jueves, 24 de marzo de 2016

El Tigre, un Buenos Aires diferente.


Por si no andábamos saturados de Naturaleza, utilizamos uno de nuestros días en Buenos Aires para visitar un lugar insólito y plenamente natural; El Tigre.





El Río de la Plata es el estuario del Paraná; pero, muchos kilómetros antes, el gran río que drena las aguas de una porción importante de Sudamérica forma un intrincado delta; allí confluyen aguas de los Andes, del Mato Grosso, del Pantanal, de los Esteros de Iberá… sobre parte de ese delta se ha asentado una muy curiosa población anfibia, El Tigre, que es, al mismo tiempo, reserva ecológica, lugar de recreo de la población bonaerense, segunda -o primera- residencia reciente de gentes amantes de vivir en contacto con la Naturaleza y, por lo que veremos, asentamiento permanente de una población más o menos autóctona -de unos cincuenta años, pongo por caso, que en estas tierras ya está cerca de la Edad Media-, de formas de vida también anfibias, a caballo entre el agua y la tierra. No soy animal de deltas, lo confieso, aunque he visitado muchos marjales y lagunas en busca siempre de pajaritos. Me gusta, como en mi casa de Boltaña. sentir bajo mis pies la roca viva, anclado en la rallera; pero haremos una excepción más...






Nuestro viaje comienza en la estación bonaerense de El Retiro, una imponente estructura de hierro y cristal, ejemplo de las similares que pueden encontrarse en París, Madrid… o Barcelona, a cuya Estación de Francia me recuerda poderosamente… como todo gran país, Argentina se construyó a lo largo de sus líneas férreas, que pusieron tierras lejanas al alcance del comercio, la industria y -¿por qué no decirlo? el Poder… como todo gran país que cayó en manos de mentalidades radicalmente liberales, en el mal sentido de la palabra, Argentina vió desaparecer la mayoría de sus líneas férreas, por poco rentables… aún me sublevo ante las visiones cortoplacistas y miopes, que juzgan la viabilidad de un ferrocarril por los ingresos que se obtienen vendiendo billetes, y de esos tengo muchos por mi tierra, y ya no hablemos de quienes despotrican contra las líneas de Alta Velocidad, olvidando que sustituyen tendidos de principios del Siglo XX… ahora parece que hay una cierta tendencia a recuperar, en Argentina, líneas años atrás cerradas; me alegro por ellos, sabia decisión…



De todas maneras, no es el caso de la Línea Mitre, por la que vamos a transitar, que se ha transformado en una línea de cercanías que da servicio a la zona noroeste de la conurbación bonaerense: cuando comentamos que vamos a ir a El Tigre, nos contestan que así podremos probar los nuevos trenes chinos, que són generalmente alabados por su rapidez y comodidad: lo comprobamos personalmente; son trenes muy modernos, cómodos, y están muy limpios y bien conservados… confío en que sigan así mucho tiempo. Tienen ese no se qué del diseño chino, siempre con un poquito más de plástico de lo estrictamente necesario, siempre con algún cromadito que rechina, pero, en conjunto, unos muy buenos trenes. Incluso con detalles curiosos, como unos “Soportes isquiolumbares” en las zonas destinadas a viajeros de pie, que supongo que los que padecen de dolores en la espalda agradecen mucho.

