viernes, 11 de marzo de 2016

La Bahía de la Media Vuelta

De repente, llegas a un lugar del que solo puedes salir dando media vuelta y volviendo sobre tus pasos. Te quedas con las ganas de seguir adelante, siempre adelante... pero la Vida es así, está llena de medias vueltas...




Después del madrugón en Buenos Aires y la navegación por el Canal del Beagle, se agradece que nuestra programación incluya un día sensato; levantarse a una hora decente, desayunar tranquilamente, visitar sin prisas el Parque Nacional de Tierra del Fuego y, a la vuelta, comer muy bien, y dedicar la tarde al spa del hotel... me relamo por anticipado, es bueno transformar los viajes en una alternancia de ritmo frenético y días relajados, ya no está uno para hacer cursos de comando...

Vienen a recogernos al hotel; un minibús donde ya viajan otros pasajeros. Entre ellos, una pareja madrileña increíble; la esposa, con una gravísima discapacidad física, solo puede desplazarse en una silla de ruedas motorizada; su marido debe subirla y bajarla en brazos en cada parada, y los demás ayudamos con la silla. Hablando con ellos, descubres que han viajado por medio Mundo, o quizás ya por el Mundo entero... Antes de ponerme en camino tenía yo mis dudas sobre si no habría dejado pasar demasiados años para viajar a Argentina... si hubiese ido años atrás, por ejemplo, me hubiese animado a montar a caballo, e incluso renuncié de entrada a hacer un trekking por el Glaciar Perito Moreno porque no admitían -y luego me dijeron que la cosa era bastante elástica- mayores de 60 años... viendo este ejemplo, me quito la boina, y me daría de bofetadas, queda claro que lo único que de verdad te limita es la voluntad.

Cruzamos Ushuaia, y nos encaminamos hacia la estación del Tren del Fin del Mundo: la excursión está pensada para realizarla, parcialmente, en dicho tren, aunque requiere entrada aparte; el precio es razonable, y prácticamente todos cedemos a la tentación. Tiene una historia curiosa: lo construyeron los presos del Presidio, para explotar la madera de los bosques vecinos, y al principio no era ni tan siquiera ferrocarril, porque corría sobre vías de madera: ¿Lignocarril?. Fue rehabilitado, como ferrocarril turístico, por una empresa extranjera -catalana, me dicen- y basta con ver su estación, atestada de gente, para descubrir que se ha transformado en un éxito de público; el recorrido es breve -una horita a paso de tortuga-, pero el paisaje es bellísimo, y la experiencia, sumamente aconsejable.






Ya en el andén, un empleado nos identifica rápidamente... "Españoles, ¿verdad..? pasen por aquí, quedan dos sitios... "¡Vaya por Dios, han montado un vagón de gallegos!", me digo... El tío debe ser un cachondo: el resto del vagón son chinos... pero no chinos cualquiera; conozco a muchos chinos parlanchines y comunicativos; estos son chinos autistas, entre tantos millones debe haber muchos... "Wereryufron?", pregunto, con la vana esperanza de que sean japos, y empezar con los "konichiwas" de rigor... "China", es la concisa respuesta, y la única palabra que oiremos en el vagón durante una hora... ni hablan entre ellos, ni miran el paisaje, salvo una chica que lleva una Nikon de alta gama; el resto se hacen selfies con el móvil, y punto pelota:  muchos son bastante mayores, y visten modestamente; uno de ellos empieza a silbar, y lo hará durante todo el viaje. Una canción china, por supuesto: podría ser "El Oriente es Rojo", el viejo himno maoista. O la Canción del Verano pasado, "La barbacoa" del Georgie Dann local, viene a ser lo mismo... molestar, no molestan, pobres, pero casi preferiría un grupo de jubilados del Imserso cantando "¡Para ser conductor de primera, acelera, acelera...!"

