lunes, 18 de enero de 2016

San Antón en Sant Esteve...

Durante muchos años celebré mi cumpleaños, el 17 de Enero, participando en "Els Tres Tombs" en Sant Esteve de Palautordera...





Mi cumpleaños -17 de Enero- coincide con la festividad de San Antonio Abad, San Antón, un monje egipcio al que, con ese simpático sincretismo con el que la Iglesia incorporó las creencias paganas a su ecosistema, se le han asignado funciones de protección de los animales, que seguramente correspondían a alguna deidad prerromana; ayer mismo, hablando de mi próximo viaje a Buenos Aires, comentábamos que el Mercado de ganado es el Mercado de Hacienda: Hacienda no somos todos; Hacienda son los bichos útiles, los que nos comemos, o los que trabajan para nosotros... recuerdo la historia montañesa, cuando un vecino relata a otro el año tan horrible que llevan en su casa... "Primero, se murió Padre; después, mi suegro; ahora, un tío... ¡Y aún gracias a Dios que ha entrado la cosa por la gente, que si llega a entrar por los animales... la ruina!" Es, por lo tanto, el día indicado para bendecir a los animales, y en muchas poblaciones de Cataluña se acompaña con una cabalgata que, tradicionalmente, daba tres vueltas a un recorrido: Las tres vueltas, els tres tombs...

Cuando empezamos a montar a caballo en una hípica de Sant Esteve de Palautordera, pronto también nos apuntamos a participar en Els Tres Tombs. Ante la presencia en perfecta formación de los jinetes de una hípica vecina, correctamente uniformados de Andaluces -con sus zahones de cuero, sus chaquetillas, sus sombreros de ala ancha, y unos caballos de Pura Raza Española que quitaban el hipo-, Joan, el propietario de Can Marc, nuestra hípica, decidió que nosotros debíamos vestirnos "de Catalanes", concepto bastante gaseoso, que incluía ponerte una chaqueta más o menos elegante, y -eso sí- una chalina, preferentemente roja.

"De Catalanes": Marta, un servidor, Blanca y su prima Alicia...


A mí me gustaba especialmente celebrar así el día de mi cumpleaños -aunque, como es natural, la fiesta se desplazaba hacia el Domingo más próximo- pero, todo hay que decirlo, no era un día cómodo; tenías que estar muy temprano en la hípica, preparar especialmente a los caballos, cepillándolos de polvo y paja, arreglando bien sus cabezadas, limpiando las sillas...- y, después, marchar en cabalgata, caballos y jinetes que muchas veces no coincidían habitualmente... mis mejores paseos a caballo eran siempre en grupo muy reducido -muchas veces, solo con Blanca y Marta, una tía suya pocos años mayor que yo, compañera de aficiones-, a un ritmo marcado por nosotros, que pasaba desde el paseo charlando tranquilamente a, cuando nos apetecía, pedirle a los bichos que demostrasen sus aptitudes... ahora marchábamos más o menos en formación, rodeados de una masa de gente que gritaba, saludaba, y -lo peor de todo- acudía a la bendición acompañada de sus mascotas; gatos, hamsters, periquitos... ¡y perros, el archienemigo de los caballos, que se aterrorizan ante ellos...! Hasta llegué a ver, una vez, a un perroflauta con un hurón encaramado sobre el hombro.

En Can Marc había montado diversos caballos; recuerdo a "Piropo", un tordo rodado muy bonito, con el que tuve el único accidente medianamente grave -me rompí una costilla- aunque no fue culpa suya, en modo alguno... o "Stela", una hermosísima yegua negra, propiedad de una compañera que, a veces, nos dejaba montarla, y que fue un auténtico flechazo -la yegua, no la compañera, aunque también tenía méritos para ello...-, pero llegué a aficionarme mucho a un caballito pequeño y paticorto, pero con unos bríos increíbles, al que le encantaba galopar cuesta arriba, cosa que yo prefería no hacer con ningún otro, para no cansarlos innecesariamente. A Joan le pateaba que yo le pidiese siempre aquel caballo, porque, decía, no iba para nada con mi talla, y, montado en él, parecía ir yo en una "Vespa"... veo fotos, y no dejo de darle la razón. El tema se resolvió cuando otro cliente, enamorado también de él, se lo compró y lo reservó para su uso exclusivo... lo "retiró", vamos, como hacían los señoritos golfos encaprichados de una joven cabaretera.

