miércoles, 4 de noviembre de 2015

¡A galopar, a galopar...!

Durante muchos años, Blanca y yo practicamos la Equitación: ahí van algunos de mis recuerdos de esa época...


Sobrarbe, un caballo, Treserols al fondo... ¡el Paraiso!

Siempre digo que empecé a montar a caballo gracias a la Política Agrícola Común de la Unión Europea, cuando Joan, de Can Marc, un vecino de Can Garbeller, la masía de los padres de Blanca, en Sant Esteve de Palautordera, comprendió que su explotación de vacas lecheras no tenía demasiado futuro, y decidió reconvertirla en una hípica, y reconvertirse él en jinete e instructor... muy pronto empezamos a frecuentarla, y aún hoy me siento allí como en mi casa, cuando ha crecido hasta incorporar a la escuela de equitación que lleva uno de sus dos hijos, jinete muy avanzado, un magnífico restaurante donde cocina el otro.

Por una de esas casualidades, muy poco después, otros dos amigos -José Ramón y Javier- abrieron una pequeña hípica en Margudgued, una aldea de Boltaña; a partir de entonces teníamos posibilidad de montar en una y otra, y mientras lo hacíamos en Can Marc muchos fines de semana, en Boltaña aprovechábamos Semana Santa y el mes de Agosto para hacerlo casi cada día... no es un deporte barato, y solía decir yo que mi presupuesto en gastos derivados del caballo superaba ampliamente el de muchos yonquis...los hijos nos acompañaban, a veces, pero la única que llegó a aficionarse fue la pequeña, Irene.

Nuestros primeros pasos -Blanca había montado con anterioridad; yo, mayormente en burro...- vinieron marcados por la ignorancia que, como se sabe, es madre del atrevimiento; montábamos de cualquier manera, mal vestidos, mal calzados, sin cascos, galopando sin casi ni saber mantenernos sobre la silla... pronto vimos que aquello era una cosa seria, nos equipamos debidamente y empezamos a tomar clases de equitación... y a aprender más sobre nuestros compañeros de cuatro patas.

Así empecé; en chándal y bambas...


En efecto, a parte del buen ambiente que se suele crear en las hípicas -muy indicadas para ligar, aviso para solteros y solteras- y de las posibilidades que te ofrecen los paseos a caballo para disfrutar del paisaje de una forma muy especial, para mí el mayor encanto de la Equitación reside en la interacción que estableces con unos animales tan entrañables como los caballos.

Me río cuando oigo hablar del "Noble bruto": los caballos, ni son "nobles", ni son "brutos": son unos animales de un psiquismo bastante desarrollado, pero conforme a su naturaleza; son herbívoros y, por lo tanto, pacíficos; no tienen instinto de ataque, y su mayor defensa es la fuga; son gregarios, viven en manada, dentro de la cual se establecen jerarquías... y temen a sus predadores. Son cosas que hay que tener muy en cuenta cuando tratas con ellos: por ejemplo, me horroriza la idea de encerrar caballos solitarios en "boxes": la gente lo hace con la mejor intención, creyéndolos así más protegidos, con nuestra mentalidad de trogloditas; para un caballo, su mejor defensa es disponer de terreno libre para poder correr en cualquier dirección, y estar acompañado de colegas que le avisan de los peligros y que -también hay que tener en cuenta eso- ofrecen más presas donde seleccionar el predador, aumentando sus probabilidades de no ser el elegido... tampoco hay que preocuparse por las inclemencias del tiempo; dentro de su área de distribución natural, las soportan perfectamente. Y son cobardes o, mejor dicho, realistas y prudentes.



Es muy importante también entender la vida social de los caballos, sobre todo si sales en grupo; cuando los caballos de una hípica tienen posibilidad de relacionarse entre ellos, rápidamente se estructuran como manada, bajo la dirección de un líder que, generalmente -y no es sorpresa- suele ser una yegua: desarrollan también amistades y enemistades -mucho cuidado si pasa cerca de tu caballo algún otro con el que haya tenido problemas- y, en algunos casos, relaciones más profundas: Javier tenía un hermoso caballo, "Greco", al que habían castrado ya algo mayor y que, por lo tanto, no había perdido la costumbre del cortejo; una yegua joven, "Luna", estaba perdidamente enamorada de él, pese a que el pobre mal podía corresponderle... eran inseparables, era conmovedor verlos juntos, lo imaginabas diciéndole... "¡Pero, mujer, si es que no...!".

