martes, 30 de junio de 2015

Lucca: una próspera ciudad de llanura




Después del conjunto monumental de Pisa, Lucca es nuestra primera ciudad toscana: seguimos enamorándonos de esas tierras...

Salimos de Pisa bajo una lluvia incómoda y, en pocos minutos, volviendo por la Autostrada, estamos aparcando dentro de las murallas de Lucca, una ciudadela en tierra llana, junto al Arno, la primera ciudad toscana que vamos a visitar.







Lucca fue muchos años una ciudad independiente, y aún hoy es una ciudad próspera: lo vemos extramuros, en la ciudad nueva, con sus cuidadas arboledas junto al río, pero también, y sobre todo, en su casco antiguo, de calles amplias (relativamente) y perpendiculares, herencia del urbanismo romano, en sus palacios y, sobre todo, en sus iglesias: Lucca es una ciudad monumental, donde, a cada momento, te sorprende el hallazgo de una maravillosa iglesia románica, en mármol blanco y verde -una bella combinación, que nos acompañará por toda la Toscana- con un trabajo ornamental sorprendente… acostumbrados a nuestro Románico peninsular, tan austero y, muchas veces, primitivo en sus trazas, éste es un Románico romano, yo ya me entiendo, donde la ruptura con la Roma clásica ha sido breve, e incluso se ha enriquecido con algunas aportaciones bizantinas. 





Las calles de Lucca están, ya nos acostumbraremos, llenas de turistas, incluso en esta mañana lluviosa; pero sus tiendas son variadas, de ciudad viva y habitada, aunque no faltan las orientadas al visitante: sorprende la cantidad y variedad de artículos de cuero; Blanca, que es muchas veces más incisiva que yo, me hace notar que, pese a las tiendas de cuero y los magníficos bistecs florentinos, no hemos visto ni una sola vaca en todo el viaje… le contesto, saliéndome por la tangente, que yo soy Licenciado en Ciencias Económicas Generales: la Economía Italiana es todo un doctorado, y en mi Facultad no se estudiaba…

Comemos al aire libre -ha dejado de llover- en la Piazza Anfiteatro: la planta de un antiguo anfiteatro romano fue transformada en plaza pública, construyendo viviendas muy sencillas -se nota que era un barrio obrero- sobre las gradas, de indestructible cemento romano, que aflora en muchos lugares. Pruebo allí los Pici, unos fideos hechos a mano, de trigo duro, con una textura que me enamora al momento; a partir de ahora, los iré buscando por todas partes, y vuelvo a casa con un buen cargamento. Aromatizados con trufa, por más señas… esta noche los prepararé para cenar con algunos de nuestros hijos.



Entramos en una muy bien provista librería, uno de los placeres de los que nunca me privo cuando estoy en tierras cuyo idioma entiendo: me compro dos libros sobre la Segunda Guerra Mundial; uno, las memorias de un partisano en una comarca vecina a Lucca: el otro, una historia sobre el destino -duro y frío, ya os lo adelanto- de los soldados del Armir, el ejército italiano que Mussolini envió a Rusia, para quedar bien con su amigo Adolfo, y que sirvió para vestir de luto a una generación de mujeres italianas, que vivieron dos momentos dramáticos: cuando se enteraron de que su marido había desaparecido en combate… y cuando, años después, lo vieron regresar, y en qué estado, cuando en muchos casos ellas ya habían rehecho sus vidas…

Blanca me regala una novela policiaca de un autor que no conocía -Antonio Manzini-, pero que ahora seguiré con la máxima atención: se transforma en mi libro de cabecera durante todo el viaje: a parte de su trama, que salta de lo cómico a lo más negro, sin que dejen de aparecer todos los dramas de la Italia de hoy -mafias varias, emigración poco controlada, blanqueos diversos, negocios siempre en el filo de la navaja, incluso la cuestión territorial…- está el idioma, un Italiano coloquial y desgarrado, que me hace, muchas veces, soltar auténticas carcajadas.

Un apunte sociológico, de esos que me gustan a mí: sabéis que, en las Españas, los varones afirmamos que determinados sucesos molestos nos tocan ciertas partes… a los italianos, más exagerados, esos mismos sucesos no se las tocan, sino que se las rompen: el protagonista elabora una tipología de cosas que le rompen le palle, del 1 al 10, con la que muestro un importante grado de acuerdo; por ejemplo, ir al dentista está en Nivel 7, u 8…


Nos queda aún la sorpresa de la Catedral, con una fachada impresionante, y, en su vecindad, una Piazza Napoleone: ya sabéis que tengo una fijación con L’Empereur, al que reprocho, sobre todo, su falta de finezza política: si nos hubiese logrado convencer, por las buenas, de aceptar a su hermano José, adornado con tan buenas prendas, olvidándonos de los Borbones, ¡vaya Siglo XIX de mierda que nos hubiésemos ahorrado…! Pero aquí, como en muchos otros lugares de Europa -en Polonia lo alaban hasta en su Himno Nacional-, Napoleón es un héroe… junto a su Piazza, en un aparcamiento de ambulancias, un delicioso carrusel decimonónico, que sin duda ningún niño actual, colgado de los videojuegos. se volvería a mirar por un instante, pero que despierta en mí todo tipo de nostalgias -poco justificadas, porque muy pocas veces he montado en esos trastos, si no es en ferias, con una copa de más- de tiempos pasados llenos de belleza y, por qué no?, de Bellezza….





jueves, 25 de junio de 2015

En las verdes colinas de Lucca




No puedo quejarme de mi sentido de la orientación: por lo menos, a nivel “macro”: quiero decir que, hasta el momento, nunca me he equivocado de Continente: donde suelo fallar es en los últimos kilómetros que, mira por donde. son los que más importan… Un Tom-tom sería un instrumento que amortizaría en pocas horas, pero siempre me he resistido a comprármelo, y no me faltan ocasiones para lamentarlo: en las verdes colinas de Lucca tuve una de ellas.

Sabía que el acceso al Castello de Mammoli, donde habíamos reservado habiitación, no era sencillo: ahora por Internet puedes acceder a todo tipo de informaciones de otros clientes, y Google Earth te ofrece hasta la posibilidad de pasear virtualmente por los accesos a cualquier lugar que no sea una base militar particularmente secreta; puedes hasta subir por mi calle de Boltaña…-pero, en este caso las dificultades eran de orden superior: en primer lugar, el establecimiento era conocido indistintamente por Castello de Mammoli o Hotel Villa Volpi, y estas ambigüedades nunca facilitan las cosas. En segundo lugar, las señalizaciones de las carreteras italianas no dejan de tener peculiaridades ligeramente disfuncionales… aún así, me armé de valor, salí por Lucca Ovest, y empecé a buscar el lugar donde teníamos planeado pasar nuestras dos primeras noches en la Toscana.

