miércoles, 27 de enero de 2016

¿Se cantaba en Boltaña, antes de La Ronda...?

Lo bueno de la edad es que te permite hacer pinitos como historiador o, si me apuráis, pre-historiador...



El sábado recorrí, una vez más, las calles de Boltaña, siguiendo a La Ronda, nuestra Ronda... "¡Veinte años ya!", me decía un amigo, miembro desde la primera hora... consulto A Biquipedia, y me dice que no, que hace 20 del primer CD, pero que ya llevaban cuatro años rondando... pocas me he perdido: de Invierno, puede; de Verano, ninguna, ni siguiera el año que volví, a tiempo, desde Kenia, pero con unas importantes cagaleras, que desafié rondando como el primero, aunque reduciendo a límites simbólicos los tientos al porrón.

Sería injusto negar que ese fenómeno sociológico e incluso político que es hoy La Ronda de Boltaña en Aragón -y en los lugares a donde han ido a parar los aragoneses centrifugados- debe mucho, muchísimo, a la figura de Manuel Domínguez, ejemplo indiscutible de la polivalencia de los Registradores de la Propiedad, mejor que el hoy todavía Presidente del Gobierno en Funciones... pero tampoco se explicaría sin el riquísimo sustrato de músicos y cantantes que ha dado Sobrarbe en general y Boltaña en particular. Aún hoy, te puedes sentar con una cervecita en la mano en el bar de la plaza, y ver, en pocos minutos, desfilar ante ti a un joven cantautor, Francho, un buen jotero (¿en la reserva...? hace tiempo que no te oigo) como Torde, un Salva Goñi, cuya sensibilidad nos descubrió en su primer CD, o incluso una boltañesa consorte, Wendy, que se nos reveló como una muy sólida intérprete, junto a muchos jóvenes -o no tan jóvenes ya- integrantes de recurrentes grupos de las diversas familias del Rock... y todo eso, entre algo más de mil habitantes... y, abarcando con el objetivo todo Sobrarbe -que tampoco es, demográficamente hablando, un Shangai o un México DF- grupos como La Orquestina, músicos tan acreditados como Joaquín Pardinilla, una Coral entera, apasionados del Jazz, músicos polivalentes... nacidos unos aquí, procedentes de tierras muy diversas otros, herederos unos y otros de una tradición que, dentro de mi horizonte vital, incluía figuras como los padres de mis amigas Marithé y Amparo, músicos de innumerables fiestas, viejas generaciones de cantantes de taberna y ronda, elementos tan curiosos -ya rozando el frikismo- como nuestro Tokio, el pintor japonés jotero... no queriendo -ni pudiendo- olvidar a personajes tan queridos como Jose María Campo, cuya "Higuera" formará parte, ya para siempre, de nuestro paisaje sentimental... Por tener, hemos tenido hasta un cura que, en su vida civil, había sido cantante profesional, perfectamente capacitado para, en un día de San Pablo, oficiar la misa por la mañana y, por la tarde, amenizar el baile con sus boleros, rancheras y pasodobles, como comprobé con estupor el día en que lo conocí... incluso mi abuelo Arsenio había tocado la trompeta en su juventud, y en una trompeta imaginaria se refugiaba cada vez que su hermana mayor -Encarnación- lo emprendía por alguna de las faltas de disciplina a las que tan aficionado era.



En un ambiente tan musical, no es raro que mis recuerdos sobre qué música se hacía y qué se cantaba en Boltaña se remonten a fechas bastante remotas... pero quizás la primera que recuerde con claridad sea mi primera ronda. Ronda pasiva, porque yo iba de rondado por persona interpuesta, ya que a la que estaban rondando, de verdad, era a mi prima Dulce, moceta ya de muy buen ver, cuando yo aún no acababa de superar la primera adolescencia -aunque, justo es decirlo, es más joven que yo, e incluso, hoy, nos llevamos un año...-. Escuchaba yo en la cama aquello de "¡Despierta, niña, despierta/despierta si estás dormida,,,", y se me llevaban los diablos: primero, porque me habían despertado y, sobre todo, porque lo que yo quería era llegar a ser mozo, de una p... vez, y salir también a rondar junto a mis mayores, a los que no veía, pero reconocía por las voces: Cambreta, Alfonso, Feixa, Ramón, Vidal...

Ese era un problema de fácil solución; muy poco tiempo después -aunque se me hizo eterno- ya estaba yo en activo como mozo, y participé en no pocas rondas. Tenían éstas una fuerte componente anárquica; estábamos, ya de noche cerrada, en algún sitio, tomando algo, y siempre había el que proponía: "¿Y si fuésemos a rondar...?". Se iniciaba entonces el proceso de convencer a los poseedores de instrumentos musicales -y el know-how adecuado- porque no era cosa de rondar "a capella", y, una vez vencida su natural reticencia -siempre tenían la guitarra o la bandurria destemplada...- se iniciaba el recorrido; rondábamos mozas, no casas; más o menos, sabíamos bajo qué ventana cantar, y, al poco, la afortunada, sonriendo, bajaba con algo de longaniza, alguna bota o algún porrón (el vino rancio nunca faltaba), o aquellas famosas galletas surtidas que en cada casa se guardaban para las visitas, y que siempre solían estar ya un poco blandas, tirando a fláccidas: la estrella, como siempre, era el jamón, pero se veía pocas veces... no nos limitábamos al Casco Antiguo, también se rondaba en la Carretera que, por supuesto tenía muchísimas menos casas que ahora.



