jueves, 24 de diciembre de 2015

Por el camino que lleva a Belén...

Uno dirá lo que quiera sobre los Solsticios, pero es difícil escapar al espíritu del día, me debo demasiado a mis raíces...



Solíamos pasar las Navidades en Barcelona, pero aquel año, no sé por qué, subimos a Boltaña; saldríamos temprano por la tarde del día 24, pero ya era noche cerrada cuando paramos en una gasolinera de Lleida, que entonces aún era "Lérida", aunque los de Barsalona dijésemos "Lleide", exagerando el acento del Catalán Occidental; hacía un frío pelón, un termómetro marcaba cinco bajo cero, y dos operarios, con una palanca, intentaban vanamente abrir el capó de un "seiscientos", que se había congelado; por los altavoces, a toda pastilla, Raphael cantaba que era un pequeño tamborilero que, como nosotros, estaba de camino, aunque en su caso no iba a Boltaña, sino a Belén.

Pronto estaríamos sentados a la mesa con toda la familia boltañesa; comeríamos y cantaríamos, más bien deprisa, porque nos esperaba la Misa del Gallo, en la oscuridad fría y cavernosa de la Iglesia que, aquella noche, por lo menos, parecía contagiarse de la alegría de la fiesta, la alegría con que los mozos jóvenes saldrían después, cantando y tocando zambombas, a recorrer el pueblo entre trago y trago a la botella que, por aquel entonces -poco consumistas éramos- sería de "Carivín".

Curiosamente, asocio aquellas Navidades a la fotografía; creo que fue cuando, bajo la rama de pino adornada como Árbol de Navidad (observen el Niño Jesús que se camufla detrás.), fotografié con mi Werlisa Color, que ya empezaba a ser una cámara, a mi prima Dulce con su primer traje de noche, hecho por su madre, hábil modista, seguramente para la Fiesta de Nochevieja. Fiesta a la que yo no asistiría, porque ya estaría en Barcelona, y, además, aunque tenemos la misma edad, a los quince o dieciséis años las chicas nos sacaban varias cabezas -varios cuerpos- a los chicos, hundidos aún en el acné, la inseguridad y las manualidades substitutivas... Y también, con mi primo Guillerno -el que después llegaría a ser Wu, mi amigo oriental-, armados entonces con la Kodak de fuelle y visor lateral de su padre, algo más complicada, pero también más seria y más profesional, haríamos nuestros primeros pinitos artísticos, atreviéndonos hasta con el contraluz, entre las sombras del gallinero, inmortalizando a "Claudio", un gallo blanco más chulo que él solo.




Paso revista mentalmente a los que nos amontonábamos, dentro de un 1.500 -coche grande, para a época; pequeñito, si lo miras ahora- en aquella gasolinera de Lérida/Lleida/Lleide; están, felizmente, mi madre y mis hermanos; nos veremos mañana y pasado mañana, pero no hoy: ceno con Blanca y su familia, ni siquiera completa, porque la diáspora laboral ha centrifugado a dos sobrinos; uno, hacia el monitorazgo en las pistas de esquí; otro, arquitecto incipiente, estará a esas horas haciendo maquetas en un estudio de Peking, que ahora es Beijin... suerte que nuestra hija africana estará con nosotros, con Ramon, su compañero, único montañés que, como yo, estará recordando cumbres nevadas, aunque poca nieve tienen este año... pero, dentro del 1.500, resuenan ausencias imborrables; mi padre, mi tía Coqui, mi abuela Encarnación... sin ellos, nada ha vuelto a ser como antes... Me queda Boltaña, subiré dentro de pocos días, y quedan mis primos, pero también allí son más las ausencias: abuelos, tíos y tías, que sólo existen aún en el recuerdo de los que los conocimos y los quisimos, que vemos con impotencia como, cada día, pierden algún rasgo, algún gesto, alguna palabra... Faltarán también mis hijos, y hasta mi nieto, que compartirán, con su otro hermano, su abuela y el viudo de su madre, otra mesa presidida por una ausencia... tampoco nos enviará Franco ningún mensaje, ni siquiera Juan Carlos; eran más divertidos, esperando a ver si se atascaba o, como en los "memes", aparecía por la ventana de La Zarzuela, pasando frío en el exterior, el Innombrable Urdangarín: Felipe está siempre tristón, y motivos no le faltan... 

El único recuerdo de aquella noche que puede acompañarme hoy, qué cosas, si me atrevo a poner la tele, es el eterno, incombustible, momificado pero aún lleno de vida, -y deseo que por muchos años-, pequeño tamborilero tocando el tambor camino de Belén... !Raphael!




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