miércoles, 30 de diciembre de 2015

Saint Ponç de Tomières y nuestra Historia

Volvemos ya hacia casa, vía Narbonne... el camino, casi sin pensarlo, nos lleva a un lugar sumamente evocador: Saint Ponç de Tomières...





Ya ni sé cómo escribirlo; Pons o Ponç, Thomières, Tomera... en cualquier caso, en este pacífico lugar, que atravesamos en una mañana lluviosa y turbia, nos detenemos para hacer pipí -y tomar un café- en un bar: en su pared, una enigmática placa recuerda el agradecimiento de los ciudadanos soviéticos a la villa... ¿todos los ciudadanos soviéticos...? eran un montón... ¿por qué? : nada dice; agradecería información adicional.



Atienden el café donde recalamos para nuestra escala técnica una amable señora y su hija; nos cuentan que han estado recientemente en Barcelona, hospedadas en un hotel de lujo, e hinchándose a hacer compras en el Passeig de Gràcia, ninguna de cuyas tiendas, palabra, está al alcance de mis ingresos de jubilado... cavilando sobre el insospechado cash flow que pueden generar los cafés de pueblo en el Midi francés, salgo a la carretera y contemplo largamente el enorme edificio religioso que tengo justo enfrente.



Allí, en aquel mismo lugar, se alzó durante siglos el Monasterio de San Pons de Tomères, o como coño se llame... a aquellos santos muros llegaba, en 1134, una curiosa comitiva: nobles aragoneses, desolados por el fallecimiento de su Rey, Alfonso el Batallador, y sumamente rebotados ante su testamento, que transmitía sus derechos sucesorios, literalmente, a Dios Nuestro Señor y, en su nombre, a las Órdenes Militares, buscaban una solución ligeramente más temporal y palpable, y no tenían más recurso que el único hermano del difunto, el Monje Ramiro, que en aquella santa abadía consumía su tiempo entre oración, meditación, y honestas labores de hortelano.

La Historia ya la conocéis: Ramiro asumió con resignación el marrón que le caía encima; tuvo sus más y sus menos con los nobles d'o lugar - de donde procede la encantadora leyenda de la Campana de Huesca- y se decantó por lo práctico; contrajo matrimonio temporal con una noble dama francesa, viuda, que ya había parido de su anterior esposo -valía comprobada como engendradora-, tuvo una hija -Petronila-, la casó a la tierna edad de un año con un vecino -Ramón Berenguer IV, Conde de Barcelona-, dejó todos los papeles arreglados y, en 1137 ya se volvía a lo suyo, es decir, las misas... a partir de entonces, la Casa de Aragón y la Casa de Barcelona quedaban ya unidas, en condiciones y con la letra pequeña que han dado trabajo -y el que darán- a cientos y cientos de estudiosos de uno y otro lado de la Clamor Amarga de Almacelles que, bien mirado, mientras se dedican a eso, poco mal hacen.

Unidas, pero no precisamente en el vacío... El difunto Alfonso, casado con Doña Urraca de Castilla y León, había ido a la greña con media Península Ibérica, reivindicando el título de Emperador de España, esa creación franquista, aunque entonces se llamase  Hispania. El propio Ramon Berenguer era hijo en segundas nupcias de su padre, casado en primeras con la hija de un personaje tan poco nostrat como Don Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador... en aquellos tiempos sin Puente Aéreo ni AVE, lo que caracterizaba a la Península no era precisamente la "Desconexión", sino un auténtico batiburrillo de alianzas, matrimonios, traiciones, reivindicaciones, acuerdos y escaramuzas fronterizas, que recuerda más a las andanzas de los Barones Regionales del PSOE que a los altivos reinos independientes, autosuficientes y de espaldas los unos a los otros que algunos pretenden ver. Y todo eso en el marco de una intrincadísima política europea, con el Papa, como árbitro tramposo, pitando penalties a diestro y siniestro, y con el Moro pisándoles los talones por el siempre abierto Sur.

Medito hondamente sobre estas historias antiguas porque, últimamente, me están llegando ecos que me ponen el vello de punta; la cosa empezó en torno al 20 de Diciembre -de Abiento-, cuando se recordaba la ejecución del Justicia de Aragón, Don Juan de Lanuza. "A manos de las tropas invasoras de un rey extranjero: Felipe Segundo". Stop. Fin de la cita: Felipe Segundo fue, seguramente, un cabrón con pintas, un ciudadano verdaderamente desagradable, pero difícilmente se puede tildar de rey extranjero, en Aragón, al biznieto del último rey aragonés, Fernando el Católico, por cierto, un Trastamara castellano, aunque nacido en Sos... De todas maneras, los reyes extranjeros que hemos tenido en España -desde Amadeo de Saboya a Carlos Tercero- no desmerecen nada, al contrario, comparándolos con muchos otros de estricta producción local... muchas veces, como comprenderéis sabiendo donde nací y vivo, me he preguntado por la utilidad de interpretar hechos acaecidos trescientos o cuatrocientos años atrás desde categorías políticas propias del Siglo XIX, porque a las del XX aún no se ha llegado, y muy posiblemente a las del XXI no se llegue nunca. Utilidad sólo evidente para los muchos pícaros que viven de ello.

