jueves, 30 de julio de 2015

Addio, Firenze, addio...!

Nuestra estancia en Florencia finaliza; las últimas horas son intensas...

Comemos justo en frente del Convento, atendidos por una amable señora rubia, tocada con un simpático gorrito de empleada del Metro de Moscú, que se equivoca al traernos los platos, pero corrige su error quitándome de delante una ración de rosbif que ya había empezado, y cambiándomela por los scalopini que había pedido.

Scalopini al lemone...¡rico, rico!


Vamos, de nuevo, paseando hacia el Arno; recorremos un mercadillo que nos recuerda el Zoco de Marrakech, compramos las cosas habituales en plan recuerdo, y yo me dejo llevar por un impulso y le compro a un vendedor ambulante una pieza de cierto interés que ya había visto el día anterior; me la rebaja un 10%, algo es algo: una navaja de los paracaidistas alemanes de la Bundeswehr, que se abre y cierra por gravedad, para ser manipulada con una sola mano mientras con la otra sujetas las cuerdas del paracaídas... está inspirada en la que usaban los Fallschirmjäger de la Segunda Guerra Mundial, que después de frenar durante largo tiempo, en Montecassino, a americanos, ingleses, franceses... ¡y polacos!,  defendieron justamente aquí la Línea Gótica: Una más para mi colección.

Después, algo más allá, saludamos a la "Porchetta", -en realidad, una jabalina- de bronce, símbolo de la ciudad: dicen que trae suerte frotarle el morro, y por eso lo tiene tan brillante: en Dresden, la estatua de bronce es un Baco borracho y desnudo, encima de un burro, y lo que trae suerte frotarle -y le brilla- es justamente la punta de eso que estáis pensando... los turistas tiran monedas a la Porchetta: detrás mismo, sentada, hay una pobre, que pide también alguna monedilla; recibe muchas menos que la Porchetta. Quizás si se dejase frotar la nariz...





Ya junto al Arno, pasamos por la parada del "Tredici"; como no hay ninguno en las proximidades, subimos a un taxi que, por siete euros, nos conduce a San Miniato en el confort de un híbrido climatizado... los billetes de bus costaban los dos, 2,40... por menos de cinco euros, hora y pico esperando. De tontos.

La subida a San Miniato, entre hermosas villas rodeadas de jardines, me recuerda poderosamente la Montaña de Montjuic, sobre Barcelona: también las Ciudades-que-se-pueden-ver-desde-lo-alto-de-una-montaña constituyen una categoría especial: recuerdo, a bote pronto, Budapest, Ljubljana, París, Lisboa, Kioto, San Sebastián... para ver otras, hay que subirse a edificios o artilugios varios -torres de televisión, norias, rascacielos...-, pero nunca es lo mismo: tenían toda la razón quienes me aconsejaron subir a San Miniato: la vista es bellísima... junto a la basílica, un cementerio donde están enterradas diversas celebrities: reconozco en la lista a Giovanni Papini, un escritor que estaba en la cresta de la ola cuando yo empezaba a leer... una comunidad religiosa allí instalada completa sus ingresos fabricando y vendiendo gelatti, cosa que les agradezco comiéndome uno.



En los jardines bajo San Miniato, una pareja posa ante dos fotógrafos: tiene toda la pinta de ser el álbum de una boda inminente, pero no me resisto a fotografiarlos yo, a hurtadillas, porque la escena es italianíssima: un bello ragazzo impecablemente vestido yace, con cierto desmayo, en el banco: sobre su regazo, la ragazza le mira, admirada... parece oirse la voz del muchacho diciendo... "¡Dío, comme Io sonno bello... qué guapo soy, no me beso, porque no me llego...!"



Junto al Bello Narciso y su arrobada pareja, una auténtica feria de alimentos de los dos puntos cardinales de Italia (Sólo tiene Norte y Sur, es tan estrecha...): probamos un poco de todo, comistreando en plan merienda-cena: un bocadillo de porchetta asada, a la que llevaba días deseando hincarle el diente, una cerveza artesana con gusto a castaña, densa y fuerte: las prefiero ligeritas y afrutadas, pero vale la pena probarla: un queso sardo, pero no el que lleva gusanitos vivos, afortunadamente, y algo de lo que había oído hablar mucho y deseaba probar; los "Arancini" ("naranjitas") sicilianos, que son algo así como las "bombas" de patata, rellenos de carne picante -en este caso-, pero revestida de arroz, rebozado y frito: una contundente delicia.

Ha llegado la hora de volver; bajamos andando hasta el Arno, y descubrimos un agradable parque en sus orillas, con chiringuitos muy animados y poblados casi exclusivamente por nativos... lástima que el río, lento y fangoso, no invite a bañarse. Preside la ribera una escultura que, una de dos, o es un Chillida, o es de alguien que le ha echado mucho, pero que mucho morro... 




Llegando ya al Ponte Vecchio, una última sorpresa; sobre unas barcas, en medio del río, se está celebrando una boda; están lejos, pero distinguimos dos chicas en kimono, y creemos, al principio, que se trata de una boda mixta. Bellissimo, l'Italia e il Giappone...! dos de nuestros países favoritos... más adelante, mirando con más detenimiento, ya no estamos tan seguro, porque parece que las chicas han subido a la barca a servir sushi... en otra barca, adornada con la bandera italiana, unos músicos con bellos trajes regionales amenizan la ceremonia.





Como obedeciendo a una consigna, cientos de turistas nos agolpamos en el Ponte Vecchio para asistir al más bello espectáculo que pueda imaginarse, y además a un muy módico precio: la Puesta del Sol sobre el Arno: a lo largo de quince o veinte minutos, el astro aparece entre las nubes y se va hundiendo lentamente, dejando reflejos increíbles sobre las tranquilas aguas. Luego, cuando ya ha desaparecido, el cielo adopta tonos tornasolados, cambiantes a cada pocos minutos... asistimos a esa maravilla en silencio, y nos prometemos que será la última imagen de Florencia que conservaremos en el recuerdo, y no la de su caótica señalización viaria cuando, mañana, al salir, me haga yo el consabido lío y me pierda un par de veces intentando tomar la Autostrada que nos devolverá a casa.





No hay comentarios:

Publicar un comentario