Indefectiblemente, esa parte de la realidad social que el viajero intuye, pero no ve, nos salta enseguida encima: al arrancar de la estación, a nuestra izquierda veremos los altos edificios de Palermo, el verde y bien cuidado hipódromo… y, a la derecha, una de las “Villas” más miserables de Buenos Aires; “Villas” son barriadas enteras, algunas con muchos miles de habitantes, de infraviviendas: recuerdo perfectamente las barriadas de barracas que había en Barcelona en mi infancia y juventud, y he tenido también la oportunidad -desagradable, por qué no decirlo, pero no tenemos derecho a mirar a otro lado, hay que aguantarse, y afrontar la realidad cara a cara- de rodear Kybera, en Nairobi, una de las mayores de África… esta “Villa” la vemos a distancia, pero impone; parecen predominar las viviendas autoconstruídas, de dos y hasta tres pisos, coronadas por depósitos de agua de plástico y antenas de televisión de todos tipos… como si fuese un embajador de su mundo, tan distante del nuestro, ha subido al tren un hombre de edad indefinida, pero que parece jóven; camisa abierta y desgarrada, cabellos encrespados, que no han visto el agua en meses, y pantalones remangados sobre unos flacos tobillos donde, me apostaría algo, aparecerán las marcas de los pinchazos… pasa a nuestro lado, sin mirarnos, lo miramos de reojo… ya me han contado que atraviesan por un serio problema de drogas; se venden, sobre todo, las más baratas y letales, las que hacen estragos entre la población con menos recursos, de todo orden… me temo que estoy llegando a la edad en que empiezo a reconocer que yo, estrictamente yo, no tengo todas las soluciones… me queda, eso sí, la rebeldía, y la esperanza de que otros más jóvenes y más fuertes den con ellas o, por lo menos, las busquen…






El tren atraviesa ahora una serie de pequeñas ciudades, un rosario de casitas de muy variados estilos, más opulentas unas, más sencillas las otras… parecen, desde la relativa velocidad del tren, lugares agradables para vivir; muchos serán los que nos comenten que prefieren esas pequeñas localidades a la vida en Buenos Aires: el sueño de la mayoría es una casita con jardín donde, los festivos, poderse reunir con los amigos y armar -se “arman” muchas cosas en Argentina- el asadito… lo comprendo plenamente, era el sueño de la menestralía catalana, que tan bién supo resumir su líder y profeta, Francesc Macià: “La caseta y l’hortet”, y que no se ha llegado a cumplir, para una parte importante de la población, hasta que el boom del ladrillo transformó segundos y terceros cinturones de nuestras ciudades en una constelación de pareados, adosados y grandes superficies comerciales, la “ciudad difusa” de la que abominan los urbanistas…

Mientras tanto, en el tren siguen pasando cosas: hay un desfile contínuo de vendedores; de “masitas” -una pareja, de aspecto andino; insisten en que las han hecho ellos mismos-, de turrones -barritas pequeñas, de maní-, de linternas, muy bien recibidas (durante el verano, por los aires acondicionados, menudean los cortes de fluído eléctrico; parece que la capacidad de generación está bastante al límite…-) Pasa un niño pequeño, muy pequeño… no vende nada, solo pide…



El tren está llegando ya a El Tigre, y descubro, sorprendido, una ciudad con amplias avenidas y casas de varios pisos, bien urbanizada, abierta a su puerto fluvial, donde embarcaremos en un pequeño buque que nos conducirá a Tres Bocas, nuestro destino final.




No puedo apartar la mirada, hipnotizado, de las aguas de estos brazos de río… estoy acostumbrado a ver aguas turbias en los ríos de Sobrarbe, cuando las tormentas de Agosto arrastran la tierra a los cauces, pero aquí son de un pardo rojizo oscuro, casi negras, a veces, según el ángulo con que las miras… aguas perezosas -casi no se vé corriente-, lentas, de profundidad desconocida… hoy está nublado y amenaza lluvia pero, en días buenos de verano, me cuentan que la gente se baña en ellas… no lo haría yo, por cierto… me baño en el Ara cuando baja revuelto, pero allí solo hay truchas, culebretas y, ahora -¡bendita sea!- una nutria… aquí no tengo ni idea, pero me pongo en lo peor… he leído avisos de que las lluvias en la parte alta de la cuenca han llenado las orillas y las plantas que flotan en el río de víboras venenosas… pero no es solo eso… sospecho yacarés, pirañas, incluso el bichito ese, el candirú, que, según la leyenda, va siguiendo el rastro del pipí y sube, sube… “El pez del Pito”, le llaman… busco en gúgel y parece ser que si, que hay algún caso documentado, hasta con radiografías… ¡Como para bañarse ahí…!




