miércoles, 9 de marzo de 2016

Ushuaia, donde todo comienza...

Nuestra primera etapa en el Sur, Ushuaia... un contacto con un mundo nuevo... !por lo menos, para nosotros!






Nuestro vuelo a Ushuaia sale a las cuatro de la madrugada; hay, por lo tanto, que levantarse a las dos: llegamos al hotel a las doce, después de una divertidísima cena en casa de nuestra nueva amiga, Laura, y un grupo de compañeros suyos; hemos probado -algo más que probado- muy buenos vinos argentinos, de la cepa Malbec, y he descubierto con cierto entusiasmo que Möet Chandon cría en Argentina un champagne bastante decente... total; nos dormimos, tiene que avisarnos el conserje del hotel, y nuestros ángeles guardianes nos llevan en volandas, una vez más, hasta el Aeroparque -el aeropuerto que cubre los vuelos nacionales, afortunadamente muy cerca del centro- y nos largan tal cual, sin duchar siquiera... ya lo arreglaremos en el Sur.

Por el camino, volamos en paralelo a una tormenta de narices que está cascando la costa atlántica: como animal de Pirineos que soy no le acabo de pillar el tranquillo a los Andes: allí llueve muchísimo en la vertiente chilena y menos en la argentina, y solo en la línea de cimas: tierra adentro, la precipitación decrece notablemente, hasta extremos desérticos, y nunca hay tormentas, una o dos veces al año, me dirán en El Calafate; el flujo Oeste-Este es tan fuerte, y los vientos tan constantes, que solo se forman nubes convectivas cuando llegan al Atlántico. En Ushuaia, como descubriremos, llueve cada día, y la cota de nieve debe andar por los 400 metros, lo cual, para estar -en equivalencia boreal- a finales de Agosto, ya marca tendencia.



El avión rompe el mar de nubes y baja en picado hacia un híbrido de aeropuerto y portaaviones, rodeado de agua casi por todas partes... peor que el de Hondarribia, que ya es decir... lo encara con maestría, y en un santiamén estamos en el Aeropuerto Malvinas Argentinas.

Porque Ushuaia es la capital de la provincia de Tierra de Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur: la "Provincia Grande", dos veces España, aunque -corramos un tupido velo sobre ese detalle- la soberanía efectiva solo se ejerza sobre la porción argentina de Tierra de Fuego, 21.000 km2... las referencias  al conflicto de Malvinas son constantes, incluyendo la prohibición de fondear en el puerto a los "buques piratas ingleses"... me pongo en situación rápidamente, y tarareo por lo bajini la Marcha de Malvinas: "Tras su manto de neblinas, no las hemos de olvidar..." ¡Cameron, fuck you...! Y pido mentalmente perdón por el hecho lamentable de que las bombas de Explosivos Alaveses que les vendimos a nuestros hermanos no hiciesen honor a su nombre, y no explotasen... Mañana, cuando, a las ocho se ice bandera en la base de la Armada Argentina, separada por una calle de nuestro hotel, asistiré al acto en correcta posición de firmes, uno tiene muy arraigados ciertos hábitos, y me acordaré de los pobres muchachos -soldados de leva, conscriptos, mal equipados y apenas entrenados- que la izaban en Puerto Argentino con el ombligo encogido, pensando en la Bruja Mala que les enviaba submarinos nucleares, Royal Marines, y hasta gurkhas de ojos rasgados y kukris capadores... Ahora los veo ir y venir por la base; son profesionales, parecen mucho mejor preparados, veo bastantes chicas... se dedican a actividades habituales en los guerreros, como pintar de blanco los bordillos de las aceras: en el Ejército Español teníamos una regla práctica: si se mueve, lo saludas; si no se mueve, lo pintas... se nota que tenemos tradiciones castrenses parecidas.