En la "Vespa"... Irene, al lado


Ante esa situación, Joan me decantó hacia su elección para mí: el "Negritu": no es el caballo más grande que he montado -monté varias veces un caballo alemán al que tenía que subir con un taburete- pero sí seguramente el más corpulento; tenía sangre de caballo de trabajo, posiblemente de bretón, y un pelaje negro brillante que, sobre todo en invierno, le daba un cierto aire de oso... era, seguramente, el caballo de mejor carácter, más educado, más amable que he conocido; en la pista, era una delicia; ejecutaba sin dilación cualquier ejercicio que le pedías, y con él se iniciaron en la Equitación muchos jóvenes jinetes que, como yo, le estarán eternamente agradecidos.

Pero nadie es perfecto, ni siquiera "Negritu"... con todo su tamaño, era un auténtico cobarde; un cagón, vamos... especialmente, bastaba la proximidad de un perro para que entrase en pánico, y así, nuestros paseos tenían siempre un componente de psicoterapia, tratando yo de infundirle confianza: recuerdo que uno de nuestros recorridos habituales pasaba por un estrecho camino entre dos casas, en una de las cuales vivía un hermoso Pastor alemán que siempre aparecía, ladrando, a nuestro paso, provocando el terror de "Negritu"; según nos aproximábamos, empezaba yo mi terapia: sujetando las riendas, intentaba infundirle aplomo... "¡Venga, Negritu, ahora saldrá nuestro amigo, el perrito, a saludarte; tú, tranquilo...!" mirando siempre en dirección al chalet del perro... una tarde, cuando estábamos en esas, el perro apareció, de repente, en el jardín del chalet vecino... "Negritu", en cuestión de segundos, se levantó de manos, giró sobre sus cuartos traseros, y salió disparado en dirección opuesta, y fue una auténtica suerte que no me partiese yo la crisma en la operación, y que lograse después controlarlo.

Ya supondréis que las cabalgatas de San Antonio Abad constituían para "Negritu" una auténtica tortura... verse entre tantos caballos poco conocidos, rodeado de gente, y con tanto perro más o menos suelto alrededor, lo ponía al borde del colapso: yo, en esos casos, no era ya el jinete, sino su única voz amiga, el único que podía aportarle algo de seguridad... en una ocasión, en la vecina localidad de Santa María, la cabalgata se detuvo, y nos vimos rodeados de gente que quería ver de cerca y tocar a los caballos... "Negritu" pareció sufrir una taquicardia... yo lo palmoteaba, le rascaba entre las orejas, empleaba todos mis recursos, empezando por el más potente, la voz: "Vinga, Negritu, tranquil, no passa rés, Negritu...!" -tenía la costumbre de hablarle en Catalán, que debía ser más familiar para él-... en aquel momento, me di cuenta de que, a pocos centímetros de nosotros, un adolescente de color me miraba con ojos de odio... y me percaté de lo poco políticamente correcto que era el nombre de mi compañero; sonreí al muchacho, como diciendo... "Por supuesto, no va por ti...", pero el mal ya estaba hecho.

La uniformidad se relajó...


El momento cumbre de la cabalgata llegaba cuando, ante la puerta de la iglesia, el cura bendecía, uno a uno, a los asistentes, rociándonos con agua bendita: en una ocasión, cuando llegó nuestro turno, "Negritu" llegó a la conclusión de que aquel señor en enaguas que alzaba una cosa en la mano, apuntando hacia nosotros, no era en absoluto de fiar; puso el turbo, y nos tragamos literalmente al caballo que teníamos delante, dejando al cura con el hisopo en alto.

Pues bien; aquel mismo año, tuve un esguince de pie que me dejó cojo durante mes y pico, y  "Negritu" sufrió una grave tendinitis en una pata que puso a su dueño ante la disyuntiva de prescindir de sus servicios, lo cual, en el caso de los caballos, suena ominosamente a  albóndigas de Ikea... superamos ambos nuestros problemas y, el San Antón siguiente, fui firme y claro con él: "¡Negritu; este año nos bendicen, por mis c....!" Vio que la cosa iba en serio, y se comportó; recibimos la correspondiente rociada, y gozamos de un año plácido y saludable.

Ayer, en Sant Esteve, vi de lejos a los jinetes que acudían a la iglesia, pero no me apeteció acercarme más; son recuerdos tan bonitos que prefiero no contaminarlos. Al igual que sigo visitando Can Marc, y me gusta hablar un rato con Joan, pero nunca le he preguntado, ni lo haré, por "Negritu": prefiero que, para mí, siga pastando felizmente en un prado, rodeado de otros caballos tan gentiles y tranquilos como él, sin ningún odioso perro a la vista, y que, de vez en cuando, lo monte algún jinete de buen carácter, que le rasque entre las orejas...


Con Negritu, a cual más chulo...






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