¿Y qué cantábamos en las rondas? Pues, principalmente, cosas de la Tuna, que formaban buena parte del repertorio de la rondalla que se había formado años atrás en Boltaña, con los mozos de mi generación, o ligeramente más jóvenes: de entre ellos surgirían muchas vocaciones musicales y muchos de los primeros integrantes de la Ronda. Creía ya muerta y enterrada esa tradición pelín casposilla de las Tunas cuando, recientemente, en la fiesta del 60 cumpleaños de mi hermana Pilar, hicieron su aparición un reducido grupo de tunos. Mi hermana -cosas de la vida- me ha salido un poco indepe, y pensé que le produciría urticaria una exposición tan directa a esa reliquia de la España cañí, pero la verdad es que estuvieron muy simpáticos y nos lo pasamos muy bien con ellos... no hacía muchos años, en una reunión de trabajo, se plantó ante mí un encorbatado y trajeado ciudadano que, con una amplia sonrisa, se me presentó... "¿No te acuerdas de mí...? !!Soy el Pandereta de la Tuna de Derecho...!!" Y lo bueno del caso es que lo recordaba perfectamente.

Dejando aparte Clavelitos y Tunas Compostelanas, también cantábamos Jotas: mal, pero las cantábamos: nos atrevíamos con todo; desde las bellísimas y tradicionales -"Pulida Magallonera", "La Palomica"...- hasta las más bastas y soeces, que, naturalmente, no cantábamos a las mozas, y que yo nunca identifiqué con el espíritu popular -que siempre me ha parecido más delicado y poético- sino con jóvenes gamberros urbanos, que confunden ruralidad con brutalidad. Pero, de todos modos, las cantábamos y nos reíamos...

Posiblemente la única pieza del repertorio actual de La Ronda que ya cantábamos eran las coplas de "Niña bonita": creo recordar que se atribuían a un cantante de una orquesta sobrarbense de anteguerra, cuyos componentes tuvieron que exiliarse... cantábamos las estrofas que hoy se oyen -aunque no recuerdo la de "Señores, vengan t'a casa..."-, y una más, hoy seguramente sacrificada a la concordia comarcal, que hacía referencia a un curioso accidente sufrido por una moza de una villa vecina al caer en un campo de nabos... "Niña bonita", como el Corán de Rushdie, tiene también sus "Versos satánicos".



Poco a poco, sin darnos cuenta, nos pilló el cambio sociológico que mató las rondas tal y como las conocíamos... "Hace tiempo que no rondamos...", decía, nostálgico, un amigo... "¿Cómo quieres que rondemos, si las chicas se acuestan tan tarde como nosotros...?", le contestaba otro... pero ya en aquellos tiempos habíamos sustituido las rondas por largas sesiones de canto, que amenizaban nuestras reuniones ante la hoguera en la ermita de San Sebastián, o las interminables meriendas en Casa Solano, frente a una tortilla de patatas o -innovación, cuando aparecieron las primeras granjas- un plato de codornices... nuestro repertorio también había cambiado: La Tuna se batía en retirada, las jotas mantenían posiciones, pero empezaban a triunfar coplillas picarescas o ligeramente guarras, irrespetuosas hacia todo lo Divino y lo Humano... eran los tiempos del "Cubanito", o de aquellas cuyo estribillo rezaba: "iHaz bien, y no mires a quién...!"

Cada uno de nosotros tenía su especialidad; Ricardo Conde, por ejemplo, disfrutaba hasta casi llorar cantando tangos; los mayores nos legaron auténticas joyas, de sabor tradicional, como la canción de la muchacha que vendía "El Liberal" ("La que vende muchos miles/y se gana un buen jornal"), los efectos térmicos del juego del balón sobre las señoras que lo contemplaban, o la tierna historia de la Costurera María y su Primito Ramón... cuando, mucho más tarde, se incorporaron por matrimonio Javier Sesé y Miguel Ángel Viu, entró con ellos un amplísimo repertorio de Rancheras Mexicanas "con sentimiento"... otras veces, escuchábamos e incorporábamos aportaciones de éxito: recuerdo la tarde en que, en el antiguo bar de Gorré, nuestro querido Pepe Vidal nos cantó una auténtica maravilla, una vieja canción sobre los poco elegantes métodos terapéuticos que se aplicaban a las Enfermedades de Transmisión Sexual durante la Guerra de África, cuyo recuerdo pone los pelos de punta, pero cuya transcripción daría algo por conservar.

