martes, 29 de diciembre de 2015

De Cordes a Saint Antonin

Nueva historia sobre pueblos bonitos de Francia... todos parecidos, todos distintos, como distintos son los recuerdos que evocan...


Cordes sur Ciel, por supuesto, no se llamaba así, "Cordes sobre el Cielo"; era, simplemente, Cordes; algún viajero entusiasta le puso lo del Cielo, porque está encaramada en la falda de una montaña, sobre un valle extenso, bonito pero un pelín monótono; visto según llegas, tampoco parece cosa de otro mundo, más empinados he visto, palabra... pero, una vez aparcado en las afueras -inútil precaución: está casi vacío, y puedes subir con el coche mucho más arriba-, la verdad es que te dejas llevar por el encanto de sus calles y sus casas, por las que no parecen haber pasado los años, salvo en el estado de conservación de alguna de ellas.


El estilo ya no tienen nada que ver con La Couvertoirade: aquí aún se ve mucha piedra, pero imperan ya las armazones de madera vista en la fachada, que estructuran paredes de ladrillo o incluso de adobe... arquitectura que nos acompañará a lo largo de toda Francia, a medida que los suelos se hacen profundos y ricos y las canteras quedan solo al alcance de los poderosos. Pero sigue siendo una plaza fuerte, amurallada y bien preparada para la defensa -con un curioso campanario, que te recuerda enseguida las torres toscanas-, señal de que fue tierra de historia revuelta, herejías varias y razzias de la Fé Verdadera, mucho más mortíferas aún... el centro lo ocupa un mercado en plaza porticada, unas "Halles" de las que tantas encuentras en los pueblos franceses, y, a su lado, la calle principal, de Puerta a Puerta de la muralla, empedrada y constelada, hoy, por docenas de tiendas para turistas, muchas de ellas cerradas por temporada baja; una vez más, solo apatrullamos densos grupos de españoles, despertando la extrañeza de nuestros vecinos, a los que tenemos que informar de que celebramos el aniversario de nuestra Constitución, y que aún conservamos como festividad el día de la Purísima; a cambio, ellos celebran el Corpus; tierras ambas de cristianos, pero con distintas prioridades, por lo que se ve.







Me abalanzo sobre una tienda donde, al parecer, trabaja un artesano que fabrica navajas de Laguiole; hemos pasado cerca de dicho pueblo, que da nombre a las navajas más famosas de Francia, pero no me había atrevido a proponer visitarlo, siendo el único amante de los instrumentos de corte en nuestro grupo, pero ahora lo tengo a huevo... el artesano es un chico joven, magnífica noticia que garantiza la continuidad de su oficio, y un apasionado de su trabajo, y veo en su taller auténticas maravillas, navajas con cachas de los materiales más variados; lapislázuli, molar de mamut... Tiene también una importante oferta de navajas de Albacete -reconoce la inspiración española de las navajas de Laguiole- y, concesión al turismo, machetes de Rambo y de Conan el Bárbaro. Un cartel, más bien obvio, avisa a los visitantes; todo corta, vigilen a los niños... después de dar vueltas y vuelta, me enseña una de la que me enamoro a primera vista; cachas de boj, mi madera tótem... el boj es la madera de mis bisabuelos cuchareros en Boltaña, pero también la de mi abuelo murciano Julio, escultor, que usaba sus palos de boj para trabajar la arcilla... echamos un buen rato charlando de nuestras comunes y cortantes aficiones, me enseña a afilar en piedra... si me porto bien, dentro de pocos días, los Reyes Magos me traerán esa navaja de cachas de boj, tengo una corazonada...



En la puerta vecina pecamos también contra nuestra Economía; en este caso, vinos de Gaillac -de una excelente calidad, y precios muy razonables- y productos del hígado de volátiles diversos, víctimas de auténticos suplicios para obtener lo que muchos de nosotros conseguimos sin esfuerzo aparente; un hígado graso. El médico que me lo diagnosticó - me estaba haciendo la ecografía, y rezongó..."¡Hummm, un poquito de fuagrás...!"- me dijo que tampoco le diese demasiada importancia; precauciones normales, bajar algún kilito... me faltó tiempo para abalanzarme sobre el google y lo primero que encontré fue un artículo según el cual el 40% de la población adulta de Irlanda tenía el hígado graso... me sentí confortado, y acompañado, y ya no he vuelto a preocuparme.

