lunes, 16 de noviembre de 2015

Mis fotos de montañas...

Me apetece, entre tanto dolor, hablar hoy de un tema amable aunque, como veréis, no exento de frustraciones; mis fotos de montañas.



Soy, lo confieso, un apasionado de las montañas. Por desgracia, un aficionado más bien platónico; haber vivido casi constantemente por encima del peso aconsejable, y ser un comodón importante no me han facilitado demasiado conquistar esas cumbres que tanto me gusta contemplar desde sus faldas; tan solo en una época en que estuve bastante en forma, y, además integrado en clubs de montaña donde conviví con auténticos montañeros -nuestro Nabaín de Boltaña, y, cada vez más, en salidas conjuntas con nuestro club hermano -aunque vecino-, el CAS de l'Ainsa- me permití, aunque echando los bofes, el lujo de hacer bastantes cumbres en Sobrarbe; no llegué -¡por pocos metros!- a hacer ningún Tres Mil, pero de los dos mil y pico pocos se me resistieron, y eso me permite, al verlos desde abajo, la íntima satisfacción de decirme:"¡Tu estuviste ahí, zagal...!".

Eso sí, me queda el consuelo de los amantes impotentes; la fotografía... a donde no llego yo, llega mi objetivo: y si está lejos, tiro de zoom... en mis viajes, rara es la vez en que no tengo el propósito de traerme el recuerdo de una montaña admirada: pero no creáis que es fácil; ¿recordáis cómo pintaban en los tebeos las montañas más altas, con una nubecita alrededor de su cumbre? pues es verdad, aunque son muchas las veces en que la nube cubre toda la montaña, y te quedas con las ganas... muchas más de las que parece, sobre todo si, como suele suceder en los viajes, cambias de lugar con frecuencia, y solo puedes estar en el mismo sitio, a veces, durante unas pocas horas.

Cuando fuimos a Japón, por supuesto, mi objetivo era el Monte Fuji, el Fujiyama, esa montaña sagrada -como la mayoría de ellas-, cono volcánico perfecto, que domina la Región de Kanto -donde está Tokio- y que se ve, en todos los posters turísticos, acompañada por una flor de cerezo y un Shinkasen, un Tren-Bala pasando raudo a sus pies...  Fracaso total; conseguí verlo por los pelos, al aterrizar, ridículo conito oscuro saliendo de un mar de nubes; tuve un presentimiento y disparé, pensando que después ya tendría tiempo de verlo a gusto... pasamos dos veces a pocos kilómetros de sus faldas, y el manto de nubes nos impedía verlo; incluso, ya en Tokio, subimos al To-Cho, las oficinas de la Región Metropolitana, el más alto rascacielos, coronado por un magnífico mirador -gratuito, aviso a viajeros-..., donde un mapa indicaba dónde, precisamente, "en días buenos", el Fujiyama dominaba el horizonte... me quedé con las ganas, vamos... tan solo al despegar, en el breve espacio de buen tiempo que nos dio un tifón que estaba llegando -y que, al día siguiente, hizo estragos e incluso cortó la línea férrea- pude volver a verlo por un segundo, sin tiempo entonces para disparar... un motivo más para desear volver al Japón.



En Kenia rodeamos por dos veces el impresionante Monte Kenia; exactamente los mismo; nubes hasta la falda, y, eso sí, "en días buenos" se puede ver desde Nairobi; tan solo en el último amanecer en Sanburu- a unos cien kilómetros-, conseguí ver perfectamente su silueta; esa es la única foto que tengo de la segunda cumbre de África; dos horas después pasamos rozando sus estribaciones, y las nubes, de nuevo, me lo velaron...



Peor fue en Eslovenia; me había propuesto ver también el Triglav, esa montaña de triple cumbre -¿quién ha dicho que las lenguas eslavas son difíciles? tri quiere decir tres, ¿está claro, verdad...?- Estuvimos en el Lago Bohim, donde, "en días buenos" se refleja en sus tranquilas aguas... boira prieta, niet Triglav, vuelta p'a casa sin la montaña...

No voy a llorar más, otras veces lo he tenido más sencillo; por ejemplo, el Techo de Europa, el Mont Blanc, pude verlo -y fotografiarlo- sobre las no menos tranquilas aguas del Lago Leman, y en diversas ocasiones pasando en avión sobre su macizo: y hace dos años cumplí una de mis metas fotográfico-montañeras, haciéndome con la Pared Norte del Eiger y -forzadísima la foto, con un cable que está pidiendo photoshop a gritos- con las tres cumbres emblemáticas del Oberland bernés; Eiger, Monch y Jungfrau.






