lunes, 1 de junio de 2015

Berlín Alexanderplatz

Inicio una semana en la que, me temo, no voy a dejar de oír hablar de Berlín en todo el p... día, y descubro, con horror, que apenas si he escrito cuatro líneas sobre mi ciudad favorita... intento corregir, de urgencia, semejante aberración, y me prometo contar después muchas, muchas cosas de Berlín...

Hemos ido tres veces a Berlín, y tengo la intención de repetir varias veces más, en la medida en que los años crecientes y los recursos menguantes -los, espero que ya inminentes, sucesores de Montoro- me lo permitan, y las tres veces nos hemos alojado en el mismo hotel, en Alexanderplatz. El edificio es el rascacielos más alto del Berlín Este -y supongo que sigue siéndolo también en el Berlín unificado-, construido para demostrar que a los arquitectos socialistas les podían salir cosas tan impresionantes y pretenciosas como a sus colegas del Mundo Libre, y tiene un montón de pisos, muchísimas habitaciones, un casino en la última planta, y unas vistas alucinantes sobre la ciudad, aunque supongo que en Recepción deben tener mi ficha política, y siempre me han tocado ventanas mirando al Este, para que aprenda... Las habitaciones son acogedoras y funcionales, con el curioso detalle de que el cuarto de baño es completamente transparente -aunque no el retrete, a Dios gracias-, por lo cual no os aconsejo que compartáis habitación con alguien al que no estéis dispuesto a ver salir de la ducha buscando a tientas la toalla. Tiene, como cabe suponer en Berlín, un desayuno de buffet libre pantragruélico, que bastaría para cubrir las necesidades calóricas de medio Togo durante una semana, y que recomiendo afrontar con suma prudencia y parquedad.




La primera vez, llegamos a Berlín por el Aeropuerto de Tegel, en la antigua Zona Occidental, y nos trasladamos hasta Alexanderplatz en taxi, recorrido inolvidable porque nos permitió cruzar parte del Tiergarten en dirección a la Puerta de Brandenburgo, y enfilar después Unter der Linden: pero en las dos veces siguientes hemos llegado al aeropuerto de la antigua Zona Oriental, Schönefeld -¡Qué nombre tan bonito, "Campohermoso"!- donde se está construyendo, a ritmo más hispano que germano -muchos años de retraso, desviaciones presupuestarias estratosféricas- el nuevo aeropuerto de Berlín- y hemos podido aprovechar una de las más importantes propiedades de Alexanderplatz: su condición de nudo de comunicaciones. Hay en ella una estación de DB, los ferrocarriles federales alemanes, cercanías y largos recorridos, otra del S-Bahn -suburbano berlinés-, otra de U-Bahn -el "Metro"-, líneas de autobuses y de los tranvías que recorren la Zona Este... puedes llegar hasta allí en el S-Bahn, haciendo solo un transbordo, y a un precio sumamente asequible. Empiezas así a disfrutar del transporte público que hace de una ciudad como Berlín, con enormes distancias y zonas claramente diferenciadas, tremendamente accesible y cómoda, en cuanto has aprendido a moverte por él.



De la plaza, en sí, poco puedo decir: es ligeramente desconcertante. Supongo que, después de los bombardeos aéreos aliados y de la artillería soviética, debió quedar como la palma de la mano, y todo lo que se ha construido en ella -edificios racional-socialistas, imagino que con mucho prefabricado-, aún siendo armónico, tiene un cierto aire de provisionalidad. Posiblemente alguien barajaría la solución de no reconstruirla y fragmentarla en otras plazas o calles, pero al enterarse de que había una famosa novela -y una no menos famosa película- así llamadas, Alexanderplatz se salvó, aunque los informales la llamen, simplemente, Alex.

A parte de la gigantesca estación de ferrocarril y el más gigantesco aún hotel en que me alojo, hay un no menos gigantesco edificio de Grandes Almacenes, que era la alternativa oriental al KdeW, el gigante occidental, y que no deja de ser una especie de Corte Inglés, y, luego, en los bajos de todos los edificios que la rodean, tiendas de todo lo imaginable, y restaurantes de todas las etnias, española incluida... en mi primera visita descubrí una tienda de calzado barato -hacía poco que había caído el Muro, y la diferencia entre los niveles de vida del Este y el Oeste era palpable -llamada "Delgado", mi apellido materno... ya no la he vuelto a ver, supongo que mi insospechado pariente se la ha vendido a alguna franquicia...