Bastantes kilómetros y minutos después, reconocí que estaba perdido, y empezamos la tediosa tarea, a la que siempre me resisto, de pedir información: descubres entonces la increíble cantidad de gente que anda por un lugar que no es el suyo -y que, por supuesto, desconoce tanto como tú- o que, con aspecto de no haberse movido de allí en su vida, no tiene ni idea de algo que puede estar, como mucho, a tres kilómetros de su pequeño mundo…hasta que por fín damos con una pareja benemérita y bien informada: el varón, sin pensarlo dos veces, salta a su coche, me indica que le siga y, al llegar al desvío, me lo señala sin posibilidad de pérdida: ¡¡Gracias, majete…!!






Lo que encontramos al llegar supera todas nuestras expectativas: tras los muros de una casa de labor -paredes de tosca piedra, tejas romanas-, un auténtico palacio, decorado con buen gusto, aunque con algunos detalles algo especiales, como los sillones tapizados en piel de leopardo en torno a unos rojos labios, o la escultura en mármol que, al principio, confundo con una Pietà, hasta descubrir, con sorpresa, que representa una felación… Nos acoge una amable pareja; un caballero joven, vestido correctamente de italiano, que es una forma indescriptible e inconfundible de llevar encima, con elegancia y armonía, prendas que no te atreverías a ponerte ni tan siquiera por una apuesta: si volviese a nacer, me gustaría ser mujer, más que nada por probar cosas distintas; pero, caso de repetir sexo, me pido, sin lugar a dudas, ser italiano… Nuestra anfitriona, mucho más discreta, habla sin parar por su telefonino…



Alrededor, un paisaje increíble; una enorme finca agrícola que produce su propio vino y aceite… el bosque de robles y castaños llega casi hasta la piscina: canta el cuco, vuelan las cornejas -que, en Italia, como en buena parte de Europa, son grises y negras-, y un ratonero describe círculos en un cielo aún nublado… un bañito nos repara las fuerzas, después del largo viaje.



Se cena y se desayuna en el vecino restaurante, al aire libre, con los verdes valles desplegados a tu alrededor: es una Toscana diferente, muy húmeda, de rincones sombríos… me parece estar en el Montseny. Al caer la tarde, se empiezan a encender las luces, y se revela un territorio densamente humanizado, desde el fondo de la llanura por donde corre el Arno hasta las pequeñas aldeas en las crestas de los montes… la cena es memorable; descubrimos, en los antipasti, una ensalada toscana de pan, la Panzanella… viene con algo de pomodoro, que rápidamente aparto… se acompaña con una pasta al tartufo (trufa, en este caso, negra…). El vino del lugar es denso, profundo, con sabores a tierra…


Por la mañana, abandonamos nuestra confortable habitación para iniciar nuestras visitas; tocan dos piezas mayores; Pisa y la propia Lucca. El Ferrari que ayer adornaba el exterior del hotel ya no está, sustituido por un Audi descapotable que tampoco desmerece…por la tarde volveremos a Villa Volpi, pensando ya en el baño en la piscina y en la cena, otra vez bajo  las primeras estrellas que van apareciendo en el cielo toscano… esta noche probaremos el bistecchio a fiorentina, que no es otra cosa que el T-bone steak anglosajón, un corte muy poco frecuente en España, con el entrecot y el solomillo unidos por el hueso, hecho a la brasa, sazonado con abundantes hierbas aromáticas, de las que crecen a nuestro alrededor en la terraza del restaurante…remataré la cena con una copita de grappa, ese aguardiente, al mismo tiempo, seco y profundamente perfumado…

Mañana seguiremos camino, pero nos resultará difícil olvidar la sensación de paz y de sosiego que hemos encontrado allí, en las verdes colinas de Lucca. Volveremos a ellas muchas veces, por lo menos en nuestro recuerdo…






Bajando O Trastiello




El Trastiello -O Trastiello- es el camino escalonado que baja desde el Casco Antiguo de Boltaña a la Gorga. Mañana, una vez más, espero bajarlo...



Aunque debía haber salido muy temprano de Barcelona, el viaje en el taxi pirata duraba seis horas, y llegué a Boltaña con el tiempo justo de saludar a mi abuela y mis tías, dejar la maleta en la habitación, y prepararme para bajar a la Gorga; entonces íbamos a bañarnos completamente vestidos, y nos cambiábamos en la chopera, dejando la ropa colgada en los árboles. Recuerdo que me puse unos pantalones nuevos, recién entregados por Crescín, nuestro vecino sastre, y posiblemente la joya de mi vestuario, un polo Lacoste comprado en Andorra, azul marino, con su sargantana verde sobre la tetilla izquierda. La toalla al hombro y el bañador en la mano, bajé saltando los peldaños del Trastiello, guiado por el rumor de las aguas del río y –creía ya oirlas- las risas de mis amigos, que me esperaban. Dejaba atrás preocupaciones importantes, había subido sin conocer siquiera las notas de los últimos exámenes, y tenía por delante cuarenta o cincuenta días de agua, sol, porrones de sidra y tortilla de patatas en el Parador, interminables partidas de ajedrez con Ricardo en la terraza de Gorré, vino y longaniza en Solano, hogueras y guitarras en San Sebastián, y noches mágicas en las fiestas de los pueblos, viendo subir en el cielo el Cinto de Orión mientras me enamoraba hasta las cachas de una muchacha morena, bailando sintiéndonos solos en el Mundo y oyendo muy a lo lejos al vocalista versionando -destrozando-  “Dilaila” de Tom Jones. Han pasado muchos, muchos años y, aún ahora, cuando bajo los escalones del Trastiello, aunque ya no salto, recupero por unos segundos aquella sensación eterna de plena, absoluta, embriagadora, ficticia, inolvidable libertad.

martes, 23 de junio de 2015

Pisa, o el encanto de lo esperado

No busca siempre el viajero la sorpresa: si has leído y has mirado, pocos lugares del Mundo están para ti desprovistos de una imagen, de unas líneas, de un recuerdo no vivido, pero no menos vivo por ello... a veces, viajar es pasar revista a eso que ya conoces...

Llegas a Pisa desde Lucca, por una rápida y cuidada autostrada, y muy pronto, entre los árboles, descubres una figura familiar... ¡Cuántos miles y miles de veces, a lo largo de tu vida, has visto esa silueta, el icono perfecto, el más logrado objeto de diseño...! Esa torre que, aunque no estuviese inclinada, seguiría siendo bellísima, proporcionada, a la medida del Hombre... aparcas con facilidad -es temprano, en un sábado lluvioso, las oleadas de turistas van llegando, pero aún no agobian- y te diriges al Campi dei Sepolcri.



Toda Pisa está en una húmeda llanura, muy cerca del Arno, que ya se acerca al mar. Tierra pantanosa, "Se veía de venir", a quién se le ocurre plantar aquí semejante campanile, sin una cimentación para la cual, en el momento de su construcción, no había soluciones técnicas. Y aún ahora, no me fiaría yo mucho...Pero prueba de que está bien hecha es que no se ha llegado a caer del todo, y les deseo que puedan seguir disfrutando de ella otro puñado de siglos más.





