lunes, 22 de enero de 2018

Paseando por la Nostalgia...

... ¡qué dulce sentimiento...!




Me pregunta hoy una vieja y querida amiga: ¿Y por qué vas tantas veces a Berlín...?": hay un poco de exageración en ello; he ido sólo cuatro veces, en 69 años no es gran cosa, si bien es cierto que las he acumulado en los últimos veinte años, o así, y entonces la frecuencia aumenta considerablemente... le doy la respuesta convencional, no por ello falsa: "¡Es una ciudad tan viva, siempre hay cosas nuevas que ver...!" Pero omito parte de la verdad: revisitar lugares que conoces te permite otro lujo del espíritu; lamentar la pérdida de aquello que te gustó, por algún motivo, y que ha desaparecido ya, dejarte resbalar por la agridulce senda de la nostalgia...

"Mi" Hotel en Berlín, al que nos mantenemos fieles desde la primera visita, tiene dos entradas: una de ellas, la que da en dirección a lo más bullicioso de Alexanderplatz, es un amplio pasillo acristalado, rodeado de locales comerciales; en uno de ellos había, hasta ahora, una deliciosa pastelería; "Pastelería", en Alemania, es un término que no llega a reflejar la realidad en toda su magnitud; un lugar delicioso, lleno de todo tipo de objetos azucarados, glaseados, un Paraíso de olores y colores que presagian sabores y, -¡ay!- obstrucciones varias de las coronarias y agujeros corridos en los cinturones... en uno de mis cuentos, un personaje quedaba irremediablemente adherido al escaparate de dicha confitería, babeando cual cascada pirenáica, y había que arrancarlo de allí a la fuerza... al mediodía y por la noche podías también comer allí, lo hicimos una vez, y eran dignas de mención las voluntariosas pero poco logradas traducciones al Castellano de su carta, donde una simple pechuga de pollo a la plancha podía transformarse en imaginativas "Aves a la flama"... la Pastelería ya no está allí, no queda ni siquiera su delicioso aroma, sustituída por una tienda de una de las muchas telecom, que maldita la falta que nos hacen a los que estamos en "roaming", con unas incongruentes bicicletas estáticas que me hicieron creer, en un primer momento, que se trataba de un gimnasio... y, para más INRI -o "para forro botas", como se decía en mi tierra- tiene justo enfrente la abominación de un Burguer King, un Mcdonals, o algo así, que nos juramos no pisar jamás, salvo peligro de muerte por inanición...



Al otro extremo del Unter der Linden, en la Pariserplatz, justo al lado de la Puerta de Brandenburgo, había un hermoso café, decorado con trampantojos de librería, aunque también podían encontrarse libros reales en estantes distribuídos por sus vastas salas... sus cómodos sofás invitaban a prolongar la estancia un ratito, en un ambiente acogedor... si tenías necesidad de visitar los servicios-problema tan frecuente entre los turistas, siempre lejos de su base-, allí disponías de unos no menos hermosos, dominados por una fuente en oscura piedra verde, y atendido por un eficaz Herr Pipí -y no una Madame Pipí; no era infrecuente entonces encontrar en Berlín lavabos al cargo de caballeros-, al que retribuías dejando una moneda a tu libre elección en un platillo; hoy se ha generalizado indicar que el "servicio" cuesta 0,50 euros... recuerdo de nuestro primer viaje a Berlín, en tiempos del Mark, que el precio en los amplios y futuristas lavabos públicos eran también 0,50... justo la mitad que ahora... dicho café tampoco existe; ha sido reducido a la mínima expresión, un espacio estrecho e incómodo, poco acogedor, desprovisto de su elegante decoración... nos deja el recuerdo de la noche en que caímos en medio de un vernissage o una presentación de algo, con mesitas a la gélida intemperie berlinesa, dotadas de mantitas en sus sillas, donde los invitados -y algún visitante, seguramente confundido por su porte sumamente correcto e incluso elegante- recibían de atentos camareros copas de champagne, cava o sekt...






