miércoles, 30 de diciembre de 2015

Saint Ponç de Tomières y nuestra Historia

Volvemos ya hacia casa, vía Narbonne... el camino, casi sin pensarlo, nos lleva a un lugar sumamente evocador: Saint Ponç de Tomières...





Ya ni sé cómo escribirlo; Pons o Ponç, Thomières, Tomera... en cualquier caso, en este pacífico lugar, que atravesamos en una mañana lluviosa y turbia, nos detenemos para hacer pipí -y tomar un café- en un bar: en su pared, una enigmática placa recuerda el agradecimiento de los ciudadanos soviéticos a la villa... ¿todos los ciudadanos soviéticos...? eran un montón... ¿por qué? : nada dice; agradecería información adicional.



Atienden el café donde recalamos para nuestra escala técnica una amable señora y su hija; nos cuentan que han estado recientemente en Barcelona, hospedadas en un hotel de lujo, e hinchándose a hacer compras en el Passeig de Gràcia, ninguna de cuyas tiendas, palabra, está al alcance de mis ingresos de jubilado... cavilando sobre el insospechado cash flow que pueden generar los cafés de pueblo en el Midi francés, salgo a la carretera y contemplo largamente el enorme edificio religioso que tengo justo enfrente.



Allí, en aquel mismo lugar, se alzó durante siglos el Monasterio de San Pons de Tomères, o como coño se llame... a aquellos santos muros llegaba, en 1134, una curiosa comitiva: nobles aragoneses, desolados por el fallecimiento de su Rey, Alfonso el Batallador, y sumamente rebotados ante su testamento, que transmitía sus derechos sucesorios, literalmente, a Dios Nuestro Señor y, en su nombre, a las Órdenes Militares, buscaban una solución ligeramente más temporal y palpable, y no tenían más recurso que el único hermano del difunto, el Monje Ramiro, que en aquella santa abadía consumía su tiempo entre oración, meditación, y honestas labores de hortelano.

La Historia ya la conocéis: Ramiro asumió con resignación el marrón que le caía encima; tuvo sus más y sus menos con los nobles d'o lugar - de donde procede la encantadora leyenda de la Campana de Huesca- y se decantó por lo práctico; contrajo matrimonio temporal con una noble dama francesa, viuda, que ya había parido de su anterior esposo -valía comprobada como engendradora-, tuvo una hija -Petronila-, la casó a la tierna edad de un año con un vecino -Ramón Berenguer IV, Conde de Barcelona-, dejó todos los papeles arreglados y, en 1137 ya se volvía a lo suyo, es decir, las misas... a partir de entonces, la Casa de Aragón y la Casa de Barcelona quedaban ya unidas, en condiciones y con la letra pequeña que han dado trabajo -y el que darán- a cientos y cientos de estudiosos de uno y otro lado de la Clamor Amarga de Almacelles que, bien mirado, mientras se dedican a eso, poco mal hacen.

Unidas, pero no precisamente en el vacío... El difunto Alfonso, casado con Doña Urraca de Castilla y León, había ido a la greña con media Península Ibérica, reivindicando el título de Emperador de España, esa creación franquista, aunque entonces se llamase  Hispania. El propio Ramon Berenguer era hijo en segundas nupcias de su padre, casado en primeras con la hija de un personaje tan poco nostrat como Don Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador... en aquellos tiempos sin Puente Aéreo ni AVE, lo que caracterizaba a la Península no era precisamente la "Desconexión", sino un auténtico batiburrillo de alianzas, matrimonios, traiciones, reivindicaciones, acuerdos y escaramuzas fronterizas, que recuerda más a las andanzas de los Barones Regionales del PSOE que a los altivos reinos independientes, autosuficientes y de espaldas los unos a los otros que algunos pretenden ver. Y todo eso en el marco de una intrincadísima política europea, con el Papa, como árbitro tramposo, pitando penalties a diestro y siniestro, y con el Moro pisándoles los talones por el siempre abierto Sur.

Medito hondamente sobre estas historias antiguas porque, últimamente, me están llegando ecos que me ponen el vello de punta; la cosa empezó en torno al 20 de Diciembre -de Abiento-, cuando se recordaba la ejecución del Justicia de Aragón, Don Juan de Lanuza. "A manos de las tropas invasoras de un rey extranjero: Felipe Segundo". Stop. Fin de la cita: Felipe Segundo fue, seguramente, un cabrón con pintas, un ciudadano verdaderamente desagradable, pero difícilmente se puede tildar de rey extranjero, en Aragón, al biznieto del último rey aragonés, Fernando el Católico, por cierto, un Trastamara castellano, aunque nacido en Sos... De todas maneras, los reyes extranjeros que hemos tenido en España -desde Amadeo de Saboya a Carlos Tercero- no desmerecen nada, al contrario, comparándolos con muchos otros de estricta producción local... muchas veces, como comprenderéis sabiendo donde nací y vivo, me he preguntado por la utilidad de interpretar hechos acaecidos trescientos o cuatrocientos años atrás desde categorías políticas propias del Siglo XIX, porque a las del XX aún no se ha llegado, y muy posiblemente a las del XXI no se llegue nunca. Utilidad sólo evidente para los muchos pícaros que viven de ello.

Ayer me llegaba un manifiesto abogando, ya directamente, por la creación de una República Aragonesa, para "librarnos definitivamente de España"... hay ideas originales, y también ideas buenas. Esta, sinceramente, no me parece original, pero si buena: no hay más que ver las horas y horas de honesta diversión que llevamos experimentando los ciudadanos de Cataluña/Catalunya gracias a parecidos planteamientos, ni el decidido impulso a la industria textil de alguna remota provincia china que ha significado la demanda de cientos de miles de toneladas de camisetas multicolores y banderas estelades que, de extenderse, cubrirían con creces el territorio dels Països Catalans que sacan en los mapas del tiempo de TV3... "Fun with Flags", como en el programa ideado por mi admirado Sheldon Cooper... en tiempos en que el llorado Jordi Pujol -porque muchos lo han llorado- popularizó, a golpe de partida presupuestaria, el lema "Som sis millions", aludiendo a la población del Principado pre-paquis y pre-ecuatorianos, corría un chiste por Barcelona -no me atrevo a asegurar nada fuera del Área Metropolitana-: visitaba nuestro Conductor la República Popular China y, presentado a un alto mandatario, le espetaba, con mal disimulado orgullo: "¡Somos seis millones...!" a lo que el chino, displicente, contestaba: "Ah, qué bien... ¿Y en qué hotel están...?" Imagino que, hablándole del millón y poco pico de aragoneses -incluidos los de la Diáspora-, sus opciones oscilarían entre un hotelito "con encanto" o, ya directamente, alguna vivienda de Turismo Rural.

Por supuesto, no voy a romper las amistades con nadie que se proclame independentista aragonés, como sigo manteniéndola con muchos amigos, y muchos de ellos muy queridos, independentistas catalanes. Incluso tengo una hermana. O dos, porque ya no me atrevo ni a preguntar... Total, muchos de los que me conocen, ante la evidencia de que no soy nacionalista catalán, y porque me quieren lo suficiente para no sospechar que pueda ser nacionalista español, llegan a definirme como nacionalista aragonés, porque de algún sitio se ha de ser nacionalista, digo yo... Justo es reconocer que les he dado pie, todo el día dando la brasa con Sobrarbe y Aragón y cantando canciones de la Ronda... y eso que no conocen las locuras de mis años mozos, cuando me manifesté en Caspe y en Zaragoza, exigiendo el Estatuto de Autonomía, cuando compré dos acciones de "Andalán", cuando no me perdía un recital de Labordeta, cuyo retrato estoy, en éstos momentos, mirando sobre mi mesa de trabajo -por decir algo-... y por esos mundos de Dios andan mis hijos, Badaín y Borja, y suerte que solo tuve dos, porque podría haber también un Úrbez, una Waldesca... ¡o incluso una Andregoto!

Tengo un recuerdo muy especial de la Manifestación del 23 de Abril de 1978: para asistir a ella cometí una de las mayores tonterías de mi vida: volar de Barcelona a Zaragoza, en un vuelo regular que, incomprensiblemente, existía entonces. Era un vuelo casi balístico; en aquellos felices e inconscientes tiempos, dejaban fumar en los aviones, entre el despegue y el aterrizaje; encendí un cigarrillo al despegar, y tuve que apagarlo casi a medias, porque ya estaban avisando de que aterrizábamos en Zaragoza. Encima, no era nada barato, pero yo no podía perderme el primer Día de Aragón... pronto me vi entre miles y miles de personas, Paseo de la Independencia abajo... acompañaba yo a Javier Maestre, de "La Bullonera", cuando la gente alrededor nuestro rompió a cantar una de sus canciones, de aquellas que se habían convertido para nosotros en auténticos himnos cívicos.

