lunes, 1 de junio de 2015

Sitios donde buscarme si me pierdo: Venecia (1)






A estas alturas de la vida, no va a ir uno de original o de maldito: ni he descubierto lugares increíbles y desconocidos, ni tengo motivo alguno para sospechar que los millones y millones de turistas que visitan Venecia sean unos tontolabas mal informados: Venecia me encantó desde el primer momento y, si me tocan los Euromillones, me compro algo con vistas a un canal, o a un río, o a un charco… punto.
Ni siquiera me molestaron demasiado los colegas turistas; o pillamos buenos día, o todos se concentraban en San Marco y adyacentes: no había que andar mucho -en Venecia no se anda mucho…- para encontrar lugares relativamente solitarios, pelín degradados, pero de una belleza que te cortaba la respiración.
Y los precios… una de las ventajas de vivir en Barcelona es que ya estás vacunado; no dejó de impresionarme que nos levantasen seis euros por cada botellín de Nastro Azzurro, pero era en una terraza donde veías el último sol dorar las aguas de la Laguna: si eso no merece un suplemento… Amante como soy de la pasta, asciutta o en brodo, comí muy bien, y a precios razonables. Y bebí bien…
Cada detalle, cada rincón, cada reflejo en el agua…vagaba yo por Venecia enfigado, flotando sobre el pavimento, recobrando el sentido de la realidad solo para decir “Scusi!” a los pocos venecianos con los que te cruzabas en los estrechos puentes… aunque lo hablo poco y mal, en Italia me niego a decir nada que no sea en Italiano; casi me enfadé con un librero que intentó hablarme en Inglés… “¡Soy tan latino como tú, hablamos dialectos hermanos, éramos ciudadanos romanos en el Siglo I, coño…!” Otros, me lo reconocían directamente: “¡Vosotros y nosotros, casi lo mismo: los franceses, así, así… y los alemanes, esos ya…” No te sientes extraño en Italia, no…
Me dejaba llevar por mis evocaciones literarias: me hubiese encantado sentarme un ratito en una taberna con Giacomo Casanova, a hablar de mujeres.. (bueno, a que hablase él…), o con Thomas Mann en el Lido, contemplando (él, también) la lánguida y andrógina belleza de Tazio… o nadar desnudo en un Canale con Lord Byron, -aunque, tratándose de un britt de clase alta, eso siempre comporta ciertos riesgos…- eso sí, tuve la suerte de estar , durante pocos minutos, al lado de Donna Leon: subimos en un vaporetto, y Blanca se sentó en el único asiento libre, junto a una dama inconfundible, de blanca y ciudada melena y chaqueta de tweed con coderas de cuero: para más señas, llevaba en la mano un libro de Maigret, en Francés, con la etiqueta de una biblioteca pública… intenté, desesperadamente, hacerle señas discretas a Blanca, pero no hubo manera; en la siguiente parada, Donna se levantó y nos dejó solos -es un decir- en el atestado vaporetto de la línea 1. 
Eso fue todo… a una dama tan celosa de su intimidad, ni se me ocurrió decirle nada… le hubiese dado muchos recuerdos para Brunetti y Paola, e incluso para los chicos, tan majetes… y uno, muy especial, para la Signorina Elettra, esa hacker amoral y refinada a la que creía reconocer en cada veneciana guapa, rubia y elegante con la que me cruzaba…

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