Nos gusta revisitar Spandau, porque es lo más parecido a un pueblo al que puedes llegar en S-Bahn, o incluso en U-Bahn; allí, en su casco antiguo, habíamos localizado en nuestra última visita un restaurante sumamente cálido y acogedor, con especialidades de la comida tradicional berlinesa, atendido por una amable señora, cuya eficacia llegaba al extremo de lograr explicarme los platos en forma accesible a mi nivel de Alemán... hacia él, la vieja "Casa de la Aduana" -Zollhaus- nos dirígiamos, ya con cierto apetito, cuando descubrimos con horror que se había transformado en un restaurante vietnamita, sospechosamente especializado en sushi, cocina que admiro y de la que disfruto, pero en las antípodas de la sabrosa contundencia que esperaba encontrar...





¡Adiós, Zollhaus, hola, Sushi...!


En nuestra primera visita a Berlín, en cada esquina encontrabas un puesto callejero donde vendían, a precio de saldo, piezas de uniforme soviéticas y de la DDR: gorras y gorros de todos los pelajes, insignias, condecoraciones más o menos falsas... como buen turista, picabas, y tengo en casa bastantes de esas piezas, de dudosa procedencia... incluso -y ese, comprada aquí, en Barcelona- un machete-bayoneta de AK-74... el lugares estratégicos, personajes ataviados con uniformes te invitaban a hacerte fotos de muy dudoso gusto, tentación en la que sólo caían gentes tan desaprensivas como ellos... hoy todo eso ha desaparecido, y sólo encuentras en lugares muy concretos personas de las repúblicas asiáticas de la extinta URSS intentando colocar sus chapkas peludos, seguramente fabricados en China, a pocos metros de las inmensas fábricas donde se manufacturan sombreros mexicanos para venderlos en las Ramblas...


¿Quién se haría una foto así...?

Por supuesto, cada nueva visita te hace descubrir nuevos lugares, que asocias a momentos vividos, y pasan a incorporarse a tus paisajes del alma,,, bueno es que también en esos paisajes se produzca una necesaria rotación, pero siempre queda el recuerdo de los que ya no están más que en nuestra memoria, así van las cosas en la vida...



miércoles, 10 de enero de 2018

El día en que salí del armario...

... políticamente hablando, claro: en otras cosas he sido siempre -hasta el momento, debería añadir- de lo más convencional...

El mes de Enero siempre me trae recuerdos de una época especialmente crucial en mi vida: el tiempo que pasé, como funcionario, en la Delegación Sindical de Cornellà de Llobregat, en los convulsos años de la primera transición, 1975 y 1976: el contacto directo con las duras luchas obreras de aquellos meses, en que parecía que todo era posible, el horror de la salvaje represión de Vitoria y del brutal atentado de Atocha... me situaron en una difícil posición personal, ya que mis simpatías se decantaban, cada día más, mientras mi posición de funcionario me forzaba a una neutralidad más y  más difícil. Y aún suerte que, en el avanzado estado de descomposición del postfranquismo, la Organización Sindical había prácticamente perdido sus funciones represivas, en las que sólo los más extremistas creían aún, e incluso su colaboración con el aparato represivo del Estado -que, ese sí, seguía engrasado y plenamente operativo- se encontraba bajo mínimos.

Paro siempre hay un día en que no tienes más remedio que posicionarte: ese día, no recuerdo exactamente la fecha, pero sí muy bien el incidente, ya no pude contenerme, e incumplí gravemente mis obligaciones funcionariales: ya veréis lo que pasó.