Los grupos de turistas ya se van formando: mayoría de asiáticos -claro, son mayoría también en la población mundial-, con muchos españoles y -como veremos en toda la Toscana-, muchos latinoamericanos. Los turistas se dividen en tres grandes grupos: filántropos (se hacen la foto falsa ayudando a aguantar la Torre), bordes (fingen empujarla) y claramente exhibicionistas (chicos jóvenes que se tumban en el suelo y confían en la habilidad fotográfica de su compañero). Los palos de selfie florecen por doquier. Hacemos un intento filantrópico, pero no vale la pena, siempre me da mucho corte ceder a esas tentaciones.


Todo, absolutamente todo, responde a tus expectativas: el mármol es blanco, su trabajo, cuidado, el césped es verde, el conjunto, bellísimo... nos falla un poco el tiempo -un par de veces rompe a llover débilmente- pero nos ahorra el calorazo toscano. Incluso los turistas están -estamos- en nuestro papel, visitando un conjunto artístico, con la debida pose de admiración. Una patrulla del Ejército aporta seguridad... hay tiendas de souvenirs, pero pocas dentro del recinto -fuera ya es otra cosa...- Paseamos relajadamente, disfrutando de un momento, no por esperado, menos agradable, posiblemente al revés, por esperado, más placentero aún...



Dejas Pisa -el Campi dei Sepolcri- sin demasiada pena: ya lo habías visto, ya lo has visto de verdad, ahora lo seguirás viendo, mejor que antes... nos esperan algunas cosas desconocidas, y otras poco o mal conocidas, pero siempre es bueno saber que ahí está, ahí está, la Torre de Pisá...



lunes, 22 de junio de 2015

No se os puede dejar solos...

Desde luego, no se os puede dejar solos... me voy por diez días que, vamos, creo que uno tiene derecho, y cuando vuelvo, no encuentro títere con cabeza: me fui en Primavera, y ya es Verano y, encima, Ramadán: de los alcaldes que dejé, quedan pocos: y en Catalunya gobernaba CiU, y hoy, sólo C...

Yo siempre he sido muy de Unió. 

Maticemos que, así dicho, es bastante inexacto: soy todo lo catalán que puede ser un ciudadano nacido en Barcelona, que ha vivido toda su vida en Barcelona, y que ha trabajado durante 33 años en la Generalitat. Y todo lo cristiano que puede ser un ciudadano bautizado, que practicó la versión católica de dicha religión hasta edad relativamente avanzada, y que vive inmerso en una sociedad que ha interiorizado sus valores, aunque no hasta el punto de practicarlos... pero nunca me he definido políticamente dentro de los parámetros del Catalanismo ni del Cristianismo. En cuanto a la Democracia, vistas las cosas que muchas veces tiene a bien elegir el Demos, comprenderéis que conserve un cierto escepticismo prudente, aún reconocíéndole su condición de mal menor, ante los muchísimo mayores que suponen, muchas veces, sus alternativas.

Sentadas esas bases, debo decir que, a lo largo de mis servicios como funcionario, he tenido con frecuencia jefes de Unió Democrática de Catalunya. y que, con las lógicas excepciones, he encontrado en ellos personas capaces, entregadas a su tarea, atentas y abiertas a las iniciativas que lo valían, y creo que he llegado a establecer con muchos de ellos auténticas relaciones de amistad. Y de su líder, tan solo puedo decir que, al entrar en mi despacho y ver en la pared un mapa de Sobrarbe, me dijo, como saludo: "Jo també soc Aragonés!" Lo cual, para los que me conocéis, no es una mala manera de establecer relaciones conmigo...

Vivimos tiempos revueltos y extraños, en este país que no es de pandereta, pero sí de flaviol y tenora, donde el Representante Ordinario del Estado alardea de disponer de un plan para soslayar, no ya la Ley General Tributaria, como su mentor y más célebre antecesor, sino el propio Bloque de Constitucionalidad de donde trae causa su muy honorable y bien retribuido status... en estas circunstancias, toda posición que se desvíe un pelín de la adhesión inquebrantable, los vítores y las aclamaciones cae, forzosamente, bajo las luces de la sospecha... no está el personal por los matices, vamos... Hablan algunos -sobre todo, de los de enfrente- de "separación amistosa": me alegro mucho por ellos, porque eso denota que sus relaciones de pareja han sido siempre satisfactorias, y nunca han conocido una separación de verdad: "Separación amistosa" es un oxímoron como un piano de cola, o una demostración de auténtico morro, por parte de quien la ha provocado...

Deseo mucha suerte a los amigos de Unió Democrática de Catalunya, en tiempos venideros que no veo nada claros... no creo que llegue nunca al extremo de votarlos, pero si, sinceramente, que existe un espacio político para muchos que, lejos de los entusiasmos indescriptibles, se hacen cruces ante lo que está pasando... ¿Y quienes más cualificados que ellos para hacerse cruces...?






miércoles, 10 de junio de 2015

Tricolores


Por estos días, se celebra el aniversario de la Bolsa de Bielsa: en su día escribí esta historia, basada en los pocos hechos que he podido reunir de los últimos años de mi tío, el único hermano de mi padre, Antonio Revilla Arcas... el hecho de recibir su nombre, ocho años después de su muerte -en realidad, también era el de su abuelo, hay tres generaciones de Antonios Revilla- me ha marcado un poco, lo reconozco, y me siento voluntario albacea del legado de una vida vida corta y desdichada... aquí os la presento...



Ahora, precisamente ahora, cuando ya se ven las casas de Parzán, se me suelta la suela de la bota izquierda; la medio arreglo con un alambre que encuentro no se dónde. ¡Bien vamos, con el puerto por delante!. Queda bastante nieve en las laderas vecinas. Los cañonazos de los facciosos suenan cada vez más cerca, y aún vemos, detrás nuestro, el humo de Bielsa destruida.

Acabamos de empujar los últimos camiones al fondo del río; a donde vamos, no podemos llevarlos. Los hay de todos los tipos imaginables, incluso los nuevos rusos, los ZIS, que nosotros, que no entendemos el cirílico –aunque yo se un poco de griego- leemos “3HC”, "Tres Hermanos Comunistas", creemos que significa... buenos trastos, duros, alguno correrá aún por Boltaña en los años 60. También hemos abandonado nuestros cañones, nuestros pobres cañones, cada uno de un calibre distinto,  sin munición desde hace días, inútiles.

La columna, interminable, marcha en silencio, ensimismada, bajo el sol que empieza a calentar. Solo se oye el roce de las botas y las alpargatas sobre la gravilla del camino. He visto pasar a Beltrán, nuestro jefe, hablando con Máximo, el comisario.  A Máximo le caerán varias penas de muerte, una por cada uno de los chicos catalanes fusilados por desertores donde ahora está el Simply. Su mujer subirá andando desde Barcelona hasta Boltaña, a buscar avales, y conseguirá que se las conmuten todas. Pasará sus últimos años en un piso del Eixample, sentado en un sillón, viendo desde la galería -¡Hay que joderse!- el jardín del Seminario.

