se salía del campamento- solo tenías ganas de asaltar la cantina para tomarte alguna cerveza o algo más fuerte, y ya casi estaban pasando la lista de Retreta, antes de meterte en la cama... era verdad; no había tiempo para nada más, lo no perentorio podía esperar. Dos veces por semana teníamos ducha con agua caliente -el agua fría era libre pero eso, en el Invierno zaragozano, no dejaba de ser una posibilidad teórica,- y, además, todos llevábamos el pijama -el famoso esquijama- debajo del uniforme, de tela de algodón perfectamente adaptada a condiciones tropicales, noche y día... no era cuestión de ir soltando hebillas y cremalleras, daba una pereza...

Así, exactamente así, aguantamos los veintiún días que transcurrieron hasta nuestro primer pase de fin de semana: a la vuelta, todo eran sonrisas de satisfacción: nuestros ritmos se habían autorregulado (no sin cierta decepción, en mi caso, porque el output estuvo muy por debajo de mis apocalípticas previsiones) y, en cuanto a la otra cuestión, sometidos a los estímulos pertinentes, las respuestas se habían movido dentro de los parámetros de la más absoluta normalidad; prueba superada. Pocas semanas después, nuestros incautos mandos programaron la proyección de "Hace un Millón de Años", una infumable película en que dinosaurios diversos perseguían a una turgente Raquel Welch, vestida con un suscinto bikini de pieles; el jolgorio que, una vez apagadas las luces, recorrió las literas de nuestra Compañía nos confirmó que la mejoría había sido generalizada. Una preocupación menos.

El problema de los ritmos, según nuestros médicos, requería una solución estable; un grupo, salido en misión de reconocimiento, encontró unas letrinas, lejos de las zonas transitadas, que se mantenían aceptablemente limpias, y adquirimos entonces la costumbre de desplazarnos a ellas colectivamente, band of shit brothers, bien provistos de novelas, tabaco y botellas de coñac "Magno"; allí pasábamos tan ricamente la tarde, charlando en amigable compañía, entrando en el recinto, ora uno, ora otro, y aprovechando el Sol poniente, apoyados en la pared de las letrinas... un auténtico remanso de paz en la vida de los jóvenes aprendices de guerreros.

El encanto se rompió una tarde en que, no se por qué circunstancia, habíamos renunciado a nuestra excursión colectiva. Uno de los nuestros era un ingeniero industrial, llamado "Miguelito" por su escasa talla; era el nombre, en una serie de Televisión, de una Persona de Reducidas Dimensiones, no sé cual es el nombre políticamente correcto que le corresponde. Miguelito era muy querido por todos nosotros, y procurábamos protegerlo, porque nos había confesado que estaba afiliado al entonces clandestino PSUC -la versión catalana del Partido Comunista-, y temíamos que fuese descubierto por el temido SIM, el Servicio de Información Militar, que tenía agentes distribuidos -se decía, y tuvimos la oportunidad de comprobarlo- hasta entre los propios reclutas.  Pues bien; llegada la lista de Retreta, Miguelito no apareció... una oleada de pánico nos recorrió: ¿Habría sido descubierto por el SIM y detenido...? ¿Habría tenido la tentación de huir, y ser declarado prófugo...? Justamente la litera contigua a la mía estaba vacía por algo así; un compañero, al que no tuve el gusto de conocer, aguantó solo dos días; le dijo a un vecino: "Esto no me acaba de gustar: pido la cuenta, y me voy" y eso fue justamente lo que hizo; cuando salimos del campamento, aún no lo habían encontrado.

Estábamos ya a punto de subirnos a las literas, cuando una patrulla nos devolvió a Miguelito; había ido solo a las letrinas y, encontrándose en el estrecho recinto, cuya puerta se abría hacia dentro, le sobrevino un pinzamiento, que le impedía incorporarse: así, en cuclillas sobre el orificio, con los pantalones en los tobillos, gritando, sollozando, pidiendo socorro en medio de la Nada, vio caer la tarde y llegar la noche, sin luz y muerto de frío, hasta que, por auténtica casualidad, pasó por allí una ronda de vigilancia, que lo consiguió rescatar enderezándolo desde la parte superior de la puerta, que no llegaba al techo.