En el centro -o casi- de la plaza, hay un ingenioso Reloj Universal, donde puedes comprobar la hora simultáneamente en cualquier lugar del Mundo, muy divulgación científica socialista... la última vez que estuve por allí, recorrían la plaza unos desdichados beneficiarios de los Minijobs de Angela Merkel, hombres-salchichería ambulantes, con una bombona de butano en la espalda, un fogoncito apoyado en los mismísimos, y un paraguas que los protegía de la nevada: recordé una frase leída en una tienda de recuerdos berlineses: "Ha habido dos días muy duros en mi vida: cuando me enteré de que todo lo que me habían dicho del Socialismo era mentira, y cuando me di cuenta de que lo que me habían contado del Capitalismo era verdad"




Durante el mes de Diciembre, ocupa el centro de la plaza un mercadillo navideño, un Weihnatchmarkt: eso la transfigura por completo, se llena de cabañas de madera modelo Selva Negra, donde venden todo tipo de adornos, lucecitas, velitas... algunos, como los molinetes impulsados por el calor de las velas sobre unas aspas, son especialmente bellos... se come de todo, en los Imbiss -donde te sientas en altos taburetes, en torno a mesitas en forma de tonel- o, simplemente, andando por la calle: el aire huele a docenas de variedades de salchichas, con salsas muy diversas -arrasa el Curry, hay que ver qué cosas...- y a las coles en todas sus advocaciones, incluyendo una col verde frita realmente impactante: se bebe cerveza a hectómetros cúbicos y, para rematar, Gluhwein, vino caliente con especias, que no admite término medio; o te sabe a rayos o, como es mi caso, te gusta y te lo tomas para reconfortarte antes las bajas temperaturas... también en ese caso favorece tener el hotel ahí mismo, al que puedes llegar hasta a gatas... en un mercadillo navideño, unos simpáticos jóvenes me ofrecieron magdalenas hechas con cannabis, que comí esperando lograr evocaciones sumamente proustianas... intentaron venderme una bolsa, "para que te las lleves a España...", y al alegar yo que podía tener algún problemilla en el aeropuerto, pusieron la cara más alemana y luterana posible, y afirmaron, a coro: "¡Es legal...!"  ¡Por supuesto! ¿cabía esperar otra cosa de  unos jóvenes germanos...?



Alexanderplatz limita al Este con la Karl Marx Allee, la amplísima avenida -decían las malas lenguas que un metro más ancha que la más ancha de Moscú- que vertebra el antiguo Berlín Este, y, al Norte, la Prenzlauer Allee, recorrida por ruidosos tranvías hacia las zonas relativamente más altas -todo Berlín es muy llano- del Prenzlauer Berg y Pankow, donde estaba la antigua capital de la DDR. Pero os recomiendo dirigiros hacia el río Spree, al Oeste, porque es por allí donde encontraremos varias cosas interesantes:



La primera, sin lugar a dudas, es la Fernsehenturm, la Torre de la Televisión: se parece a todas las restantes Torres de la Televisión que conozco, pero es un poquito más alta y, de hecho, se ve casi desde todo Berlín; otra ventaja de alojarse al lado: nunca te falta un punto de referencia para volver al hotel... También, en este caso, se trataba de una machada del gobierno comunista, para demostrar su capacidad tecnológica, aunque decían los disidentes que, en determinadas circunstancias, su sombra sobre el terreno recordaba a una cruz... como milagro me parece un poco tonto, la verdad... por un precio ligeramente capitalista, puedes subir al mirador, desde donde tienes una vista increíble sobre todo Berlín, especialmente el Unter der Linden: cuando subimos, nevaba, y el espectáculo era inolvidable.