Ya que mencionamos el seminario, os contaré una cosa que no suelo comentar: hace dos años, yo estudiaba en el de Barbastro. Es una larga historia, para entenderla, tendríais que haber conocido a mi familia y visto mi casa: santos y capillas por todos los rincones, vírgenes, sagrados corazones con su lámpara roja siempre encendida, escapularios… desde niño me iban preparando, y me regalaban altarcitos y casullitas,  para jugar a decir misa con mi hermano y mis primas.  Estaban también, no lo olvidemos, las posibilidades de ascenso social, en una familia que había conocido mejores tiempos, pero sin un duro. Mi caso no era, ni mucho menos, insólito; al revés.

No sé por qué lo dejé, buenos disgustos tuvo que haber en casa.  De todas maneras, hoy ya no estaría vivo; pocos de mis compañeros han sobrevivido a la furia de los primeros días, cuando la diócesis de Barbastro sufrió el mayor porcentaje de asesinatos de religiosos en toda la España republicana; inocentes como yo, o mucho más que yo, pagaron la ceguera de una jerarquía eterna aliada de los poderosos. 

No es el único asunto que procuro mantener oculto: mi padre está en la cárcel Modelo de Barcelona: fue uno de los pocos sublevados civiles del 18 de Julio –del 19, en realidad-; ¡A donde te pueden llevar las malas compañías…! Se presentaron de madrugada en un cuartel, y los hicieron pasar a una sala, a esperar que les entregasen armas los militares. Allí los encontraron los de la FAI.  La cosa se puso francamente mal, y tuvo que bajar su hermana desde Boltaña, a parlamentar con el Camarada Eroles, del Comité de Milícies Antifeixistes. El pobre Eroles no pudo resistir el ímpetu de mi tía, y le prometió que no le pasaría nada a su hermano, el sublevado, de cuya escasísima peligrosidad supongo que se dieron cuenta sus captores. Y así fue; salió de allí con veinte quilos menos, la Medalla de Plata del Ayuntamiento de Barcelona, y el firme y decidido propósito de no meterse en más líos y dedicarse, siempre que fuera posible, a jugar al guiñote con los amigos.

Yo soy de Boltaña, no recuerdo si ya os lo había dicho; nací allí, aunque mi padre había emigrado ya a Barcelona. En Cataluña, hasta abril del 37, la situación era muy complicada, mientras que en el Sobrarbe, pasados los primeros momentos de las colectivizaciones, reinaba una cierta normalidad: por eso subí allí, y me alisté en el Ejército Popular. Llevo toda la guerra en Boltaña, haciendo guardias en el polvorín –lo que antes era la ermita de San Sebastián-, bastante tranquilo, dentro de lo que cabe. Claro que, cuando había combates por el Sobrepuerto, veíamos subir los camiones por la pista de Campodarbe,  y esperábamos luego su regreso, cargados de compañeros heridos, algunos muertos… pero se comía, y estaba cerca de mi familia.

Allí se fue formando la 43. Se integraron en ella los pirenaicos catalanes,  tan bien equipados, jóvenes de las milicias de Estat Català, que se llevaban fatal con los comunistas; los de Guadalajara, los maestros de UGT, los fugados de Zaragoza, el Batallón Cinco Villas… había escaramuzas en los puertos, con los esquiadores facciosos del Valle de Tena, y algún “fregao” importante, más allá de Cotefablo, pero la guerra verdadera estaba en Madrid, o en el Norte. Nosotros guarnecíamos un frente estable, hasta las avanzadillas sobre Huesca, en manos de los sublevados.

Y, de repente, todo se vino abajo; llegaron por donde menos los esperábamos; las primeras noticias fueron que estaban entrando en Barbastro, cortándonos el contacto con la retaguardia. Nuestro general desaparece –o se pasa-, y asume el mando Beltrán, un hombre sólido, héroe de la sublevación de Jaca. Él nos organiza y comienza nuestra larga retirada, ese avance hacia atrás que, años después, cantará La Ronda de mi pueblo.

Las retiradas son duras, porque el enemigo tiene siempre la iniciativa.  Nosotros resistimos como podemos, aprovechamos cualquier obstáculo natural -y, por suerte, no faltan- para intentar frenar a los navarros, mocetones bien comidos, confesados y comulgados, y con mucho mejor armamento que el nuestro, cuyos gritos -“¡¡Viva Cristo Rey, redióssss!!”- nos hielan la sangre en las venas: en lo alto de Sierra Custodia, en Escalona, en las laderas de la Peña Montañesa, les damos buenos disgustos. Pero nos ataca la aviación facciosa, frente a la cual bien poco puede hacer la nuestra, y sus cañones disparan sin cesar. Nosotros sabemos que estamos siendo un ejemplo para toda la España republicana, las miradas de todos los leales están puestas en nosotros, en un momento en que tanta falta hacen buenas noticias que demuestren que no todo está perdido, cuando los fascistas han llegado ya al Mediterráneo, cortando nuestro territorio en dos.

Por eso, hace pocos días, han venido a visitarnos el Doctor Negrín y el General Rojo, su jefe de Estado Mayor, afrontando un largo y complicado viaje que incluye un paso no muy ortodoxo por territorio francés; yo no he podido verlos, pero si, fugazmente, a un alto responsable político del gobierno de Euskadi, ya en el exilio barcelonés. Me cuentan que ha venido a interceder para que no volemos, al retirarnos, la central de Lafortunada, que es de una empresa vasca; nos pilla tan de sorpresa, que casi le hacemos caso. Descubrimos, entonces, que los voltios de Lafortunada han estado “pasándose”, día y noche, a la zona facciosa, iluminando San Sebastián sin que nunca se haya cortado el suministro.

Pero ya poco podemos hacer, acorralados contra los Pirineos, sin posibilidad de recibir refuerzos o de ser aprovisionados. Estos últimos días ha pasado por los puertos la población civil que teme la llegada de los fascistas: cientos de mujeres y niños, algunos viejos también, con sus ganados, y los pocos enseres que pueden llevar consigo. Se han quedado atrás los que los esperan con mal disimulada alegría, entre ellos -¡Ay!-mi familia, con el cura que tienen escondido, que ya respira olvidando pesadillas de milicianos con pistolones, y se relame pensando en una plácida vejez de partidas de cartas con las fuerzas vivas y rosquillas y copitas de anís con las beatas.

Hoy, todos lo sabemos, es el último día de nuestra gesta: seguimos marchando hacia el puerto, yo renqueando con mi bota remendada, cargando con un Mauser que pudo usar mi abuelo en Cuba, y sintiendo en todo el cuerpo el comezón de los piojos, que deben haberse despertado con el calorcillo de la marcha. Las montañas nevadas están cada vez más cerca.

