martes, 30 de junio de 2015

Lucca: una próspera ciudad de llanura




Después del conjunto monumental de Pisa, Lucca es nuestra primera ciudad toscana: seguimos enamorándonos de esas tierras...

Salimos de Pisa bajo una lluvia incómoda y, en pocos minutos, volviendo por la Autostrada, estamos aparcando dentro de las murallas de Lucca, una ciudadela en tierra llana, junto al Arno, la primera ciudad toscana que vamos a visitar.







Lucca fue muchos años una ciudad independiente, y aún hoy es una ciudad próspera: lo vemos extramuros, en la ciudad nueva, con sus cuidadas arboledas junto al río, pero también, y sobre todo, en su casco antiguo, de calles amplias (relativamente) y perpendiculares, herencia del urbanismo romano, en sus palacios y, sobre todo, en sus iglesias: Lucca es una ciudad monumental, donde, a cada momento, te sorprende el hallazgo de una maravillosa iglesia románica, en mármol blanco y verde -una bella combinación, que nos acompañará por toda la Toscana- con un trabajo ornamental sorprendente… acostumbrados a nuestro Románico peninsular, tan austero y, muchas veces, primitivo en sus trazas, éste es un Románico romano, yo ya me entiendo, donde la ruptura con la Roma clásica ha sido breve, e incluso se ha enriquecido con algunas aportaciones bizantinas. 





Las calles de Lucca están, ya nos acostumbraremos, llenas de turistas, incluso en esta mañana lluviosa; pero sus tiendas son variadas, de ciudad viva y habitada, aunque no faltan las orientadas al visitante: sorprende la cantidad y variedad de artículos de cuero; Blanca, que es muchas veces más incisiva que yo, me hace notar que, pese a las tiendas de cuero y los magníficos bistecs florentinos, no hemos visto ni una sola vaca en todo el viaje… le contesto, saliéndome por la tangente, que yo soy Licenciado en Ciencias Económicas Generales: la Economía Italiana es todo un doctorado, y en mi Facultad no se estudiaba…

Comemos al aire libre -ha dejado de llover- en la Piazza Anfiteatro: la planta de un antiguo anfiteatro romano fue transformada en plaza pública, construyendo viviendas muy sencillas -se nota que era un barrio obrero- sobre las gradas, de indestructible cemento romano, que aflora en muchos lugares. Pruebo allí los Pici, unos fideos hechos a mano, de trigo duro, con una textura que me enamora al momento; a partir de ahora, los iré buscando por todas partes, y vuelvo a casa con un buen cargamento. Aromatizados con trufa, por más señas… esta noche los prepararé para cenar con algunos de nuestros hijos.



Entramos en una muy bien provista librería, uno de los placeres de los que nunca me privo cuando estoy en tierras cuyo idioma entiendo: me compro dos libros sobre la Segunda Guerra Mundial; uno, las memorias de un partisano en una comarca vecina a Lucca: el otro, una historia sobre el destino -duro y frío, ya os lo adelanto- de los soldados del Armir, el ejército italiano que Mussolini envió a Rusia, para quedar bien con su amigo Adolfo, y que sirvió para vestir de luto a una generación de mujeres italianas, que vivieron dos momentos dramáticos: cuando se enteraron de que su marido había desaparecido en combate… y cuando, años después, lo vieron regresar, y en qué estado, cuando en muchos casos ellas ya habían rehecho sus vidas…

Blanca me regala una novela policiaca de un autor que no conocía -Antonio Manzini-, pero que ahora seguiré con la máxima atención: se transforma en mi libro de cabecera durante todo el viaje: a parte de su trama, que salta de lo cómico a lo más negro, sin que dejen de aparecer todos los dramas de la Italia de hoy -mafias varias, emigración poco controlada, blanqueos diversos, negocios siempre en el filo de la navaja, incluso la cuestión territorial…- está el idioma, un Italiano coloquial y desgarrado, que me hace, muchas veces, soltar auténticas carcajadas.

Un apunte sociológico, de esos que me gustan a mí: sabéis que, en las Españas, los varones afirmamos que determinados sucesos molestos nos tocan ciertas partes… a los italianos, más exagerados, esos mismos sucesos no se las tocan, sino que se las rompen: el protagonista elabora una tipología de cosas que le rompen le palle, del 1 al 10, con la que muestro un importante grado de acuerdo; por ejemplo, ir al dentista está en Nivel 7, u 8…


Nos queda aún la sorpresa de la Catedral, con una fachada impresionante, y, en su vecindad, una Piazza Napoleone: ya sabéis que tengo una fijación con L’Empereur, al que reprocho, sobre todo, su falta de finezza política: si nos hubiese logrado convencer, por las buenas, de aceptar a su hermano José, adornado con tan buenas prendas, olvidándonos de los Borbones, ¡vaya Siglo XIX de mierda que nos hubiésemos ahorrado…! Pero aquí, como en muchos otros lugares de Europa -en Polonia lo alaban hasta en su Himno Nacional-, Napoleón es un héroe… junto a su Piazza, en un aparcamiento de ambulancias, un delicioso carrusel decimonónico, que sin duda ningún niño actual, colgado de los videojuegos. se volvería a mirar por un instante, pero que despierta en mí todo tipo de nostalgias -poco justificadas, porque muy pocas veces he montado en esos trastos, si no es en ferias, con una copa de más- de tiempos pasados llenos de belleza y, por qué no?, de Bellezza….





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