jueves, 24 de marzo de 2016

El Tigre, un Buenos Aires diferente.


Por si no andábamos saturados de Naturaleza, utilizamos uno de nuestros días en Buenos Aires para visitar un lugar insólito y plenamente natural; El Tigre.





El Río de la Plata es el estuario del Paraná; pero, muchos kilómetros antes, el gran río que drena las aguas de una porción importante de Sudamérica forma un intrincado delta; allí confluyen aguas de los Andes, del Mato Grosso, del Pantanal, de los Esteros de Iberá… sobre parte de ese delta se ha asentado una muy curiosa población anfibia, El Tigre, que es, al mismo tiempo, reserva ecológica, lugar de recreo de la población bonaerense, segunda -o primera- residencia reciente de gentes amantes de vivir en contacto con la Naturaleza y, por lo que veremos, asentamiento permanente de una población más o menos autóctona -de unos cincuenta años, pongo por caso, que en estas tierras ya está cerca de la Edad Media-, de formas de vida también anfibias, a caballo entre el agua y la tierra. No soy animal de deltas, lo confieso, aunque he visitado muchos marjales y lagunas en busca siempre de pajaritos. Me gusta, como en mi casa de Boltaña. sentir bajo mis pies la roca viva, anclado en la rallera; pero haremos una excepción más...






Nuestro viaje comienza en la estación bonaerense de El Retiro, una imponente estructura de hierro y cristal, ejemplo de las similares que pueden encontrarse en París, Madrid… o Barcelona, a cuya Estación de Francia me recuerda poderosamente… como todo gran país, Argentina se construyó a lo largo de sus líneas férreas, que pusieron tierras lejanas al alcance del comercio, la industria y -¿por qué no decirlo? el Poder… como todo gran país que cayó en manos de mentalidades radicalmente liberales, en el mal sentido de la palabra, Argentina vió desaparecer la mayoría de sus líneas férreas, por poco rentables… aún me sublevo ante las visiones cortoplacistas y miopes, que juzgan la viabilidad de un ferrocarril por los ingresos que se obtienen vendiendo billetes, y de esos tengo muchos por mi tierra, y ya no hablemos de quienes despotrican contra las líneas de Alta Velocidad, olvidando que sustituyen tendidos de principios del Siglo XX… ahora parece que hay una cierta tendencia a recuperar, en Argentina, líneas años atrás cerradas; me alegro por ellos, sabia decisión…



De todas maneras, no es el caso de la Línea Mitre, por la que vamos a transitar, que se ha transformado en una línea de cercanías que da servicio a la zona noroeste de la conurbación bonaerense: cuando comentamos que vamos a ir a El Tigre, nos contestan que así podremos probar los nuevos trenes chinos, que són generalmente alabados por su rapidez y comodidad: lo comprobamos personalmente; son trenes muy modernos, cómodos, y están muy limpios y bien conservados… confío en que sigan así mucho tiempo. Tienen ese no se qué del diseño chino, siempre con un poquito más de plástico de lo estrictamente necesario, siempre con algún cromadito que rechina, pero, en conjunto, unos muy buenos trenes. Incluso con detalles curiosos, como unos “Soportes isquiolumbares” en las zonas destinadas a viajeros de pie, que supongo que los que padecen de dolores en la espalda agradecen mucho.

Indefectiblemente, esa parte de la realidad social que el viajero intuye, pero no ve, nos salta enseguida encima: al arrancar de la estación, a nuestra izquierda veremos los altos edificios de Palermo, el verde y bien cuidado hipódromo… y, a la derecha, una de las “Villas” más miserables de Buenos Aires; “Villas” son barriadas enteras, algunas con muchos miles de habitantes, de infraviviendas: recuerdo perfectamente las barriadas de barracas que había en Barcelona en mi infancia y juventud, y he tenido también la oportunidad -desagradable, por qué no decirlo, pero no tenemos derecho a mirar a otro lado, hay que aguantarse, y afrontar la realidad cara a cara- de rodear Kybera, en Nairobi, una de las mayores de África… esta “Villa” la vemos a distancia, pero impone; parecen predominar las viviendas autoconstruídas, de dos y hasta tres pisos, coronadas por depósitos de agua de plástico y antenas de televisión de todos tipos… como si fuese un embajador de su mundo, tan distante del nuestro, ha subido al tren un hombre de edad indefinida, pero que parece jóven; camisa abierta y desgarrada, cabellos encrespados, que no han visto el agua en meses, y pantalones remangados sobre unos flacos tobillos donde, me apostaría algo, aparecerán las marcas de los pinchazos… pasa a nuestro lado, sin mirarnos, lo miramos de reojo… ya me han contado que atraviesan por un serio problema de drogas; se venden, sobre todo, las más baratas y letales, las que hacen estragos entre la población con menos recursos, de todo orden… me temo que estoy llegando a la edad en que empiezo a reconocer que yo, estrictamente yo, no tengo todas las soluciones… me queda, eso sí, la rebeldía, y la esperanza de que otros más jóvenes y más fuertes den con ellas o, por lo menos, las busquen…