Dejamos Cordes cargados con nuestras adquisiciones: mientras descendemos por sus empinadas calles, en unas fajas vecinas al pueblo oímos un discreto roce de ramitas... tres corzos se escabullen entre la maleza, dentro mismo del casco urbano.



De Cordes a Saint Antonin, por el valle -Noble Val- no hay mucha distancia; pero veo un desvío por la Causse, y lo cojo sin pensar; me he aficionado a las Causses, no lo puedo negar... ésta es mucho más suave y civilizada que las que cruzábamos ayer, casi predomina el viñedo, pero no faltan tampoco un hermoso bosque que cruza una carretera de curvas constantes que finaliza, casi abruptamente, sobre el Noble Val de Saint Antonin... Saint Antonin no está sur Ciel, sino sur algo mejor, un manso y ancho río, donde se reflejan sus casas y su torre: es un pueblo grandecito, con un barrio moderno, junto a la carretera, con un cine de programación sorprendentemente actualizada y varios restaurantes con ciertas pretensiones -si nos guiamos por los precios- pero cerrados por fuera de temporada; aquí ya no se ven ni españoles.


Llegamos a esa hora que tememos los fotógrafos, en que el sol, en esta época del año, cae como una pedrada, y transforma las calles estrechas en auténticos desfiladeros donde, o sobreexpones en las zonas iluminadas, o no ves absolutamente nada en las sombrías... el casco antiguo de Saint Antonin no ha conocido, ni de lejos, la segunda vida de Cordes; se ven algunos estudios de artistas, pero predomina un cierto abandono, una sensación de tiempo pasado sobre sus magníficos edificios, algunos de ellos casi en ruinas y ostensiblemente en venta.



Preguntamos a la única persona con quien nos cruzamos por un sitio donde comer; es un amable caballero que no solo nos orienta, sino que, después, nos va siguiendo discretamente para comprobar si hemos interpretado correctamente sus instrucciones -bastante complicadas, por cierto- hasta dar con el restaurante, tan escondido que difícilmente lo hubiésemos encontrado por nuestra cuenta, y con el absolutamente improbable nombre de "Le Cafarnaün".




Le Cafarnaün es, evidentemente, el restaurante de la gente del pueblo. La práctica totalidad de su clientela viste ropa de trabajo del Sector de la Construcción y gremios afines; pantalones y botas tipo montaña, y jerseys viejos manchados de cal y de pintura: supongo que van superando la crisis tirando de obras de rehabilitación, y en Saint Antonin no les falta tajo... nos sirven el menú del día, con una salade con más roquefort que lechuga y faux filet -no demasiado falso- con patatas caseras, un menú sano y barato, acompañado por un vino local más que potable. Un caballero de edad incierta -pero avanzada- y aspecto moderadamente elegante se dirige a mí para expresarme su admiración por mi cuñada, que está sentada enfrente suyo. Admiración no exenta de cierto contenido erótico, por cierto... Utiliza para describirla una palabra que no entiendo, y que me suena -os lo juro- a "Caralsol"... me doy cuenta de que está diciéndolo en Ruso, "Jarashoie", "Hermosa.." "Govoristi po Ruski?" le pregunto, creo que se dice así, no os fiéis mucho de mí... "Da!", responde, y me explica que ha sido, durante muchos años, responsable de seguridad en diversas embajadas en París, entre ellas, la soviética... me aclara que es el propietario de una de las casas más grandes del pueblo... "¡No le hagas caso, está loco...!" me dice el dueño, riéndose,  en perfecto Español...

Los comensales se van levantando, todos con su palillo de dientes en la boca... solo queda un gañán rubiote que, ostensiblemente, le tira los tejos a la camarera, una joven lucida y apetecible, cuyos pies sujeta entre los suyos... hay mucho más sexo del que parecía en el ambiente de Le Cafarnaün, oh, là, là, la France... ganas entran de dormir la siestá, ustedes ya me entienden, pero Albí está a una horita, y nos van a cerrar el Museo de Toulouse-Lautrec... au revoire, Saint Antonin Noble Val, tierra de cachondos...










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