¿Y qué aportaba yo...? Mucha afición y muy poca voz... pero el indicador exacto del número de copas que llevaba encima era cuando, melancólico, me ponía a cantar "Lilí Marleen", en un Alemán aproximado... aclaraba yo a los amigos que no se trataba de una canción nazi, sino una canción de soldados alemanes que los nazis estuvieron a un pelo de prohibir porque les daba muy mal rollo, ya que, si llegas a la cuarta estrofa, te das cuenta de que el soldado que recuerda a su novia lejana está muerto y dentro de su fosa, y eso, por supuesto, no les podía pasar a los soldados del Reich, destinados a perennes victorias... tendría que esperar hasta que una investigadora de improbabilísimo nombre -Rosa Sala Rose- escribiese su monografía sobre la bella canción, dando razón a mis argumentos.



Íbamos creciendo en sabiduría y vello facial, y el entorno del País se iba también transformando a nuestro alrededor... como siempre, los vientos de cambio venían del Extranjero: nuestros amigos y amigas franceses nos enseñaban canciones nuevas: no podía faltar el toque picarón -oh, là, là!-, y así aprendimos las desventuras de la muchacha que encontraba en su camino a "Quatre jeunes et beaux garçons", las del jovencito que no quería irse de vacaciones con su tío, de aviesas intenciones, o los sabios consejos de la p'tite Charlotte, decidida a "se passer des garçons"... pero ya la conciencia política empezaba a hacer mella en nosotros: en la parte alta del pueblo, nos reuníamos en casa de la abuela de unos amigos franceses, de padre boltañés fallecido en el exilio: nuestro club era la bodega, recorrida en diagonal por un tubo de desagüe, de tal manera que, cuando la abuela se levantaba por la noche a hacer pipí, oíamos nítidamente el chorrito pasar por encima de nuestras cabezas... allí la cosa ya iba a mayores; traían discos prohibidos en España, por ejemplo, de Soledad Bravo -entonces, en posiciones muy de izquierdas, que ha matizado considerablemente-, y cantábamos con ella el "Gallo Rojo" o "Hay una lumbre en Asturias..." No podía faltar el recuerdo al Ché, recientemente asesinado, y cantábamos "¡Hasta siempre, Comandante!" o la bellísima "Soldadito boliviano". Empezábamos también a incorporar el repertorio de Paco Ibáñez, en el que tan profusamente beberíamos:  y, para que no faltase la concesión a la lucha hormonal que en nosotros se libraba, "Je t'aime, moi non plus", todo un himno generacional a las ganas de estrenarnos... las buenas gentes, que nunca faltan, fueron a la Guardia Civil con el cuento de que en aquella bodega nos entregábamos a orgías sexuales... la Benemérita, viendo las caras de no comernos un rosco que teníamos -con muy celebradas y escasas excepciones- no prestó mayor atención: insistieron diciendo que, además, se hablaba de política, y eso ya despertó un cierto interés que, afortunadamente, no pasó a mayores.

Mientras tanto, en alegre esquizofrenia, en los bailes de las fiestas de los pueblos que llenaban nuestro mes de Agosto seguían sonando bonitos pasodobles, y nos enamorábamos hasta las cachas a los sones del "Dalila" de Tom Jones o bien -otro clásico- "Mis manos en tu cintura", de Adamo, que iniciábamos, ilusionados, en la esperanza de que aquella vez no nos hiciesen la temidísima "cobra". Cosas todas que nadie, en su sano juicio, se atrevería a cantar en una reunión con amigos y un porrón de cerveza encima de la mesa: nos movíamos, con cierta facilidad, en Universos paralelos.

Habíamos salido ya claramente de la adolescencia y navegábamos  en los procelosos mares de la juventud, mientras la cosa se iba liando: nos llegaban los ecos de Bob Dylan, Pete Seeger, Joan Baez... y empezaban a calentar motores Labordeta, La Bullonera, Carbonell... estaba visto que íbamos a seguir cantando, y mucho... pero esa es ya otra historia.







4 comentarios:

  1. Esa bodega recorrida por un tubo de desagüe me parece que la tengo cerca. Habra que acondicionarla para devolverla a sus mejores tiempos. Tal vez este verano...... ;)

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    1. Pon una grabadora, para hacer psicofonías, y si oyes cantar "Je t'aime, moi non plus", somos nosotros... :-)

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  2. Nunca olvidaré cuanto y que cantabamos, cada vez que subíamos a Boltaña, con Blas ¿Cosculluela?, el herrero. Por supuesto tampoco a Ricardo Conde, ni a Melendo ni a Paco Serrablo.

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  3. En recuerdo de Blas, un trozo de una de aquellas canciones de taberna:
    Salié de Boltaña un día, camino de Margurgué y en o camino alcontré un papel qu'así decía: Un cura s'en fue a pichar ta la puerta d'un convento y una rata bien peluda se l'enganchó al istrumento. O cura chila que chila, a rata tira que tira. "Santa Bárbara bendita que me quedo sin a coda".

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