El tren atraviesa ahora una serie de pequeñas ciudades, un rosario de casitas de muy variados estilos, más opulentas unas, más sencillas las otras… parecen, desde la relativa velocidad del tren, lugares agradables para vivir; muchos serán los que nos comenten que prefieren esas pequeñas localidades a la vida en Buenos Aires: el sueño de la mayoría es una casita con jardín donde, los festivos, poderse reunir con los amigos y armar -se “arman” muchas cosas en Argentina- el asadito… lo comprendo plenamente, era el sueño de la menestralía catalana, que tan bién supo resumir su líder y profeta, Francesc Macià: “La caseta y l’hortet”, y que no se ha llegado a cumplir, para una parte importante de la población, hasta que el boom del ladrillo transformó segundos y terceros cinturones de nuestras ciudades en una constelación de pareados, adosados y grandes superficies comerciales, la “ciudad difusa” de la que abominan los urbanistas…

Mientras tanto, en el tren siguen pasando cosas: hay un desfile contínuo de vendedores; de “masitas” -una pareja, de aspecto andino; insisten en que las han hecho ellos mismos-, de turrones -barritas pequeñas, de maní-, de linternas, muy bien recibidas (durante el verano, por los aires acondicionados, menudean los cortes de fluído eléctrico; parece que la capacidad de generación está bastante al límite…-) Pasa un niño pequeño, muy pequeño… no vende nada, solo pide…



El tren está llegando ya a El Tigre, y descubro, sorprendido, una ciudad con amplias avenidas y casas de varios pisos, bien urbanizada, abierta a su puerto fluvial, donde embarcaremos en un pequeño buque que nos conducirá a Tres Bocas, nuestro destino final.




No puedo apartar la mirada, hipnotizado, de las aguas de estos brazos de río… estoy acostumbrado a ver aguas turbias en los ríos de Sobrarbe, cuando las tormentas de Agosto arrastran la tierra a los cauces, pero aquí son de un pardo rojizo oscuro, casi negras, a veces, según el ángulo con que las miras… aguas perezosas -casi no se vé corriente-, lentas, de profundidad desconocida… hoy está nublado y amenaza lluvia pero, en días buenos de verano, me cuentan que la gente se baña en ellas… no lo haría yo, por cierto… me baño en el Ara cuando baja revuelto, pero allí solo hay truchas, culebretas y, ahora -¡bendita sea!- una nutria… aquí no tengo ni idea, pero me pongo en lo peor… he leído avisos de que las lluvias en la parte alta de la cuenca han llenado las orillas y las plantas que flotan en el río de víboras venenosas… pero no es solo eso… sospecho yacarés, pirañas, incluso el bichito ese, el candirú, que, según la leyenda, va siguiendo el rastro del pipí y sube, sube… “El pez del Pito”, le llaman… busco en gúgel y parece ser que si, que hay algún caso documentado, hasta con radiografías… ¡Como para bañarse ahí…!




Además, ni falta que hace: en la “boletería” de la barca he visto que hay una amplia oferta de “recreos”, instalaciones donde, por precios muy razonables, puedes pasar el día, comerte un asadito, y bañarte en una “pileta” -una piscina-, sin miedo al candirú… más adelante descubriré que hay “recreos” sociales -de clubs muy variados-, e incluso… de sindicatos: pasamos junto al del Sindicato de “Luz y Fuerza”, donde se recuerda a uno se sus compañeros, caído, no sé en qué contienda… silenciosamente, me uno al recuerdo…



