viernes, 18 de diciembre de 2015

Yo tuve un amigo en Gaillac...

Salimos de Albí hacia otros dos de los Pueblos Más Bonitos de Francia... a este paso, los conoceré todos; muchos carteles indican dirección Gaillac: no llegaré a ir, en esta ocasión, pero me he prometido llegar a conocer esa pequeña ciudad, porque hace muchos, muchos años, yo tuve un amigo en Gaillac...

Estaría empezando mis estudios de Francés -y eso lo sitúa por el año 1962, más o menos- cuando nuestra profesora nos propuso un intercambio epistolar con chicos de nuestra edad que estudiasen Español en Francia: mi mejor amigo y yo nos apuntamos, y no sé si todos nuestros colegas  franceses eran de Gaillac, pero tanto a él como a mí se nos adjudicaron amigos de dicha ciudad de la cual, por supuesto, no tenía yo ni idea de su existencia. Gaillac, Tarn, France.

Al principio nos cruzábamos postales, él en Francés, yo en Español; pronto fuimos soltándonos más, y se transformaron en cartas, y cada uno iba adentrándose, a tientas, en el idioma del vecino: no recuerdo que llegásemos a intimar mucho en temas personales -ya sabéis que los hombres somos muy reservados para eso-, pero sí nos contábamos muchas cosas de nuestras ciudades, de los estudios... aprendí que Gaillac era una ciudad pequeñita, pero próspera gracias a la producción de vinos, incluso creo que en su familia se dedicaban al tema: a través de sus descripciones, me llegaba una bocanada de aire de la Campagne, del Campo Francés, esa tierra próspera desde hace muchos, muchos años, y más aún gracias a la Política Agraria Común, entonces aún en mantillas, pero donde siempre -siempre en los últimos doscientos años- se había vivido bien y se había comido caliente; tierra de villas de techos de pizarra con cierto aire de palacetes, de gasolineras de Total, de bares con anuncios de Ricard y Pernod, de kioskos de música en los parques donde, los domingos por la mañana, la banda de un regimiento con la corbata de la Legion d'Honneur en la bandera tocaba "Sambre et Meuse" ante unos caballeros con cintitas de colores en el ojal de la americana oscura y señoras con gabardina clara y sombrero... y donde los alcaldes llevaban una banda tricolor y eran elegidos por los ciudadanos, cosa que, en aquellos momentos, para un español resultaba de los más exótico. Algunos incluso eran comunistas.  Y les dejaban...


Intercambiamos también algunos regalos; recuerdo una cartera de cuero donde, grabado, aparecía ese mismo parque de Gaillac con el kiosko de marras, y, especialmente, una pitillera de plástico recubierto de algo así como polipiel, que usé durante muchos años -iba bien cuando fumabas tabaco de paquete blando-. y que, de hecho -padezco un Síndrome de Diógenes de manual- aún conservo entre mis muchísimas pertenencias absolutamente inútiles. Sinceramente, no recuerdo qué le envié yo; por algún cajón francés andarán mis presentes, si a él le pasa lo mismo.

Nuestra amistad pudo sufrir un serio percance el día en que recibí una carta muy chocante: me contaba, alborozado, que acababa de ver un documental sobre Madrid, y que los españoles que en él salían iban vestidos "como los franceses"; me preguntaba si eso era normal, o se habrían vestido así para el rodaje... así estábamos en 1962, os lo juro... Contesté, con bastante mala leche, que sí, que por desgracia habíamos abandonado nuestros ricos trajes regionales para disfrazarnos de personas civilizadas pero que, los domingos, los recuperábamos para pasear vestidos de toreros y con capa hasta los pies y, las señoras, con mantilla... nada más enviar la carta me arrepentí, suponiendo que se enfadaría, pero o le satisfizo la explicación, o comprendió que había tocado un tema sensible, y siguió escribiéndome como quien no quiere la cosa, y yo contestándole.

Pero, sobre todo, cada mes, sin falta, me enviaba un número de "Salut les copains!", la revista que hacía furor entonces entre la Jeunesse de Francia: yo nunca he sido mucho del Pop -años después me decantaría claramente por el Folk y los cantautores-, pero aquellas bocanadas de modernez no dejaban de impresionarme: arrasaba entonces la pareja formada por Sylvie Vartan y Johnny Halliday; a mí, ni fu, ni fa: a Sylvie la encontraba monilla, sin más, y a Johnny, sinceramente, un pelín macarra. Y, además, anglófilo, cuando yo aún no había empezado con el Inglés... "¡Espérate, jodido, primero acabemos con el Francés...!" pensaba yo...

La que me encantaba y me "ponía" era, por supuesto, Françoise Hardy... una chica bellísima, con ese aire triste y lánguido, cantando que estaba sola y que nada sabía del amor... yo, que también iba muy corto en ese tema -en pleno periodo autárquico, no sé si me explico-, ¿Cómo no iba a entenderla? ¿Cómo no iba a soñar encontrarme con ella, salvando las distancias geográficas y de edad -era cinco años mayor que yo, la distancia entre una diosa en ciernes y un preadolescente con acné y un cierto sobrepeso..., y proponerle una "Joint venture" para ir avanzando en el asunto...?  "Mira, moza, yo no es que sepa mucho, pero digo yo que poniéndose en ello..." ¡!Entrad, entrad a escucharla, el vello de punta pone... https://www.youtube.com/watch?v=LNEEVsZt8vI

Buceo -foriqueo- en Google para saber qué es de su vida, y veo con satisfacción que sigue siendo una bella señora, felizmente casada con un señor que se llama Dutronc,... me alegro mucho por ella, veo que te las has apañado muy bien para aprender por tu cuenta, yo también me he ido arreglando, tant mieux pour nous deux!