Pocos días después, Miguelito hizo un feliz descubrimiento; teníamos un joven teniente -más joven que nosotros-, recién salido de la Academia de Ingenieros con el número uno de su promoción, que destacaba por su amabilidad en el trato con los reclutas: era también un auténtico atleta; en una ocasión, haciendo un ejercicio de la llamada Pista Americana -esas carreras de obstáculos castrenses que habréis visto en las películas- me había refugiado yo en una casamata de bloques de hormigón, quizás por más tiempo del estrictamente necesario, para recuperar el resuello, cuando oí un golpe seco, y me encontré frente al Teniente, que había saltado limpiamente la pared, de cerca de dos metros... "¡Jódo, el Teniente...!", fue mi poco protocolaria reacción... "¡Bah, no creas, es solo cuestión de práctica!", contestó, muerto de risa... por si le faltase algo, era de Huesca...

Pues bien; a Miguelito le tocó una mañana arreglar la habitación donde dormía el teniente cuando estaba de guardia y, en cuanto pudo, emocionado, reunió a todo el grupo; entre la sábana y el colchón, había encontrado... ¡un número de la revista "Triunfo", que era, con diferencia, lo más a la izquierda que se permitía publicar entonces en España...! la conclusión era evidente; ¡El Teniente era Uno de Los Nuestros!

A partir de aquel momento, la band of leftist brothers se transformó en el Club de Fans del Teniente; no solo cumplíamos sin rechistar sus órdenes -cumplíamos sin rechistar las órdenes de cualquiera-, sino que lo hacíamos con presteza y alegría, casi con una sonrisa en los labios... creo que incluso llegó a mosquearse: y nuestra admiración hacia el Compañero Teniente no se debilitó con el paso de los años, por lo menos en mi caso; he ido siguiendo a distancia su carrera, y he visto con satisfacción como alcanzaba el generalato, e incluso llegaba a dirigir la Academia de su Arma... en el sumamente improbable caso de que estas palabras llegasen a sus manos, ¡A sus órdenes, mi General...!

Mientras estos felices acontecimientos se producían, una inquietante transformación se estaba experimentando en mi cuerpo... fruto de los ritmos alocados, el frío, la ingesta de alcohol... unas curiosas protuberancias estaban apareciendo donde no debían, abriéndome a nuevas sensaciones, pinchazos y escozores hasta entonces desconocidos... acudí a mi equipo médico habitual, y oí de labios de un compañero la palabra temida... "¡Hemorroides, tío, te han salido almorranas, pásate por la Enfermería...!"

Así lo hice; dando el preceptivo taconazo ante el Oficial Médico, y tal como me habían enseñado, en voz alta y mirándole a los ojos, grité: "¡A la orden de Usted, mi alférez: se presenta el Recluta 43.227; tengo hemorroides!"

"¡Vaya por Dios!" fue la compasiva respuesta: "Tenga, póngase esta pomada, y ahora le hago el papel: queda rebajado de letrinas..."

Y puso en mi mano la primera concesión al lujo que el Ejército me permitía después de mes y pico de  viril austeridad: tenía derecho a, cuando lo estimase oportuno, entrar en la Enfermería, agradablemente calefactada, usar un water civil -quiero decir, sentado-, lavarme en un auténtico bidet, con agua templada -me desaconsejaron los extremos, fría y caliente- y secarme con un número ilimitado de toallitas estériles... y toda esa maravilla, contra mi simple declaración; entre hombres de honor, estaba todo dicho, y él tenía tantas ganas de vérmelas como yo de enseñárselas...  si lo llego a saber, monto el número un mes antes, y quizás hasta me las hubiese ahorrado.