Después de un breve recorrido y varias paradas intermedias, llegamos a nuestro destino: ya no es el ancho brazo fluvial por el que nos hemos movido; ahora es un mundo de pequeños canales, rodeados de casas construídas sobre pilonas, por si las crecidas; alguna de ellas, bellísimas, por cierto… un cartel nos solicita que “respetemos la tranquila vida de los isleños”; nada más lejos de mi ánimo que perturbarla… hay una gasolinera flotante, y a ella acuden a repostar desde muchachos con su fastuosa moto acuática hasta personas de aspecto muy sencillito, con su camiseta imperio, en lanchas bastante baqueteadas; es una comunidad como las demás, en un medio distinto… tiene su iglesia y su escuela, ante la que esperan unas niñas, hablamos con ellas; al parecer, preparan sus exámenes de septiembre, que allí son de marzo, claro. Otros carteles, no tan tranquilizadores, nos previenen de las diversas enfermedades que nos pueden transmitir los picotazos de los mosquitos… cada vez más, por cierto…






Llegamos ya al restaurante que hemos elegido; un lugar agradabilísmimo, bajo frondosos árboles; la variedad de la vegetación me tiene impresionado; hay, literalmente, de todo; desde araucarias a palmeras, pasando por variadísima vegetaciñón de ribera, que son -o parecen ser- sauces llorones… pero lo que más me llaman la atención son los cipreses de pantano, que yo asociaba al Delta del Mississipi… casi esperas ver aparecer entre ellos el esclavo cimarrón, con sus grilletes rotos en los tobillos, seguido por la turba de white trash, borrachos como cubas de bourbon casero, armados con sus escopetas del 12…



Consultamos la carta, y yo me voy por lo seguro; bife de chorizo y una botella de litro de cerveza Quilmes, que me sirven dentro de una practiquísima funda de porispán, para evitar que se caliente:  Blanca y Marc piden “asado”, así, en genérico, y verduras también hechas a la brasa: el bife de chorizo está, sencillamente, imponente; me han hecho caso y lo han dejado jugoso… una delicia de comida.



Paseamos por la orilla de los canales, disfruto también viendo los distintos pájaros, que me cuesta identificar…  entretenido con los pajaritos, no miro al suelo, meto un pie en un agujero, y me doy una leche importante. Por suerte, caigo en seco y evito ir de cabeza a las turbias aguas donde me aguardan, impacientes, el yacaré, la piraña y el candirú.



Ahora bordeamos el canal principal, donde hay una actividad increíble: pasan barcos de transporte -uno cargado de maderos hasta bastante por encima de la borda-, vemos una ambulancia fluvial, un barco de la Prefectura Naval… nuestro barco de vuelta, tarda: entretenemos la espera hablando con una pareja que nos despista; por su aspecto, parecen mochileros bregados, pero, cuando empiezan a hablar, no dicen más que tonterías… son bretones, llevan días viajando por Argentina, cero de castellano, la comida no les ha gustado, los alojamientos incómodos… quizás han tenido malas experiencias, pero me parece detectar a esa gente tóxica, que siempre encuentra excusas para quejarse de todo… aprovechamos que llega el barco, bonsoir, y al otro extremo…



Hemos tenido suerte: las nubes, cada vez más amenazadoras, no han descargado la tormenta que todo hacía presagiar: tenemos el tiempo justo para volver a Buenos Aires, ir al hotel y cambiarnos para la divertidísima cena que nos espera, en casa de nuestra amiga Laura…












lunes, 21 de marzo de 2016

El Paine, en tierras de Chile





 Nuestra última excursión, en tierras australes, nos lleva al país vecino, Chile, y a un nuevo Parque Nacional; el del Paine.









Una vez más, el ritual de ser recogidos, a primeras horas de la mañana, en el hotel, por un microbús… pero hoy los viajeros han cambiado; somos, seguramente, los mayores de la expedición, y hay muchos extranjeros; veo varios orientales, e incluso una chica islandesa con un curioso gorrito de lana, debe ser algo típico, se lo preguntaré a mi amigo Haldor… además, nos comunican que nos van a transbordar al vehículo en que realizaremos la excursión; cuando lo veo, alucino… es un camión Mercedes todoterreno, de esos que ves en el París-Dakar, al que han adaptado una cabina de autocar: todo superreforzado, con barras antivuelco y cinturones de seguridad de verdad, de esos que hay que llevar abrochados… en la trasera, una aterradora cantidad de ruedas de repuesto y cosas de uso desconocidos… todo huele a aventura, ¡guau…!



