miércoles, 2 de diciembre de 2015

"En este lugar sagrado..."

Prometí -y me prometí-, el Día Mundial del Retrete, dedicar unas breves líneas a lugar tan clave en nuestras preocupaciones cotidianas; luego, la cosa siempre se alarga... típico también de ese lugar, por cierto...

Los retretes han jugado un papel importante en mi vida; y no por los motivos obvios: como funcionario público, he vivido siempre de la rica tradición romana: casi nadie ha organizado la vida cotidiana de los occidentales después de Roma; todo lo que se ha hecho ha sido ir recuperando del olvido, limpiando y puliendo, cosas que ya habían inventado los romanos. Y no olvidemos que, para ellos, las cloacas, e incluso los retretes públicos, eran signos inequívocos de civilidad; la Ciudad, la "Civitas" romana, era el sitio donde la gente lo hacía sentado, y luego las aguas se encargaban de alejar sus consecuencias... todo lo demás era, en un primer cinturón, "ager", campo más o menos civilizado, donde sus habitantes trabajaban para vender frutas y verduras a los habitantes de la "Civitas", y más allá comenzaba el "Saltus", la selva ignota, poblada de fieras y bárbaros que cagaban en cualquier lugar y sin el menor decoro... puedo afirmar, por lo tanto, que los retretes han ocupado siempre un lugar de excepción entre mis intereses profesionales.

Y además ha sido así literalmente porque, cuando en 1977 me incorporé como Asesor Técnico al Gobierno Civil de Barcelona -estuve al servicio de tres gobernadores civiles, el último de ellos, Jorge Fernández Díaz, actual Ministro del Interior,  algún día os contaré cosas suyas...-, se me asignó, entre otras cosillas de poca monta, el cargo de Administrador del Patronato para la Vivienda Rural "José Antonio". Impresionado por el título, acudí a ver a mi antecesor, en el suntuoso piso que ocupaba en pleno Passeig de Gràcia, puerta con puerta del piso donde serían asesinados los esposos Viola, en un atentado cuyo autor intelectual, patriota local, tiene hoy, al parecer, alguna calle a su nombre... bella costumbre transversal, la de poner nombres de asesinos a las calles.

"¿Y cual es la finalidad del Patronato?"

"Dar créditos para que pongan cagaderos en las masías..." me contestó.

En efecto, créditos "blandos", término que, tratándose de la materia que nos ocupa, adquiría una especial pastosidad. Gracias a ellos, muchos habitantes de nuestro "ager" y "saltus" tuvieron su primer contacto con la porcelana sanitaria  y el depósito con cadena... muchos, aunque no todos; llegué a conocer en el Servicio Militar a un muchacho de lo más profundo del "saltus" osonenc que afirmaba que, pese a trabajar en una fábrica de productos cárnicos -supongo que bien provista de facilidades sanitarias-, cuando la ocasión le sobrevenía, salía al parking, cogía el coche, se alejaba unos centenares de metros, y obraba en el bosque, en directa comunión con la Naturaleza; era incapaz de hacerlo en otro entorno...  no os negaré que, a veces, recordando al pulcro y atildado Marqués de Estella -José Antonio, que, antes de ser fusilado, dobló cuidadosamente su abrigo inglés de pelo de camello-, y la vinculación de su Patronato con los payeses, sentados filosóficamente con los pantalones de pana sobre las espardenyes mientras leían el full parroquial, no podía contener la risa.

Cierto es que yo conocía también la situación, porque, en mi infancia, cuando llegábamos a la casa familiar de Boltaña, una de las cosas que más me sorprendía era el retrete, tabla pulida de madera, en cuyo centro una tapa circular, también de madera, daba acceso al profundo pozo del que emanaba un fortísimo olor amoniacal que te hacía lagrimear... atribuyo la persistencia de dicho sistema de evacuación más al conservadurismo de mis mayores que al estado sanitario del lugar, no en vano Boltaña, pequeña -muy pequeña- metrópolis, como capital que es, había disfrutado de alumbrado público eléctrico antes que la mismísima Barcelona. Y, sin ir más lejos, mis tíos Domingo y Guillermina vivían en una casa dotada no ya de un completísimo cuarto de baño, sino incluso de bidet, artilugio legendario de claro origen francés, desmintiendo así la teoría de que era desconocido en nuestras tierras, teoría que había dado origen a la historia -seguramente apócrifa- del escribano que, inventariando el mobiliario de una vivienda, anotaba: "Instrumento de uso desconocido, en forma de guitarra".

