miércoles, 9 de diciembre de 2015

Ceret, primera etapa

El Puente de la Inmaculada Constitución varias veces nos ha pillado en Francia: está ahí mismo, te sientes como en casa, y tiene tanto por ver... un año una amiga nos llevó a una cena, en casa de amigos suyos cerca de Fontainebleau y, claro, los forasteros éramos el centro de la atención..."¿La Fiesta de la Constitución... y qué es costumbre hacer en España el Día de la Constitución...?" "¡Pues ya lo veis -respondí- echar a correr, y no parar hasta Francia...!" Este año viajar a Francia tiene un sentido especial: es bueno estar con los amigos en momentos duros, y encoge el ombligo ver los monumentos improvisados con los que recuerdan a sus muertos. Coincidimos, además, con la primera vuelta de unas Elecciones Regionales que, como síntoma, son más que alarmantes... ahí van las primeras impresiones de estos cuatro días.






Llegando a La Jonquera,  cola en la autopista... tardamos cerca de media hora hasta poder pasar, en columna de a uno, frente a tres señoras policías de la Police National que, animadamente, charlan de sus cosas, mirándonos de reojo... al lado, colegas españoles, con el doble cargador de sus G-36 atado con cinta aislante; Rambo a tope... nadie protesta, todos lo entendemos, estamos en alerta, pero no puedo dejar de echar una lagrimita interior por mi amado Schengen, que me había proporcionado ilusorias ínfulas de Ciudadano del Mundo.



Cambiamos de Estado, pero no de País... nuestra primera parada es Ceret, villa catalana, olores y colores absolutamente familiares -mediterráneos y de montaña-, pero, al mismo tiempo, francesa ya desde el Tratado de los Pirineos... refugio de artistas -de artistas que buscaban refugio, claro-, es una hermosa combinación de piedra, tejas rojas y altísimos árboles, plátanos de los paseos, que le dan un toque peculiar. El sábado, además hay mercado, motivo más que suficiente para visitarla... nos hemos dicho, al alimón, varios miles de ciudadanos del otro lado de la raya. Vamos con Cris, la hermana de Blanca y Javier, su marido, compañeros ya en varios viajes.



Grupos de música animan el mercado; unos, bastante buenos, tocan Jazz, entre la gente que llena las calles y se arremolina ante los puestos... hay de todo de lo que suele encontrarse en un mercado, pero destacan, por su hermosura, los bodegones que forman los productos de las huertas vecinas... Blanca se compra un cuello de falso conejo, que llevará durante todo el viaje, sin verdadera necesidad, porque el tiempo es inusualmente cálido para primeros de Diciembre. Las bragas, a precios muy razonables... eso sí, debes acertar a primera vista: no se admiten cambios ni devoluciones. Probamos vinos ecológicos, quesos de fermier, unas deliciosas gominolas de frutos naturales... no compramos nada -nos queda aún mucho viaje por delante- pero procuro repartir palabras amables y felicitaciones, la mayoría de los casos, sinceras... siempre he sentido un gran respeto hacia los feriantes, distingues a  primera vista al que -muy legítimamente- trata de ganarse la vida vendiendo cualquier cosa -bragas cutres, pongo por caso-, y al que, con orgullo, presenta ante los potenciales clientes el fruto de un trabajo en el que ha puesto mucho de sí mismo... no me importaría, en una nueva reencarnación, ser uno de ellos. A ser posible, con éxito...







Huyendo un poco del tumulto de las paradas del mercado- que ya están empezando a cerrar- llegamos a una tranquila plaza donde solo se escucha el murmullo de los chorritos de una fuente, coronada por un fiero león: comemos en un restaurante que va a reunir las características que nos acompañarán durante los cuatro días; buena comida, cuidadosamente elaborada, precios razonables, y un empleo del espacio digno de la propia NASA: en unos treinta metros cuadrados, que calculamos a ojo -Javier es arquitecto, sabe de qué va el tema- han logrado meter la cocina, un cuarto de baño, y mesas para doce o catorce personas... nos atiende una señora joven -por lo menos, para mí-, guapa y elegante, sobre unos vertiginosos tacones, el calzado más adecuado para moverse sobre las escasas baldosas que componen el espacio libre del restaurante... en Verano, suponemos que se amplía con mesas en una terraza; hoy ya está cayendo el sol.el suelo está húmedo, y se agradece el calor humano del atestado saloncito.



Volvemos hacia el coche disfrutando de la paz de la tarde; en muros metálicos dispuestos al efecto, los carteles de los partidos que se presentan a las elecciones de mañana: coaliciones para mi desconocidas -pocos partidos tradicionales- pero muchos apellidos familiares, cosa no extraña en un país cuyo Primer Ministro se llama Valls, y la alcaldesa de su capital, Hidalgo... desde uno de ellos me mira el Candidato Martínez; es mi cuarto apellido, y mis hijos lo llevan por partida doble... ¿cómo no voy a sentirme en casa...?








2 comentarios:

  1. Ceret..que maravilla para mí, y uno de los pocos lugares que aún se conservan galerías de arte, verdadero milagro para una pequeña ciudad como Ceret, y en los tiempos que corren, que parecen anti-arte....

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  2. ¡Gracias por tu comentario...!

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