En muchas de las frecuentes ocasiones en que ejercía mi privilegio, me cruzaba con el Alférez médico, que no dejaba de interesarse cortesmente por el estado de mi esfínter, hasta que un día se atrevió a hacerme una propuesta... "Mire, yo me licencio ahora; pásese por mi consulta, que yo le opero y le arreglo eso en un plisplás..." "¡Si, mi Alférez; gracias, mi Alférez!", dije, cogiendo la tarjeta que me extendía, y pensando... "¡Me vas a meter tú el bisturí ahí cuando yo te diga...!"

Todo aquello pasó, apenas queda una lejana memoria agridulce: cosas buenas, cosas malas, era joven, todos éramos jóvenes... más adelante, otro amigo médico -colega de sufrimientos- me instruyó adecuadamente sobre las precauciones básicas a adoptar, e incluso he llegado a practicar durante muchos años la Equitación, en principio claramente contraindicada... ahora , con mis años de madurez ya superados, vuelven los recuerdos del ayer, y es bueno tener alguna cosita que, de vez en cuando, los rescata de tu memoria, aunque sea llevándolos a un lugar tan poco adecuado como el que nos ocupa...










miércoles, 6 de enero de 2016

¡Ya vienen los Reyes...!

Me moría de risa, ayer, leyendo el relato de un amigo sobre sus tribulaciones asistiendo a una Cabalgata de Reyes: prometí que, si tenía un momento, escribiría algo sobre una experiencia mía... ¡ahí va!

Debía correr el año 1987, porque aún no me había divorciado; seguramente en algún momento de debilidad les hice una promesa a mis hijos, Badaín y Borja, de aquellas que, luego, tienen difícil marcha atrás, salvo en el caso de que seas un político... sin más remedio que cumplirla, la noche del 5 de Enero, los arreglé y me encaminé con ellos a contemplar la Cabalgata de Reyes en Barcelona.

Soy bastante cuidadoso para esas cosas, y, por lo tanto, planeé con detenimiento la operación; gracias a mis insospechados conocimientos militares sabía que, tan importante como la infiltración, es decir, el procedimiento para colocarte sobre el objetivo, lo es la exfiltración, por mal nombre salir por patas cuando todo el cachondeo se hubiese acabado; en consecuencia, elegí el punto más próximo a mi domicilio, cerca de bocas de metro que me aproximasen a donde entonces residía, y a una distancia asequible para hacer el viaje de vuelta andando, incluso con dos niños cansados y con ganas de dar por saco, como se suelen poner los angelitos cuando superan el umbral de su atención.: el lugar no podía ser otro que el punto en que la cabalgata, subiendo por la Via Laietana, gira hacia la Plaça de Catalunya enbocando la calle Fontanella.

Asumiendo el riesgo  de tener a los niños más tiempo del preciso en la calle -riesgo fundamentalmente derivado de su periódica necesidad de desaguar, en el mejor de los casos- llegué al punto elegido con la suficiente antelación para estar entre los primeros, si bien es cierto que, en poco tiempo, la multitud que nos rodeaba adquirió ya dimensiones considerables: funcionó entonces el principio de autoorganización espontánea de las masas, tan querido a los teóricos del Anarquismo; sin decir palabra, íbamos cediendo las primeras filas a los niños, que se sentaban tranquilamente en el suelo, situando entre ellos algunos padres en avanzadilla, en previsión de cualquier idea peregrina que tuviesen los ninios, mientras el grueso de los padres -no recuerdo madres-nos colocábamos detrás, en una posición defensiva que, años atrás, vería adoptar a los búfalos en las llanuras de Kenia, demostrando que, ante riesgos similares, todas las especies con un nivel de psiquismo parecido llegamos a soluciones lógicas comunes.