Y no se acabó allí mi vinculación profesional al tema, ya que, durante un periodo, desempeñé también la tarea de supervisar las Ordenanzas municipales en materia tributaria, antes de ser aprobadas -como era preceptivo entonces- por el Delegado provincial del Minsiterio de Hacienda. Existían por aquel entonces unas curiosas figuras, los Arbitrios con Fin no Fiscal, mediante los cuales se imponía una contribución a determinadas situaciones que se consideraba conveniente que los ciudadanos resolviesen por su cuenta: así, por ejemplo, se gravaban los solares sin cercar, las fachadas en mal estado de conservación... en una ocasión, por error mecanográfico, un Ayuntamiento aprobó un Arbitrio con Fin No Fiscal sobre "Fachas en mal estado de conservación": tiempo me faltó para fotocopiarla y hacerla llegar a muchos de mis compañeros, que reunían ambas condiciones: mal estado de conservación, y absolutamente fachas... "¡A partir de ahora, os van a cobrar un tributo!", les avisaba yo... pues bien; uno de dichos arbitrios recaía sobre "Retretes sin conexión al alcantarillado público", incentivando así la solución del problema: no sé si dicho Arbitrio se llegó a aplicar en Boltaña, pero lo cierto es que el retrete de la casa familiar fue sustituido por un inodoro de lo más convencional, e incluso la casa que hoy es nuestra, cuando la compramos, conservaba aún un retrete, pero convenientemente conectado al alcantarillado. Se acababa así el riesgo de lamentables accidentes, como el sufrido por una tía mía que, estando ya vestida para la bendición de la palma, el Domingo de Ramos, -me la puedo imaginar; zapatitos blancos, calcetinitos blancos...- tuvo la genial idea de intentar saltar sobre el montón de fiemo que estaban sacando de un pozo negro, con el resultado de hundirse en él casi hasta la cintura.

Por supuesto, esos arcaicos retretes de pozo no dejaban de ser una interesante innovación tecnológica; lo normal, en las aldeas, era que, al preguntar inocentemente por el excusado -como me ocurrió alguna vez-, te indicasen el camino del corral, donde pasabas un agradable rato en compañía de las gallinas que pululaban a tu alrededor... un amigo que tiene el amable detalle de leerme contaba una descacharrante historia en la que intervenían un corral, una joven maestra de la capital en sus primeras horas en Sobrarbe, y un buco, un macho cabrío... por no decir que, incluso en la casa familiar, los varones éramos muy aficionados a hacer aguas menores -sólo amparados por las tinieblas de la noche- en la galería exterior, mirando hacia el huerto, evitando, eso sí, hacerlo hacia la luna, el patio interior, actividad vetada por Tia Encarnación, la dueña de la casa, que nos advertía, a gritos... "¡No t'os espichorréis en as losas...!"

Más adelante, cuando trabajaba en la Dirección General de Administración Local, en materias relacionadas con la financiación de inversiones públicas locales, no lograba distanciarme del tema, si bien es cierto que ahora había abierto el foco de interés, pero, aquí entre nosotros, sin alejarme demasiado de la mierda... recuerdo la ocasión en que un alcalde, desesperado, me contaba su pesadilla: el núcleo antiguo de su pueblo, donde vivían los habitantes de toda la vida -y sus electores- estaba en una vaguada: por las vecinas laderas de las montañas trepaban las casas de las urbanizaciones de "forasteros"... durante la semana no había problemas pero, cuando llegaban los "forasteros" -fines de semana, vacaciones- y empezaban a usar sus casas, el sistema de alcantarillado, mal diseñado, se colapsaba, y las aguas fecales comenzaban a aflorar por los retretes del casco antiguo... "¡Si aún fuese al revés, pero que nos salga a nosotros la mierda de los forasteros..."! se lamentaba el pobre hombre.

Idéntica pesadilla, provocada también por la desdichada coincidencia ente topografía y mierda, padecía también otro alcalde no menos desesperado: "Tengo en el pueblo uno de los mayores mataderos de tocinos de Cataluña; cada día, dos o tres docenas de trailers atraviesan la carretera que cruza el pueblo y, al llegar justo al centro, giran noventa grados y encaran una fuerte subida, hacia el matadero; y entre el giro y la subida... ¿a dónde crees que va a parar la mierda de los tocinos...?"