"Los de Huesca y de Teruel,
junto a los Zaragozanos..."

Pero, al llegar ahí,  abandonaron los tonos épicos, y la versionaron libremente...

"Se van a ver "Enmanuelle",
se la cascan a dos manos...
¡¡Puestos en pie!!"

La cara de atribulada incredulidad de Javier era todo un poema... traté de consolarle... "Así es la vida, zagal; la canción ya no es tuya, se la has dado al Pueblo, y el Pueblo hace con ella lo que le sale del ciruelo, mismamente..." Pero, por debajo del bigote, me reía..."No se si ésta es mi Nación, ni me importa demasiado; pero tengo muy claro que ésta es mi gente..."













martes, 29 de diciembre de 2015

De Cordes a Saint Antonin

Nueva historia sobre pueblos bonitos de Francia... todos parecidos, todos distintos, como distintos son los recuerdos que evocan...


Cordes sur Ciel, por supuesto, no se llamaba así, "Cordes sobre el Cielo"; era, simplemente, Cordes; algún viajero entusiasta le puso lo del Cielo, porque está encaramada en la falda de una montaña, sobre un valle extenso, bonito pero un pelín monótono; visto según llegas, tampoco parece cosa de otro mundo, más empinados he visto, palabra... pero, una vez aparcado en las afueras -inútil precaución: está casi vacío, y puedes subir con el coche mucho más arriba-, la verdad es que te dejas llevar por el encanto de sus calles y sus casas, por las que no parecen haber pasado los años, salvo en el estado de conservación de alguna de ellas.


El estilo ya no tienen nada que ver con La Couvertoirade: aquí aún se ve mucha piedra, pero imperan ya las armazones de madera vista en la fachada, que estructuran paredes de ladrillo o incluso de adobe... arquitectura que nos acompañará a lo largo de toda Francia, a medida que los suelos se hacen profundos y ricos y las canteras quedan solo al alcance de los poderosos. Pero sigue siendo una plaza fuerte, amurallada y bien preparada para la defensa -con un curioso campanario, que te recuerda enseguida las torres toscanas-, señal de que fue tierra de historia revuelta, herejías varias y razzias de la Fé Verdadera, mucho más mortíferas aún... el centro lo ocupa un mercado en plaza porticada, unas "Halles" de las que tantas encuentras en los pueblos franceses, y, a su lado, la calle principal, de Puerta a Puerta de la muralla, empedrada y constelada, hoy, por docenas de tiendas para turistas, muchas de ellas cerradas por temporada baja; una vez más, solo apatrullamos densos grupos de españoles, despertando la extrañeza de nuestros vecinos, a los que tenemos que informar de que celebramos el aniversario de nuestra Constitución, y que aún conservamos como festividad el día de la Purísima; a cambio, ellos celebran el Corpus; tierras ambas de cristianos, pero con distintas prioridades, por lo que se ve.







Me abalanzo sobre una tienda donde, al parecer, trabaja un artesano que fabrica navajas de Laguiole; hemos pasado cerca de dicho pueblo, que da nombre a las navajas más famosas de Francia, pero no me había atrevido a proponer visitarlo, siendo el único amante de los instrumentos de corte en nuestro grupo, pero ahora lo tengo a huevo... el artesano es un chico joven, magnífica noticia que garantiza la continuidad de su oficio, y un apasionado de su trabajo, y veo en su taller auténticas maravillas, navajas con cachas de los materiales más variados; lapislázuli, molar de mamut... Tiene también una importante oferta de navajas de Albacete -reconoce la inspiración española de las navajas de Laguiole- y, concesión al turismo, machetes de Rambo y de Conan el Bárbaro. Un cartel, más bien obvio, avisa a los visitantes; todo corta, vigilen a los niños... después de dar vueltas y vuelta, me enseña una de la que me enamoro a primera vista; cachas de boj, mi madera tótem... el boj es la madera de mis bisabuelos cuchareros en Boltaña, pero también la de mi abuelo murciano Julio, escultor, que usaba sus palos de boj para trabajar la arcilla... echamos un buen rato charlando de nuestras comunes y cortantes aficiones, me enseña a afilar en piedra... si me porto bien, dentro de pocos días, los Reyes Magos me traerán esa navaja de cachas de boj, tengo una corazonada...



En la puerta vecina pecamos también contra nuestra Economía; en este caso, vinos de Gaillac -de una excelente calidad, y precios muy razonables- y productos del hígado de volátiles diversos, víctimas de auténticos suplicios para obtener lo que muchos de nosotros conseguimos sin esfuerzo aparente; un hígado graso. El médico que me lo diagnosticó - me estaba haciendo la ecografía, y rezongó..."¡Hummm, un poquito de fuagrás...!"- me dijo que tampoco le diese demasiada importancia; precauciones normales, bajar algún kilito... me faltó tiempo para abalanzarme sobre el google y lo primero que encontré fue un artículo según el cual el 40% de la población adulta de Irlanda tenía el hígado graso... me sentí confortado, y acompañado, y ya no he vuelto a preocuparme.

Dejamos Cordes cargados con nuestras adquisiciones: mientras descendemos por sus empinadas calles, en unas fajas vecinas al pueblo oímos un discreto roce de ramitas... tres corzos se escabullen entre la maleza, dentro mismo del casco urbano.



De Cordes a Saint Antonin, por el valle -Noble Val- no hay mucha distancia; pero veo un desvío por la Causse, y lo cojo sin pensar; me he aficionado a las Causses, no lo puedo negar... ésta es mucho más suave y civilizada que las que cruzábamos ayer, casi predomina el viñedo, pero no faltan tampoco un hermoso bosque que cruza una carretera de curvas constantes que finaliza, casi abruptamente, sobre el Noble Val de Saint Antonin... Saint Antonin no está sur Ciel, sino sur algo mejor, un manso y ancho río, donde se reflejan sus casas y su torre: es un pueblo grandecito, con un barrio moderno, junto a la carretera, con un cine de programación sorprendentemente actualizada y varios restaurantes con ciertas pretensiones -si nos guiamos por los precios- pero cerrados por fuera de temporada; aquí ya no se ven ni españoles.


Llegamos a esa hora que tememos los fotógrafos, en que el sol, en esta época del año, cae como una pedrada, y transforma las calles estrechas en auténticos desfiladeros donde, o sobreexpones en las zonas iluminadas, o no ves absolutamente nada en las sombrías... el casco antiguo de Saint Antonin no ha conocido, ni de lejos, la segunda vida de Cordes; se ven algunos estudios de artistas, pero predomina un cierto abandono, una sensación de tiempo pasado sobre sus magníficos edificios, algunos de ellos casi en ruinas y ostensiblemente en venta.



Preguntamos a la única persona con quien nos cruzamos por un sitio donde comer; es un amable caballero que no solo nos orienta, sino que, después, nos va siguiendo discretamente para comprobar si hemos interpretado correctamente sus instrucciones -bastante complicadas, por cierto- hasta dar con el restaurante, tan escondido que difícilmente lo hubiésemos encontrado por nuestra cuenta, y con el absolutamente improbable nombre de "Le Cafarnaün".




Le Cafarnaün es, evidentemente, el restaurante de la gente del pueblo. La práctica totalidad de su clientela viste ropa de trabajo del Sector de la Construcción y gremios afines; pantalones y botas tipo montaña, y jerseys viejos manchados de cal y de pintura: supongo que van superando la crisis tirando de obras de rehabilitación, y en Saint Antonin no les falta tajo... nos sirven el menú del día, con una salade con más roquefort que lechuga y faux filet -no demasiado falso- con patatas caseras, un menú sano y barato, acompañado por un vino local más que potable. Un caballero de edad incierta -pero avanzada- y aspecto moderadamente elegante se dirige a mí para expresarme su admiración por mi cuñada, que está sentada enfrente suyo. Admiración no exenta de cierto contenido erótico, por cierto... Utiliza para describirla una palabra que no entiendo, y que me suena -os lo juro- a "Caralsol"... me doy cuenta de que está diciéndolo en Ruso, "Jarashoie", "Hermosa.." "Govoristi po Ruski?" le pregunto, creo que se dice así, no os fiéis mucho de mí... "Da!", responde, y me explica que ha sido, durante muchos años, responsable de seguridad en diversas embajadas en París, entre ellas, la soviética... me aclara que es el propietario de una de las casas más grandes del pueblo... "¡No le hagas caso, está loco...!" me dice el dueño, riéndose,  en perfecto Español...