Decir que Ushuaia es bonita quizás sería pasarse un poco de frenada; es un pueblo del Far West, una ciudad de setenta mil habitantes ("Huesca y media", calculo mentalmente), pero ocupa una enorme extensión: tiene cuatro calles paralelas, de las cuales la segunda, San Martín, es la calle comercial, unidas por otras calles transversales que se precipitan en cuesta pronunciada hacia la bahía, como en un San Francisco en miniatura: la gente aparca con el neumático clavado en el bordillo, y aún así no creo que falten los sustos. Salvo en San Martín, la gran mayoría de las casas son de, como mucho, dos pisos, y predominan la madera y la chapa metálica, pintada de colores vivos; las hay francamente bonitas, y las hay más bien tirando a cutres; no se ve ni una teja, por motivos fácilmente comprensibles; habría que irlas a buscar cada noche al fondo de la bahía. Un poco tranquilizador cartel sobre las diversas especies de cucarachas, en una tienda de lucha contra plagas, parece indicar que hay algunos problemillas al respecto. Pero el marco natural es majestuoso, la bahía, bellísima, los bosques de lengas llegan casi hasta las casas, hay neveros muy, muy cerca, es Puerto Franco, hay industrias de informática y componentes electrónicos, y todo parece indicar que prácticamente no hay paro, los salarios son elevados, los alquileres razonables, y se vive bastante bien, qué más se puede pedir. El que quiera Sol, que busque otro sitio, que los hay, y más baratos.







Son apenas las nueve y no podemos ocupar la habitación del hotel hasta las dos; tenemos tiempo, por lo tanto, de apatrullar bien apatrullada la zona comercial de la ciudad; hay tiendas de recuerdos para turistas -mayormente, pingüinos-, tiendas de ropa de montaña -todas las marcas mundiales-, tiendas de chocolate artesano y restaurantes donde se rinde culto a las dos glorias locales:  la Centolla y la Merluza Negra. Descubrimos un bar-restaurante, que haremos nuestro punto de referencia: el Ideal, el más antiguo de la ciudad, de 1954 -la prehistoria, en términos fueguinos-: nos atiende un camarero que ha trabajado varios años en Tarragona -una constante; parece que el Atlántico no exista, no sé cómo hemos tardado tantos años en venir- y lo decoran multitud de banderas, entre ellas -¡vaya por Dios!- una Estelada, y, cosa más rara aún, sobre la barra hay extendida una bufanda del Real Zaragoza... hacen un arroz caldosito con marisco que está francamente bueno -lo comimos dos veces-, y puedo regarlo con una cerveza artesana local, cara de c...., pero muy rica. Ushuaia no es barato, pero, pensando los kilómetros que habrá tenido que viajar el arroz, lo entiendes... La Centolla y la Merluza Negra las probamos en otro sitio, un poco más aparente; la primera, de textura muy agradable, pero menos sabrosa que la gallega; la segunda, riquísima, untuosa y de aroma profundo y marino.







Nos hospedamos en el Hotel Cilene del Faro; aquí la habitación no es ya grande, sino enoooorme, un apartamento con cocina, sala de estar, e incluso una terraza abierta a la bahía; amaneceres y atardeceres serán, desde allí, inolvidables, viendo las lucecitas de los barcos que hacen cruceros hasta Valparaiso, e incluso a la propia Península Antártica; crees que has llegado al final, y te das cuenta de que aún quedan tierras más abajo, más remotas... cuando nieve, veremos borrasquear en las montañas vecinas cómodamente sentados en el sofá. El hotel tiene también un spa subterráneo, con claraboyas desde donde, cómodamente metido en el jacuzzi, ves pasar los coches por la calle. Tampoco es que haya demasiado tránsito, la verdad.