Además, ni falta que hace: en la “boletería” de la barca he visto que hay una amplia oferta de “recreos”, instalaciones donde, por precios muy razonables, puedes pasar el día, comerte un asadito, y bañarte en una “pileta” -una piscina-, sin miedo al candirú… más adelante descubriré que hay “recreos” sociales -de clubs muy variados-, e incluso… de sindicatos: pasamos junto al del Sindicato de “Luz y Fuerza”, donde se recuerda a uno se sus compañeros, caído, no sé en qué contienda… silenciosamente, me uno al recuerdo…



Después de un breve recorrido y varias paradas intermedias, llegamos a nuestro destino: ya no es el ancho brazo fluvial por el que nos hemos movido; ahora es un mundo de pequeños canales, rodeados de casas construídas sobre pilonas, por si las crecidas; alguna de ellas, bellísimas, por cierto… un cartel nos solicita que “respetemos la tranquila vida de los isleños”; nada más lejos de mi ánimo que perturbarla… hay una gasolinera flotante, y a ella acuden a repostar desde muchachos con su fastuosa moto acuática hasta personas de aspecto muy sencillito, con su camiseta imperio, en lanchas bastante baqueteadas; es una comunidad como las demás, en un medio distinto… tiene su iglesia y su escuela, ante la que esperan unas niñas, hablamos con ellas; al parecer, preparan sus exámenes de septiembre, que allí son de marzo, claro. Otros carteles, no tan tranquilizadores, nos previenen de las diversas enfermedades que nos pueden transmitir los picotazos de los mosquitos… cada vez más, por cierto…






Llegamos ya al restaurante que hemos elegido; un lugar agradabilísmimo, bajo frondosos árboles; la variedad de la vegetación me tiene impresionado; hay, literalmente, de todo; desde araucarias a palmeras, pasando por variadísima vegetaciñón de ribera, que son -o parecen ser- sauces llorones… pero lo que más me llaman la atención son los cipreses de pantano, que yo asociaba al Delta del Mississipi… casi esperas ver aparecer entre ellos el esclavo cimarrón, con sus grilletes rotos en los tobillos, seguido por la turba de white trash, borrachos como cubas de bourbon casero, armados con sus escopetas del 12…



Consultamos la carta, y yo me voy por lo seguro; bife de chorizo y una botella de litro de cerveza Quilmes, que me sirven dentro de una practiquísima funda de porispán, para evitar que se caliente:  Blanca y Marc piden “asado”, así, en genérico, y verduras también hechas a la brasa: el bife de chorizo está, sencillamente, imponente; me han hecho caso y lo han dejado jugoso… una delicia de comida.



Paseamos por la orilla de los canales, disfruto también viendo los distintos pájaros, que me cuesta identificar…  entretenido con los pajaritos, no miro al suelo, meto un pie en un agujero, y me doy una leche importante. Por suerte, caigo en seco y evito ir de cabeza a las turbias aguas donde me aguardan, impacientes, el yacaré, la piraña y el candirú.



Ahora bordeamos el canal principal, donde hay una actividad increíble: pasan barcos de transporte -uno cargado de maderos hasta bastante por encima de la borda-, vemos una ambulancia fluvial, un barco de la Prefectura Naval… nuestro barco de vuelta, tarda: entretenemos la espera hablando con una pareja que nos despista; por su aspecto, parecen mochileros bregados, pero, cuando empiezan a hablar, no dicen más que tonterías… son bretones, llevan días viajando por Argentina, cero de castellano, la comida no les ha gustado, los alojamientos incómodos… quizás han tenido malas experiencias, pero me parece detectar a esa gente tóxica, que siempre encuentra excusas para quejarse de todo… aprovechamos que llega el barco, bonsoir, y al otro extremo…



Hemos tenido suerte: las nubes, cada vez más amenazadoras, no han descargado la tormenta que todo hacía presagiar: tenemos el tiempo justo para volver a Buenos Aires, ir al hotel y cambiarnos para la divertidísima cena que nos espera, en casa de nuestra amiga Laura…












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