lunes, 25 de enero de 2016

Madrid, Enero de 1977...

Ayer se cumplieron 39 años del asesinato de los laboralistas del despacho de Atocha... ahí van, hacia ellos, mis recuerdos de aquellos días.


"El abrazo", de Genovés.

En la noche del 24 de Enero de 1977, tres pistoleros entraron en el despacho de un grupo de laboralistas vinculado a las, todavía en aquel momento ilegales, Comisiones Obreras, en la calle de Atocha, en Madrid. Buscaban a un dirigente sindical, al que responsabilizaban de la dura huelga del transporte, que estaba significando, en aquel momento, un serio quebranto para las mafias que dominaban el sector. Los hechos probados en juicio concluyen que dos de ellos dispararon a sangre fría, causando la muerte de cinco de los allí presentes, e hiriendo gravemente a cuatro más. Los fallecidos militaban en el, todavía en aquel momento ilegal, Partido Comunista de España. De entre los heridos, destaca la dramática trayectoria de la abogado Dolores González: en su día, el novio de Dolores, el estudiante Ruano, se lanzó al vacío tras un durísimo interrogatorio -tres días- de la Brigada de Investigación Social, aunque todo parece indicar que, en su caída, tuvo la mala suerte de hacerlo sobre alguna bala que, sin duda por casualidad, se encontraba en la acera donde se estrelló. Casada Dolores posteriormente con Francisco Javier Sauquillo, su marido figuraba entre los asesinados. Otra de las abogados, Manuela Carmena, se encontraba en una reunión, fuera del despacho; llegaría a ser alcaldesa de la ciudad que, aquella misma noche, en cuanto empezaron a llegar las noticias sobre lo sucedido, se estremeció hasta los huesos.

Si algo nos unía a la mayoría de los que vivíamos y pensábamos en aquellos momentos, era un único sentimiento: "¡Nunca más...!" El año anterior, tras los trágicos acontecimientos de Vitoria -una masacre policial, en una iglesia donde se había reunido una asamblea de obreros- viajé a Paris; el taxista que me llevaba al hotel desde la estación, nada más oírme decir que era español, me preguntó... "¿Os vais a volver a empezar a matar entre vosotros...?" "¡Eso, nunca más...!" contesté yo, más desde el deseo que desde la convicción... teníamos malas cartas en la mano; una Transición hacia la Democracia bajo la vigilante mirada de un Ejército forjado por Franco a su imagen y semejanza, y con grupos terroristas de variados colores, desde la extrema izquierda y el nacionalismo a la extrema derecha, disputando a las Fuerzas de Seguridad la tarea de llenar de muertos nuestras calles; pocos días antes, entre la Policía Armada y un grupo de extrema derecha ya habían matado a dos personas... pero lo de Atocha añadía varios pluses de perversión; el ataque deliberado y a sangre fría, y la actividad de las víctimas, defensores de los obreros en medio de una crisis de dimensiones hasta entonces desconocidas: el muy difícil equilibrio que se vivía en calles y fábricas podía quebrarse en cualquier momento.

Ya os he contado otras veces que yo era, en aquellos momentos, un joven funcionario de la Organización Sindical, el Sindicato Vertical: formaba parte, por lo tanto, de uno de los aparatos nacidos en el Franquismo, y que fuera del Franquismo perderían rápidamente su razón de ser. Pero, como en casi todos los estamentos de la sociedad española de aquellos días, también entre nosotros convivían las opiniones más encontradas. Desde el primer momento tuve la sospecha de que, entre los inductores de aquella tragedia, podía muy bien figurar algún compañero mío -tal y como, por desgracia, se comprobó-, de los sectores más ilusos, convencidos de que era posible una continuidad del Régimen, en un momento en que las circunstancias internacionales, e incluso los intereses de quienes se habían servido de ellos, eran ya muy otros. Dinosaurios condenados a la extinción, cuando ya sus hijos ensayaban otros disfraces más aceptables, pero no por ello menos peligrosos en sus últimos coletazos, mientras quedasen algunas pistolas en sus manos. Y tenían muchas.

Cuando llegué a mi puesto de trabajo, la mañana del 25, con los titulares aún frescos en la cabecera de todos los periódicos, había tomado ya una doble decisión: la primera, mostrar mi solidaridad a los dirigentes de Comisiones Obreras, que ya actuaban a cara descubierta dentro de la estructura del Sindicato Vertical; recuerdo cómo nos abrazamos varios de los que, hasta aquel entonces, nos habíamos considerado mutuamente en bandos distintos... la segunda, llamar a otros funcionarios, para tratar de organizar una respuesta conjunta. No había habido prácticamente conversaciones políticas entre nosotros, pero sabía muy bien a quienes llamar por teléfono, y a quienes no... ninguno me falló, todos estábamos de acuerdo: a media mañana, la mayoría delos funcionarios de la Organización Sindical, en Barcelona y las comarcas más pobladas, estábamos en paro, en solidaridad con los compañeros de Atocha. Los discrepantes callaron, quizás secretamente avergonzados, sospechando lo mismo que todos sospechábamos.