Ayer me llegaba un manifiesto abogando, ya directamente, por la creación de una República Aragonesa, para "librarnos definitivamente de España"... hay ideas originales, y también ideas buenas. Esta, sinceramente, no me parece original, pero si buena: no hay más que ver las horas y horas de honesta diversión que llevamos experimentando los ciudadanos de Cataluña/Catalunya gracias a parecidos planteamientos, ni el decidido impulso a la industria textil de alguna remota provincia china que ha significado la demanda de cientos de miles de toneladas de camisetas multicolores y banderas estelades que, de extenderse, cubrirían con creces el territorio dels Països Catalans que sacan en los mapas del tiempo de TV3... "Fun with Flags", como en el programa ideado por mi admirado Sheldon Cooper... en tiempos en que el llorado Jordi Pujol -porque muchos lo han llorado- popularizó, a golpe de partida presupuestaria, el lema "Som sis millions", aludiendo a la población del Principado pre-paquis y pre-ecuatorianos, corría un chiste por Barcelona -no me atrevo a asegurar nada fuera del Área Metropolitana-: visitaba nuestro Conductor la República Popular China y, presentado a un alto mandatario, le espetaba, con mal disimulado orgullo: "¡Somos seis millones...!" a lo que el chino, displicente, contestaba: "Ah, qué bien... ¿Y en qué hotel están...?" Imagino que, hablándole del millón y poco pico de aragoneses -incluidos los de la Diáspora-, sus opciones oscilarían entre un hotelito "con encanto" o, ya directamente, alguna vivienda de Turismo Rural.

Por supuesto, no voy a romper las amistades con nadie que se proclame independentista aragonés, como sigo manteniéndola con muchos amigos, y muchos de ellos muy queridos, independentistas catalanes. Incluso tengo una hermana. O dos, porque ya no me atrevo ni a preguntar... Total, muchos de los que me conocen, ante la evidencia de que no soy nacionalista catalán, y porque me quieren lo suficiente para no sospechar que pueda ser nacionalista español, llegan a definirme como nacionalista aragonés, porque de algún sitio se ha de ser nacionalista, digo yo... Justo es reconocer que les he dado pie, todo el día dando la brasa con Sobrarbe y Aragón y cantando canciones de la Ronda... y eso que no conocen las locuras de mis años mozos, cuando me manifesté en Caspe y en Zaragoza, exigiendo el Estatuto de Autonomía, cuando compré dos acciones de "Andalán", cuando no me perdía un recital de Labordeta, cuyo retrato estoy, en éstos momentos, mirando sobre mi mesa de trabajo -por decir algo-... y por esos mundos de Dios andan mis hijos, Badaín y Borja, y suerte que solo tuve dos, porque podría haber también un Úrbez, una Waldesca... ¡o incluso una Andregoto!

Tengo un recuerdo muy especial de la Manifestación del 23 de Abril de 1978: para asistir a ella cometí una de las mayores tonterías de mi vida: volar de Barcelona a Zaragoza, en un vuelo regular que, incomprensiblemente, existía entonces. Era un vuelo casi balístico; en aquellos felices e inconscientes tiempos, dejaban fumar en los aviones, entre el despegue y el aterrizaje; encendí un cigarrillo al despegar, y tuve que apagarlo casi a medias, porque ya estaban avisando de que aterrizábamos en Zaragoza. Encima, no era nada barato, pero yo no podía perderme el primer Día de Aragón... pronto me vi entre miles y miles de personas, Paseo de la Independencia abajo... acompañaba yo a Javier Maestre, de "La Bullonera", cuando la gente alrededor nuestro rompió a cantar una de sus canciones, de aquellas que se habían convertido para nosotros en auténticos himnos cívicos.

"Los de Huesca y de Teruel,
junto a los Zaragozanos..."

Pero, al llegar ahí,  abandonaron los tonos épicos, y la versionaron libremente...

"Se van a ver "Enmanuelle",
se la cascan a dos manos...
¡¡Puestos en pie!!"

La cara de atribulada incredulidad de Javier era todo un poema... traté de consolarle... "Así es la vida, zagal; la canción ya no es tuya, se la has dado al Pueblo, y el Pueblo hace con ella lo que le sale del ciruelo, mismamente..." Pero, por debajo del bigote, me reía..."No se si ésta es mi Nación, ni me importa demasiado; pero tengo muy claro que ésta es mi gente..."













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