Ya me conocía lo que me esperaba; había asistido muchas veces, acompañado por mis padres y mi tía Conchita, y, después, acompañando yo a mis hijos, si bien es cierto que, en ese caso, había procurado hacerlo desde lugares bastante protegidos; casas de amigos o, incluso, centros oficiales a los que tenía acceso, donde siempre podías pillar luego alguna coca-cola... ésta vez, en mi Departament -situado a escasos cien metros- no se había invitado a los funcionarios a presenciar la cabalgata y, por lo tanto, me tocaba probar la amarga medicina de hacerlo como ciudadano de a pie. El programa tampoco era especialmente motivador. Pasarían, eso sí, las Majorettes de Barcelona; siempre les he tenido mucho respeto, porque una compañera mía de la Facultad de Derecho fue su capitana durante un tiempo, y el recuerdo de aquellas piernas kilométricas aún me ponía el vello de punta. Pasarían, también -lógico- los Reyes Magos; conocía hasta la alineación: Don Lluís Baulíes, Secretario General del Ayuntamiento, con el que coincidía muchas veces por mi actividad profesional, un concejal, socialista, por más señas, y un ciudadano guineano -Baltasar, por supuesto- que lleva ya muchos, muchos años encarnando la figura más aplaudida de la Cabalgata. Los camellos -dromedarios, en realidad. eran los del zoo, y, en aquellos tiempos de Servicio Militar Obligatorio, no era insólito ver asomar por debajo de las ajadas túnicas satinadas de pajes con increíbles pelucas los pantalones caquis y las botas de tres hebillas que ya conocía suficientemente bien. Cerraba la marcha la mayor, la más majestuosa, la más llena de paquetes, pajes y pajas de todas las carrozas; la de El Corte Inglés...

Sin darnos cuenta, la masa humana se había compactado, y ahora formábamos una auténtica muralla, que dividía limpiamente Barcelona en dos; los que teníamos vías de escapatoria a nuestras espaldas, y los pobres infelices, encerrados dentro de los límites de la Ciutat Vella, que no tenían más remedio que resignarse a su suerte, cual habitantes de la ciudad medieval cercados por un enemigo inflexible, y aguantar allí a palo seco hasta que se acabase la cosa, que bien podía durar un montón de horas...

Y ese fue el origen de la catástrofe; entre las dos masas, buscando inútilmente por donde romper el cordón, avanzaba una pareja, un chico y una chica de unos treinta años, cargados de paquetes de evidentes compras de última hora: ignoro cuantos kilómetros llevarían buscando una brecha asequible, ni qué motivo tenían para desesperarse al no encontrarla -total, en el peor de los casos, podrían haber utilizado una boca de metro para intentar pasar por debajo... fuese por el motivo que fuese, justo al llegar a nuestra altura, decidieron que ya valía, que de ahí no pasaba, y se lanzaron en tromba sobre nosotros, pisando literalmente a los niños, e intentando apartar a los padres a golpe de paquete envuelto para regalo, con sus lacitos y sus cascabeles colgando.

Los niños aullaron, todos por la sorpresa, algunos de dolor, si los habían pisado de verdad, cosa que no me atrevo a asegurar: el padre en avanzadilla intentó pararlos, y el joven asaltante, sin mediar palabra, le soltó un sopapo que le descolocó las gafas.

Todo eso sucedía a escasos cincuenta centímetros de mi cara; yo era la segunda línea de resistencia: no tuve tiempo ni para pensar; repelí la agresión al colectivo, e intenté, sin demasiada maña, pararlo de un puñetazo en el rostro; le di, más o menos de refilón, y, por una razón u otra, vaciló y paró su acometida...

Pero entonces entró en acción su compañera; como una furia, agarró con sus dos manos mi puño, y empezó a arañarme... mi desconcierto era total, tanto por la situación, que ponía a prueba mi principio ético de no usar nunca la fuerza física  -ya lo había vulnerado-, como por el hecho de que la jodida me estaba haciendo daño de verdad, con aquellas uñas como navajas... y, justo en aquel momento, una mano enguantada de negro me sujetó por el hombro... sospechando un ataque en dos frentes, me volví, y me encontré con un Policía Nacional que, con una expresión de asombro en su cara, nos decía:

"¿Pero no les da vergüenza, dar ese ejemplo a los niños...?"

