jueves, 25 de junio de 2015

En las verdes colinas de Lucca




No puedo quejarme de mi sentido de la orientación: por lo menos, a nivel “macro”: quiero decir que, hasta el momento, nunca me he equivocado de Continente: donde suelo fallar es en los últimos kilómetros que, mira por donde. son los que más importan… Un Tom-tom sería un instrumento que amortizaría en pocas horas, pero siempre me he resistido a comprármelo, y no me faltan ocasiones para lamentarlo: en las verdes colinas de Lucca tuve una de ellas.

Sabía que el acceso al Castello de Mammoli, donde habíamos reservado habiitación, no era sencillo: ahora por Internet puedes acceder a todo tipo de informaciones de otros clientes, y Google Earth te ofrece hasta la posibilidad de pasear virtualmente por los accesos a cualquier lugar que no sea una base militar particularmente secreta; puedes hasta subir por mi calle de Boltaña…-pero, en este caso las dificultades eran de orden superior: en primer lugar, el establecimiento era conocido indistintamente por Castello de Mammoli o Hotel Villa Volpi, y estas ambigüedades nunca facilitan las cosas. En segundo lugar, las señalizaciones de las carreteras italianas no dejan de tener peculiaridades ligeramente disfuncionales… aún así, me armé de valor, salí por Lucca Ovest, y empecé a buscar el lugar donde teníamos planeado pasar nuestras dos primeras noches en la Toscana.

Bastantes kilómetros y minutos después, reconocí que estaba perdido, y empezamos la tediosa tarea, a la que siempre me resisto, de pedir información: descubres entonces la increíble cantidad de gente que anda por un lugar que no es el suyo -y que, por supuesto, desconoce tanto como tú- o que, con aspecto de no haberse movido de allí en su vida, no tiene ni idea de algo que puede estar, como mucho, a tres kilómetros de su pequeño mundo…hasta que por fín damos con una pareja benemérita y bien informada: el varón, sin pensarlo dos veces, salta a su coche, me indica que le siga y, al llegar al desvío, me lo señala sin posibilidad de pérdida: ¡¡Gracias, majete…!!






Lo que encontramos al llegar supera todas nuestras expectativas: tras los muros de una casa de labor -paredes de tosca piedra, tejas romanas-, un auténtico palacio, decorado con buen gusto, aunque con algunos detalles algo especiales, como los sillones tapizados en piel de leopardo en torno a unos rojos labios, o la escultura en mármol que, al principio, confundo con una Pietà, hasta descubrir, con sorpresa, que representa una felación… Nos acoge una amable pareja; un caballero joven, vestido correctamente de italiano, que es una forma indescriptible e inconfundible de llevar encima, con elegancia y armonía, prendas que no te atreverías a ponerte ni tan siquiera por una apuesta: si volviese a nacer, me gustaría ser mujer, más que nada por probar cosas distintas; pero, caso de repetir sexo, me pido, sin lugar a dudas, ser italiano… Nuestra anfitriona, mucho más discreta, habla sin parar por su telefonino…



Alrededor, un paisaje increíble; una enorme finca agrícola que produce su propio vino y aceite… el bosque de robles y castaños llega casi hasta la piscina: canta el cuco, vuelan las cornejas -que, en Italia, como en buena parte de Europa, son grises y negras-, y un ratonero describe círculos en un cielo aún nublado… un bañito nos repara las fuerzas, después del largo viaje.



Se cena y se desayuna en el vecino restaurante, al aire libre, con los verdes valles desplegados a tu alrededor: es una Toscana diferente, muy húmeda, de rincones sombríos… me parece estar en el Montseny. Al caer la tarde, se empiezan a encender las luces, y se revela un territorio densamente humanizado, desde el fondo de la llanura por donde corre el Arno hasta las pequeñas aldeas en las crestas de los montes… la cena es memorable; descubrimos, en los antipasti, una ensalada toscana de pan, la Panzanella… viene con algo de pomodoro, que rápidamente aparto… se acompaña con una pasta al tartufo (trufa, en este caso, negra…). El vino del lugar es denso, profundo, con sabores a tierra…


Por la mañana, abandonamos nuestra confortable habitación para iniciar nuestras visitas; tocan dos piezas mayores; Pisa y la propia Lucca. El Ferrari que ayer adornaba el exterior del hotel ya no está, sustituido por un Audi descapotable que tampoco desmerece…por la tarde volveremos a Villa Volpi, pensando ya en el baño en la piscina y en la cena, otra vez bajo  las primeras estrellas que van apareciendo en el cielo toscano… esta noche probaremos el bistecchio a fiorentina, que no es otra cosa que el T-bone steak anglosajón, un corte muy poco frecuente en España, con el entrecot y el solomillo unidos por el hueso, hecho a la brasa, sazonado con abundantes hierbas aromáticas, de las que crecen a nuestro alrededor en la terraza del restaurante…remataré la cena con una copita de grappa, ese aguardiente, al mismo tiempo, seco y profundamente perfumado…

Mañana seguiremos camino, pero nos resultará difícil olvidar la sensación de paz y de sosiego que hemos encontrado allí, en las verdes colinas de Lucca. Volveremos a ellas muchas veces, por lo menos en nuestro recuerdo…






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