Los comensales se van levantando, todos con su palillo de dientes en la boca... solo queda un gañán rubiote que, ostensiblemente, le tira los tejos a la camarera, una joven lucida y apetecible, cuyos pies sujeta entre los suyos... hay mucho más sexo del que parecía en el ambiente de Le Cafarnaün, oh, là, là, la France... ganas entran de dormir la siestá, ustedes ya me entienden, pero Albí está a una horita, y nos van a cerrar el Museo de Toulouse-Lautrec... au revoire, Saint Antonin Noble Val, tierra de cachondos...










jueves, 24 de diciembre de 2015

Por el camino que lleva a Belén...

Uno dirá lo que quiera sobre los Solsticios, pero es difícil escapar al espíritu del día, me debo demasiado a mis raíces...



Solíamos pasar las Navidades en Barcelona, pero aquel año, no sé por qué, subimos a Boltaña; saldríamos temprano por la tarde del día 24, pero ya era noche cerrada cuando paramos en una gasolinera de Lleida, que entonces aún era "Lérida", aunque los de Barsalona dijésemos "Lleide", exagerando el acento del Catalán Occidental; hacía un frío pelón, un termómetro marcaba cinco bajo cero, y dos operarios, con una palanca, intentaban vanamente abrir el capó de un "seiscientos", que se había congelado; por los altavoces, a toda pastilla, Raphael cantaba que era un pequeño tamborilero que, como nosotros, estaba de camino, aunque en su caso no iba a Boltaña, sino a Belén.

Pronto estaríamos sentados a la mesa con toda la familia boltañesa; comeríamos y cantaríamos, más bien deprisa, porque nos esperaba la Misa del Gallo, en la oscuridad fría y cavernosa de la Iglesia que, aquella noche, por lo menos, parecía contagiarse de la alegría de la fiesta, la alegría con que los mozos jóvenes saldrían después, cantando y tocando zambombas, a recorrer el pueblo entre trago y trago a la botella que, por aquel entonces -poco consumistas éramos- sería de "Carivín".

Curiosamente, asocio aquellas Navidades a la fotografía; creo que fue cuando, bajo la rama de pino adornada como Árbol de Navidad (observen el Niño Jesús que se camufla detrás.), fotografié con mi Werlisa Color, que ya empezaba a ser una cámara, a mi prima Dulce con su primer traje de noche, hecho por su madre, hábil modista, seguramente para la Fiesta de Nochevieja. Fiesta a la que yo no asistiría, porque ya estaría en Barcelona, y, además, aunque tenemos la misma edad, a los quince o dieciséis años las chicas nos sacaban varias cabezas -varios cuerpos- a los chicos, hundidos aún en el acné, la inseguridad y las manualidades substitutivas... Y también, con mi primo Guillerno -el que después llegaría a ser Wu, mi amigo oriental-, armados entonces con la Kodak de fuelle y visor lateral de su padre, algo más complicada, pero también más seria y más profesional, haríamos nuestros primeros pinitos artísticos, atreviéndonos hasta con el contraluz, entre las sombras del gallinero, inmortalizando a "Claudio", un gallo blanco más chulo que él solo.




Paso revista mentalmente a los que nos amontonábamos, dentro de un 1.500 -coche grande, para a época; pequeñito, si lo miras ahora- en aquella gasolinera de Lérida/Lleida/Lleide; están, felizmente, mi madre y mis hermanos; nos veremos mañana y pasado mañana, pero no hoy: ceno con Blanca y su familia, ni siquiera completa, porque la diáspora laboral ha centrifugado a dos sobrinos; uno, hacia el monitorazgo en las pistas de esquí; otro, arquitecto incipiente, estará a esas horas haciendo maquetas en un estudio de Peking, que ahora es Beijin... suerte que nuestra hija africana estará con nosotros, con Ramon, su compañero, único montañés que, como yo, estará recordando cumbres nevadas, aunque poca nieve tienen este año... pero, dentro del 1.500, resuenan ausencias imborrables; mi padre, mi tía Coqui, mi abuela Encarnación... sin ellos, nada ha vuelto a ser como antes... Me queda Boltaña, subiré dentro de pocos días, y quedan mis primos, pero también allí son más las ausencias: abuelos, tíos y tías, que sólo existen aún en el recuerdo de los que los conocimos y los quisimos, que vemos con impotencia como, cada día, pierden algún rasgo, algún gesto, alguna palabra... Faltarán también mis hijos, y hasta mi nieto, que compartirán, con su otro hermano, su abuela y el viudo de su madre, otra mesa presidida por una ausencia... tampoco nos enviará Franco ningún mensaje, ni siquiera Juan Carlos; eran más divertidos, esperando a ver si se atascaba o, como en los "memes", aparecía por la ventana de La Zarzuela, pasando frío en el exterior, el Innombrable Urdangarín: Felipe está siempre tristón, y motivos no le faltan... 

El único recuerdo de aquella noche que puede acompañarme hoy, qué cosas, si me atrevo a poner la tele, es el eterno, incombustible, momificado pero aún lleno de vida, -y deseo que por muchos años-, pequeño tamborilero tocando el tambor camino de Belén... !Raphael!




viernes, 18 de diciembre de 2015

Yo tuve un amigo en Gaillac...

Salimos de Albí hacia otros dos de los Pueblos Más Bonitos de Francia... a este paso, los conoceré todos; muchos carteles indican dirección Gaillac: no llegaré a ir, en esta ocasión, pero me he prometido llegar a conocer esa pequeña ciudad, porque hace muchos, muchos años, yo tuve un amigo en Gaillac...

Estaría empezando mis estudios de Francés -y eso lo sitúa por el año 1962, más o menos- cuando nuestra profesora nos propuso un intercambio epistolar con chicos de nuestra edad que estudiasen Español en Francia: mi mejor amigo y yo nos apuntamos, y no sé si todos nuestros colegas  franceses eran de Gaillac, pero tanto a él como a mí se nos adjudicaron amigos de dicha ciudad de la cual, por supuesto, no tenía yo ni idea de su existencia. Gaillac, Tarn, France.

Al principio nos cruzábamos postales, él en Francés, yo en Español; pronto fuimos soltándonos más, y se transformaron en cartas, y cada uno iba adentrándose, a tientas, en el idioma del vecino: no recuerdo que llegásemos a intimar mucho en temas personales -ya sabéis que los hombres somos muy reservados para eso-, pero sí nos contábamos muchas cosas de nuestras ciudades, de los estudios... aprendí que Gaillac era una ciudad pequeñita, pero próspera gracias a la producción de vinos, incluso creo que en su familia se dedicaban al tema: a través de sus descripciones, me llegaba una bocanada de aire de la Campagne, del Campo Francés, esa tierra próspera desde hace muchos, muchos años, y más aún gracias a la Política Agraria Común, entonces aún en mantillas, pero donde siempre -siempre en los últimos doscientos años- se había vivido bien y se había comido caliente; tierra de villas de techos de pizarra con cierto aire de palacetes, de gasolineras de Total, de bares con anuncios de Ricard y Pernod, de kioskos de música en los parques donde, los domingos por la mañana, la banda de un regimiento con la corbata de la Legion d'Honneur en la bandera tocaba "Sambre et Meuse" ante unos caballeros con cintitas de colores en el ojal de la americana oscura y señoras con gabardina clara y sombrero... y donde los alcaldes llevaban una banda tricolor y eran elegidos por los ciudadanos, cosa que, en aquellos momentos, para un español resultaba de los más exótico. Algunos incluso eran comunistas.  Y les dejaban...


Intercambiamos también algunos regalos; recuerdo una cartera de cuero donde, grabado, aparecía ese mismo parque de Gaillac con el kiosko de marras, y, especialmente, una pitillera de plástico recubierto de algo así como polipiel, que usé durante muchos años -iba bien cuando fumabas tabaco de paquete blando-. y que, de hecho -padezco un Síndrome de Diógenes de manual- aún conservo entre mis muchísimas pertenencias absolutamente inútiles. Sinceramente, no recuerdo qué le envié yo; por algún cajón francés andarán mis presentes, si a él le pasa lo mismo.