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Puedo contaros lo que sucedió después: la gente de Saint Lary nos acogió muy bien, y hasta el gobierno francés -cosa insólita- se porto decentemente; nos dejó elegir, y la gran mayoría, más de 6.000, preferimos volver al territorio de la República. El día siguiente, salimos en tren hacia Barcelona.

Allí se nos recibió como a héroes, ¡hasta sellos de correos hicieron en nuestro honor!; pero el mayor homenaje que se le puede hacer a un soldado, por desgracia, es seguir requiriendo sus servicios; después de condecorarnos, nos dieron nuevo armamento, -buenos fusiles checos-, cubrieron nuestras bajas, y pocos meses después nos enviaban al matadero del Ebro.

En la Serra de Cavalls aguantamos como pudimos el ataque de las mejores divisiones facciosas; en una de ellas, afortunadamente ni él ni yo lo sabíamos, venía mi hermano. Conseguimos, no sabemos cómo, pasar a la otra orilla, e iniciamos una nueva retirada, esta vez por tierras catalanas, con los regulares y los italianos pisándonos los talones. Cuando Beltrán nos revista en Montjuïc, intentando una inútil defensa de Barcelona, formamos sólo 300. ¡Exacto, como los espartanos en las Termópilas!, pero sin falditas; puros harapos, armas descalibradas de tanto disparar, y un mermado puñado de cartuchos.

Me gustaría contar que, como tantos de mis compañeros, pasé a Francia, que combatí en la Resistencia, que entré en París bajo dos tricolores… pero no es cierto, la historia es muy diferente: Con familia facha, cura escondido en la falsa y padre excautivo, mis cartas no eran malas, y a los pocos días ya vestía otro uniforme. Con él poso en una de mis últimas fotografías, melancólico, en el Parque de Huesca, apoyado en una de las pajaritas.

La vida se me siguió complicando; escribiente en un tribunal militar, pasan por mis manos las indecibles miserias de una represión sangrienta y despiadada. Tampoco mi vida privada es plácida; en su momento aparecerán dos muchachas afirmando ser mi novia… por todo eso, por el clima de la época -un exseminarista como yo, que ha hecho la guerra con los “rojos”, en un momento de exaltación de los valores de los vencedores…- en el verano de 1941 me apunto, voluntario, a la División Azul.

Una nueva tricolor, la roja, negra y blanca bandera de combate del Reich. Un nuevo uniforme, el feldgrau. Juro fidelidad a Hitler, y cumplo con mi juramento: el 29 de octubre de 1941 caigo mortalmente acribillado en el asalto a una posición. Dentro de la desdicha, un último golpe de suerte: me rescatan aún vivo, y muero entre manos amigas.

En cinco años, dos guerras y tres ejércitos: Pude ser Mártir de la Fe en el puente de El Grado, con Bono presidiendo la delegación española en mi beatificación; pude ser Héroe de la República, en Bielsa o en el Ebro, con la Dirección General de la Memoria Democrática rastreando fosas en mi búsqueda… y he acabado en un Walhalla superpoblado, rodeado de doiches que, mucho Kamerad por aquí, Kamerad por allá, pero me miran por encima del hombro y dicen que huelo a ajo. Acabo de cumplir veinticuatro años, la edad en la que vuestros hijos empiezan a valorar la posibilidad de dejar de depredar vuestras neveras, y mirad qué “Erasmus” se me ha ocurrido hacer.



Y allí me tenéis, en el cementerio militar de Grigorovo, tan lejos de Boltaña, pero al fin en paz, en un lugar tranquilo en lo hondo de la tierra, como cantábamos en Lilí Marlén . Años después, el sobrino que no conoceré y al que pondrán mi nombre guardará en una cajita mis últimos recuerdos: una condecoración republicana, el Pasador de Asalto alemán, y el retrato mío que llevó al cuello mi madre hasta el día de su muerte.




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Pero eso es aún el futuro; ahora pisamos todavía tierra aragonesa: la columna se ha detenido, y nuestros jefes mandan izquierda; lentamente, subiendo desde el fondo del valle, comienza a oirse la música de nuestra banda, y suenan los primeros compases del Himno de Riego; en manos de unos compañeros que aprietan los labios y marcan torpemente el paso, intentando mostrar una marcialidad que nunca habían sentido, pero que consideran imprescindible en esta ocasión, desfila ante nosotros nuestra bandera, la Tricolor, y en sus pliegues van envueltos los anhelos de todos los que soñaron una España más justa y solidaria, una tierra de hombres y mujeres libres, iguales, cultos y felices. A esa Niña Bonita, la tetica al aire y el fiero león postrado mansamente a sus pies, a esa Patria improbable e irrenunciable, presentamos armas con orgullo: brillan nuestros ojos bajo las viseras de los cascos abollados, despierta el sol fulgores en nuestras melladas bayonetas, y un ¡¡Viva la República!! rotundo, hondo, unánime, arranca de nuestras gargantas, rebota en las peñas, multiplica sus ecos en los valles, y sigue vibrando en los aires, oyéndose aún, durante muchos, muchos años después.









lunes, 8 de junio de 2015

L'Italiano

Mi inminente viaje a Italia será para mí un viaje también a una lengua que no he estudiado, pero de la que disfruto como de pocas; vivir unos días en Italiano es, para mí, un aliciente muy especial: os cuento cuales han sido mis relaciones con la lengua de Dante, Petrarca y Alberto Sordi...

¿Os acordáis de la Gripe Aviar---?


"¿Hablas Italiano?" me preguntó de sopetón mi maestro y amigo Joaquín Fernández...

"No, que yo sepa..."

"Pues es una lástima, porque yo tampoco, pero me he comprometido a traducir un libro, y lo vamos a hacer entre los dos..."

Por aquel entonces, íbamos los dos bastante mal de dinero, y no podíamos dejar pasar ninguna oportunidad; y así me vi lanzado a la traducción de una Enciclopedia sobre la Historia del Cine, un tema que, por suerte, me apasionaba y me apasiona, para una de esas editoriales cuyas obras se vendían luego por casas y oficinas, a cargo de sufridos vendedores encorbatados y trajeados, con cierto aire de telepredicadores americanos, y de situación económica tan precaria como la nuestra...

No era, por cierto, mi primera experiencia en el mundo de la traducción: había vertido al castellano un Manual de Sociología en Inglés americano, y aún no hace mucho descubrí una reseña bibliográfica donde se recordaba tamaña osadía, pero hay que decir en mi descargo que, por aquel entonces, me encontraba sumido en el Mundo de la Droga; ya os contaré algún día... pero esta vez estaba en mi ser natural; así que saqué un diccionario de la biblioteca de la Facultad -no estaba la cosa como para hacer gastos previos-, puse un folio en mi Olivetti Pluma 21 -una especie de ordenadores sin pantalla que usábamos en la Antigüedad- y me adentré en las infractuosidades de la Lengua Italiana.