El entierro se fijó para el día siguiente, 26 de Enero; casualmente, estaba yo convocado a una reunión de trabajo en Madrid; llegué a Barajas en medio de un día frío y gris; una ciudad cuyo pulso siempre sientes latir, parecía aquella mañana callada, contenida, bajo una más que evidente presencia policial... nos reunimos en un local oficial; éramos un grupo de compañeros, procedentes de toda España; con muchos, las relaciones habían llegado ya a la amistad; predominaban, por supuesto los vinculados más o menos -todos lo estábamos, para qué negarlo- al Franquismo, pero ya empezaban a marcarse posiciones ante el futuro: algunos se quedarían anclados en sus lealtades originales: entre ellos, debo decirlo ya, algunas de las mejores personas que he conocido, y a las que más debo, profesional y humanamente... los hechos del día anterior, la expectativa ante lo que podía suponer, aquella misma tarde, el entierro, pesaban como una losa sobre el espíritu de la reunión, aunque nadie mencionó nada al respecto. Al llegar, me acerqué a Alberto, el amigo con el que más podía compartir mi ánimo aquel día... "Iremos", nos dijimos, no hicieron falta más palabras. Se nos unió otro joven compañero; ya éramos tres.

Finalizada la reunión, nos fuimos a comer a un típico mesón, no muy lejos de la sede del Tribunal Supremo, de donde arrancaría el cortejo fúnebre: nos habían preparado una mesa en un subterráneo abovedado, estrecho y con una única salida, y por mala suerte me tocó uno de los lugares más alejados de la puerta, separado además de los otros dos conjurados... la comida transcurrió con una ficticia jovialidad, mientras yo no hacía más que mirar el reloj, viendo que se acercaba la hora... ni recuerdo si habíamos acabado ya de comer, cuando me levanté, hice señas a Alberto y el joven compañero, y me despedí de los demás con un simple "Nosotros tenemos que irnos..." nadie preguntó a donde íbamos, se hizo el silencio, los que estaban a mi lado se levantaron para dejarme pasar... sentía que algo se rompía a nuestro alrededor; no lo interpreté como hostilidad -pruebas tuve después de que acertaba-, sino como un cierto dolor, no exento de incredulidad. No se despedían tan solo de unos compañeros, que ahora lo serían un poco menos; se despedían también de un tiempo pasado, que siempre considerarían mejor. A nosotros nos esperaba el Futuro, fuese el que fuese...

Foto de Jordi Socías


Salir a la calle fue, en muchos sentidos, una bocanada de aire fresco... grupos numerosos casi corrían, como nosotros, en la misma dirección... llegamos a la Plaza de la Villa de París, y lo que vimos nos dejó sin palabras: allí, en silencio absoluto se habían concentrado ya decenas de miles de personas; un servicio de orden, con brazaletes rojos, evidenciando su militancia aún ilegal, atajaba cualquier intento de gritar.. desde donde estábamos, en el otro extremo de la plaza, se escuchaba nítidamente el sonido de los cascos de los caballos de la Policía Armada que, a más de doscientos metros, vigilaban respetuosamente... mirabas a tu alrededor y solo veías rostros tristes, incluso algunos con señales de llanto, pero, al mismo tiempo, decididos, dignos, profundamente dignos... sobre nuestras cabezas revoloteaba un helicóptero; lo miré, distraídamente, esperando ver el conocido BO de la Policía, pero descubrí un Puma blanco, del Escuadrón asignado al transporte VIP: "¡Ahí va Juan Carlos!", pensé; acertaba.
Autor desconocido


De repente, un murmullo fue rápidamente acallado por los siseos del servicio de orden; por la puerta del edificio del Tribunal Supremo empezaron a aparecer los féretros de los muertos, cubiertos con banderas rojas.. ante ellos, un ramo de flores, con la Hoz y el Martillo:  por un pasillo, abierto entre la muchedumbre, a hombros de sus camaradas, cruzaron lentamente entre un bosque, un mar, una auténtica empalizada de puños alzados, sin un grito, sin una canción... silencio, determinación a que fuesen los últimos, a que su muerte no hubiese sido en vano... allí, uno más, una gotita en aquel océano, estaba, por primera vez, el mío...

Autor desconocido


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Ayer, en la Plaza de Boltaña, me tomaba unas cervezas con una chica muy joven -para mis parámetros actuales- y su compañero: trabajadores, en toda la acepción de la palabra; ella es, sin lugar a dudas, una de las camareras más competentes que he conocido. Está muy contenta, porque tiene un puesto fijo en la cocina de un centro oficial.. "Bueno, ya sabes cómo es eso: cuando acaba el curso, te despiden, y te cogen otra vez cuando vuelve a empezar... ¡pero la plaza es mía...!" Él acaba de perder su trabajo, de operario especializado en trabajos de riesgo,  "La empresa cerró, ya sabes..." y se ha venido a vivir en Sobrarbe, con ella... "Total, estábamos muy mal; te cambiaban de sitio cuando querían, tenías que trabajar a dos, tres horas en coche, y no te pagaban desplazamientos, ni dietas; lo coges o ahí está la puerta.." "Trabajé un tiempo en Francia... aquello era otra cosa; una mañana, hacía mucho frío; vino el encargado y nos trajo unos guantes nuevos, de abrigo... al rato, volvió con un termo de café; aquí..." "A veces, te pagaban por media jornada, haciendo jornada entera.. luego, en Noviembre, te ajustaban las horas, y te daban días de vacaciones..." "Nunca, nunca hemos estado los trabajadores así... ¡encima, hay compañeros que creen que son de clase media...!"  "Ya, sabes", "ya sabes"... No, no lo sé, quiero decir, no esperábamos esto, no queríamos esto... ¿Cómo lo hemos permitido ...?





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