Nuestra amistad pudo sufrir un serio percance el día en que recibí una carta muy chocante: me contaba, alborozado, que acababa de ver un documental sobre Madrid, y que los españoles que en él salían iban vestidos "como los franceses"; me preguntaba si eso era normal, o se habrían vestido así para el rodaje... así estábamos en 1962, os lo juro... Contesté, con bastante mala leche, que sí, que por desgracia habíamos abandonado nuestros ricos trajes regionales para disfrazarnos de personas civilizadas pero que, los domingos, los recuperábamos para pasear vestidos de toreros y con capa hasta los pies y, las señoras, con mantilla... nada más enviar la carta me arrepentí, suponiendo que se enfadaría, pero o le satisfizo la explicación, o comprendió que había tocado un tema sensible, y siguió escribiéndome como quien no quiere la cosa, y yo contestándole.

Pero, sobre todo, cada mes, sin falta, me enviaba un número de "Salut les copains!", la revista que hacía furor entonces entre la Jeunesse de Francia: yo nunca he sido mucho del Pop -años después me decantaría claramente por el Folk y los cantautores-, pero aquellas bocanadas de modernez no dejaban de impresionarme: arrasaba entonces la pareja formada por Sylvie Vartan y Johnny Halliday; a mí, ni fu, ni fa: a Sylvie la encontraba monilla, sin más, y a Johnny, sinceramente, un pelín macarra. Y, además, anglófilo, cuando yo aún no había empezado con el Inglés... "¡Espérate, jodido, primero acabemos con el Francés...!" pensaba yo...

La que me encantaba y me "ponía" era, por supuesto, Françoise Hardy... una chica bellísima, con ese aire triste y lánguido, cantando que estaba sola y que nada sabía del amor... yo, que también iba muy corto en ese tema -en pleno periodo autárquico, no sé si me explico-, ¿Cómo no iba a entenderla? ¿Cómo no iba a soñar encontrarme con ella, salvando las distancias geográficas y de edad -era cinco años mayor que yo, la distancia entre una diosa en ciernes y un preadolescente con acné y un cierto sobrepeso..., y proponerle una "Joint venture" para ir avanzando en el asunto...?  "Mira, moza, yo no es que sepa mucho, pero digo yo que poniéndose en ello..." ¡!Entrad, entrad a escucharla, el vello de punta pone... https://www.youtube.com/watch?v=LNEEVsZt8vI

Buceo -foriqueo- en Google para saber qué es de su vida, y veo con satisfacción que sigue siendo una bella señora, felizmente casada con un señor que se llama Dutronc,... me alegro mucho por ella, veo que te las has apañado muy bien para aprender por tu cuenta, yo también me he ido arreglando, tant mieux pour nous deux!

Dejando aparte a François Hardy -que ya era dejar aparte-, a mí lo que de verdad me interesaba era lo que estaba pasando en Francia, en la traumática salida de la Guerra de Argelia, con los atentados de la OAS golpeando en todo su territorio... yo los iba siguiendo gracias a lo que publicaba la prensa española y, muy tempranamente, gracias a "Paris Match", que procuraba comprar y descifrar... la Guerra de Argelia fue para mí, en muchos sentidos, un auténtico revulsivo, una guerra colonial a pocos kilómetros de nuestras costas, y donde, además, estaban implicados un gran número de españoles, ya que lo eran, de origen, muchos de los "pieds noirs" de Orán, la propia madre de Camús, sin ir más lejos... En aquellos tiempos se gestaron muchas cosas que hoy están pasando a primer plano... se me quedó grabada la imagen de los estragos causados por una bomba del FLN en un local de Argel frecuentado casi exclusivamente por europeos, el suelo lleno de cadáveres entre botellas y vasos rotos; muchos años más tarde, haciendo el Servicio Militar, conocí a un Cabo Primero con el que trabé una cierta amistad, y un día me contó que había nacido en Argel pero que había vuelto a Valencia, la tierra de su familia, a vivir con sus abuelos, cuando sus padres habían fallecido, justamente, en aquel atentado. En la vida hay coincidencias aterradoras.

Decía que la Guerra de Argelia me cogió en un buen momento del despertar de mi interés por la política y la historia moderna. Interés precoz, porque, con siete años, había seguido asuntos tan complejos -en versión simplificada, es decir, la que ofrecía nuestra prensa- como los sucesos de Hungría o la invasión de Suez... a lo de Argelia llegaba ya algo más maduro, pero he ido reuniendo a lo largo de muchos años fragmentos de aquel drama a través de elementos tan diversos como "La batalla de Argel", de Pontecorvo, la serie de novelas de Lartégui, pasadas después al cine, las turbadoras confesiones del General Aussaresses o, en fechas ya inmediatas, el documental sobre la vida de una joven argelina plenamente asimilada a la cultura francesa, que toma partido por el FLN, perfectamente identificable con el papel que, en la versión cinematográfica de las obras de Lartégui interpretaba una jovencísima -y guapísima- Claudia Cardinale, o la reciente y aclamada "L'art français de la guerre" de Alexis Jenni...y ahí están las claves del fracaso de los sectores progresistas y laicos dentro del Islam, el racismo ajeno y el radicalismo propio que frenan la integración de los emigrantes magrebíes en Europa, el auge de la extrema derecha basada en el miedo... no se me ocurren elementos de más actualidad.

Mi amigo y yo intercambiábamos frecuentes invitaciones para visitarnos, pero de boquilla, porque, en aquella época, muy poca gente viajaba sin una auténtica necesidad, y menos a mi edad: por eso me sorprendió mucho que el corresponsal de mi compañero de curso viniese a Barcelona, así pude conocerlo, enviarle recuerdos a mi amigo, e incluso vivir con él una curiosa aventura, que pudo acabar fatal.

Habíamos decidido llevarlo a conocer Montserrat; cuando pasé a recogerlos por casa de mi amigo barcelonés, se habían entretenido más de la cuenta, y no llegábamos, en Metro, a coger el tren previsto; insistí en respetar el horario que habíamos estudiado, cogimos un taxi y llegamos a tiempo. ¡Y tan a tiempo!: el siguiente tren ya no salió de la estación de la Plaza de España; se incendió en el túnel subterráneo, y hubo varios muertos.

Mientras nosotros, ignorando el accidente, paseábamos por la montaña, la noticia se extendía por Barcelona, causando la lógica inquietud en nuestras familias, que sabían que íbamos a coger el tren allí; trabajaba entonces con mi padre una chica que había realizado unas prácticas en el Hospital Clínico, y mi padre la convenció para que se pusiese su uniforme y se infiltrase hasta el Depósito de Cadáveres, para averiguar si alguno de los fallecidos podía ser yo, porque había una total opacidad informativa... cuando nos enteramos de lo sucedido, después de una larga espera en las pocas cabinas telefónicas que había entonces en Montserrat, conseguimos comunicar con nuestras familias y tranquilizarlas... volvimos a Barcelona, bajando del tren en la penúltima estación, y el túnel de Plaza de España aún humeaba.

No recuerdo cómo acabó nuestra amistad epistolar: supongo que fue languideciendo, quizás en la medida en que otras asignaturas nos requerían más atención... debo conservar por ahí alguna carta suya, que me permitiría recordar su nombre... me hubiese gustado saber qué fue de su vida, si recuerda el Español que aprendió, en el Bac, y si sigue vinculado al negocio de los vinos, esos vinos que, dentro de un rato, compraremos en Cordes para traernos un recuerdo de estas tierras mucho más suaves, mucho más amables que las duras Causses que recorríamos ayer, tierras ya de viñedos, con las hojas secas. doradas, muchas ya caídas, y los sarmientos listos para la poda y para las brasas donde asar chuletitas de cordero.











miércoles, 16 de diciembre de 2015

Albi, sobre el Tarn...

Nueva etapa: la villa de Albí, semillero de herejes, lugar agradable...



Llegamos a Albí, con las últimas luces del día: tenemos reservadas habitaciones en el Hotel Ibis que, según hemos podido ver, está en el centro. Para una sola noche; si nos gusta, pediremos una noche más y, si no, saldremos a la aventura. Aventura relativa, porque la Purísima no es festivo en Francia, y pocos turistas andamos sueltos por ahí. Eso si, todos españoles.



Cuando viajo en primavera o verano prefiero alojarme en pequeños hotelitos o casas de turismo rural, siempre en el campo. Pero en este época del año, en la Europa productiva, cuando se pone el sol, en el medio rural retiran las aceras... conviene, por lo tanto, pasarse al hotel céntrico en núcleos urbanos donde habite gente con más hábitos noctámbulos y puedas encontrar donde cenar o tomarte una cerveza. A pesar de ser noche de Domingo -noche muermo donde las haya, hasta en sitios animados- se ve gente por la calle, buena señal... sin excesos, todo hay que decirlo.

