lunes, 7 de marzo de 2016

El Buenos Aires que conoce todo el Mundo...

Hay una anécdota bonaerense que encanta a mi amigo Xavier Sanclimens: en su mesa de café -¿El Tortoni...?- Jorge Luís Borges diserta ante un nutrido grupo de "fans"; hace referencia al origen sánscrito de una palabra... una muchacha, admirada, pregunta: "Maestro, conocés el Sánscrito...?" "Y... bueno, el Sánscrito que conoce todo el Mundo..." contesta, displicente...





Hemos llegado a Buenos Aires después de una noche de duermevela, en ese tiempo-no tiempo de los vuelos en clase turista, en los que, durante horas y horas, no sucede absolutamente nada -y es lo mejor que puede suceder-, mientras miro, hipnotizado, el avioncito que, en el monitor, sobrevuela, a miles de metros de altura y decenas de grados bajo cero, abismos marinos y no menos insondables extensiones selváticas o duras sabanas del Planalto brasileño... a nuestro alrededor, débilmente iluminados por las lucecitas rojas, se agitan en sus butaquitas o se levantan a hacer pipí seres abisales, como nosotros, descalzos, las ropas desabrochadas, algunos curiosos collares cervicales aún sobre sus hombros. Predominan los argentinos -volamos en Aerolíneas-, y son frecuentes los grupos mamá-hijo o hija o papá-hijo o hija.. la emigración -reflexiono- no es un buen cimiento para las relaciones de pareja... quizás si el vuelo durase varios días, surgirían de aquí nuevas posibilidades, en fin...

En el aeropuerto Ministro Pisarini -es decir, Eceiza-, nos han recogido un guía de la agencia turística y un conductor que, a partir de ahora, serán, en la distancia, nuestros ángeles de la guarda: estamos acostumbrados a viajar por libres, pero esta vez -con tantos vuelos internos y tantas excursiones que coordinar- nos hemos puesto en manos de profesionales, y experimento la agradable sensación de no tener que tomar demasiadas decisiones y delegar en quienes más saben y, al fin y al cabo, ya está todo pagado... entrevemos una autopista de peaje, con más tráfico del que cabría esperar por la hora, calles y avenidas absolutamente urbanas y reconocibles para nuestros estándares europeos. Nos dejan, prácticamente en volandas, en el hotel Dazzler Recoleta, que será nuestro hogar en Buenos Aires durante nuestras dos breves estancias, y apenas si podemos descansar un par de horas en nuestra cama de media hectárea, que ocupa más o menos el centro de una habitación del tamaño de una manzana del Eixample... se confirma, una vez más, la no del todo ilógica correlación entre el tamaño del país y las dimensiones de las instalaciones hoteleras, que ya habíamos comprobado en Rusia... y, por el extremo opuesto, en Holanda o en el Japón.

Ducha, desayuno, y ya estamos en el minibús con el cual, durante tres apretadas horas, vamos a recorrer el Buenos Aires que todos conocemos: al igual que en el avión, predominan los argentinos; estos países enoooornes -y vuelvo a pensar en Rusia- se prestan mucho al turismo interior. El resto -me parece que hay otra pareja española- son brasileños, de la Potencia del Norte, y la guía explica el recorrido en una simpática síntesis de las dos lenguas hermanas, eso que suele llamarse "Portuñol"... emprendemos, por lo tanto, un recorrido por nuestra memoria preexistente de lo que es el Buenos Aires leído en tantos y tantos libros, entrevisto en tantas y tantas películas, contado por visitantes... los bosques de Palermo, el Parque Japonés -¡Ay, Garufa, vos sós un caso perdido!- la Avenida Más Ancha del Mundo, el Obelisco... hasta llegar a la Plaza de Mayo: parada, y galería para ir al baño y comprar imanes de nevera.





Imaginad que, en un espacio -grande, eso sí- se concentran un antiguo edificio colonial -de la colonia de los tuyos-, la catedral -rara, con pintas de Museo de Historia Natural- donde tuvo su cátedra el actual Papa, la Casa Rosada, rodeada de poco democráticas vallas -¡La Casa Rosada, los discursos de Perón, Evita, Frondizi, los militares, otra vez los militares, Alfonsín, el Turco, Kirchner, otra vez Kirchner...! -, pintados en el suelo, los blancos pañuelos de las Madres, un falso cementerio .-cruces blancas sobre pasto verde- de Héroes de Malvinas, una acampada de indígenas, con sus cruces andinas, una mesa pidiendo la libertad de una señora que no conocemos, detenida por algo que ignoramos, pero que firmo, porque lo pide el PCA, y uno, viejo zurdo, sigue teniendo reflejos disciplinados y, además, en general no me gusta que la gente esté en la cárcel, casi ni siquiera los que lo merecen... Evitas y Chés por todas partes, algo de artesanía más o menos étnica, redoble rítmico de tambores... todo eso, con jet-lag, tumbaría a un toro... aguanto como puedo, y vuelvo a subir, casi a gatas, al minibús que, por unos angustiosos momentos, habíamos perdido de vista...



Ahora circulamos por un Buenos Aires muy distinto, de calles más estrechas, muchas empedradas, edificios menos glamurosos... de pronto, todo alrededor toma una pátina de descuido, de decadencia, un aire ajado... y, de repente, una pedrada de colorido chillón y arrabalero, cientos de turistas, cientos de tiendas para turistas, cientos de tanguistas para hacerse fotos con los turistas... hemos llegado a Caminito, el corazón de la Boca.



