miércoles, 29 de julio de 2015

El Convento de los Dos Frailes

No faltan quienes, aquí y en la lejana China, muestran su extrañeza ante mi felicidad por poder entrar -como fugaz visitante- en algo tan ajeno a mis aficiones conocidas como un convento de la Orden de Predicadores: todo -casi todo- tiene una explicación racional...






Para mí, en primer lugar, el Convento de San Marcos, en Florencia, es el lugar donde vivió largos años y pintó algunas de sus obras más conocidas Fra Angélico: su pìntura, que marca una clara transición desde la estética gótica hacia la nueva sensibilidad renacentista, ha tenido una impensable relación con mi biografía personal, que bien merece una explicación:

Entre los cinco y los once años -una etapa crucial en la vida de todo niño- fui alumno de una institución educativa muy especial: L'Antiga Escola del Mar, del Ayuntamiento de Barcelona. La Escola del Mar era una de las pocas experiencias de la rica tradicíón de renovación pedagógica de anteguerra que había conseguido sobrevivir, y había resurgido, en este caso literalmente, de sus cenizas -el primer edificio de la Escola, en la Barceloneta, fue reducido a pavesas por un proyectil de la Marina italiana-, y mi estancia allí dejó profundas huellas en mi carácter y mi formación que bien merecen ser relatadas con más detalle, y me prometo a mí mismo hacerlo en otra ocasión.

Había en la Escola del Mar una decidida apuesta por la formación cultural y artística de sus alumnos, que se traducía no solo en la importancia dada a las actividades como la biblioteca -una hora diaria de lectura libre de textos elegidos por el propio alumno-, la expresión oral y escrita, la educación musical... sino también en detalles tales como bautizar las clases con nombres relacionados con la Cultura: así, cuando falleció, en 1958, Juan Ramón Jiménez, la clase a la que yo pertenecía ese curso pasó a llamarse "Platero", y dedicamos buena parte de nuestro tiempo al estudio de los aspectos de la obra del poeta que pudiesen ser asimilados por niños de 9 años, que, en realidad, no eran demasiados...

Pues bien: saliendo de "Platero", las carreras escolares divergían: los alumnos que iban a realizar el examen de Ingreso de Bachillerato -y, por lo tanto, orientarse hacia una carrera universitaria o de grado medio -pasaban a "Garbí" -nombre de un viento, que llevaba la barca de la primitiva escuela de la playa- mientras que los destinados a obtener el Certificado de Estudios Primarios que, previsiblemente, finalizaría su periodo de estudios, pasaban a otra clase, llamada "Angélica", porque su aula se hallaba presidida por una reproducción de la Anunciación de Fra Angélico, sin que pueda precisar, por supuesto, si se trataba de la pintada al fresco en el convento florentino, la que posee el Museo del Prado, sobre tabla, o cualquiera de las otras versiones que pintó el fraile.

Hay aquí un punto oscuro, sobre el cual conservo recuerdos contradictorios: aunque, que yo recuerde, no había habido nunca ninguna duda sobre la voluntad de mis padres de que yo siguieses estudios universitarios, fui derivado a "Angélica"; siempre me ha preocupado dilucidar mi responsabilidad en ese error, y pienso que no comuniqué a mis padres, en el momento oportuno, que debían ponerse en contacto con mis profesores. Pero supone una injusticia conmigo mismo atribuirme todo el origen del error cuando, por mi edad, difícilmente se me podía responsabilizar de una decisión así; dejémoslo en que se produjo un malentendido que pagué, cuando finalmente me presenté al examen de ingreso, con un sonoro "suspenso".

De cualquier manera, pasé un curso admirando La Anunciación, y confieso que llegó a apasionarme, hasta el punto que, cada vez que paso por la Gran Vía barcelonesa y contemplo, cerca de la hoy proscrita Plaza de Toros, el atrio de una iglesia que recuerda la loggia donde Fra Angélico sitúa el episodio, la composición de la pintura vuelve vivamente a mi mente. En aquella época era yo un niño piadoso, pero no eran esos los sentimientos que me inspiraba, sino de mera compasión humana ante el destino de aquella pobre muchacha a la cual, sin más motivo aparente que el muy vago de pertenecer a la Casa de David, se le anunciaba, en extrañas circunstancias y por un ser alado, que iba a concebir sin varón, y a jugar un papel destacado en un drama también vagamente anunciado por los profetas, pero del cual- supongo que deducía ya en sus primeros momentos-  iba a sacar en claro, principalmente, habladurías primero, y un profundo dolor después. Todo un marronazo, diríamos ahora...

Presten atención a la valla del fondo... ¿Había un Leroy Merlin en Nazareth...?

La expresión lo dice todo...


El volteriano coñón que habita en mí no puede, de todas maneras, pasar por alto detalles como las policromadas alas del ángel, que causarían sensación en el Carnaval de Sitges, o incluso la suburbana valla de madera que cierra por detrás el panorama, ahorrando mucho trabajo al pintor... sin evitar revolotear hacia lo esencial del tema, la intervención fecundadora de un no menos alado Espíritu Santo, y recordar el comentario del japonés al que se explicaba el Misterio de la Santísima Trinidad: "Honrar padre, entiendo: honrar hijo, también entiendo; pero honrar pájaro..."

