martes, 14 de julio de 2015

Florencia: primer contacto...

Llegar a cualquier ciudad es un momento iniciático (claro, el inicio...). llegar a Florencia, que es algo más que una ciudad, un poquito más aún...

Esta vez lo tenía todo preparado: para moverme por una ciudad grandecita, y de tráfico que suponía complicado, había trabajado de firme sobre Google Earth, así que me sabía el recorrido desde las últimas rotondas hasta nuestro destino, il Borgho San Jacopo, poco menos que de memoria.

Y todo fue según lo previsto: después de rotondear, enfilé uno de los Lungarno, los paseos laterales del río, viendo ya por el rabillo del ojo la cúpula de Bruneleschi y, allá mismo, il Ponte Vecchio, a punto ya de babear, cuando, de repente, me encontré el paso cerrado por un semáforo en rojo permanente, y un enorme letrero donde indicaba que se trataba de una zona de tráfico restringido, solo para vehículos autorizados, controlada electrónicamente, y que me atuviese a las consecuencias si se me ocurría entrar en ella...

Tenía que ir, justamente, al otro lado del Ponte Vecchio, en la misma orilla del Arno; por detrás no se podía rodear, ya que un juego laberíntico de direcciones obligatorias me ponían, nuevamente, mirando hacia allá de donde procedía: debía, por lo tanto, dar la vuelta a todo el casco antiguo de Florencia, y buscar un nuevo puente sobre el río que me acercase a mi objetivo...a eso dedicaría los próximos 120 minutos, suerte que, en aquel momento, no lo sabía...

Mentiría si hablase de un tráfico caótico, propio de Nueva Delhi; en lo absoluto, una civilizada circumvalazione, con sus semáforos, todo muy arregladito y ajardinadito... pero, cada vez que intentaba tirar en dirección al Arno, me daba de bruces con el semáforo rojo y el cartelito de marras...

Frente a la estación de Ferrocarril, mi corazón dio un vuelco: ¡Una patrulla de la Polizia Locale!: me arrojé literalmente en sus brazos, explicándoles mis cuitas... en respuesta, un simpático agente -el otro, pasaba- se quitó la gorra, se rascó la coronilla, y sentenció: "É difficile...!" "¡Nos ha jodido, que me lo digan a mí...!" pensé... luego, con un vago gesto, señaló en dirección al Hemisferio Occidental y me dijo: "Pregunte por ahí..."

Mi cabreo empezaba a alcanzar proporciones homéricas; eso sí, me mantuve fiel a mi decisión de emplear, preferentemente, el Italiano... "¡Vafanculo!", prácticamente grité, me salté el semáforo y entré abiertamente en la zona prohibida. Igual lo del control electrónico era un farol, igual aquel día no funcionaban las cámaras, igual la multa no me llegaba... en pocos minutos estaba estacionado junto al Borgho San Jacopo, y subía a la que iba a ser nuestra casa por dos días, la Residenza d'Epoca San Jacopo.

La Residenza es, técnicamente hablando, un Bed and Breakfast, situado en los dos pisos superiores de un Palazzo, que en Italia es, simplemente, una casa de vecinos aunque, en este caso, por su prestancia, bien merecía el nombre. Lo habíamos elegido por una razón principal: estaba a cinco minutos -de reloj, y mirando escaparates- del Ponte Vecchio, y eso ponía todo el Casco Histórico de Florencia a alcance de paseo, con la ventaja que supone para ir i venir, descansar en tu habitación, darte una ducha y cambiarte, dejar las compras... en este sentido, la Residenza funcionó admirablemente.

Y en todos los demás; las instalaciones eran amplias y decoradas con gusto, la Prima Colazione, buena y abundante -dentro de los estándares italianos, que prefiero a las múltiples tentaciones en calorías vacías que ofrecen en otros países-... y nuestra habitación, amplia y muy bonita, con vistas sobre los tejados florentinos y el próximo Palazzo Pitti, y con un cuarto de baño muy original, aunque el abuhardillado te obligaba a ducharte con una cierta humildad, inclinando la cabeza... pero la belleza del entorno lo compensaba todo ampliamente.