Junto a la Turm, una iglesia neogótica luterana, dedicada a María, así, sin más... la recomiendo por el aire austero de las iglesias reformadas, que siempre nos sabe a poco a los barrocos católicos, y por unas curiosas pinturas sobre la "Danza de la Muerte" que allí pude contemplar: las epidemias medievales que diezmaron la población europea despertaron un falso sentimiento igualitario, al ver que palmaban igual el humilde bracero y las testas coronadas, y así se representan, cogidos ricos y pobres de la mano bajo la atenta dirección de la Pelona, sin posibilidad alguna de coger un avión medicalizado y hacerse conducir al Houston Memorial... recuerdo que cuando Margaret Thatcher intentó implantar la Poll Tax, una contribución urbana igual para palacios y chozas, un analista británico afirmó: "Es un impuesto democrático, en el mismo sentido en que era democrática la Peste Negra..."



Un poquito más allá, en una plaza arbolada y discreta, las negras estatuas de dos alemanes jubilados: Karl Marx y Friederich Engels, el "Masengéls" por cuyos libros preguntaba un simpático agente de la Brigada Social en un registro en casa de un amigo mío... junto a ellos me fotografié, solidario ante su injusta postergación, cuando tantos indicios hay de que, en sus análisis, dieron en el clavo... los servicios municipales habrían borrado años atrás la pintada en la base del monumento, en los tiempos de la caída del Muro, donde se leía: "¡Nosotros no tenemos la culpa...!" Por la noche, a su alrededor, juegan los conejos: crecieron a millones en las zonas de "Tierra de Nadie" que rodeaban el Muro, donde no conocían más predadores que las minas antipersona que, de vez en cuando, convertían alguno en Terrine de Lapin, y, una vez derribado el Muro, se ha extendido por todos los parques urbanos de Berlin, que ha pasado así de ser la Ciudad del Oso, a la del Kanichen, que es como llaman los alemanes al simpático roedor...



Mirando hacia el río, a la izquierda, veremos la mole de la Rote Haus, la Casa Roja, sede del gobierno municipal de Berlín, así llamada no por la orientación política de sus moradores, sino por estar hecha de ladrillo rojo. Creo que en sus bajos hay una cervecería, como es frecuente en los ayuntamientos alemanes -y eso suaviza mucho la necesidad de desplazarse hasta allí para realizar trámites- pero no he podido visitarla aún: en todo caso, en Berlín existe una fábrica "Municipal" de cerveza -aunque tampoco me consta que sea estrictamente de titularidad pública-, y su cerveza, la "Burgerbier", es la más bebida en la ciudad. Es ligerita y rica...

Estamos ya casi llegando al Spree, el río de Berlín, pero antes tenemos que pasar por cuatro sitios de interés: el museo sobre la DDR el Berliner Dom, la Schlossplatz, y el Nikolai Viertel... pero ahí hay tajo para otra crónica: démonos la vuelta, y al hotel...

En una novela escocesa, un punkarra afirma que "Berlín es la ciudad ideal: puedes escupir por la ventana, y seguro que le das a un fascista..." Como todas las generalizaciones, es profundamente injusta: basta con ver los resultados electorales para comprobar que Berlín vota a la Izquierda, e incluso a un Alcalde-Presidente -es Ciudad-Estado en la República Federal- socialista y gay: además, siempre fue así, y ponía de los nervios a Hitler, que nunca pudo convencer a los rojos obreros de Moabitt, semillero de las Brigadas Internacionales, ni a los cachondos y juerguistas burgueses, más interesados en las piernas de las coristas que en conquistar Polonia... Berlín sigue siendo hoy un punto de encuentro de gentes de todo el Mundo: emigrantes turcos -ya casi plenamente aclimatados-, vietnamitas de la época de la Solidaridad Internacionalista, nuestros hiperformados e hipoempleados jóvenes -nos acongojó, en el aeropuerto, ver cuantos padres estaban allí para visitar a sus hijos expatriados-, ciudadanos de toda la Europa Oriental... y, por supuesto, de todas las tribus urbanas, desde okupas de chupa con chapas y clavos, hasta elementos cuadrados de gimnasio con cabezas rapadas y bomber de naylon, que se creen nazis pero que muy seguramente no pasan de cenutrios. No digo yo que no haya problemas, que los hay, pero toda esa mezcla mantiene un difícil equilibrio, diría que incluso una convivencia, que solo puedo atribuir al Berliner Luft, el aire de Berlín, ese airecillo báltico que huele a libertad, y que estoy deseando volver a respirar, allí, en Alexanderplatz...









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