No os extrañará, por lo tanto, que en mis viajes haya prestado siempre una especial atención a los retretes; son un atractivo más de la multiculturalidad, como, por ejemplo, puedes ver claramente en Berlín, donde frente a recintos Hig-Tech, con un cierto aire de cápsula espacial -y otro, más ominoso, de cámara de gas...- encuentras también, en zonas de mayoría turca, las adaptaciones a las abluciones manuales... Ni que decir tiene lo que disfruté en Japón, con sus avanzadísimos asientos de inodoro dotados de chorrito higiénico -dos chorritos, en realidad,; femenino y unisex- , e incluso unos efectos sonoros para evitar el desagradable sonido de inoportunas ventosidades... y, además, puedes utilizarlos sin temor a la barrera lingüística, ya que adecuados símbolos -como, por ejemplo, ese culo con surtidor debajo- te indican, sin lugar a error, lo que vas a encontrar. Por supuesto, la transformación cultural de la sociedad japonesa ha sido rápida, y aún cabe recordar a parte de su población que hay que usarlos sentándose en ellos, y no acuclillándose, como suelen hacer muchas veces en su vida cotidiana.

¡Contacto, motores, listos para despegar...!


Éste, con "Massage", sólo lo vi en una tienda...


Con chorrito, sin chorrito... para todos los gustos.


En Kenia no me resistí a fotografiar ese delicioso retrete decorado, de lo más naif... tiendes a creer que encontrarás servicios públicos en un deficiente estado de conservación pero, por , por menos en los que frecuenté -los de las gasolineras y tiendas de recuerdos para turistas- justo es decir que estaban impecables: la explicación reside en la abundancia y baratura de la mano de obra; siempre había alguien al lado encargado de su limpieza y, por supuesto, de recibir a cambio algunos centimillos, en la vieja tradición de "Madame Pipí", ese entrañable personaje -en Berlín eran, muchas veces, varones: "Herr Pipí"..- sustituido ya, en muchos países, por un anodino torno con ranura para la monedita, que ha dejado de ser "la voluntad" para pasar a transformarse en tarifa fija.



No menos interesantes eran los retretes instalados en los Parques Nacionales; tras recorrer interminables extensiones de sabana, fotografiando leones, guepardos y leopardos, no podías dejar de pensar que intentar tener unos momentos de intimidad solitaria en medio de aquellas amenazadoras hierbas altas que no sabías lo que podían ocultar, comportaba un riesgo de medio a elevado... por suerte, en lugares estratégicos -despejados, generalmente en puntos altos, de buena visibilidad- encontrabas retretes muy elementales, una simple caseta de obra, con -eso sí- una tranquilizadora puerta... una vez dentro, no existía más equipamiento que una superficie encementada en declive hacia un orificio lateral, y un cubo con agua que te permitía expulsar al exterior tu humilde contribución a la Tierra Africana... todo ello, eso sí, a salvo de cualquier riesgo.

En el otro extremo del desarrollo tecnológico de la Humanidad, me resultó sumamente interesante visitar en Toulouse, en la Ciudad del Espacio, la réplica de la Estación Espacial MIR... sin conocer aún el Sistema de Eliminación de Residuos Sólidos para su sucesora, la Estación Espacial Internacional, diseñado por mi admirado Howard Wolowitz, disfruté viendo como el ingenio soviético había resuelto el problema a base de sistemas de succión... fue una pena que la réplica, no operativa, nos impidiese experimentar su funcionamiento, pero ahí quedó la cosa...

Mucho más podría contar en relación con el tema que hoy nos ocupa... pero no quiero terminar sin recordar uno de los más bellos ejemplos que me ha sido dado contemplar: en una de las casas de Boltaña, cual garita de centinela avanzado ante el valle del Ara, oyendo el rumor de sus aguas a sus pies, ese retrete colgado, obra insigne de ingeniería, por cuyo orificio abierto al vacío sin duda sopla y silba el Viento de Puerto, cuando arrastra desde la cumbre del vecino Nabaín los primeros copos de nieve de finales del Otoño... ¿no notáis, no os digo donde, una cierta sensación de frío...?




















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