Coincidiremos en el hotel con una pareja de italianos -genoveses, concretan ellos- que serán también compañeros de excursiones, e incluso del vuelo a El Calafate: gente amable, aunque no hablan ni una palabra de Español, lo cual nos hace reverdecer nuestras habilidades en la lengua de Dante y Berlusconi; él es un caballero como a todos nos gustaría ser al llegar a su edad -que ya he llegado-; alto, elegante, con un cabello blanco habilísimamente trabajado, allí hay horas de estilista... Su esposa, cuando él está delante, literalmente desaparece; cuando se queda sola, resulta ser  viva e inteligente. Afirma que, desde que se jubiló, lo ve "inquieto", y tiene que mantenerlo continuamente en movimiento, viajando... Yo, que si me dejan en un sitio, al día siguiente puedo seguir allí, no acabo de comprender esas cosas... En el aeropuerto, cuando estemos esperando más de dos horas un vuelo "demorado" por un paro nacional de funcionarios públicos, se encontrará con un numeroso y ruidoso grupo de brasileños, que no perderán ni un momento en aclararnos que son "Del Sur" -es decir, el Norte-, y, además. italianos, nada que ver con los mulatos... como si no se viese: son grandes, desgarbados, pesadotes, y causarían el mismo efecto en una escuela de Samba que yo mismo, pongo por caso... ya he comprobado varias veces la rapidez con que los brasileños "del Sur" tiran de antepasados europeos... recuerdo un descendiente de alemanes al que me quedaron muchas ganas de preguntar si su abuelito tenía algún tatuaje raro en el sobaco... ¡en fín...!.



En la fundación de Ushuaia jugó un papel importante una idea bastante de época; a finales del Siglo XIX se les ocurrió que la mejor manera de promocionar la llegada de población sería establecer allí un Presidio para delincuentes reincidentes. Visitamos el edificio, cerrado por Perón hace ya muchos años, aunque  Frondizi aún envió allí peronistas e mediados de los Cincuenta. Es, como cabría esperar, un horror frío; sus paredes parecen rezumar el dolor y la desesperación de los que fueron a parar allí, purgando, sobre todo, el crimen de ser criminales, casi siempre pobres, casi siempre de los sectores más marginados de la Sociedad... también hubo anarquistas, e incluso intelectuales más o menos peligrosos. El penal estaba rodeado por una simple alambrada: ¿a dónde iban a escaparse...? parece que estuvo allí Carlos Gardel, no se puede asegurar, porque usó tantas identidades distintas... pero todo parece indicar que, por decirlo finamente, ejercía de macró, que así, en Francés, queda mejor que decir chuloputas.



Un recuerdo especial para uno de sus más famosos residentes: el Petiso Orejudo; bajito, feo a rabiar, tenía solo 17 años cuando fue condenado por una serie de crímenes crapulosos, cometidos con menores, a los que, preferentemente, estrangulaba con un lazo; también le gustaban mucho los incendios provocados, porque, decía, era lindo ver a los bomberos caer en el fuego. Sus colegas no debían apreciarlo demasiado, porque lo mataron a palos y eso, incluso entre gente brava, denota una cierta malquerencia... el Petiso se ha transformado en un icono de Ushuaia, casi tanto como los pingüinos; pintado en una pared de San Martín, nos mira con ojos insondables, donde un viejo optimista antropológico como yo busca leer  las privaciones de todo tipo -afectivas, formativas...- que lo transformaron, de un simple chico feo y canijo, en un cabrón con pintas... me estoy volviendo, si no lo fui siempre, un sentimental; hasta me cae simpático Rajoy cuando habla y se lía...



Desde Ushuaia haremos dos excursiones bien curiosas, una de ellas incluso con su puntito de riesgo, más o menos controlado... tres días y dos noches viviremos allí, colgados sobre el Fin del Mundo, como machaconamente repiten innumerables carteles... El Fin del Mundo, el Fin del Mundo... veo, incluso, uno más  autocrítico y desmitificador; "Culo del Mundo"... lo comento con un artesano, un chico de mi quinta, zurdo él -retrato del Ché bien visible-, larga melena, sombrero de cuero, al que le compramos unas pulseritas de plata... "¿El Fin del Mundo...? no lo crean; yo prefiero decir que aquí todo comienza...". Lo comprendo; tierra de segundas oportunidades, buen lugar para volver a empezar, país libre -aquí se celebró la primera boda gay de Argentina- debe ser lindo -ya se me está pegando- empezar una nueva vida en un lugar así, sin una pesada Historia detrás, limpio y abierto a todos los vientos, sin más fronteras que el mar...












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