Descubrimos en seguida nuestro flamante Ibis, en el mejor sitio de la ciudad. Pero lleva un subtítulo, "Styles", que no figura en la reserva; nos sacan de nuestro error; nuestro Ibis está a unos pocos metros, pero en una calle de menos categoría, y un edificio notablemente menos glamouroso... con el ánimo encogido, nos dirigimos a él. Éste se llama, simplemente, Ibis, pero tenemos  tiempo para ver, por el rabillo del ojo, que en la puerta siguiente hay un rótulo aún más alarmante: "Ibis Budget". Es decir, barato...

Con el alivio de Jonás saliendo del vientre de la ballena del cutrerío, nos resignamos al Ibis que nos corresponde por nuestra adscripción económica: el de la Clase Media. No por nacimiento, puesto que nuestras señoras son, como decían por aquí, "Aristós", aunque no ejercen... el resultado es un hotel sumamente correcto, limpio y funcional, con unas habitaciones estudiadas para garantizar un cierto nivel de confort. Por ejemplo, están muy orgullosos de sus camas, y así lo anuncian en unos cartelitos que las decoran; es la primera vez que duermo en una cama con sobrecolchón, que ahora se está poniendo de moda, y la verdad es que es muy cómodo. El cuarto de baño es una cápsula prefabricada, donde no falta de nada, salvo espacio: es rigurosamente monoplaza, cosa que, en dicho lugar, casi se agradece, por mucha confianza que haya. El desayuno, también muy bueno, con esos panes franceses que añoras siempre que no estás allí... Total, reservamos otra noche, sin ningún  problema. Además, tiene parking gratuito; tomad nota: el Ibis mediano, ni el bueno, ni el malo...

Nada más salir a la calle, ya de noche, viene a recibirnos uno de los más ilustres hijos de Albí; el Marqués de La Pérouse: sus paisanos le han colocado una vistosa estatua en lugar bien destacado, y se la merece, aquel marino que recorrió todos -literalmente todos- los mares, pasando por lugares que daría un brazo por conocer, como el Cabo de Hornos -¡pronto estaré cerquita, ya os contaré!-  o el estrecho que lleva su nombre entre Sajalín -Siberia- y la isla japonesa de Hokkaido, a la que también me gustaría darle una vueltecita... incluso estuvo en las Filipinas, estudiando la manera de echar una mano a sus desastrosos aliados y vecinos del sur -nosotros, por si no caíais- en sus colonias ya en fase de declive... logró importantes victorias, apoyando a los indepes yankis contra el secular enemigo de Francia: me refiero, por supuesto, a Inglaterra; lo de Alemania ha sido temporal y, espero, pasajero... se le vio, por última vez, dejando las costas australianas en dirección a las Islas Salomón, y allí se le perdió el rastro, a él y a su buque; no se descarta que se integrase en la cadena trófica de alguna población nativa con especial preferencia por la Cuisine Française... prefiero pensar que sobrevivió al evidente naufragio, y vivió feliz hasta una edad avanzada en una isla paradisíaca, rodeado de bellas y no demasiado exigentes concubinas, a las que encandilaría con sus buenos modales, librándose así de la Revolución Francesa donde, durante unos años, los Marqueses debieron realizar serios esfuerzos para mantener sus nobles cabezas sobre sus no menos nobles hombros.



Saludamos al Señor Marqués, y nos adentramos en las calles del Viejo Albí; un casco antiguo grande, muy bien conservado, con casas de tres o cuatro siglos atrás... es una delicia callejear por él, viendo aquí un mercado igualito que los nuestros, de hierro fundido y ladrillo, o un claustro románico escondido en un primer piso, desgraciadamente reducido a tan solo uno de sus cuatro lados por los destrozos de la Revolución -¡qué bien hizo el marqués perdiéndosela...!







Todas las calles del Albi antiguo parecen llevar a la Catedral, una mole de ladrillo, altísima, impresionante... tiene una torre mocha que desentona un poco con el conjunto y, al lado mismo, un Palacio Episcopal pelín siniestro, sede hoy del museo Toulouse-Lautrec... entramos en la Catedral justo cuando está terminando la misa; el cura -¿o sería el obispo?- despide con un apretón de manos a los no muy numerosos feligreses, mientras un señor beato -por todas partes hay rosigaltares, faltaría más- entrega un papelito; no nos ve cara de feligreses, porque pasa de nosotros. Hay un San Antonio de Padua de tamaño natural; le enciendo una velita, ante la expresión  indescriptible de Blanca, que me deja por imposible... apagan las luces, y salimos al exterior, sin poder contemplar un fresco impresionante que cubre todo el lienzo de pared situado detrás del altar, ni el coro, que me parece también de mucho mérito. A la calle...



Cenamos en una cave, muy cerca de la Catedral, a donde nos metemos porque la calle se está llenando de locos y de borrachos... también aquí la malvada conjunción de recortes en servicios asistenciales y antipsiquiatras libertarios ha dejado en la p... calle a los que, años atrás, estaban ingresados en las monjitas, que los tenían razonablemente limpios y comidos, aunque les diesen algún capón si los pillaban tocándosela... el restaurante debió conocer tiempos mejores, cuando lo frecuentaban -hay fotos por todas partes- Aznavour, Brassens y Ferré, pero no se come mal, aunque nos soplan 19 eurós por un vino de Gaillac que no está mal, pero no mucho mejor que el Vin Maison que llevamos bebiendo estos días, más que digno, y muy barato... se acerca a nuestra mesa una simpática y extrovertida señora; dice ser de Bilbao, con gran alborozo por parte de Javier, que también lo es... recuerdo haberle oído a Ibarreche contar una anécdota del Padre Arrupe, otro bilbaino: "Nunca le preguntes a nadie si es de Bilbao; si lo es, ya te lo dirá él; y, si no, ¿para qué avergonzarlo...?" La bilbaina nos cuenta una historia muy fuerte; están pasando el puente en un apartamento que tienen en Baqueira; han subido a Toulouse para visitar la fábrica del Airbus y, en una gasolinera, los han liado, y los han enviado hacia Albí... desde luego, pensándolo bien, estamos a una pocas horas de España. mi camita de Boltaña debe estar a menos de cuatro, si estuviese abierto el túnel... les aconsejamos, de todas maneras, que se queden a dormir en Albi, pero están muy animados- nos presenta al marido, mucho más reposado que ella, ya nos aclara que él no es de Bilbao- y piensan, en que acaben de cenar, coger el coche y volver a Baqueira....




El día siguiente dedicaremos toda la tarde a Albi: Blanca le compra un conjunto a Pablo, nuestro nieto, en una tienda enoooorme, donde hay muuuuuchas ropitas de variados estilos, tallas y colores.... las vemos casi todas. Pero antes, hemos visitado el Museo Toulouse-Lautrec...

Por todo Albí encuentras referencias a su hijo más famoso; en muchos bares, en la puerta, se lee una frase suya, que es toda una declaración de principios: "Beberé leche  cuando las vacas coman racimos de uvas..."... su Museo es completísimo, está allí buena parte de su obra; adelanto que nunca he sido un fan de Toulouse-Lautrec, pero le reconozco el mérito de haber pintado la mejor descripción de una época y un ambiente, aunque fuesen una época y un ambiente -puterío, señoritos golfos, cabarets oliendo a alcohol, tabaco y efluvios de partes bajas- en el que no habría parado yo ni medio minuto; pero tiene que haber gente para todo, está visto... "Ella es grande y bella -decía de una señora más bien apabullante, todo tetas debajo mismo de la barbilla, muchos años antes de la silicona- y yo, ¡ay!, no soy ni grande ni bello..." Desde luego, Henry, pero eras de casa buena, con perras y labia, y encima con el rollo ese de pintar  muchas picaban... estoy seguro -vamos, segurísimo- de que ligaste muy por encima de tus posibilidades...o sea que, menos quejarte...