El guía también es distinto; es chileno: ¿cómo lo sé, antes de que nos lo diga…? Muy sencillo; lleva una camiseta con la bandera de Chile, el acento es diferente, aunque no mucho, y hablará en todo el viaje, más o menos, lo que los otros guías en la primera hora… un chico amable, correcto, bien preparado, como todos los que hemos tenido, pero con una estrategia comunicativa ni mejor ni peor; distinta…

Arrancamos por carretera, a través de la pampa fría y seca que ya empezamos a conocer, pero pronto la abandonaremos y entraremos en una pista de ripio: en Invierno tendríamos que seguir hasta la ciudad fronteriza y minera de Rio Turbio para entrar en Chile, pero en verano se habilita un paso fronterizo que permite acortar considerablemente el viaje pero, eso sí, obliga a abandonar el asfalto: el camión-autocar está dotado de un ingenioso sistema -unos latiguillos metálicos que ya había visto en otros vehículos- que permite variar la presión de los neumáticos en marcha y desde el puesto del conductor. Invento argentino, nos dicen, como el bolígrafo -el Birone-, eso ya lo sabía… parece efectivo porque, aun sobre el ripio, la marcha es bastante confortable.

A unas dos horas de El Calafate, llegamos al puesto fronterizo argentino: esto no es una frontera de las que, hasta ahora, estábamos acostumbrados a cruzar en la Europa feliz de Schengen, antes de la oleada de xenofobia, xenomiedo y etnoegoísmo que nos azota: esto es una frontera entre dos estados que ahora conviven bien, pero no dejan de mirarse de reojo… hay que presentar los documentos a la Gendarmería argentina -el guía se ocupa de los “extranjeros”, gracias por la gauchada- y, a continuación, atravesamos los cientos de metros que nos quedan hasta la aduana chilena.

Pensaba yo que la frontera coincidiría con algún accidente geográfico, algún puerto de montaña… nada de eso, la misma pampa inmensa a lado y lado de la frontera… los carteles hablan del “Río de Don Guillermo” -¡qué nombre tan familiar, en un lugar tan alejado…!-, pero yo no veo ni río, ni cosa que se le parezca…



Frente al bonito edificio de la Aduana Chilena, de clara influencia inglesa, como muchos que hemos visto por la Patagonia,  todos a tierra y en columna de a uno: hay que pasar ante la Oficina de Emigración; todo se pega, menos la hermosura, y las policías del Mundo Mundial están adoptando los modales y los procedimientos de la “Migra” yanqui… foto mirando a la camarita, decir a donde vas… (todos ponemos; “Lugar de residencia: Paine”)… Pero aquí hay un elemento innovador: Chile tiene absolutamente prohibida la entrada de productos vegetales y animales: ya nos ha avisado el guía; si lleváis algo de fruta, comérosla en el autocar… un cartel con un simpático perrito nos invita a declarar cualquier cosa y, una vez dentro de la aduana, el perrito en persona nos va olfateando a la búsqueda de duraznos, zapallitos, choripanes y salames… se encariña de la mochila de dos jóvenes que, muy corridos, confiesan que habían traído fruta, pero ya se la han comido… el perro juguetea con su monitor, como un cachorro, pero, de vez en cuando, le debe llegar el olor, o el sentido del deber, su honrilla de funcionario, y vuelve a la mochila de los jóvenes, saltando a su alrededor… luego, los equipajes pasan por un escaner… prueba de la racionalidad que tantas veces acompaña a la acción administrativa -¡qué me van a contar a mí!- es que, mientras tanto, en nuestro autocamión o lo que sea nos esperan las bolsas de la “vianda” que nos ha preparado la agencia, en las que, por supuesto, hay productos vegetales y animales, no nos van a alimentar con píldoras, como a los astronautas… en fín…







¿Qué pienso al entrar en Chile…? el zurdo sentimental que anida en mí no puede apartar su mente del recuerdo de Salvador en La Moneda, con su jersey, de Víctor en el Estadio, sus manos… de Pablo en su Isla Negra… no estoy pisando sus calles nuevamente, porque aquí no hay calles, pero si su tierra… suerte que, en la aduana, he saludado el retrato de su Presidenta, Michelle Bachelet, señora a la que admiro por -creo yo- seria y conciliadora, y no deseo a los hermanos chilenos otra cosa que paz en su hermoso país.