El ferrocarril se desplaza por un paisaje muy especial, de plena alta montaña, pese a estar, de hecho, muy pocos metros sobre el nivel del mar: los presos no estaban obligados a trabajar, pero muchos lo hacían voluntariamente, porque preferían la actividad física al aire libre a quedarse en su celda viéndole el careto al Petiso Orejudo, y los entiendo perfectamente; cortaban árboles, pero no se esforzaban demasiado ni se agachaban mucho: deforestaron una franja a cien metros de distancia de la vía, y dejaron los tocones de más de medio metro de altura. Y así siguen, extrañamente, tantos años después: ni los tocones se han podrido, ni nuevos árboles han crecido en la banda deforestada; el paisaje recuerda, así, fotos que he visto de los bosques centroeuropeos tras un bombardeo de artillería... en algunos lugares vemos plantones preparados para restituir el bosque; me parece una iniciativa muy positiva.

Son bosques magallánicos, de aspecto muy curioso; a primera vista, los podrías confundir con un hayedo europeo, pero los árboles son especies propias de la América austral, los llamados Nothophagus, "Falsas hayas", parientes lejanos de las europeas: lengas, ñires, robles... en estos bosques crecen muy juntos, de aspecto poco desarrollado, pero cuando los veamos aislados alcanzan un porte majestuoso... si los pueblos originarios de Sudamérica hubiesen conquistado Europa, nuestras hayas serían "falsas Lengas", pongo por caso... nos encontramos muchas veces con ese fenómeno, aves, mamíferos, que son "iguales" que los europeos... pero diferentes. Otras veces, no, son directamente introducidos: gorriones comunes hay en todas partes, y el zorro gris patagónico convive con el zorro rojo europeo, que a saber a quién se le ocurrió traer y que, con su capacidad de adaptación, ha encontrado un territorio propicio para sus correrías.




Los ríos atraen enseguida mi atención: son igualitos que los de Sobrarbe, de aguas limpias sobre gleras de piedra y curso trenzado; algunos tramos me recuerdan Planduviar, que tan bien nos explicaban los geólogos del Geoparque... ya le conté a Ánchel Belmonte lo que me estaba acordando de él en este viaje, y aún no habíamos llegado a los glaciares... nuestros guías nos explicarán muchas veces que el peculiar color de ríos y lagos -verde lechoso- procede de los sedimentos en suspensión en el agua de fusión de nieve... ¡es nuestro "maenco" o mayenco, el color de las aguas del deshielo, que todos los sobrarbenses reconocemos al instante...!

Visitamos una pequeña cascada, cerca del punto donde se cruzan los trenes: aún no estamos en el Parque Nacional, pero el terreno, cuando hay alguna atracción turística, está bastante adaptado, con pavimento, peldaños, barandas... hace años me hubiesen molestado esas intervenciones, pero cada vez, no sé por qué será, las entiendo más... hacen accesible los puntos más destacados pero, en compensación, me comentan que los Servicios Forestales argentinos establecen zonas de reserva integral, donde no se puede ni tan siquiera entrar y, en todos lugares, recomiendan no abandonar los caminos señalados; me parece una política muy interesante, pero, en gran medida, se la pueden permitir por lo inmenso de los territorios que protegen...

Dejamos el ferrocarril y nos adentramos en el Parque; el asfalto desaparece, y la carretera es, como era frecuente en Argentina hasta hace poco, "de ripio", es decir, de piedrecitas, para nosotros que conservamos ese término solo para los versos facilones... ahora pasamos junto a una castorera, testimonio de una cagada ecológica; ante el precio que alcanzaban las pieles de castor canadiense, algún genio ideó importarlos a la Tierra de Fuego; pero no tuvo en cuenta que los castores canadienses tienen una piel muy densa porque soportan temperaturas bajísimas, mientras aquí, incluso en pleno invierno, los termómetros no bajan demasiado; la piel de castor fueguino, por lo tanto, se hizo muy pronto menos densa, y no encontraba lugar en el mercado; moraleja; les dieron suelta, y ahora tenemos a los guardabosques cazándolos para evitar que dejen las riberas de los ríos hechas un bebedero de patos... en algún lugar ofrecen excursiones para "interaccionar" con los castores; posiblemente sea el único provecho que se pueda obtener de ellos; transformarlos en atracción turística... algo así pasó en Europa con un roedor sudamericano, el Coipú, enorme rata con cierto aire de nutria, que recuerdo haber visto en la Camarga y que, al parecer, puede encontrarse también en el Montseny...