Vaya por delante que no soy amigo de lo "pintoresco"; no me hace mucha gracia visitar sitios donde no me gustaría vivir, y donde no me gusta que otros no tengan más remedio que vivir; preferiría que todo el Mundo pudiese residir -ya que no en adosados- en anodinos pisitos de setenta metros cuadrados, con sofá y calefacción, en vez de en entrañables conventillos de chapa ondulada multicolor, animados por los vibrantes tangos que lanzan al viento las victrolas de los vecinos, con depósitos de agua en los oxidados tejados, cagaderos cutres en el patio posterior y redadas antidroga día sí y día no... pero la mañana es clara y soleada, hay más vendedores que -presumo- auténticos residentes, y el espectáculo es alegre... nos insisten en que mejor no se nos ocurra ir de noche y vuelvo a recaer en mis reparos; no me gustan los sitios que no puedo visitar de noche... pero luego, al fin, me dejo llevar por el encanto del lugar... una simpática señora nos vende imanes artesanales, que son auténticos cuadritos... "Mis papás son gallegos.. ¡bueno, de Galicia, quiero decir...!" Le confirmamos que a los de Galicia se les llama gallegos, sin ningún problema, y sin que se lo tomen a mal, al contrario... ¿Cuántas veces, a lo largo de los días, oiremos hablar de padres y abuelos españoles...?.





Otra vez al minibus, y nueva parada: esta vez, a un lugar de culto... exacto, la "bombonera", el estadio del Boca Juniors... otra vez aceras -perdón, veredas- de tiendas, y, curiosamente, y en pocos metros, los símbolos más internacionales de la Argentina del momento: Mafalda, la incombustible, Messi... y Bergogglio, el Papa Francisco. Agnóstico en materia de fútbol y religión, debo confesar que me siento más próximo de la fe que tuve y perdí que de la que nunca me ha dado ni frío ni calor, pero para eso ya está Blanca, culé de corazón... a Bergogglio, por lo menos, le deseo un mejor asesoramiento en materia fiscal del que, al parecer, recibe su paisano... curiosamente, esas dos figuras, demostraciones inequívocas de que Dios es argentino, no están exentas de polémica en su tierra; el Papa parece demasiado izquierdista a los que no lo son, o, en términos de la revista satírica "Barcelona", "Un neozurdo de mierda"; se comenta que su reciente recepción a Macri, el nuevo Presidente, fue notablemente fría. De Messi se dice que no se entrega cuando viste la albiceleste, y -sospecho yo- por cosas menores habrán ido algunos al paredón... en cuanto a Mafalda... en "Lenín y vos", un desternillante cómic que compraré días después, V.I. -tras confirmar lo que sospechábamos; que Felipe fue "desaparecido" en 1978- dice de ella: "El éxito de Mafalda es congelar el recuerdo de una Clase Media cuando aún era querible..."







Pero ahora, el minibus enfila hacia Puerto Madero... chavales, eso es otra cosa... habíamos pasado de calles y avenidas europeizantes, parisinas en su concepción, madrileñas en su concreción, a las viejas calles porteñas de emigrantes, carros de altas ruedas, y el fantasma de Marco y su mono Amedio en cada esquina, y ahora entramos en el Siglo XXI de verdad... aquí hay pasta, aquí hay guita, aquí hay modernidad, y Europa se va diluyendo... es curioso, pero América aflora en los detalles: la delatan sus árboles corpulentos, nada que ver con los europeos, ni siquiera con los árboles americanos trasplantados a Europa; la delatan también los coches de policía, con descomunales parachoques... Puerto Madero -dicen- se inspiró en las operaciones de la Vila Olímpica de Barcelona, pero donde los docks barceloneses apenas si miden cien metros, aquí van por kilómetros, y tus vértebras cervicales experimentan contorsiones neoyorquinas para llegar a ver los rascacielos en su fastuosa totalidad... ni siquiera un puente de Calatrava, milagrosamente intacto, acaba de despistarte... aquí está la vitalidad americana, el sueño americano, los réditos de la lana, el petróleo, la soja... sin descartar algún blanqueíllo de ricos de allá, es decir, de acá desde donde esto se escribe... aún recorreremos más veces esas avenidas a la sombra de los edificios más impactantes, sabiendo que esas aguas chocolate que los bañan son las del vecino Río de la Plata, a través del cual la sangre de media Sudamérica se entrega al Océano Atlántico millas y millas más al Este





La excursión toca a su fin,,, los turistas que querían comer en Puerto Madero ya se han bajado, y el minibús rueda ya por avenidas de tamaño razonable -dentro de lo grande, por supuesto-, hasta la esquina de la Calle Florida, esa sí plenamente madrileña si hubiese menos cambistas y más vendedores de lotería: allí nos está esperando Marc, el hermano de Blanca, que será nuestro cicerone por el Buenos Aires de verdad, el que aprenderemos a amar, un Buenos Aires poblado por gentes de carne y hueso, nuestra carne y nuestro hueso, no por muñecos de cartón piedra... el Buenos Aires que conocemos los que hemos tenido, siquiera por pocos días, el placer de recorrer sus calles.









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