Hermoso, pero no demasiado cómodo: hemos cruzado la frontera, y los indicadores de carreteras nos dicen que estamos muy cerca de Puerto Natales, en el Pacífico: me cuentan que, por debajo de Puerto Montt, el territorio chileno está partido por los fiordos a los que llegan los glaciares que se desprenden del Campo de Hielo; no hay comunicación por carretera: recuerdo como una alcaldesa chilena me contaba que, para llegar de su pueblo a la capital de su Región -Chile está dividido en Regiones, numeradas, y te dicen que viven en Región IX, como los franceses te dicen el número de su Departamento- le hacían falta unas veinte horas en ferry… supongo que la sensación debe ser parecida a lo que era, de pequeños y en vacaciones, compartir cama con mi hermano Ricardo, decididamente expansionista; toda la noche en el borde del colchón y, a veces, me llegaba a caer… Y, encima, con terremotos…

Superadas las formalidades aduaneras, y reconciliado con mis fantasmas familiares, corremos ahora por esa pampa que es prácticamente igual que la de la Patagonia argentina, pero empiezan a verse algunos árboles, señal de que la precipitación es mayor. También hay -o así me lo parece a mí- muchos más guanacos; el camión se detiene junto a un grupo numeroso, para que podamos bajar e “interactuar” con ellos, que no se espantan ni un pelo, y siguen pastando coirones, totalmente a su bola: ya nos han avisado de que, si les molestas, te escupen a la cara una baba bastante asquerosa, y que, entre ellos, cuando se pelean por un harén de guanacas, tienen la agradable costumbre de intentar castrar a sus adversarios… para eliminar la competencia, claro… Motivos todos más que suficientes para hacer las fotos a cierta distancia, para eso llevo un superzoom, para que ni me escupan ni me capen los guanacos…






Pero ya se acerca el momento… unos kilómetros más adelante, nos detenemos a la vista de una enorme laguna, la Laguna Azul- y al fondo, impresionante, el Macizo del Paine.






Al igual que el Fitz-Roy, el Paine está en los Andes, pero no es los Andes; es otro macizo granítico, surgido de las entrañas de la Tierra en fecha muy posterior a la aparición de la Cordillera; también en éste caso arranca desde el Campo de Hielo Patagónico, y su altura es moderada, otra vez estamos ante Tresmiles, pero tresmiles que arrancan casi desde la misma línea de costa… tiene el Paine dos formaciones famosas: las Torres -que son las que estamos viendo desde aquí, medio veladas por las nubes- , torreones macizos que a mí me recuerdan mucho el Naranjo de Bulnes, que solo he podido ver, como ahora, desde lejos y nublado- y los Cuernos, de los que podremos disfrutar -disfrutar de los cuernos, ¡vaya!- a lo largo del día, y desde mucho más cerca.





Estando allí, admirando por primera vez el Paine, el cóndor pasa… me las prometía yo muy felices: dicen que abundan, una rapaz necrófaga, se tirará horas colgado en las térmicas, como nuestros buitres, y lo podré ver a gusto… ¿Pero qué térmicas, infeliz, con el viento que sopla aquí…? el cóndor vuela como puede, a lomos del viento que le despeina las plumas, en Casa Pacha Mama, es decir, muy, muy alto… intenta describir círculos, como sus colegas eurasiáticos y africanos, pero allí arriba, y lo ves,  claro que lo ves, incluso distingo su moñete y su collar blanco, pero de eso a fotografiarlo bien… por lo menos disfruto mirándolo, veremos varios a lo largo del día, pero siempre muy altos…



Una vez más, al camión, y ahora ya nos encaminamos directamente al coloso; cada vez más cerca, hasta llegar a un lugar increible, al borde del precipicio donde, muchos metros abajo, el rio Paine se despeña en una cascada espectacular; allí hacemos un breve alto para comernos la “vianda” que ha superado los trámites aduaneros; un emparedado, una empanada -¡cómo estoy disfrutando, con lo que me gustan las enpanadas!...- y unos alfajores… sujetándolo todo con dos manos, porque el viento está arreciando…






Desde allí, entramos ya en el Parque Nacional de las Torres del Paine: es un territorio extrañamente vírgen, pese a que su buena infraestructura de caminos y refugios permite la circunvalación de todo el macizo, si tienes unos cuantos días y fuelle para afrontarlo; pero, en todo momento, no pierdes en contacto con la fuerza de la Naturaleza, que te recuerda, a cada momento, con un vendaval importante… ahora nos dirigimos hacia el Mirador de las Torres -que siguen casi cubiertas por las nubes, último baño en kilómetros- para, después, enfilar una larga loma, entre dos lagos a cual más bellos: a la derecha, el Nordenskjöld, glaciar, de aguas verde turbio; a la izquierda, el Sarmiento de Gamboa, de aguas filtradas desde el subsuelo, y de un azul cegador… ignoro quien fue Nordenskjöld, al que supongo persona de grandes merecimientos, pero si sé algo de Sarmiento: al parecer, pontevedrés, como nuestro Presidente en Funciones; descubridor, geógrafo y -cosa menos sabida- astrólogo, nigromante -es decir, practicante de la Magia Negra- y condenado en su día por la Inquisición por haber organizado un Auto de Fé en plan de cachondeo… bien orgulloso puede llevar su nombre un buque oceanográfico de la Armada Española, el personaje se lo merece…