Hay también en el Museo una exposición temporal; la última sesión fotográfica de Marilyn Monroe. La penúltima, pienso yo; la última te la hizo aquel cabrón de forense en la morgue, y luego las vendió...  Marilyn me gusta infinitamente más que Toulouse; bajo la frívola imagen de la rubia tonta y guapa estoy seguro de que se escondía una personalidad de superviviente; maltratada por la vida desde sus inicios, luchó por crearse un refugio, un lugar propio, y nunca pudo alcanzarlo, de hombre en hombre a cual más raro e inmaduro; el atleta en la cumbre de su carrera,  el dramaturgo torturado, el señorito metido a político brillante y, en sus horas libres, a semental desbocado... me enternece su encanto ya crepuscular -las bellezas tempranas  duran menos-, el uso de los foulards de colores para difuminar un cuerpo que ya está iniciando el ocaso, la tremenda cicatriz en el vientre -¿qué te pasó, Norma Jean...? eso no es de una apendicitis...-... seguramente encontró más cariño en el objetivo del fotógrafo, que la acaricia, que en muchos de sus compañeros... prefiero creer cualquier explicación conspiranoica -que te eliminó la CIA, para que no contases secretos de alcoba de tu novio, fuese el Kennedy que fuese, o los dos o tres posibles- antes de aceptar lo más sencillo; que, un día, descubriste que no te quedaban más balas en la cartuchera, ni nada más por lo que luchar... ¡paz, rubia...!



Salgo del Museo con éstas imágenes aún en la mente, y descendemos hacia el río; y entonces me sucede algo curioso; por un momento, me parece que el Sol se está poniendo por donde no debe, y el río, el ya manso Tarn -adiós, kayaquistas- fluye en dirección contraria... como soy persona sensata y consciente de mis limitaciones, admito que el equivocado debo ser yo... comprendo que he "leído" la ciudad partiendo de un concepto erróneo; engañado por su aire mediterráneo, olvido que he entrado por el Sur, viniendo de las altas Causses, y que toda ella es un plano inclinado hacia el Norte, que es la parte más baja de la ciudad...  total, igual que Zaragoza -me digo- , pero el parecido es engañoso porque, en Mañotown, el Padre Ebro corre hacia el Sureste, hacia el Mediterráneo, y el Tarn lo hace hacia el Noroeste, buscando el Garona, que lo llevará a la Gironde y al Atlántico... vemos, poco a poco, como se van encendiendo las luces que se reflejan en el río, y me entra esa melancolía ñoña característica de la Hora Azul, sobre todo cuando estás de viaje.

Rematamos la segunda noche en un Bistró, con un menú, en mi caso, bien poco francés; cerveza alemana, y un wok de verduritas con gambas... mañana dejaremos la Ciudad de Albí, pero no descarto volver, la tenemos aquí, tan cerquita, y es tan maja... pero antes me he prometido ir a tu vecina Montauban, a inclinar la cabeza ante la tumba de Don Manuel Azaña: uno tiene sus prioridades...






lunes, 14 de diciembre de 2015

L'Aveyron...

Segundo día; salimos de Montpellier...

Y, a los pocos kilómetros, se acaba la Dulce Francia: la autovía se enrosca, curva tras curva, a las faldas de una montaña, y vamos subiendo, desde los pocos metros de Montpellier, al ladito del mar, hasta más de setecientos: allí la cuesta se detiene: llaneamos por una meseta dura como ella sola, piedra caliza, quejigos, algún prado, ni un alma... estamos en la Causse de Larzac, en l'Aveyron, tierra de jabalíes y de maquisards.

Pasamos por el desvío del Memorial Nacional de la Resistencia: me gustaría visitarlo, pero viajamos cuatro juntos, y eso siempre requiere un consenso... a cambio, canto a pleno pulmón Le chant des Partisans..."Ami, entends-tu le vol noir des corbeaux sur nos plaines...?" los cuervos parece que me escuchen, y vuelan por todas partes... ¿Qué hacían aquí, los partisanos...? ninguna vía férrea a sabotear, ninguna guarnición a emboscar... los emboscados eran ellos, huyendo del STO, el Servicio de Trabajo Obligatorio, la deportación forzada a Alemania, a cubrir en los talleres las bajas creadas por la picadora de carne congelada en que se había convertido el Frente del Este... a muchos no les fue tan mal el STO; no solo en los talleres había vacantes... muchos se levantaban  de entre los edredones floreados, procurando no mirar la cara de mala, muy mala leche con que los miraba un feldwebel desde la foto de la mesilla de noche... quizás el mismo que, a su vez, ligaba en las calles de Paris con belles demoiselles... en medio de aquella guerra civil que fue la guerra en Europa se gestó el primer Mercado Común, que no fue ni del carbón, ni del acero, como nos han hecho creer: fue el de los cuernos... me compadezco hasta de los boches que debían subir hasta aquí arriba, a perseguirlos por estos riscos, y que, además, no debían ser precisamente tropas de élite; rusos blancos de Vlasov, o, mejor aún, colaboracionistas franceses de la Milice de Darlán, con sus enormes boinas negras de Alpinos... homenaje a los héroes, y, a unos y otros, paz... "C'est nous que brissons les barreaux des prisons, pour nos frères..." Nunca, nunca más nos veamos en otra así...



La Couvertoirade es Uno de los Pueblos Más Bonitos de Francia; cuando uno oye eso, se pone en guardia, e imagina miriadas de turistas agolpándose en sus calles, y comprando en tiendas todas semejantes, regularmente abastecidas por otra miriada,  la de los fabricantes chinos de cosas típicas europeas... de acuerdo con las dimensiones de su parking, en temporada alta debe ser así, pero ahora no hay un alma, ni siquiera hay que pagar, y en todo el pueblo nos cruzaremos solo, repetidas veces, con otra pareja de españoles, con los que nos saludamos en voz baja, como si estuviésemos en un concierto, y sólo veremos un pequeño grupo de nativos, con todas las pintas de ser los albañiles de alguna obra, pelándose de frío en la puerta de un bar para fumarse un cigarrillo.Todo el pueblo para nosotros, en medio de la paz de una mañana neblinosa y fresquita de Domingo.



Es cruzar la puerta del recinto amurallado y experimentar, de golpe, un viaje trescientos años atrás y trescientos kilómetros al Sur..."¡Coño, es Ballibió...!", casi grito... estoy en casa; paredes de piedra, calles empedradas, casas de piedra, techos de losas -eso sí, aquí las redondean un poco- ¡Chimeneas de piedra..! chamineras como las de Sobrarbe, algunas cúbicas, otras troncocónicas, rematadas por su espantabruixas... Hasta el color de la piedra me recuerda el que puedes ver en Buerba o Vió... En algunas puertas, clavadas, carlinas.





Jugando al juego de las diferencias, enseguida descubro una importante; en Sobrarbe, la distribución entre la planta baja, dedicada a cuadras y corrales, y la planta de vivienda, se suele hacer desde el "patio", gran espacio interior: aquí la planta baja sobresale de la fachada,y tiene acceso directo a la calle, mientras a las plantas de vivienda se accede por una escalera exterior, a veces, doble, imitando las de los palacios nobles... tomo buena nota de ello, y lo documento... ¿tenemos tipologías parecidas por ahí?



El pueblo, amurallado, remata en lo que queda de un castillo, que fue templario hasta la disolución "manu militari" de la Orden; pasó luego a los Caballeros Hospitalarios... todo el Aveyron es zona de antiguas posesiones templarias, recuerdo del poderío que, a la larga, fue su ruina, por las envidias reales y la eficaz presión que ejercieron sus enemigos ante el calzonazos del Papa... hay también una hermosa iglesia, afeada por una de las pocas cosas que no me gustan de Francia... esas celosías que esconden de la vista las campanas... ¿Para qué las pondrán? Ni que las campanas fueran algo indecoroso, digo yo...



Fuera del recinto, como a unos quinientos metros y bastante en alto, hay un molino de viento absolutamente igual que sus parientes de la Mancha, de Menorca, el Moulin Rouge, el Molino de Sans Souci, los molinos holandeses, los de las islas griegas... no sé nada de molinos de viento, me gustaría saber donde se originó un diseño de tanto éxito... Blanca y Cris, jóvenes y alocadas, deciden subir a verlo de cerca; los varones adultos pasamos; visto un molino, vistos todos... en un instante, están allí arriba; las retrato con el zoom... ¡cuantos paseos inútiles me va a ahorrar el 600!




Recorremos todo el pueblo, disfrutando de su tranquilidad... hay tiendas -cerradas-, bares -cerrados- alguna cosa abierta, como una deliciosa tiendecita de quemadores de perfume en forma de cocina antigua de metal, en miniatura, por supuesto... me hago cruces ante el optimismo de quien mantiene, un día como hoy, semejante tienda. abierta.. ganas me entran de comprarle algo pero... ¿donde lo pongo...?