En otra ocasión, también en Margudgued, compraron para Semana Santa una bonita yegua joven, "Pecosa", a la que enseguida se aficionó Irene... cuando volvimos en Agosto, "Pecosa" había desaparecido: pregunté a José Ramón y Javier el por qué, y la respuesta me dejó boquiabierto: "Pecosa" se había hecho con el control de la manada, substituyendo a "Ara", la anterior líder, que solía montar yo: pero mientras Ara era una "lideresa" sensata y responsable, Pecosa era una loca de la vida; en dos ocasiones había incitado al resto de la manada a huir, dejando en una de ellas colgados a monitores y jinetes de una salida de dos días, en plena Sierra de Guara, obligándoles a andar varias horas hasta que consiguieron recuperarlos... resultado; venta a bajo precio... "!Habéis hecho como cualquier potencia colonialista, eliminar a un líder incómodo...!" les dije yo... "¡Exactamente!", fue su respuesta.

Irene con la "Lideresa" rebelde...


Pues bien; en un momento determinado, en la plácida vida de ese pacífico animal -incluso en las hípicas más movidas, los caballos pasan la mayor parte del tiempo tocándose las narices- aparece un extraño ser, que se le monta encima, toma el mando sobre él, y pretende que haga cosas que, en principio le gustan -a los caballos les encanta correr, lo hacen muchísimas veces, estando libres, sin motivo aparente-, pero en un momento en que quizás no le apetece, y por lugares por donde, a lo mejor, no le interesa en modo alguno ir.

Se inicia, entonces, un proceso de negociación: demos por supuesto que la doma le ha hecho ver como inviable su primera opción -librarse del intruso, eso que divierte tanto ver en los rodeos-, y, rendido a la evidencia, espera que, por lo menos, se lo pongas fácil: acabas de crearle también un problema físico; a sus seiscientos kilos has sumado bastantes más , entre un 10 y un 20%, y, además, situados casi todos por encima de su centro de gravedad: leí una bella descripción del Arte de la Equitación: devolver a los movimientos del caballo montado la gracia y la armonía del caballo en libertad. Algo así debe ser tu objetivo.

Pero, claro está, mandando tú; he visto montadores -no me atrevo a llamarlos jinetes- que intentaban imponerse por la fuerza bruta; yo opté siempre por el enfoque cooperativo: el interés del caballo y el mío eran, en principio, comunes: pasar un buen rato, sin hacernos daño: me orientaba siempre en esa dirección: debes mandar al caballo, pero hacerlo bien; sin brusquedades, sin titubeos: detesta las indefiniciones, como los funcionarios,-y sé de lo que hablo- quieren instrucciones sencillas, claras e inequívocas... gobiernas con todo tu cuerpo; se cree que lo más importante son las riendas; los caballos de hípicas, que pasan por muchas manos, han desarrollado una "boca dura", que los hace muy insensibles a las señales transmitidas por el bocado, a no ser que se usen hierros muy brutales; yo siempre aproveché mi peso para gobernar el caballo; al igual que había descubierto llevando el Kayak, comprobé que puedes "mandar" con el culo, transmitiendo el peso de una nalga a otra, adelante o atrás... siempre montaba con fusta, pero jamás la utilicé para castigar a un caballo: me repugna la brutalidad, es ineficaz y, además, difícilmente podrías competir con las coces que se largan unos a otros, en plan colega, para dirimir la menor discusión...si el caballo hace algo mal, lo mejor es echarle una buena bronca -no es broma, son muy sensibles al tono de voz- y obligarles a repetir el movimiento defectuoso: por el contrario, cuando estás contento con su actuación, no debes ser parco en tus expresiones; palmaditas en el cuello, y palabras de agradecimiento que, no sé como, el bicho parece entender y agradecer.