"Pues mire Usted, agente, tiene toda la razón...", acerté a decirle... al momento, nos calmamos; la joven arpía soltó mi mano lacerada, mi colega desgafado las recuperó y se las puso en difícil equilibrio sobre la nariz, la pareja de asaltantes pasaron cuidadosamente sobre los niños, que no se perdían nada del numerito, y el Policía Nacional, meneando la cabeza con desaprobación, permaneció aún un rato detrás mío, vigilante, supongo que para asegurarse de que no volviésemos a vernos implicados en ningún disturbio que empañase la alegre celebración ciudadana, cuando ya el griterío y los aplausos de los niños indicaban que, un año más, la Cabalgata de los Reyes Magos se aproximaba...

Nunca, nunca más, he asistido a la Cabalgata de Reyes en Barcelona, ni pienso hacerlo... aún se me cae la cara de vergüenza cuando recuerdo lo que allí había sucedido. Ya tuve bastante, Los niños, ni que decir tiene, se divirtieron...




martes, 5 de enero de 2016

Serendipity

... en Castellano proponen "Serendipia", que es una palabra horrible... prefiero usarla en Inglés, la verdad...


"Semper fidelis, inch'Allah!"

"Serendipity", el equivalente a nuestra "chiripa" o "potra", es la casualidad afortunada, que te lleva a descubrir algo que no buscabas, pero que te resuelve algún problema o, simplemente, te hace feliz un ratito, que no es poco: era también el nombre del pequeño velero de un antiguo conocido mío, un pijo madurito al que yo envidiaba secretamente; hubiese dado cualquier cosa por llegar a su edad con su planta, su fondo de armario, y su Ford Mustang descapotable... ¡mecachis!, no ha sido posible... supongo que le puso ese nombre por lo que ligaba con él en el Club Natación Barcelona.

Ayer entré en Alibri; no me duelen prendas en hacer publicidad de una de las pocas librerías decentes que van quedando en Barcelona, hasta que la cierren para poner un Zara o un Macdonalds; iba a comprar un manual de Alemán y, al mismo tiempo, intentaba reponer un libro que presté y perdí, sin que recuerde al causante de la tropelía, lo cual me impide practicarle Vudú, hundiendo alfileres al rojo en las partes nobles de su figurita de cera hasta que me lo devuelva... el libro es el "Tractatus Logico-Philosophicus" de Ludwig Wittgestein.

Wittgenstein es, sin duda, uno de los filósofos cruciales del Siglo XX; os lo recomiendo. Además, tuvo una curiosa peripecia vital; hijo de una acaudaladísima y cultísima familia judía austriaca -no a todo el mundo le pintaba Klimt un retrato, como a su hermana-, coincidió Ludwig en el Instituto con un mucho menos brillante compañero; Adolf Hitler. No recuerdo si Wittgestein escribió nada sobre Adolf, cuya ocupación de Austria le forzó a exiliarse en Inglaterra, pero en el ya de por sí inquietante "Mein Kampf" dedica Hitler unas palabras a un "condiscípulo judío, del que todos desconfiábamos por su carácter traicionero..." o algo así, cito de memoria, me da pereza ir ahora a buscar el "Mein Kampf", que no vale el paseo... llegas a la conclusión de que le tenía manía porque era más listo que él. Si hubiese yo conocido a Ludwig, le hubiese dado consejos sobre como evitar esas envidias; basta con ser una nulidad jugando al fútbol, y no ligar nada, pero lo que se dice nada, en los guateques... mano de santo, te lo aseguro... claro que Hitler me da la impresión de que tampoco debía destacar mucho en dichas actividades... de todas maneras, que te practique el "Bullying" el mismísimo Hitler no deja de ser una serendipity al revés, por la parte de los c...., como solemos decir; ahí los tenéis, muy seriecitos, en esa foto. Hitler, ni que decir tiene, es el de la extrema derecha... Lo de los guateques es fundamental; profeso odio eterno hacia un muy alto cargo -hasta hoy- de la Generalitat, no por el hecho de que sea descrito como uno de los más próximos al President en de-funciones -que también-, sino porque se ligó a una chica de la que estábamos más o menos secretamente enamorados medio curso, y a la que yo servía de fiel y entregado "Pagafantas"... ¡Esas cosas, ni se olvidan, ni se perdonan!.