También se prestó a una buena sesión fotográfica el techo del territorio español, el Teide; subí en teleférico casi hasta su cumbre, y no pudimos seguir por estar prohibido el acceso por hielo... incluso reproduje la imagen que decoraba nuestros añorados billetes de mil pesetas...el Mulhacén caerá también cuando culmine mis planes para cubrir una de mis más imperdonables carencias viajeras; sólo he estado dos veces en Granada, las dos de noche, y las dos de paso.



Como cabía esperar, en Sobrarbe no he tenido grandes problemas: las tengo todas, y en todas las épocas del año; no me canso de Treserols, creo que jamás podría cansarme, pero siento también un cariño especial hacia la Peña Montañesa que, esa sí, he subido tres veces, y ya considero como mía.







Pero hoy quería hablar especialmente del Kilimanjaro: un amante de las Montañas y de Hemingway forzosamente tenia que soñar en ver, aunque solo fuese una vez, su gigantesca figura, coronada de nieves eternas -¡ay! cada día más escasas-, alzándose sobre la sabana africana... nuestro viaje a Kenia acababa, justamente, en Amboseli, el Parque más próximo al "Kili", aunque queda como a unos sesenta kilómetros... la montaña africana por excelencia está en territorio de Tanzania, que allí forma un entrante en el de Kenia, y por un motivo bastante curioso: el último Kaiser alemán era nieto de la Emperatríz Victoria de Inglaterra, hijo de una hija suya. Al parecer, la corte inglesa envió una comadrona de confianza para atender a su parto, y la pobre mujer no tuvo un día muy inspirado; por un error, le dejó al Kaiser un brazo tullido de por vida. Fuese o no por eso, la Emperatriz Victoria consideraba a Willy su nieto favorito y, a la hora de establecer con regla y cartabón las fronteras entre la colonia británica de Kenia y la alemana de Tanganika -hoy Tanzania- insistió especialmente en que, ya que el Monte Kenia estaba, inequívocamente, en Kenia, el Kili le tocase al pobre Willy...total, a los negros -todos Masais, a un lado y otro de la frontera- igual les iba a dar... no demasiados años después, Masais de ambos lados de la frontera luchaban, en plena Guerra Europea, sin moverse de sus casas, por su King and Country, o Für Gott und Vaterland...

Llegando por la noche al Lodge de Amboseli, nos avisaron de que la foto del Kili no era sencilla; podía verse bastante bien al amanecer, pero se nublaba enseguida, y ya era invisible durante todo el día: Kenia está encima del Ecuador, y en esa latitud, el sol sale -y se pone- muy rápidamente, y a las seis en punto; a esa hora, allí estábamos todos los fotógrafos del Lodge, varias docenas, pelándonos de frío -a cerca de dos mil metros de altura-, rodeados de monos que nos miraban con cara de sorpresa... "Para hacer esas chorradas -debían pensar- casi no vale la pena evolucionar..."

A las seis en punto, las tinieblas se retiraron, y el Sol doró por un momento la puntita nevada del Kili, saludado por docenas de alegres cortinillas que clicaban sin parar... pero había neblina, mucha neblina, que muy pronto se transformó en nubes que cubrieron por completo la montaña... hubo foto, por supuesto, pero muy por debajo de nuestras expectativas.



Por la mañana siguiente, a las seis en punto, de nuevo estábamos allí... nueva salida del sol, grititos de admiración porque había nevado un poco, y el casquete blanco cubría ahora toda la cumbre... pero, enseguida, la bruma, la nube, y todos a desayunar...

Desayunados y recuperados del madrugón y el frío, salimos en los coches a seguir nuestro safari fotográfico; las nubes se iban oscureciendo, incluso parecía que iba a llover -Amboseli es, paradójicamente, un lugar muy seco, aunque abundan las zonas pantanosas, alimentadas por las aguas subterráneas que llegan desde la montaña-... íbamos, como es natural, mirando en todas direcciones cuando, de repente, casi no pude contener mi alegría: por un jirón entre las nubes asomaba la cumbre del Kili y, en la llanura, a pocos metros de nuestro coche, un magnífico ejemplar de elefante recibía un rayo de sol... disparé casi instintivamente, y conseguí la mejor foto de un safari lleno de fotos inolvidables.

Por ponerle algún "pero"... el elefante es, evidentemente, un "bull", un macho, era temprano por la mañana, parece que los elefantes, cuando se levantan... pero ya somos adultos, alguna risita y ya está; mi Bull ha quedado guapísimo, y es un placer para mí presentároslo; aquí, unos amigos; ahí, el Elefante de Cinco Patas...






No hay comentarios:

Publicar un comentario