Con Blanca, en Can Marc


Al igual que muchos otros seres superiores -entre los que me cuento- el caballo es un gran amante de la rutina: intenta que haga siempre lo mismo, y de la misma manera; puedes cambiar algo, pero explicándoselo antes: por ejemplo, si, llegando a un cruce, sueles girar a derechas, y hoy quieres hacerlo a izquierdas, prepáralo; llama su atención, palmaditas en el cuello, unas palabras -verás como gira hacia ti una de sus orejas, buena señal...- y, llegado el momento, instrucción concreta: si siempre, al llegar a un terreno llano y liso, le mandas galope, y algún día no lo haces, se muestra inquieto, indeciso, como diciéndote: "¡Tío, que te has olvidado del galope...!", recuerda también que un caballo, como un preso en un presidio, siempre está pensando en la huída, que es su única salvación, y para poder huir de noche o de día debe conocer el terreno por donde se mueve como la palma -es un decir- de su mano... cualquier cambio es, en principio, una señal de alerta: una prima de Blanca montaba un caballo de su propiedad, educado y muy bien domado -procedía de la Guardia Urbana, nos reíamos de ella, diciéndole que su caballo señalaría con el casco los coches aparcados indebidamente...- siempre tomaban a galope un camino donde, al llegar a un cruce, había un contenedor de basura en el margen derecho. Un día, alguien lo había movido al margen izquierdo; al llegar galopando junto a él, el caballo paró en seco, esperando instrucciones... su amazona saltó limpiamente por las orejas, aunque, milagrosamente, no se hizo nada grave.


Paseando junto al Ara

Recuerda también que los caballos tienen siempre miedo, en particular a romperse una pierna -para ellos es. sencillamente, la Muerte- y a sus predadores. Como sus conocimientos tecnológicos son limitados -no saben gran cosa de resistencia de materiales- cualquier suelo que suene a hueco -una losa de piedra, una plancha metálica- basta para ponerlos de los nervios. Les gusta saber por donde pisan: entran sin temor en una corriente de aguas limpias -inolvidable una excursión por las lagunas de la Camarga, con el agua llegándonos a la suela de las botas, sin ver tierra alrededor nuestro, rodeados de flamencos...-pero te costará hacerles cruzar un charco fangoso y turbio. Tampoco les gustan demasiado los puentes: suelo hueco, y vacío alrededor, mala cosa... en todos esos casos, mando firme, y palabras tranquilizadoras, y palmaditas cuando hayan superado el obstáculo.

Y en cuanto a los predadores... en principio, cualquier perro -desde el mastín de ochenta kilos al chihuahua- es para él el Lobo... y ya no digamos cuando -sobre todo, los más pequeños- les ladran e intentan morderles en las patas, en zonas fuera de su visión... cuando hay perros, pasas buena parte de tu tiempo tranquilizando a tu caballo; he visto jinetes que montan llevando al lado a su perro, prueba de que pueden acostumbrarse a ellos, pero no es lo más frecuente. Peatones y ciclistas pueden asustarlos también -si te cruzas con un jinete, procura no hacer nada que pueda asustar a su montura, te lo agradecerá-, y las motos, coches y, en general, todo lo que petardee, bastan para preocuparlos muy seriamente; en una ocasión, me presentaron un proyecto de unas instalaciones deportivas, que optaban a una subvención: incluían un circuito de karts y, rodeándolo, un paseo para caballos... ¡todavía me estoy riendo!. Depende mucho del caballo, claro... monté y quise mucho a un auténtico cobarde, pero también conocí a una yegua -Venus, mi favorita de todos- capaz de superar cualquier situación con un ánimo imperturbable: solo la vi asustarse de verdad una vez, cuando, al pasar junto a una acequia, se levantó de golpe un hombre que estaba dentro, limpiándola... claro que, en este caso, nos asustamos los tres: Venus, el tío de la acequia, y yo.

He pasado muy buenos momentos con los caballos: algunos fueron para mí auténticos amigos: otro día os contaré más cosas de ellos.... mucho antes de que se pusiera de moda, yo también fui un "susurrador" de caballos; disfruté de ellos y con ellos y, en cierto modo, creo que me hicieron mejor persona: seguirá...


Con mi amiga Venus...






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