Bianca in la Camera (Atribuida a Vermeer)


Me recibió en la Residenza su propietaria, Alessandra, una joven y bella señora, pero con unos rasgos y un rubio -hay muchos rubios en esta parte de Italia, pero es un color más dorado, más cobrizo, bottichelliano, vamos...- que no me encajaban en el entorno: luego nos lo aclaró todo, explicando que era ucraniana, o rusa ucraniana, y entendí por qué en la web de la Residenza indicaban que se hablaba Ruso... por suerte Alessandra llevaba allí un porrón de años y hablaba un Italiano perfecto -o eso me parecía a mí-, y no tuve que emplear mis mínimos, por decir algo, conocimientos de la hermosa lengua de Pushkin y la Sharápova... cuando nos despedimos, con un "Do svidania!" por mi parte, nos animó a visitar Ucrania, deseo que, me temo, tardaremos tiempo en poder realizar.

Alessandra tenía también resuelto mi problema principal: de acuerdo con mi petición, había reservado plaza para mi macchina en un parking cercano, y me informó de que ese hecho me transformaba, ipso facto, en "vehículo autorizado", y que el propio parking pasaba la matrícula a la polizia, para evitar cualquier sanción. Así debía de ser, porque no me ha llegado ninguna noticia de la Alcaldía de Florencia...

Dejamos, pues, nuestro fiel Ibiza en un increíblemente atestado parking, a escasos cien metros de la Residenza, seguramente por debajo del nivel del Arno, donde ingeniosos artilugios permitían almacenar coche sobre coche, y un habilísimo aparcador conducía los vehículos por el interior a velocidades de circuito de Fórmula 1... me fui absolutamente tranquilo por mi coche, que tengo abollado por los cuatro costados gracias a mi escasa pericia en la jodida rampa de mi parking... "Abollarlo más, no lo abollarán, y preñado no lo van a dejar...", subimos el equipaje a la habitación de la Residenza, y nos lanzamos a la conquista de Firenze.

No hace falta decir que nuestra primera visita fue para el Ponte Vecchio... lo había visto una y mil veces, en estampas antiguas y en fotos recientes, pero también en imágenes dramáticas en blanco y negro, cuando, durante la Guerra, fue el único no volado por los alemanes en su repliegue tras la Línea Gótica -vimos la placa dedicada al Cónsul alemán, enamorado de Florencia, que evitó su destrucción... por cierto. Angela, supongo que habréis pagado todos los puentes que volasteis, ¿verdad?, vosotros tan estrictos con las obligaciones...- o arrasado por las inundaciones de Noviembre del 66, que enterraron en lodo buena parte de la ciudad... el puente es bellísimo, con su doble función de paso sobre el río y punto cívico de encuentro, con su plaza central siempre llena de músicos callejeros de insospechada calidad, y de subsaharianos vendiendo bolsos Gucci y pelucos Panerai, más falsos que sus expectativas, pobrecitos míos, cuando se embarcaron en la patera... lo cruzamos bastantes veces en dos días, siempre admirándolo, y disfrutando, desde él, de puestas de sol sobre el Arno absolutamente inolvidables.


Foto: Blanca de Balanzó




Pasado el Ponte, el hambre acuciaba, y nos decidimos por un pequeño restaurante en unos bajos, junto al puente, al sospechar que estaba frecuentado preferentemente por nativos: mi detector de chanclas, pantalones pirata y camisetas imperio permanecía en un tranquilizador silencio... acertamos, la comida era honesta, y la compañía discreta...nos atendió un camarero que servía las mesas canturreando ¡"El pueblo, unido, jamás será vencido"! Rápidamente le preguntamos si era chileno: no, italiano, pero devoto de Allende, Víctor Jara, Quilapayún... los rojos no somos como los perros; no necesitamos olernos el culo para reconocernos: nos sirvió con exquisita atención, no exenta de camaradería, y, al traernos la cuenta -nada exagerada, por otra parte- nos descontó tres euros.



Confortados con la certeza de que el Internacionalismo no ha muerto, abandonamos el Ristorante y nos lanzamos, en tromba, hacia el vecino edificio de los Uffizi... pero esa es otra historia...




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