Hay que añadir que mi respuesta a Joaquín, de puro apresurada, había sido inexacta: hacía años, en un librero de viejo, y por cuatro perras, llevado por mi interés por la Historia, había comprado un libro insólito: "Il Balilla Vittorio". Los "Balilla" eran los niños y adolescentes en las filas de las Juventudes del Partido Fascista, y el librito era una especie de texto de formación nacional italiana de los años 30, lleno de misiones imperiales, reuniones del Partido, pequeños carros de combate, parecidos a nuestros Biscuter, desfilando ante el Duce, y esforzados fascistas en camiseta blanca de tirantes ayudando en la Bonificata, la cruzada contra las zonas pantanosas que eliminó la Malaria -su nombre, italiano, ya explica hasta qué punto era endémica en esas tierras-, llenó Italia de búfalas productoras de Mozzarella, y nos impidió gozar de humedales que hoy estarían protegidos por el Convenio Ramsar, y llenos de aves acuáticas y ornitólogos ingleses observándolas...

"Il Balilla Vittorio" no era obra de gran altura literaria aunque -aviso- en Italia hasta los letreros que prohíben asomarse por las ventanillas de los vagones del tren tienen un regusto literario asombroso, y no llegaba ni de lejos a las cotas alcanzadas por su antecesor inmediato, "Cuore", Corazón, la colección de cuentos que contribuyó a la creación de una identidad nacional italiana basada en el Risorgimento y la Unidad, donde bravos tamborcillos sardos, abatidos por pérfido francotirador austriaco, morían en los amorosos y agradecidos brazos de Il Re...o donde Marco cruzaba medio Mundo, de los Apeninos a los Andes, buscando en tierras argentinas a su mamma emigrante, antes de que oportunistas ilustradores japoneses le pusieran ojos de huevo y, además, le diesen por compañero a un surrealista mono, origen de tantas bromas infantiles... pero, pese a su carácter de obra menor, fue mi primer contacto con el Italiano, me lo leí sin grandes problemas y, ahora, sentado ante la Piuma 21 -tan italiana también ella misma-, vivía yo de los réditos de aquella lectura y descubría que el Italiano se abría ante mí, sin dificultades especialmente dignas de mención...

Por supuesto, no había ningún misterio en ello; ambas lenguas, el Italiano y la mía, bebían en las ubérrimas ubres de Roma; hermanas ambas, hijas del Latín, los puentes entre ellas eran frecuentes, familiares, transitables... aunque, también, alguna vez engañosos... recuerdo siempre el cachondeo de unos compañeros del PCI cuando, en un restaurante barcelonés, veían el rótulo "Salida" sobre una escalera claramente descendente... para ellos, "Salire" es "Subir"... "É l'Uscita...!" tenía que traducirles yo...

El Latín había sido uno de mis grandes descubrimientos en el Bachillerato: acostumbrado -catoliquito  anterior al Concilio Vaticano Segundo- a los textos litúrgicos en una lengua que no entendía, ahora se me presentaba como un mecanismo de precisión, con sus declinaciones y sus conjugaciones verbales, sus ablativos absolutos, su extraña belleza, acrecentada por el hecho de que, al no disponer de profesores nativos, nadie sabía a ciencia cierta cómo debía sonar... solo lamento que, al optar por Ciencias, lo dejase al llegar a Quinto de Bachillerato, y que no se pusiese más hincapié en desarrollar nuestras habilidades para usarlo como lengua, en vez de centrar el programa en efectuar traducciones...

¿Podía servir el Latín como lengua de comunicación? por supuesto, así lo fue en la comunidad científica hasta bien entrado el Siglo XIX, y aún mis amigos micólogos, cuando quieren describir una especie nueva, deben recurrir a un experto en Latín para redactar su descripción: "Pileum striatus, lamelulae albae..." En un episodio de Makinavaja, las historietas de Ivá que magistralmente interpretaba en la Tele mi querido Pepe Rubianes, descubría en una terraza de un bar una muchacha de turbadora belleza, de la cual, tras varios intentos en Inglés aproximado, sólo llegada a deducir que era polaca--- "Con lo beatos que son, sabrá Latín...", aventuraba... acertaba a pasar por allí, de sotana y leyendo el breviario, un cura -el impagable Carles Flaviá, que lo había sido realmente en una vida anterior-, y Maki le pedía que le preguntase a la señorita si estaría interesada en mantener una relación con él: "Hoc vir, copulam habere volet cum te..." o algo así, le decía el cura, a lo cual la dama respondía simplemente: "Triginta milia", estábamos aún en los felices tiempos de la Peseta...

Apoyado en la muleta del Latín, me he adentrado por el universo bellísimo del Italiano sin demasiada seguridad, pero con una cierta alegría y sin muchos complejos: puedo leer textos italianos casi, casi de corrido, y, en los felices tiempos del Eurocomunismo, podría pasar buenos ratos debatiendo con i cari compagni, cada unos en su lengua, pero sin dejar de hacer incursiones en la del otro... recuerdo que, en una ocasión, pasaba ante la estatua dedicada, en la Via Laietana, a Ramon Berenguer IV, y un turista italiano deletreaba en voz alta, confundido, "Ramon Berlinguer..." "Il nonno d'il caro Enrico!", le aclaré, "El abuelo del querido Enrico", dejándolo de una pieza... Enrico Berlinguer, al que había tenido la ocasión de escuchar en un mítin, hablando su bellísimo Italiano, ¿Qué opinaría ahora de la situación política de su País...? ¡qué horror, la Muerte fue piadosa contigo...!

Pronto, muy pronto, volveré a sumergirme en sus aguas acogedoras... el Francés, hace poco lo dije, fue mon premier amour, y, como todos los primeros amores, jamás se olvidan, pero no deja de tener un puntillo inquietante, de no llegar a estar a la altura...: el Inglés ha sido una herramienta de trabajo, que me abre las puertas del Mundo, y que he pulido y pulido a lo largo de años y años: por el Alemán, un amor juvenil que ahora retomo, me muevo como los legionarios romanos por el bosque de Teutoburg, entre la admiración por su hermosura, y el acojono por las asechanzas que encierra... el Italiano es de casa; no llega, para mí, a ser ni siquiera una lengua extranjera, y cuando voy por esos mundos de Dios y, por la noche, enciendo el televisor en mi habitación, cuando me canso de leer los subtítulos de la CNN, busco siempre Rai1, para ver al simpático ufficiale de la Areonautica Militare que hace de hombre del tiempo y, sinceramente, para poder enterarme de lo que dicen...


¡La cuarta parte de la multa, para el denunciante!

"..Y otras penas, al arbitrio de Su Señoría Ilustrísima..."

Este ya es para nota... está en dialecto romano... pero se entiende, ¿verdad..?




domingo, 7 de junio de 2015

Recuerdos de Miguel Boyer...