Desde este punto, la visión de los Cuernos del Paine, allí mismo, apabulla; su silueta recuerda cosas: el Pedraforca, en Cataluña, el Midi d’Ossau… a través de la “uve” de los cuernos, se abre un mundo frío y distante, un anfiteatro de agujas graníticas, con los pies en el hielo… a su izquierda, la Cabeza del Indio, y, detrás, otras agujas más, la Aleta del Tiburón… y, cerrando el panorama por la izquierda, el Paine Grande, el “Tresmil”, cubierta su cima por las nubes… nos hemos detenido para iniciar una pequeña excursión de una hora, ida y vuelta, que debía conducirnos a un mirador sobre el lago y los Cuernos; nos ponemos en camino pero, al llegar al lugar más expuesto, el vendaval arrecia; una de las muchachas orientales, la más delgadita, está a un pelo de salir volando… nuestro guía ya nos había avisado; en caso de ver que estáis a punto de caeros, sentaos en el suelo... pero ahora nos convoca y nos dice que el riesgo es alto y, total, los Cuernos ya los estamos viendo perfectamente: media vuelta, y al camión… a cambio, nos detendremos de nuevo para contemplar uno de los espectáculos más bellos del parque; por un estrecho cañón rocoso, las aguas del Nordenskjöl se precipitan hacia el Lago Pehoé; es el Gran Salto, mezcla de catarata y rápidos vertiginosos, rodeados de brumas irisadas por el sol.














El camino sigue ya la orilla del Lago Pehoé; pasaremos junto al puente de madera que conduce a un delicioso hostal, el primer establecimiento hotelero que se construyó en la zona, y después veremos uno nuevo, dice el guía que caro y lujosísimo, pero sin el encanto natural del anterior… cae la tarde, estamos ya cerca de la salida del Parque, pero aún nos detendremos una vez más, para admirar el escenario que componen el macizo y el lago… unas imágenes inolvidables.







El camino de vuelta, después de contemplar tanta belleza, es triste y silencioso: más en nuestro caso, ya que nos estamos despidiendo de ese Sur que, en pocos días, tan profundamente ha calado en nosotros; mañana, Domingo, pasearemos por El Calafate, de tienda en tienda, disfrutando de esa extraña ciudad de pioneros donde -según nos contaba nuestra guía Virginia-, casi nadie ha nacido, pero son muchos los que se están labrando una vida nueva… dicen que en su despegue ha jugado un papel importante la dinastía de los Kirchner: el hotel más imponente es propiedad de un hijo de la Expresidenta, y afirman que no es infrecuente encontrársela por la Costanera, paseando un perrito… es, en todo caso, una ciudad a medio hacer, donde de las avenidas iluminadas y llenas de tiendas -en una de ellas me compro un cinturón adornado con hermosos bordados andinos, un capricho carito, de un cuero recio pero que se te desliza, suave, entre los dedos…- arrancan calles empinadas y sin asfaltar , rodeadas de casitas prefabricadas y hostales de mochileros… pero comprendo perfectamente el impulso que lleva a muchos jóvenes a construir allí su hogar, abierto a los vientos, a las vistas sobre el Lago Argentino, a los lejanos cerros nevados sobre la pampa sin fín… y -como, ¡al fín! me sucede a mí, en aquella última noche, fría como todas, pero limpia y estrellada-  pueden ver, brillando sobre sus cabezas, marcándoles el camino a otros, y diciéndoles a ellos que ya han llegado, la Cruz del Sur.


jueves, 17 de marzo de 2016

Miles y miles de turistas no pueden equivocarse...