Dejamos La Couvertoirade casi con pena, pero nos quedan muchas cosas por ver: en la entrada del pueblo, bajo la Mairie, los carteles de las elecciones regionales: aquí ya no está mi primo Martinés, pero... veo un "Citoyens" y un "En commun"... ¿os suena...? ¿pagan royalties...? les deseo bonne chance a todos, especialmente a la camarada Sandra Torremocha (¿Torremochá?), de Lutte Ouvrière, que las dice como puños, como cabría esperar.



De nuevo en camino y, pocos kilómetros más allá, vemos a una considerable altura sobre la autopista las luces intermitentes azules de los pilares del viaducto de Millau... lo pasamos en silencio, admirando su belleza, pagamos el peaje, y nos detenemos en el área hábilmente dispuesta para gozar del espectáculo en toda su magnitud.



En el breve espacio de tiempo que media entre su inauguración, en 2004, y el año 20012, Millau fue el viaducto de carretera más alto del Mundo, con sus 243 metros, hasta que inauguraron en México una cosa de más de 400. No sé cómo será el mexicano, pero Millau es, además, bellísimo, una obra de arte, donde se ve la mano de Sir Norman Foster, un señor al que tengo un gran respeto, porque las cosas que hace son bellas y útiles, se parecen a lo que deben ser -si hace una torre de comunicaciones, parece una torre de comunicaciones, y si hace unas marquesinas para bocas de metro, parecen marquesinas para bocas de metro- y, además, prueba de su sensatez, se ha casado con una señora inteligente y hermosa... muchos sires andan por ahí con la mitad, o menos, de sus merecimientos... sin olvidar los méritos del ingeniero que lo diseñó, francés,  Michel Virgoreux... un pedazo de obra de ingeniería, que te reconcilia con la capacidad intelectual y tecnológica del Hombre, cuando no pone su ingenio al servicio de fines espúreos... Pasamos un rato muy agradable fotografiando el viaducto, jugando con un Sol que se esconde entre las nubes para aparecer cuando menos te lo esperas.





Por unas cuestas vertiginosas -tengo que poner las marchas manuales, porque el cambio automático no funciona bien en estas situaciones- bajamos a Millau, que es una pequeña y agradable ciudad. Allí vemos por primera vez el Tarn, que es un río grande y tranquilo, pasadas ya sus famosas gargantas, aunque hay en su cauce una pista de piragüismo en aguas bravas que me hubiese gustado probar en mis tiempos de aprendiz de kayaquista... preguntamos el camino a unos amables señores, que nos contestan con su acento sureño, tan curioso para los que aprendimos un Francés asépticamente parisino... Javier pregunta; "¿A druat?", y le contestan; "Oué, a druatte, a druatte...!"... "a druatte" sale la carretera que nos lleva a Roquefort, última parada de la mañana... la carretera pasa justo por debajo del viaducto; si, en vez de Foster, lo hubiese hecho uno que yo me sé, por los c.... iba a pasar yo por debajo, vamos...!



Roquefort es la prueba de que no todo lo útil es bello: como pueblo, no vale un pito, casi metido debajo de la visera de rocas, en cuyas profundidades, en recónditas cavas, ataca a los quesos ese mohíto verdoso que los hace tan ricos... tengo un hambre atroz -prueba de ello es que no tomo fotos, no estoy de humor, el hambre me pone de muy mala gaita-, el único restaurante está lleno, y nos salva la vida la benemérita responsable de la tienda de una de las Caves, que nos invita a una generosa degustación: en rápida sucesión, me como ocho o diez daditos de queso, de diversos grados de maduración... En un español perfecto, nos recomienda un restaurante a pocos kilómetros de allí. Se lo agradecemos de la mejor manera posible; haciendo gasto; compramos queso como para soportar un asedio mediano, y salimos de Caves Gabriel Coulet bien dirigidos. Tomad nota del nombre; buen queso, y buena gente.

El restaurante, con pintas de parador de carreteras, resulta agradable y barato; de entrada, nos traen una enorme ensalada de lechuga... con roquefort, mucho roquefort. Fuera, vemos pastar a las ovejas: ¡kilómetro cero en estado puro! Solo les falta entrar a preguntarnos si nos gusta su queso... A nuestro lado, come una anciana señora, con aspecto de estar muy enferma... sufro por ella, recuerdo que también Mitterand, en sus últimos momentos, encargó su plato favorito... acaba de comer, se levanta con apuros, y se va... respiro tranquilo. Acabado el segundo plato -estamos ya solos, la hora de comer de los franceses está más que superada- el joven camarero nos comunica que ha sobrado mucha ensalada... ¿queremos un segundo plato...?: si, lo queremos... nos vuelve a traer la enorme ensalada, con tostaditas recién hechas... ¿Amabilidad, o le han llegado noticias de la crisis...? "¡Pobres, les espagnols, traerán hambre atrasada...!" Esta vez no me cuesta que mis compañeras aflojen una buena propina.

Seguimos camino hacia el Ocaso, es decir, hacia el Oeste; la Causse ya no es tan dura, empiezan a verse viñedos... casi con las últimas luces, entramos en Albí... pero esa es ya otra historia...












jueves, 10 de diciembre de 2015

Sète y Montpellier...

Saliendo de Ceret, seguimos por l'Autorroute, camino de las tierras de l'Hèrault...

En la "bretelle" -¡Qué buena idea, comparar un desvío de autopista con unos tirantes!- dejo atrás el familiar desvío haca Toulouse, y me adentro en tierras mucho menos conocidas; pronto la dejamos, para dirigirnos hacia Sète vía Agde y Cap d'Agde: tierras desoladas, como todos los territorios de turismo playero fuera de temporada, con sus barcas varadas y cubiertas de lonas, sus supermercados cerrados, sus parques infantiles con columpios inmóviles y algún que otro gorila-tobogán amenazador... pero Cap d'Agde es también la tierra del turismo naturista y, cómo no, de las orgías, las "partouzes" tan detalladamente descritas por el cochon de Houellebecq... ¡humm, me relamo el bigote pensando... qué impresentable, el jodido, y qué feo, pero qué bien escribe...! Recuerdo que tengo pendiente "Sumisión", ahora de tan triste actualidad, pero quiero leerla en Francés... Javier dice que me la prestará.



Con Sète me pasó una cosa muy curiosa; la atravesamos yendo a la Camargue, con prisas, y se me quedó grabada la imagen de su Canal, rodeado de edificios de un aspecto deliciosamente italiano... y entonces yo aún no sabía que, efectivamente, había sido fundada por italianos. Poco después la vi desde un avión, volviendo de Venecia; hoy cumplo mi deseo de bajar del coche -en un bunkeriano parking subterráneo y submarino, "Le parking marin", cantaría Valèry- y pasear por su marina urbana y las calles vecinas, en una tarde de sábado repleta de padres y madres de familia anticipando compras navideñas... llegamos aún con luz diurna, lo dejamos con las primeras sombras de la noche, después de tomarnos enormes capuchinos rematados por auténticas montañas de nata... ¡cuanta leche mana Francia...! me acuerdo de Brassens, pero no canturreo ninguna de sus canciones, sino la que le compuso un amigo común, Labordeta... se les echa en falta a los dos... "Dime, joven difunto, Jorge Brassens, con quién te has encontrado en el Más Allá..."





Montpellier es, para mí, una novedad: cuantas veces había pasado por el desvío de la Autopista, había comentado: ""¡Pues me gustaría visitarlo...!" Hoy me voy a dar el gustazo de hacerlo, e incluso de pasar allí una noche, en esa vieja ciudad, tan importante en la Historia de la Corona de Aragón, puesto que aquí nació nuestro Jaime Primero, e incluso fue concebido -antes, por supuesto- en vaudevillescas circunstancias...como de costumbre, me pierdo, y un amable caballero nos guía desde su automóvil. Diré en mi descargo que mis pérdidas son siempre relativas; siempre sé en qué Hemisferio estoy, e incluso, apurando, en qué parte de la ciudad -si al Norte, al Sur...- me falla, eso sí, por mucho Google Earth que le eche y mucho Street View, la aproximación final... con las mozas solía pasarme lo mismo, siempre me pierdo en los detalles... cuando más despistado estoy, Blanca y Cris gritan al unísono ¡¡Aquí, aquí...!!, y una hábil y arriesgada maniobra me coloca ante la puerta de nuestro hotel.