Estoy buscando, en concreto, una edición bilingüe en Alemán y Castellano, porque el Alemán de Wittgestein es claro, afilado y preciso "como un escalpelo", se decía antes, ahora diríamos como un bisturí láser; así, al tiempo que me empapo de sus Proposiciones, practico la bella lengua de la Merkel, que estoy aprendiendo a marchas forzadas por si se me acaba el chollo de la pensión y tengo que irme p'arriba a coger uno de sus simpáticos minijobs... No encuentro esa edición concreta, pese a que en la sumamente bien provista sección de filosofía de la librería hay varias obras de Ludwig. Ya que estoy allí, busco en la misma estantería si hay alguna de Corinna, su tocaya, aunque no pariente; no, no ha escrito nada de carácter filosófico, qué pena... Buscaré en la sección "Amantes Reales"...

Sin embargo, llama mi atención un libro en Inglés, "Homeland and Philosophy"... ¿Alguno de vosotros se colgó de la serie "Homeland"...? Blanca y yo la devorábamos,  hipnotizados, a las intempestivas horas en que la daban en una de esas cadenas en abierto que siempre confundo... para los que no, un  sargento U.S. Marine, Brody, capturado por Al Quaeda durante nueve años, regresa a su país, convertido al Islam, fiel seguidor de un líder Yihadista, y decidido a matar al Vicepresidente, un auténtico cabronazo, por cierto, responsable del ataque con drones que costó la vida al hijo del líder, por el que Brody sentía un cariño paternal, mucho más que por su auténtico hijo, un zampabollos yanqui muy poco estimulante... para terminar de arreglar la cosa, se enamora de una agente de la CIA, Carrie, enferma de trastorno bipolar, circunstancia que oculta a sus superiores, aunque no del todo a su jefe y amigo Saúl, un judio-americano sabio y reflexivo.

Con estos mimbres, y partiendo de la base de que se trata de una coproducción entre Estados Unidos e Israel, había podido armarse un bodrio maniqueo infumable; por el contrario, resulta de una sutileza y complejidad ética fuera de lo común, hasta el punto de que un grupo de filósofos -bajo la batuta, justo es recordar aquí su nombre, de Robert Arp- se hayan lanzado a la aventura -con ese lenguaje sencillo y cargado de humor que caracteriza a los divulgadores anglosajones- de reflexionar ante nuestros ojos sobre las múltiples cuestiones que "Homeland" nos propone, y no siempre resuelve. En la contraportada viene muy recomendado por, entre otros, Jack Bowen, autor de "Si puedes leer esto... la Filosofía de las pegatinas en los parachoques", que también promete, la verdad.

Miro a Blanca con ojos de carnero degollado, y le arranco la preceptiva autorización para comprar el libro: me los tiene racionados, no tan solo por motivos presupuestarios, sino estrictamente físicos; no nos cabe ni uno más en casa, y ya se empiezan a amontonar en lugares estratégicos... ¡21 euros, y ya es mío!... lo arrastro a mi guarida, y comienzo a devorarlo; los primeros bocados ya valen la pena: Dios y el Mal, la Identidad... lo suelto un ratito para escribiros estas cosas, y, ahora que acabo, vuelvo a él...