Ahora remontamos el caudaloso río Lapataia, hasta llegar a un enorme lago limitado por nevadas montañas, aunque su altura supere en poco los mil metros; es la Cordillera de Darwin que, en esta isla singular, es la última alineación de los Andes que, para variar, ahora corre de Oeste a Este... dentro del lago está la frontera con Chile: el lago, en Argentina, se llama Roca, y en Chile, Errázuriz, por los respectivos presidentes que, en un abrazo fraterno, sellaron -por el momento- la división fronteriza.  Curioso; un descendiente de catalanes y un descendiente de vascos, el Catalunya-Euskadi, partido amistoso de selecciones cada Navidad... "se llamaba", debería decir, porque la fama de Julio Argentino Roca, el general y después presidente que protagonizó "La Conquista del Desierto" empieza a palidecer, y no faltan quienes le consideran un genocida de pueblos originarios... incluso un adhesivo con ese título poco honroso cubre su nombre en el letrero de la calle Roca de Ushuaia, y no descarto el día en que su apellido solo pueda leerse, como entre nosotros, en la porcelana sanitaria... El Servicio Forestal recomienda ahora usar el nombre Yámana: Acigami... observo en muchos detalles que Argentina está reconciliándose con su estrato originario, que quizás había quedado en un plano muy secundario cuando se afirmaba que los argentinos descendían "de los barcos"... encuentras en todas partes tiendas de artesanía originaria -de toda sudamérica-, veo en muchos lugares -por supuesto, en concentraciones reivindicativas- la Cruz Andina, incluso se aprecia una presencia importante, en las calles de Buenos Aires, de personas de rasgos amerindios... supongo que ha contribuido la emigración procedente de las zonas del Norte, donde la población originaria tiene mayor presencia, e incluso de países vecinos: Paraguay, Bolivia, Perú... No olvidemos el profundo cambio de consideración social y política de los pueblos originarios que podríamos ejemplarizar en la Bolivia de Evo Morales... esperemos que no paguemos el pato los "gachupines" que, si, seguramente éramos unos bordes, no digo que no, pero, como excusa, podemos asegurar que también lo éramos entre nosotros, en casa, no es que hiciésemos un extraordinario con ellos...






Reflexiono sobre estos temas en la orilla del Lago Acigami/Roca/Errázuriz, barrido por el viento helado, que riza sus verdosas aguas, pero ya estamos subiendo al minibús y descendiendo, otra vez junto al río, hacia nuestro destino final:la Bahía de Lapataia.







Lapataia es nuestra Bahía de la Media Vuelta: finaliza allí la Ruta Tres, la espina dorsal de la costa atlántica argentina... ningún punto más al Sur puede alcanzarse en vehículo rodado, un Finisterrae en toda la regla... Finis Argentinae también, porque, una vez más, estamos en la raya fronteriza con Chile: es una hermosa bahía, unas pasarelas de madera nos permiten llegar hasta la orilla, salvando turberas, justo donde unas pequeñas depresiones en el terreno y montones de conchas de moluscos (¿"conchas"...? ¿puedo decir "conchas"...?) indican un antiguo asentamiento yámana, los reyes destronados de estas aguas... junto al parking -el último parking de la Tierra-, un amistoso Carancho, al igual que el Oso Yogui, sueña en comerse los emparedados de los turistas y, para hacerse simpático, posa para que lo fotografiemos sin ningún problema... permanecemos largo rato mirando hacia el horizonte... sabemos que ha llegado el momento de volver sobre nuestros pasos, rumbo Norte; que nunca, hasta que por aquí volvamos, estaremos más al Sur,  y siento fuerte, muy fuerte, la atracción de esas tierras frías, puras, inhóspitas y, al mismo tiempo, extrañamente prometedoras...












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