Para dirigirnos andando al centro de la ciudad atravesamos un barrio increíble, obra de Ricardo Bofill: Antigone; una enorme extensión de viviendas y locales utilizando a fondo las formas clásicas, desde los Romanos a Palladio, es decir, desde los Romanos a los Romanos... estoy más familiarizado con sus aeropuertos, los uso con frecuencia: ahora mismo voy a ir a Terminal Uno, mucho más Aeropuerto que su bonita Terminal Dos,  la de los Juegos Olímpicos del 92, tan maltratada por los materiales defectuosos -decían que los mármoles que tan poco duraron y las palmeras liofilizadas procedían de alguna empresa de patricia y tresporciéntica familia...- pero Antiogone no me deja indiferente, y arranca también reflexiones a Javier, que sí es arquitecto -lo de Bofill no está tan claro...- "Quizás si que hay que volver a esas formas clásicas, que han funcionado siempre..." así que me envaino lo de "pastiche", y lo miro con otros ojos... conocí a un tío suyo, que era muy divertido, pero estaba como una cabra; un punto más a su favor. Y se casó con una señora muy guapa: dos puntos...





Atravesando un Centro Comercial y una Mediateca enorme y reluciente, se aterriza en el mismo corazón de Montpellier, la Place de la Comedie... la noche del sábado está en plena ebullición, y miles de persona se dirigen hacia el mercadillo navideño que, en Francia, siempre tiene un toque alsaciano, como si el Niño Jesús no pudiese llegar a término sin abetos nevados y casitas de madera llenas de embutidos hipercalóricos... domina la plaza un gigantesco Globo terráqueo de bombillas- más bien de leds- iluminados... las dos madres de la expedición entran en trance; Blanca tiene a su hija en Angola, y Cris a su hijo en Beijín -Pekín, para los de mi generación-; el Mundo se nos está quedando pequeño ante la diáspora de hijos, en nuestras preocupaciones paternales ya no se pone el Sol... ambas madres buscan con la vista las casas de sus hijos; Cris lo tiene mal, el Hemisferio Norte casi no se ve...

Nos adentramos en las calles medievales -o, por lo menos, antiguas- de Montpellier: ciudad universitaria, y eso se nota, entre nativos y erasmus, millones de jóvenes nos rodean, con evidentes ganas de jarana... Donde fueres, haz lo que vieres; acabamos en una Vinotheque, probando un vino más que decente y, de allí -y a propuesta mía, que ando algo exótico- a un Vietnamita llamado, incongruentemente, "Le Pekin"... comida sabrosísima, servida por La p'tite tonkinoise, que parece menor de edad, pero a lo mejor tiene hijos que ya se afeitan, aunque poco, siendo orientales... L'Indochine nunca está lejos en Francia, qué huella tan profunda dejó... me comentan que igual sucede allí, donde puedes encontrar baguettes bastante decentes en medio de los arrozales reventados por las bombas yankis, el Primo de Zumosol de los occidentales, llegados para vengar Diem-Bien-Fu, pero que también salieron con el rabo entre las piernas... "Los vietnamitas son chiquititos, son chiquititos, si, si...!", banda sonora de la reflexión a cargo de Carlos Puebla...





Volvemos paseando a nuestro hotel, otra vez a través de Antigone... me queda mucho por ver de Montpellier, pero ya he tenido un primer contacto... me voy con la pena de no haber visto ninguna Malpolon monspessulanus, la Culebra de Montpellier, la serpiente más grande de Europa, venenosa -aunque poco, y con los colmillos en un lugar demasiado retrasado para ser peligrosos...- por el nombre, parecería que aquí abundasen... antes de acostarme, miraré bien debajo de la almohada, no sea que me espere allí, enroscada, mirándome con sus fríos y crueles ojillos...






miércoles, 9 de diciembre de 2015

Ceret, primera etapa

El Puente de la Inmaculada Constitución varias veces nos ha pillado en Francia: está ahí mismo, te sientes como en casa, y tiene tanto por ver... un año una amiga nos llevó a una cena, en casa de amigos suyos cerca de Fontainebleau y, claro, los forasteros éramos el centro de la atención..."¿La Fiesta de la Constitución... y qué es costumbre hacer en España el Día de la Constitución...?" "¡Pues ya lo veis -respondí- echar a correr, y no parar hasta Francia...!" Este año viajar a Francia tiene un sentido especial: es bueno estar con los amigos en momentos duros, y encoge el ombligo ver los monumentos improvisados con los que recuerdan a sus muertos. Coincidimos, además, con la primera vuelta de unas Elecciones Regionales que, como síntoma, son más que alarmantes... ahí van las primeras impresiones de estos cuatro días.






Llegando a La Jonquera,  cola en la autopista... tardamos cerca de media hora hasta poder pasar, en columna de a uno, frente a tres señoras policías de la Police National que, animadamente, charlan de sus cosas, mirándonos de reojo... al lado, colegas españoles, con el doble cargador de sus G-36 atado con cinta aislante; Rambo a tope... nadie protesta, todos lo entendemos, estamos en alerta, pero no puedo dejar de echar una lagrimita interior por mi amado Schengen, que me había proporcionado ilusorias ínfulas de Ciudadano del Mundo.



Cambiamos de Estado, pero no de País... nuestra primera parada es Ceret, villa catalana, olores y colores absolutamente familiares -mediterráneos y de montaña-, pero, al mismo tiempo, francesa ya desde el Tratado de los Pirineos... refugio de artistas -de artistas que buscaban refugio, claro-, es una hermosa combinación de piedra, tejas rojas y altísimos árboles, plátanos de los paseos, que le dan un toque peculiar. El sábado, además hay mercado, motivo más que suficiente para visitarla... nos hemos dicho, al alimón, varios miles de ciudadanos del otro lado de la raya. Vamos con Cris, la hermana de Blanca y Javier, su marido, compañeros ya en varios viajes.



Grupos de música animan el mercado; unos, bastante buenos, tocan Jazz, entre la gente que llena las calles y se arremolina ante los puestos... hay de todo de lo que suele encontrarse en un mercado, pero destacan, por su hermosura, los bodegones que forman los productos de las huertas vecinas... Blanca se compra un cuello de falso conejo, que llevará durante todo el viaje, sin verdadera necesidad, porque el tiempo es inusualmente cálido para primeros de Diciembre. Las bragas, a precios muy razonables... eso sí, debes acertar a primera vista: no se admiten cambios ni devoluciones. Probamos vinos ecológicos, quesos de fermier, unas deliciosas gominolas de frutos naturales... no compramos nada -nos queda aún mucho viaje por delante- pero procuro repartir palabras amables y felicitaciones, la mayoría de los casos, sinceras... siempre he sentido un gran respeto hacia los feriantes, distingues a  primera vista al que -muy legítimamente- trata de ganarse la vida vendiendo cualquier cosa -bragas cutres, pongo por caso-, y al que, con orgullo, presenta ante los potenciales clientes el fruto de un trabajo en el que ha puesto mucho de sí mismo... no me importaría, en una nueva reencarnación, ser uno de ellos. A ser posible, con éxito...







Huyendo un poco del tumulto de las paradas del mercado- que ya están empezando a cerrar- llegamos a una tranquila plaza donde solo se escucha el murmullo de los chorritos de una fuente, coronada por un fiero león: comemos en un restaurante que va a reunir las características que nos acompañarán durante los cuatro días; buena comida, cuidadosamente elaborada, precios razonables, y un empleo del espacio digno de la propia NASA: en unos treinta metros cuadrados, que calculamos a ojo -Javier es arquitecto, sabe de qué va el tema- han logrado meter la cocina, un cuarto de baño, y mesas para doce o catorce personas... nos atiende una señora joven -por lo menos, para mí-, guapa y elegante, sobre unos vertiginosos tacones, el calzado más adecuado para moverse sobre las escasas baldosas que componen el espacio libre del restaurante... en Verano, suponemos que se amplía con mesas en una terraza; hoy ya está cayendo el sol.el suelo está húmedo, y se agradece el calor humano del atestado saloncito.



Volvemos hacia el coche disfrutando de la paz de la tarde; en muros metálicos dispuestos al efecto, los carteles de los partidos que se presentan a las elecciones de mañana: coaliciones para mi desconocidas -pocos partidos tradicionales- pero muchos apellidos familiares, cosa no extraña en un país cuyo Primer Ministro se llama Valls, y la alcaldesa de su capital, Hidalgo... desde uno de ellos me mira el Candidato Martínez; es mi cuarto apellido, y mis hijos lo llevan por partida doble... ¿cómo no voy a sentirme en casa...?