Escribía ayer en mi Facebook, hablando del Festival de Tradiciones Japonesas Matsuri, en Barcelona:

 "Un encuentro triste: Anna, la dueña de mi querido Ikkiu, mi restaurante japonés favorito, ha tenido que cerrar sus puertas. Es una víctima póstuma de Miguel Boyer, que sigue ganando batallas después de muerto, pero no contra los yihadistas, sino contra los arrendatarios de viviendas y locales amortizados ya siete veces cuando Franco aún pescaba salmones...no le deseo ningún mal, pobre Boyer, ya pagó sus culpas... tan solo que le renegocien el alquiler de la caldera cada cinco años en el Infierno de los Neoliberales Disfrazados... pruebo, quizás por última vez -snif!- los deliciosos Sobas de trigo sarraceno, fresquitos y con su cebolleta... ¡Hasta siempre, Anna, suerte que estás en el feisbuk, y seguiremos siendo amigos...!"..

Algún día explicaré mi particular inquina contra la Ley Boyer, donde yo sitúo los orígenes de la burbuja inmobiliaria, cuyo estallido de poco se nos carga el país... pero recordé otra anécdota de la cual era, indirectamente, protagonista el primer ministro socialista de Economía, y que me apetece contar...

Ante todo, una confesión; en Noviembre de 1982, cuando se produjo la histórica victoria electoral socialista, fui de los muchos y muchos españoles que vibramos de entusiasmo: aunque el partido al que yo había votado iniciaba en aquellas elecciones el lento camino que le ha llevado desde su condición de partido hegemónico de la Izquierda durante el Franquismo a la urgentísima necesidad de reinventarse para evitar caer en la inoperancia más absoluta, aquella noche tuve que abandonar el Centro de Recogida de Datos organizado por la Generalitat -y, como podéis imaginar, trufado de miembros conspicuos de Convergència i Unió- para poder expresar mi alegría libremente por las calles, y siempre recordaré que lo hice con mi amigo Xavier Vinader, cuya muerte llorábamos hace pocas semanas, corriendo Passeig de Gràcia abajo, uniéndonos a los grupos espontáneos que empezaban a abrir botellas de cava, al grito de "Visca, visca, visca, Espanya socialista...!" "!Xavier -le decía yo, siempre optimista...- esta noche, ligamos...!"

Tampoco es que esperase yo transformaciones revolucionarias de los amigos del PSOE, pero enseguida empezaron a pasar cosas; los nombramientos de ministros -incluido el del propio Miguel Boyer- tuvieron algunos elementos desconcertantes, pero las segundas líneas -Subsecretarios, Secretarios de Estado y Directores Generales- se nutrían de la cantera de progresistas realmente existentes, y había entre ellas muchas caras prestigiosas: sin ir más lejos, fue nombrado Director General en el Ministerio de Boyer un compañero de Facultad -antiguo militante del PSUC, entonces ya socialista, por supuesto- al que todos conocíamos y apreciábamos.

A las pocas semanas de su nombramiento, anunció que venía a la Facultad para explicarnos a sus compañeros profesores las medidas que iba a adoptar el nuevo Gobierno: no es que fuese una iniciativa de corte asambleario -nadie esperaba que nos las sometiese a votación, ni nada por el estilo-, pero el mero hecho de ver a uno de los nuestros, investido de tan altas responsabilidades, dando explicaciones a una pandilla de Profesores No Numerarios era algo insólito y profundamente excitante para nuestras mentes sencillas.

Nos reunimos, pues, en la Sala de Grados, un anhelante grupito de jóvenes lumbreras progresistas, llegó nuestro compañero llamado a mejor fortuna, intercambiamos los saludos y abrazos de rigor, y empezó su exposición...

No es preciso que os  recuerde, a los de mi generación, que la situación económica de España en 1982 era francamente mala, tirando a desastrosa: todo el mundo esperaba del nuevo Gobierno medidas rápidas y eficaces para iniciar la recuperación -o, por lo menos, frenar la caída- y eso es justamente lo que nos explicó el Director General...especialmente, insistió en el propósito de enderezar nuestra catastrófica Balanza de Pagos, "Frenando las importaciones, e incrementando las exportaciones"

Yo era, por entonces, profesor de Estructura Económica de España, la disciplina que después recibió el horrible título de "Economía Aplicada"; por lo tanto, sabía algo de eso, o eso creían los que me pagaban -eso si, muy poco- por formar a las nuevas generaciones de economistas: por lo tanto, no me pude contener: "Perdona, Fulano -llamábamos al Director General por su nombre de pila, en plan viejos camaradas...-; en éste momento, una de las rúbricas más importantes de nuestras exportaciones son los productos refinados del petróleo; crudo no producimos ni para llenar un mechero... ¿Cómo vamos, sin ir más lejos, a incrementar esas exportaciones si no incrementamos, correlativamente las importaciones...?"

El Director General me interrumpió con una auténtica carcajada..."¡Ja, ja ja, Antonio, al Ministro no le vayas con esas cosas... para él, las importaciones son los videos y los bemeuves...!"

Y no fue la única respuesta de ese tipo que recibimos... acabamos el acto, prometimos repetirlo -promesa que jamás se cumplió-, y salimos a la calle en silencio... me metí en mi Ford Fiesta con un compañero, sin cruzar palabra, y, cuando ya íbamos a media Diagonal, no recuerdo quien de los dos resumió lo que sentíamos... "¿Verdad que sería bonito ser gobernados por gente que supiese más que nosotros...?"






jueves, 4 de junio de 2015

Camino del Elba...

Seguimos las aguas del Spree, ya Havel, camino del Elba...

El Spree se entrega a su hermano mayor, el Havel, a los pies de la ciudadela de Spandau: Spandau no tiene nada que ver con la cárcel de Spandau -que estaba en Berlín- ni con Spandau Ballet, que no sé de donde le viene el nombre, pero en su arsenal se construyeron las famosas ametralladoras Spandau, que, en los primeros días de la Gran Guerra, segaron a una generación de franceses e ingleses en los campos de Flandes. En la Cárcel de Spandau estuvieron los condenados a penas de prisión en el Juicio de Nüremberg, hasta que el último y más famoso de ellos, Rudolf Hess, decidió suicidarse y acortar así brevemente -ya era muy viejo- la Cadena Perpetua que le había caído, paradójicamente, por pedir la Paz: amigo íntimo de Hitler, quizás el único -le escribió, al dictado, el "Mein Kampf", y ya me diréis si eso no es una prueba de amistad- voló a Inglaterra sin avisar a sus compañeros, para intentar firmar un acuerdo de paz: Hitler, al ver que los ingleses no picaban, declaró que Hess estaba loco... corría un chiste por Alemania; en una celda de una cárcel, dos hombres se sinceraban: "Estoy aquí porque, hace dos años, dije que Hess estaba loco...""¡Pues yo, por decir anteayer que no lo estaba...!"