Pues allí estaba ante mi aquel bellísimo fresco, situado, de forma poco conveniente en mi opinión, justo al entrar en el piso donde se sitúan las celdas, al pie mismo de la escalera: hubiese preferido verlo al final, después de contemplar los otros frescos que decoran las celdas, en una gradación, un "crescendo" de belleza... A sus pies, un caballero de inequívoco acento británico, exponía su entusiástica interpretación de la obra a tres o cuatro personas, que le escuchaban arrobadas: disimuladamente, girando la oreja, me uní a ellas... poca gente más visitaba el Museo del Convento; otra pareja, me parece recordar, y estoy por decir que nadie más... ganas me entraron de volver a la inmensa cola de l'Accademia y gritar: "¡Seguidme, follow me and fuck the cola, and fuck the buitresa too..!"


Recorrí las celdas, contemplando pues los frescos restantes donde, por lo general, apreciaba rasgos mucho más elementales, sin la maravillosa profundidad que alcanza la mirada de la Virgen en la Anunciación. Blanca mostraba un entusiasmo perfectamente descriptible, e incluso llegó a negarse a entrar en alguna celda donde se representaba la Crucifixión, alegando que lo encontraba demasiado "gore" para su gusto... es curioso, pero no me había dado cuanta de que, en alguno de ellos, la sangre recorre todo el mástil de la Cruz, hasta formar un pequeño charquito a sus pies, de forma innecesaria porque del relato evangélico no se deduce tal efusión: al fin y al cabo, no fue degollado, vamos...  Blanca acusa los estragos de una enseñanza religiosa que, por lo que me cuenta, no estuvo exenta de episodios de absoluta falta de sensibilidad y de un acusado clasismo, imperdonable para su fundamental rectitud. Yo, que -nunca mejor dicho- no dejo de ser un vivalavirgen, tolero mucho mejor esos excesos... quizás con excesiva benevolencia, que tiene más que ver con mi espíritu indolente que con la auténtica bondad.









Y aquí entra en juego, precisamente, el otro monje cuyo espíritu atormentado y socarrado vagaba a mi lado por las salas y las celdas de San Marcos: no era otro que Girolamo Savonarola, dominico también, que vivió años allí, y allí predicó su particular cruzada moralizadora y regeneradora.

Savonarola era un hombre coherente y honesto: denunció, horrorizado, los pecados de una jerarquía eclesiástica absolutamente ajena a los valores evangélicos, y una sociedad que, nominalmente cristiana, vivía sumida en el lujo y la depravación: con su verbo encendido -dicho sea con perdón- arrastró a miles y miles de florentinos, que arrojaron del poder a los todopoderosos Medici, y establecieron ni más ni menos que una República Popular... sus seguidores encendían "Hogueras de las Vanidades", a las que arrojaban sus riquezas, vestidos, perfumes, objetos de arte... ¿os suena..? Por desgracia, la emprendió también con los sodomitas, las aficiones moralizantes no suelen conocer límites... recuerdo que el Voltaire evocado por Cortázar se lamentaba de que se hubiese perdido la memoria de qué hacían los gomorritas; decía que los sodomitas contaban con incontables seguidores de sus prácticas, que consideraban sumamente placenteras; quizás también los gomorritas hubiesen descubierto nuevas formas de placer, lamentablemente sumidas hoy en el olvido...

Savonarola se alió con el Rey de Francia que, bien mirado, tampoco debía de ser un santo, y se enfrentó con la familia Borgia: nuestros paisanos, que hoy consideraríamos, más que familia, "trama", lo intentaron por las buenas; el Papa Borgia ofreció a Savonarola el capelo cardenalicio, que el fraile rechazó indignado; cambiaron entonces de estrategia:  organizaron una revuelta popular entre los florentinos, los "Arrabbiati", que estaban hasta las narices de austeridad, y deseaban algunos lujillos y un poquito de sodomía, lo justo... Los "Arrabbiati" asaltaron el Convento de San Marcos, prendieron allí a Savonarola, y lo entregaron a la restaurada Justicia de la Signoría: fue torturado durante cuarenta días hasta que, con el único brazo que le dejaron sano, firmó todas las autoinculpaciones que le pusieron por delante; después, le dieron garrote vil, quemaron su cadáver en la Piazza de la Signoria, y arrojaron sus cenizas al Arno: finito!




Salgo del convento de los dos frailes meditando sobre vidas tan distintas: al final, del reformador queda un vago recuerdo, mientras aún podremos, durante muchos siglos, deleitarnos con la belleza que creó el pintor... no seré yo quien niegue la necesidad de afrontar los problemas sociales, al contrario, pero siempre con el extremo cuidado de no crear males mayores de los que pretendemos destruir... muy conservador he salido del convento, será que empiezo a tener hambre, y con hambre razono mal... vemos, en la misma plaza, un restaurante con buen aspecto, y hacia él dirigimos nuestros pasos...

No hay comentarios:

Publicar un comentario