Si, señoras y señores, esa es la esencia de la Democracia: la gente, en líneas  generales, sabe lo que es bueno. O, dicho en negativo, recordemos la castiza frase: "Ningún bobo se chafa los c...."; ¿A donde van los turistas...? A lugares bellísimos, únicos, espectaculares... he estado en Venecia y en Florencia; hasta arriba de gente, pero sitios inigualables, mágicos. Incluso la Sagrada Familia, que no es santo de mi devoción, confieso que bien merece una visita. Tengo mis reservas sobre la otra gran atracción turística de mi ciudad; el Estadio del Barça y su fastuoso Museo, pero eso ya son rarezas mías...



Perito Moreno es universalmente reconocido como un "must", un sitio que, si puedes, no te debes perder; miles y miles de turistas cumplen, anualmente, con el rito de acercarse y admirarse ante su deslumbrante -en más de un sentido- belleza... Perito Moreno une a la hermosura fría, distante y hostil, de un glaciar, la inmediatez que supone su fácil acceso, e incluso su localización, estratégicamente situado frente a una península montañosa, que facilita su visión desde ángulos difícilmente alcanzables en otros casos, y estoy pensando en el Viedma, escondido y a tomar vientos...

Pero es que, además, el Glaciar Perito Moreno, a parte de ser bello, "hace" cosas; en un rato delante suyo, fácil es que puedas contemplar -o, por lo menos, oír- algún desprendimiento... y, de vez en cuando, pongamos cada cuatro años, regala un espectáculo difícilmente comparable: su rotura.





Venid conmigo a lo alto de su mirador, y os lo explico en dos patadas: intentad mirar las dos fotos a la vez: como veis, el glaciar avanza, en forma más o menos de "V", con su punta dirigida hacia las rocas de la Península de Magallanes, que es desde donde ahora lo contemplamos; cuando la lengua del glaciar choca con la roca, literalmente se monta encima suyo; es esa zona caótica y algo guarra que vemos en el centro, a la derecha de la primera foto, a la izquierda de la segunda. Así ha dejado el Lago Argentino dividido en dos partes; a la derecha, el brazo principal, alimentado por las aguas de fusión de otros glaciares más, aparte del Perito Moreno, es el que baña las orillas de El Calafate: a la izquierda, el Brazo Rico, queda aislado. Son lagos muy profundos, doscientos o trescientos metros… para los que conoceis Pineta, pongo por caso, como si el valle embalsase agua hasta el umbral de Lalarri.



A partir de ese momento, y por el principio de los vasos incomunicantes, cada brazo va a su bola; el Brazo Principal parece que, este año, está a un nivel muy alto, e incluso hemos visto como inunda zonas bajas cerca de El Calafate; el Brazo Rico va embalsando agua por encima del nivel del Principal; esas aguas van excavando una oquedad en la pared de hielo; se forma así “La Cueva”; cuando la cueva, transformada en túnel, perfora toda la punta del glacial, el agua del Brazo Rico se precipita, tumultuosa, hacia el Brazo Principal; su paso arrastra las paredes, las debilita, se transforma, efímeramente, en puente, pero los pilares erosionados no aguantan, y se derrumban…las aguas arrastran el hielo hacia el Canal de los Témpanos, ambos brazos quedan de nuevo comunicados, fin del ciclo, a esperar tres o cuatro años más…



Todo eso nos lo va contando el guía, en el relativamente breve -setenta kilómetros nada más- viaje desde El Calafate; hemos vuelto a coincidir con nuestros amigos argentinos de ayer, Cecy y su grupo… cruzamos una buena extensión de pampa seca, una zona de bosque de lengas y ñires y, de repente…. ¡Ohhhhh!: desde un mirador podemos contemplar, en toda su belleza, el lado Sur del glaciar… sus hielos brillan, hermosos, bajo el radiante Sol de ese día, y nos disponemos a embarcar en el pequeño buque que nos permitirá acercarnos lo más posible a su base.




Apenas si sopla el viento -cosa milagrosa-, y la navegación es muy agradable; nos dirigimos hacia las paredes, de más de treinta metros de altura… coronadas de almenas puntiagudas, auténticos cuchillos, sus grietas, a través de las cuales se filtra el sol, dejan ver toda la increíble paleta de colores del hielo, desde el blanco más puro al verde esmeralda, pasando por todos los tonos del azul… también se ven venas oscuras; no muy lejos de aquí, en territorio chileno, un volcán ha estado dando por saco recientemente, de ahí pueden venir las cenizas… o del también reciente incendio que destruyó parte de la infraestructura hostelera de la península, entre otras cosas, más de sesenta váteres, ya os podéis imaginar el caos que puede originar eso…