Dejando aparte a François Hardy -que ya era dejar aparte-, a mí lo que de verdad me interesaba era lo que estaba pasando en Francia, en la traumática salida de la Guerra de Argelia, con los atentados de la OAS golpeando en todo su territorio... yo los iba siguiendo gracias a lo que publicaba la prensa española y, muy tempranamente, gracias a "Paris Match", que procuraba comprar y descifrar... la Guerra de Argelia fue para mí, en muchos sentidos, un auténtico revulsivo, una guerra colonial a pocos kilómetros de nuestras costas, y donde, además, estaban implicados un gran número de españoles, ya que lo eran, de origen, muchos de los "pieds noirs" de Orán, la propia madre de Camús, sin ir más lejos... En aquellos tiempos se gestaron muchas cosas que hoy están pasando a primer plano... se me quedó grabada la imagen de los estragos causados por una bomba del FLN en un local de Argel frecuentado casi exclusivamente por europeos, el suelo lleno de cadáveres entre botellas y vasos rotos; muchos años más tarde, haciendo el Servicio Militar, conocí a un Cabo Primero con el que trabé una cierta amistad, y un día me contó que había nacido en Argel pero que había vuelto a Valencia, la tierra de su familia, a vivir con sus abuelos, cuando sus padres habían fallecido, justamente, en aquel atentado. En la vida hay coincidencias aterradoras.

Decía que la Guerra de Argelia me cogió en un buen momento del despertar de mi interés por la política y la historia moderna. Interés precoz, porque, con siete años, había seguido asuntos tan complejos -en versión simplificada, es decir, la que ofrecía nuestra prensa- como los sucesos de Hungría o la invasión de Suez... a lo de Argelia llegaba ya algo más maduro, pero he ido reuniendo a lo largo de muchos años fragmentos de aquel drama a través de elementos tan diversos como "La batalla de Argel", de Pontecorvo, la serie de novelas de Lartégui, pasadas después al cine, las turbadoras confesiones del General Aussaresses o, en fechas ya inmediatas, el documental sobre la vida de una joven argelina plenamente asimilada a la cultura francesa, que toma partido por el FLN, perfectamente identificable con el papel que, en la versión cinematográfica de las obras de Lartégui interpretaba una jovencísima -y guapísima- Claudia Cardinale, o la reciente y aclamada "L'art français de la guerre" de Alexis Jenni...y ahí están las claves del fracaso de los sectores progresistas y laicos dentro del Islam, el racismo ajeno y el radicalismo propio que frenan la integración de los emigrantes magrebíes en Europa, el auge de la extrema derecha basada en el miedo... no se me ocurren elementos de más actualidad.

Mi amigo y yo intercambiábamos frecuentes invitaciones para visitarnos, pero de boquilla, porque, en aquella época, muy poca gente viajaba sin una auténtica necesidad, y menos a mi edad: por eso me sorprendió mucho que el corresponsal de mi compañero de curso viniese a Barcelona, así pude conocerlo, enviarle recuerdos a mi amigo, e incluso vivir con él una curiosa aventura, que pudo acabar fatal.

Habíamos decidido llevarlo a conocer Montserrat; cuando pasé a recogerlos por casa de mi amigo barcelonés, se habían entretenido más de la cuenta, y no llegábamos, en Metro, a coger el tren previsto; insistí en respetar el horario que habíamos estudiado, cogimos un taxi y llegamos a tiempo. ¡Y tan a tiempo!: el siguiente tren ya no salió de la estación de la Plaza de España; se incendió en el túnel subterráneo, y hubo varios muertos.

Mientras nosotros, ignorando el accidente, paseábamos por la montaña, la noticia se extendía por Barcelona, causando la lógica inquietud en nuestras familias, que sabían que íbamos a coger el tren allí; trabajaba entonces con mi padre una chica que había realizado unas prácticas en el Hospital Clínico, y mi padre la convenció para que se pusiese su uniforme y se infiltrase hasta el Depósito de Cadáveres, para averiguar si alguno de los fallecidos podía ser yo, porque había una total opacidad informativa... cuando nos enteramos de lo sucedido, después de una larga espera en las pocas cabinas telefónicas que había entonces en Montserrat, conseguimos comunicar con nuestras familias y tranquilizarlas... volvimos a Barcelona, bajando del tren en la penúltima estación, y el túnel de Plaza de España aún humeaba.

No recuerdo cómo acabó nuestra amistad epistolar: supongo que fue languideciendo, quizás en la medida en que otras asignaturas nos requerían más atención... debo conservar por ahí alguna carta suya, que me permitiría recordar su nombre... me hubiese gustado saber qué fue de su vida, si recuerda el Español que aprendió, en el Bac, y si sigue vinculado al negocio de los vinos, esos vinos que, dentro de un rato, compraremos en Cordes para traernos un recuerdo de estas tierras mucho más suaves, mucho más amables que las duras Causses que recorríamos ayer, tierras ya de viñedos, con las hojas secas. doradas, muchas ya caídas, y los sarmientos listos para la poda y para las brasas donde asar chuletitas de cordero.











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