Cuando hablamos de las luchas sindicales del Baix Llobregat, hablamos casi exclusivamente de Comisiones Obreras, la formación en la que después milité durante largos años...  posiblemente había también sindicalistas de USO, e incluso un viejo y respetado militante al que se conocía como "El de UGT". Uno. No niego que hubiese más, pero yo no los conocí... en las turbulentas circunstancias en que se  reconoció la Libertad Sindical, los sindicatos que hasta entonces tenían poca presencia empezaron a proliferar, por medios muy variados, hasta llegar a las muy especiales primeras elecciones sindicales... Comisiones Obreras, consciente de la situación, intentaba frenar esas maniobras -que, objetivamente, debilitaba la fuerza de las reivindicaciones de los trabajadores- mediante la creación de una Intersindical, como se había hecho en la reciente revolución portuguesa- que garantizase la unidad de acción... en esas estábamos.

Me habían cambiado recientemente al Delegado Comarcal, mi superior, y el primer contacto con el nuevo fue especialmente revelador: "Mañana se celebra una Asamblea legal y autorizada -me dijo-; presidirás tú en mi nombre; Comisiones Obreras intentará que se apruebe una moción sobre la creación de la Intersindical y la Unidad Sindical; intervendrán entonces unos representantes de la CNT, oponiéndose: cuidado; pueden ir armados... se organizará un follón; tú, levantas la sesión, y así no se podrán adoptar acuerdos válidos..."

¡La CNT, por la que había sentido yo mis primeras simpatías en mi época sindicalista, hasta el punto de ir a visitarlos en sus humildes locales parisinos, reaparecía ahora, por lo menos sus siglas, en circunstancias sospechosas...! Y, peor aún, podían comparecer con sus míticas Star al cinto... y yo en medio... la operación me parecía absolutamente sucia, y no me costó demasiado adoptar una decisión.

Al día siguiente, justo antes de entrar en la asamblea, me acerqué al más destacado dirigente de Comisiones Obreras, y le dije: "Voy a mear... ¿tú no tienes ganas...?", cogiéndole por el brazo... no sé qué pensaría... ya en la soledad de los lavabos, le conté todo lo que sabía... sonrió... "Muchas gracias, compañero -¡"Compañero", primera vez que me llamaban compañero...!-, no te preocupes, esperábamos algo así, y ya estamos preparados...", fue su respuesta...

La asamblea comenzó, se presentó la moción, y, en aquel momento, al fondo de la sala, dos o tres personas empezaron a lanzar gritos en favor de la "Libertad sindical" -a saber, en contra de la "Unidad"... eran, eso, sólo dos o tres, y las Star, si estaban, no comparecieron... el resto de la asamblea quedó por un momento en silencio...

Silencio roto por un anciano, cabellos blancos, piel curtida por la intemperie... se levantó, rezumando dignidad por todos sus poros, se encaró a los que gritaban al fondo, y, puño en alto, gritó él a su vez: "¡Compañeros....! Yo estuve en la Columna Durruti... y si Buenaventura viviera, gritaría hoy conmigo: ¡Viva la Unidad de la Clase Obrera...!"

Mientras tanto, mientras toda la asamblea, en pie, aplaudía y lanzaba ¡Vivas! a la Unidad Sindical, observé cómo un grupito rodeaba a los que habían interrumpido y, sin ningún signo de violencia, los acompañaba hacia la salida... se reanudó la asamblea, ya sin ningún incidente, se adoptaron los acuerdos por unanimidad, y no me quedó más trabajo que, al levantarla, felicitarlos a todos por el pacífico desarrollo de la jornada...

Mientras me dirigía al despacho de mi jefe, me preparaba mentalmente para el chaparrón de reproches que me caerían encima... "No ha habido incidentes -dije-, se han adoptado los acuerdos,y no he tenido que suspender la asamblea..." "Bueno -me contestó-, casi mejor así..."


Días después, coincidí en un pasillo con uno de los dirigentes de Comisiones; comentamos en plan cómplice la jugada... "¿De dónde sacásteis al viejo de la Columna Durruti...", pregunté... "¿Fulano, quieres decir...? ¡Ese, qué coño va a a haber estado en la Columna Durruti...!", me contestó, riendo...