Spandau

Spandau es grandote, pero conserva un casco antiguo encantador, lo más parecido a un pueblo alemán que puede encontrarse cerca de Berlín: su mercado de Navidad es pequeño, pero muy bonito. hay un puerto fluvial, con graciosas esclusas, y junto a una de ellas, en la Casa de la Aduana, un restaurante donde comemos de muerte: tras una compleja explicación, que solo medio entiendo, me traen la versión alemana de los Raviolis -o, si nos ponemos más exóticos, de los Pelmeni siberianos o de los Gyozas chinos, algunas de mis cosas favoritas-, rellenos de carne y pera. Están deliciosos, regados con la cerveza berlinesa de Berlín...



Desde Spandau, y con el mismo billete del transporte urbano de Berlín, puedes coger un ferry que te conduce Wansee abajo: el lago es, de hecho, un gigantesco remanso del río Havel, y te ofrece una visión de dónde y cómo viven los berlineses ricos, en hermosas fincas rodeadas de arbolado, tanto villas antiguas como modernos edificios de diseño... cerca del embarcadero sur, el toquecito de mal rollo: la Haus am Wansee, la finca propiedad de las SS donde tuvo lugar la reunión donde se acordó generalizar y sistematizar la "Solución Final", el exterminio de toda la población judía de Europa. De hecho, una buena parte de las discusiones entre criminales de guerra se centraban en qué se dijo allí, quienes asistieron, quienes se fueron antes de que se tocase el tema, quienes se quedaron hasta el final... buena prueba de que eran conscientes de la monstruosidad que estaban ejecutando es el cuidado con el que ocultaron los documentos que les incriminaban, hasta el punto de que la mejor prueba fehaciente de que Hitler conocía el Holocausto -dejando a parte sus bravatas de bocazas- es, ni más ni menos que una intervención suya en favor de que no se le aplicase a un determinado ciudadano judío... como Al Capone, trincado por defraudar a Hacienda...



Dejando aparte esa terrible losa que pesará siempre sobre el Wansee, justo es admitir que el paisaje es muy bonito, y el paseo un agradable intervalo náutico en un recorrido excesivamente terrestre.Ahora, desembarcamos y, muy cerca. el puente de Glienicke nos conducirá hasta Potsdam.

Glienicke Brucke conserva ese halo gris y turbio de las películas sobre la Guerra Fría, y por buen motivo: frontera entre la Zona Occidental de Berlín y el territorio de la República Democrática Alemana, era frecuentemente elegido para los canjes de espías; imaginamos la escena, tantas veces vista: los dos grupos que se acercan, envueltos en la bruma; gabardinas (Burberrys?) los occidentales, abrigos hasta el suelo cortados a serrucho los soviéticos... se adelanta un grupito por cada uno y, en medio, el agente de la CIA y su colega del KGB... se identifican... ¿Joe, eres tú...? ¿Sergei...estás bien...? los dos se cruzan en tierra de nadie, sin mirarse -o mirándose de reojo, como se miran los espías-, y se reunen con los suyos, entre palmaditas los occidentales, un poco más tiesos los soviéticos... "Vas a tener que explicar muchas cosas, Sergei... de momento, adiós a la prima de productividad..."



Ya estamos en Potsdam y, justamente, lo primero que encontramos es Cecilienhof: ante nuestra sorpresa, es una casa de campo inglesa, regalo de un Kaiser a su esposa, una hija de la emperatriz Victoria de Inglaterra: bajo sus techos inclinados, a primeros de julio de 1945, con las ruinas de Berlín aún humeando, como el que dice, se reunieron los Líderes de los Aliados, aunque en lugar de Roosevelt, recientemente fallecido, por los Estados Unidos estaba Truman, que difícilmente podía ser considerado líder de nada... Allí Stalin, que tenía detrás, literalmente, varios miles de tanques con los depósitos llenos, consiguió prácticamente todo lo que quería, aunque tuvo que vender a los pobres comunistas griegos, y permitir que los ingleses los asesinasen en masa, en nombre del buen Rey Pablo, abuelo del nuestro actual... los griegos suelen tener mala suerte en territorio alemán, todo hay que decirlo...


Pasados los deliciosos jardines de Cecilienhof, recorremos las calles de Potsdam, que conservan un cierto aire... holandés, debido a los muchos artesanos de dicho origen que allí se establecieron. Pero nuestros pasos nos conducen a un nuevo lugar, evocador de una de las grandes figuras de la Historia de Prusia: el Palacio de Sans Souci, y Federico Segundo.




Federico fue un personaje singular: de entrada, era gay, y el cabrón de su padre, el homófobo Federico Primero, el Rey Sargento, ordenó que decapitasen a su pareja delante suyo, acusándolos a ambos de traición, por intentar fugarse juntos a Inglaterra, a ver si al niño se le quitaban esas aficiones... él no lo perdonó jamás, se casó, e intentó disimular... pero más bien poco porque, de entrada, prohibió a su esposa que pusiese los pies en su palacio favorito, Sans Souci "Sin preocupaciones", en Francés.. "Y sin mujeres", añadían sus malvados súbditos... allí creó una corte ilustrada -era amigo de Voltaire, nada menos...-, y se dedicó, a parte de gobernar razonablemente bien su reino y a ganar guerras con su hábil reorganización militar, a fomentar las artes y las letras -y aún la música, tuvo amistad con el propio Bach... poco, poquísimo piadoso -por no decir ateo, aunque, como masón, sería más bien teísta, digo yo-, encargó que, al morir, lo enterrasen en el jardín del palacio, junto con sus perros, sus caballos y -al parecer- su primer novio, voluntad que el meapilas de su sobrino y sucesor contrarió. Hasta 1991 no se cumplió su voluntad, y allí pude inclinarme ante su tumba, identificada con una única inscripción: "Friedrich der Gross", el Grande..., qué menos para el Rey Filósofo.


Federico, entre perros y caballos...


Junto al palacio de Sans Souci, con sus aspecto de tarta de nata y limón, un molino de viento: de allí procede la deliciosa historia del Molinero de Sans Souci; tan bien relatada por Bertold Brecht: el rey pretendía hacer derribar el molino, que le fastidiaba, por las vistas o por el ruido, ya no recuerdo bien: el molinero lo llevó a juicio, ¡y ganó!, haciéndole exclamar: "¡Aún quedan jueces en Prusia...!" Para los que muchas veces generalizan sobre el viejo estado prusiano, padre de Alemania, bueno es recordar que ya funcionaba como Estado de Derecho en tan temprana época, antes de la Revolución Francesa... cuántas veces, ante esos espectáculos edificantes de prohombres entrando en el coche camuflado de la Guardia Civil con una mano en la coronilla, para que no se den con la portezuela,  que ahora pretenden ocultarnos, repito para mí mismo... "¡Aún quedan jueces en Prusia!"



Dejemos al Havel, cruzado ya Potsdam, buscar el Elba, al que he visto lamer las piedras mártires de Dresden, y fluir hacia el mar en Hamburgo... ¡queda mucho que ver en Berlín...!