En la esquina izquierda del glaciar, vemos varios “gomones” -“Zodiacs”, diríamos nosotros-. que han desembarcado a los privilegiados -menores de sesenta años, quiero decir- que han contratado un trekking por el hielo; calzados con crampones, suben y bajan por el glaciar, y luego les invitan a un vasito de wisky con un cubito de hielo de ni se sabe de cientos de años, que me tomaría muy a gusto… por lo menos, puedo verlos desde abajo; parecen un desfile de hormigas, o los enanitos de Blancanieves, más adecuado aún al tema que nos ocupa…



Ahora enfilamos hacia el lado opuesto, donde ya se ha formado “La Cueva”; nuestros guías dicen que sí, que técnicamente hablando, se ha iniciado ya el proceso de rotura, pero que ellos lo ven muy verde… hoy es veintitrés de Febrero, fecha difícil de olvidar; el diez de Marzo, a las once de la mañana, ante más de dos mil afortunados, las aguas se abrirán paso hacia el Canal de los Témpanos, y Perito Moreno quedará roto, hasta que vuelva a cerrarse y romperse de nuevo, dentro de tres o cuatro años más… YouTube está lleno de videos sobre el fenómeno, que me envían también algunos amigos argentinos… me sabe mal relativamente hablando, bastante feliz he sido pudiendo verlo, tampoco hay que pedir demasiadas cosas a la Vida… el periódico “La Nación” aprovecha para preguntarse si hay que hablar de “Rotura” o de “Ruptura”; según la RAE, rotura es lo adecuado para cuerpos sólidos, mientras ruptura se aplica a las relaciones entre humanos… pero el Poeta que todo Argentino lleva dentro concluye que bien puede hablarse de la “ruptura” de las profundas relaciones establecidas entre el glaciar y la península… lindo, y cierto.




Desembarcamos, y de nuevo en el minibús -¿o cabe hablar de “minicolectivo”?- nos dirigimos ahora a la entrada de los miradores de la península; compramos “vianda” -lo que llamaríamos en Castellano peninsular “picnic”-, subimos a la cumbre de la península, y allí tenemos a nuestra disposición cinco kilómetros de “pasarelas”, de metal, perfectamente estudiadas, que nos permitirán, cruzando un hermoso bosque, contemplar hipnotizados la belleza de la otra rama del glaciar, la que se abre al Brazo Principal del Lago Argentino: nos detenemos en sus numerosos miradores, donde grupos de personas aguardan para presenciar algún desprendimiento; los hay que apuestan por determinados bloques o láminas, que ya parecen casi separadas de la pared, pero que muestran una decidida voluntad de permanecer allí: cuando las estás mirando… ¡Broooommm!, un fragmento se desprende en el otro extremo del glaciar, y ves la nube de hielo en polvo que levanta su caída, y las ondas en el agua allá donde se ha producido el impacto…




El tiempo apremia, hemos de regresar al Estacionamiento -lo que en Castellano peninsuar llamamos “Parking”-… mirando hacia atrás, como la mujer de Lot, para no perdernos los últimos destellos de belleza, recorremos casi corriendo los últimos cientos de metros; el Sol empieza a velarse con una fina capa de nubes, y las sombras de la tarde comienzan a avanzar sobre los hielos del glaciar…








Hacemos el viaje de vuelta casi en silencio, abrumados por tanta belleza como hemos absorbido… no sabemos que, al llegar a nuestro hotel, hay dias afortunados, nos espera una nueva maravilla; se ha formado un hermoso perihelio, el más grande que he visto en mi vida…






Un día tan redondo tenía que terminar por todo lo alto; nuestros amigos argentinos nos han invitado a unirnos a su grupo para probar el Cordero Patagónico: como buen mediosobrarbense, he comido cordero por toneladas y, además, me habían prevenido contra el cordero patagónico: “Lo encontrarás seco”, me habían dicho… ¡Inexacto! lo veo asarse lentamente, horas y horas debe llevar ahí, espetado ante el fuego, en La Tablita, el asador que han elegido nuestros amigos, y llega a la mesa en una pequeña hornilla: lo encuentro tierno, sabroso, jugoso, sin pizca de grasa, una maravilla… la agradable conversación con nuestros nuevos amigos, las botellas de magnífico vino argentino que tumbamos, el helado de calafate que pido, para ver si se cumple el dicho y vuelvo alguna vez a estas benditas tierras, cierran una velada inolvidable.